MISTERIOS Y LEYENDAS DEL "PADRE NEGRO" DE ATACAMA

 

Fray Crisógono Sierra y Velásquez, el Apóstol de Atacama, en sus primeros años de sacerdocio.

Fray Crisógono Sierra y Velásquez, más recordado como el Padre Negro, lleva décadas convertido en un verdadero santo informal de la Región de Atacama, particularmente en los poblados ubicados en la ruta del valle del río Copiapó, en Caldera y sus alrededores. La inocencia que se observa en la biografía y las representaciones de aquel hombre que recorría a lomo de mula calles y carreteras de la provincia, contrasta con la energía cegadora de su hoja de vida, como ente capaz de construir una historia hermosa con esfuerzos humanos y también otros sobrenaturales, según lo que ha ido quedando cristalizado en su leyenda.

Su origen era colombiano. Había nacido el 1 de febrero de 1877 en una familia muy acomodada y conservadora de la localidad de Robledo, compuesta por el matrimonio de José María Sierra y Camila Velásquez y sus hijos, de los que el sacerdote sería el cuarto de entre ocho. Bautizado como Juan de Dios al día siguiente de nacer, se sabe poco de su infancia en las haciendas del padre.

El pequeño debió sentirse empapado de la fe cristiana que reinaba en su hogar, pero su vocación profesional no estaba clara, pasando por estudios ingeniería, medicina y, finalmente, leyes. Algo tarde, sin embargo, Sierra y Velásquez comprendió que su destino estaba en el hábito religioso, un deseo que sus padres habían reservado -sin conseguirlo- en su primer hijo, bautizado Francisco precisamente aludiendo a dicha congregación y santo italiano.

Sus varios intentos por ingresar al seminario de Colombia fueron rechazados consecutivamente, pues a los 27 años su edad ya era un obstáculo para ser aceptado como alumno del colegio. Finalmente, luego de mucho insistir, encontró cupo en un seminario religioso de Europa gracias a la intervención del padre Juan José de Cock, comisario de los Franciscanos Belgas en Chile, a quien conoció estando este de viaje en su país como visitador general de los conventos franciscanos de Colombia. El padre Juan José vio con claridad, de alguna manera, las características que los sacerdotes no habían logrado visualizar en aquel hombre de piel oscura y eterna sonrisa.

De esa forma, el esforzado y perseverante colombiano logró entrar en 1911 al noviciado de estudios teológicos de Tielt, Bélgica, contando ya 33 años. Recibió el hábito el 15 de septiembre de ese año, y el 17 de noviembre tomó el voto simple. El estallido de la Primera Guerra Mundial lo supo allí, en 1914, obligando a los franciscanos a mudarse de ciudad en ciudad conforme se desarrollaba el gran conflicto. Se graduó como sacerdote el 20 de agosto de 1916.

Habiendo tomado el nombre de fray Crisógono para sus votos, en lugar de regresar a su Colombia natal decidió embarcarse hacia Chile, país en el que consagraría su vida religiosa y de servicio. No es clara la razón de esto, aunque algunas explicaciones dicen que su color de piel llamaba la atención más de lo conveniente y creaba ciertas desconfianzas entre los belgas, no familiarizados con gente de rasgos negroides, siendo enviado por esto hacia Perú. En este viaje, sin embargo, desembarcó antes en una pasada por puertos chilenos, llegando al convento de La Serena el día de Navidad de 1920. Otros piensan que se debió estrictamente a una decisión personal su arribo al país, basada en su conocimiento de lo popular que era por estas tierras el culto a la Virgen, además de alguna posible influencia del propio padre Juan José.

Fray Crisógono llegó a Copiapó en 1921, según el investigador Vidal Naveas Droguett en artículos publicados en el portal “Historias y Relatos del Norte de Chile”. Esto sucedía ya bien pasados sus 40 años de edad y tras haber realizado el señalado servicio en La Serena. Sus primeras labores en Atacama las habría ejecutado en el pueblo de San Fernando. Tras ingresar al convento de la Orden de San Francisco de la ciudad copiapina, fray Crisógono se ganó rápidamente el cariño de sus hermanos de fe y el aprecio de la comunidad. Él correspondía proporcionalmente a este cariño por el pueblo chileno y su tierra, pues cuando el obispo de Lima lo había intentado persuadir de ir a quedarse en Perú, se excusó diciendo que su misión estaba en Chile.

Como su color de piel era toda una novedad en las comunidades chilenas de esos años, fray Crisógono fue apodado el Padre Negro por los feligreses, siendo recordado hasta nuestros días con este nombre. Es curioso, sin embargo, que él había sido el único de sus hermanos que heredó aquellas características raciales provenientes de un tatarabuelo afrodescendiente, pues los otros hijos del matrimonio de don José y doña Camila eran todos de rasgos blancos e incluso algunos de pelo rubio. Lejos de molestarse porque lo identificaran como el Padre Negro, el sacerdote festinaba con su color de cutis y hacía bromas constantemente al respecto. Recuerdan que solía presentarse como “El Padre Negro, para servirle” y se jactaba de que su tez tuviese el mismo color que el hábito de San Francisco de Asís. “Cuanto más me lavo, más negro me pongo”, cantaba con sorna.

A partir de ese año, fue destinado a Punta Negra, como párroco. Allá, además del servicio religioso, ayudó a sus habitantes en los trabajos agrícolas y de construcción, usando sus propias manos en las faenas. Aprendió a hacer adobes para las casas de los desposeídos, levantó chozas y también fue gracias a sus gestiones que logró terminarse la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, para satisfacción de los mineros. “¿Cómo están mis sobrinos?”, les decía a los feligreses tras cada saludo, allí en la parroquia.

El Padre Negro, ya en la madurez. Imagen fotográfica en el altar a su memoria, en la Parroquia de San Francisco, en Copiapó.

"Padre Negro, caballo blanco", decían en la provincia.

Fray Crisógono Sierra y Velásquez, el Padre Negro (1877-1945).

El Padre Negro, dirigiendo obras de construcción de la gruta mariana de Caldera.

Los miembros de sociedades religiosas de chinos de la Virgen tenían por él una tremenda lealtad y obediencia. Por esos días, ya había cierta fama milagrosa alrededor suyo, prestigio que terminaría acompañándolo durante toda su vida. Sin embargo, su estricto moralismo también le llevó a decisiones controvertidas, como apartar de las fiestas religiosas el acto conocido como “Baile de la Bandera”, por considerarlo demasiado pícaro y seductor, cosa que también le significó algunos roces con la feligresía y las autoridades.

Muchas historias se tejieron por entonces sobre el personaje, en el rico y muy predispuesto imaginario de los mineros, especialmente de los pueblos pequeños por cuyos callejones el religioso hacía constantes visitas y obras. Historias que dejaron en la memoria colectiva situaciones asombrosas, además, que fueron reportadas por habitantes de esas comunidades en donde desplazaba su obra. Así, la bella leyenda le atribuye al Padre Negro tantos prodigios que llega a generar extrañeza el que nunca se haya iniciado un proceso de reconocimiento de virtudes para el mismo.

Al respecto, se recuerda como uno de sus logros inexplicables que había anunciado el enorme terremoto del 10 de noviembre de 1922, cosa que incluso se constató en la prensa de la época, especialmente en el diario “Las Últimas Noticias”, según lo que informa el escritor Tussel Caballero Iglesias en “El Padre Negro. Un cura de alma blanca”. Este cataclismo, con epicentro en Vallenar, dejó entre 800 a 1.500 víctimas y provocó maremotos en Chañaral y Huasco.

Fray Crisógono había vaticinado aquella tragedia en una circunstancia muy particular: sucedió un día de sus primeros meses de servicio en Chile, cuando iba conduciendo una procesión desde la Capilla Nuestra Señora de la Candelaria y la caravana se encontró inesperadamente con una concentración política, bloqueándoles el paso a los fieles copiapinos. No hubo forma de eludir a la muchedumbre o persuadirla de dejarlos pasar, y así la romería debió devolverse sobre sus pasos. Frustrado, al regresar a la iglesia dijo desde el púlpito a sus fieles que la Santa Madre había sido insultada y que, como castigo, “caerá una horrible catástrofe sobre este pueblo, como jamás se ha visto antes”, anticipando también que costaría “muchas vidas, lágrimas y sufrimiento”. Los testigos de entonces aseguraron que Crisógono hasta había hecho bajar de los altares, hornacinas y ménsulas las imágenes religiosas de la Parroquia de Punta Negra, en la misma tarde antes del terremoto, evitando así que cayeran destruidas durante la tragedia.

Con aquellos ribetes y alcances de leyenda viviente, se contaron muchas otras historias extrañas sobre sus capacidades, las que aún son recordadas por algunos de sus cronistas y las familias de quienes conocieron en vida al Padre Negro. Así, su leyenda asegura también que habría pronosticado muertes, enfermedades, hallazgos inesperados y más desgracias afectando a la provincia. A través de sueños, además, anticipó el deceso de varios hombres públicos e importantes políticos de la época, comunicando en sus círculos tales noticias antes de ocurridas.

En 1925, fray Crisógono fue destinado a la localidad costera de Caldera, a sólo 72 kilómetros de Copiapó. Allá siguió oficiando en el servicio religioso para los habitantes del poblado y otros cercanos, realizando su misión franciscana en caletas de pescadores, centros mineros y campos agrícolas. Con los propios residentes, construyó para los devotos nuevas cruces, altares populares y hasta nichos en el cementerio. Se recordaba antaño también que, en una ocasión, trepó peligrosamente por el chapitel del templo calderino, para enderezar la cruz que se había enchuecado, hazaña que nadie se atrevía a hacer.

Las supuestas capacidades paranormales que le daba la fe, volvieron a quedar manifiestas en el balneario cuando, en sus sueños, fray Crisógono vio cómo aparecían unos rieles enterrados en el patio de la parroquia de Caldera, cosa que efectivamente sucedió al realizarse excavaciones dentro del complejo y en el lugar que señaló.

Era un peregrino infatigable, además. A veces llegaba hasta las comarcas más retiradas montado a caballo, a mula o tras largas caminatas a pie, impartiendo el evangelio y dando asistencia en lugares como Chañaral, Barquito, Puquios, Dulcinea, Pueblo Hundido, San Pedro, Carrizal, Chamonate, Piedra Colgada, San Antonio, El Tranque, Tierra Amarilla, Las Vegas, Chañarcillo, Cerro Blanco, Inca de Oro, etc. Se le conocía como el “Apóstol de Atacama” por lo mismo, y hasta hoy algunos veteranos de las que fueron las tierras de su misión, declaran una frase que se ha vuelto de antología en la región: “Conversar del Padre Negro es conversar de Atacama”.

Pocos de los rincones habitados de aquella parte del territorio chileno faltaron en tales andanzas, de hecho, y como muchas veces se le veía desplazándose en un corcel impecablemente albo, la gente hablaba de él también como “Padre Negro, caballo blanco”. A esas alturas, ya era una de las figuras religiosas vivas más queridas de la Iglesia en Chile, con una presencia excepcionalmente intensa y activa a nivel urbano, al alcance de todos los creyentes de la provincia.

Fray Crisógono llegaba a Caldera en montura o en sandalias por la carretera desde Copiapó, en cada ocasión recibiendo los saludos y regalos de otros habitantes del camino. Una de sus principales obras allá, quizá la más importante para la fe de la región, fue la construcción de la curiosa y rústica capilla ubicada en el sector de arenales y roqueras junto a la actual avenida Canal Beagle con Agustín Edwards Ossandon y Salvador, aproximadamente, a un lado de los caminos hacia el faro y la Bahía de Calderilla. Puede tratarse de uno de los templos más extraños y sorprendentes que existen en Chile, ubicado justo enfrente del actual estadio. Para cuando trazó ahí el proyecto de la gruta mariana, este correspondía a un terreno estéril en las afueras de Caldera, ubicado entre lomajes golpeados por vientos. Esta característica poco acogedora no dejó de llamar la atención de algunos de los infaltables críticos a las iniciativas casi impulsivas del Padre Negro, que no creían posible levantar algo en tal terreno… Empero, olvidaron que la fe mueve montañas.

Acercamiento al busto del Padre Negro en la iglesia franciscana de Copiapó.

Ingenua representación naif de Padre Negro junto a la Virgen de la Candelaria, en la explanada de la Gruta de Lourdes de Caldera, que hoy lleva su nombre.

Altar y busto del religioso, dentro de la gruta de Caldera.

Una de las estatuas de factura china que se colocaron en Copiapó, generando cierta controversia entre quienes las han criticado. Esta corresponde a la de fray Crisógono con su obra en Copiapó de fondo: el Cerro de la Cruz.

Busto y nicho del sacerdote, en el Cementerio de Caldera.

A mayor abundamiento, el sacerdote había elegido para el pequeño templo una roca del lugar, la que aún se distingue en sus cimientos y sillares, pasando los jardines de docas por la parte trasera del edificio. La roca serviría de peana al edificio completo, idea que no se eximió de recibir también otras manifestaciones de duda o discrepancia, pues su decisión no dejó convencidos a todos, aunque esto no impediría que muchos se volcaran espontáneamente a colaborar con sus propósitos, incluso varios niños del pueblo. El objetivo del franciscano era convertir este sitio en un centro de peregrinación y celebración de fiestas santorales de la comunidad local, y estaría consagrado a la Virgen de Lourdes, de la que seguramente se hizo un gran devoto luego de su experiencia en el seminario religioso de Bélgica.

Tras unos meses haciendo llamados en las calles para invitar a los residentes a tan formidable cruzada, pudo reclutar a muchos amigos, fieles, trabajadores canteros y albañiles que ayudaron en la titánica tarea de construir aquella gruta de Caldera a partir de 1934, todo con más energía y voluntarismo que auténticos conocimientos en ingeniería o arquitectura, lo que llevó al curioso resultado visible: un tosco templito parecido a la imagen ilusoria de un barco de piedra encallado en esos arenales. Se cuenta que casi no hubo herramientas ni moldes en los trabajos de hormigón, concretada principalmente “a mano”, lo que redobla la espectacularidad de la hazaña y su consecuencia.

Tras ser presentado a la comunidad de calderinos y visitantes, el templo o gruta se convirtió en un querido centro devocional de los vecinos, tal como esperaba el sacerdote. Incluso apareció, con el tiempo, un altar popular menor de Santa Gemita, un poco más al poniente, que aún se conserva allí. También existen altares para la Virgen del Carmen y San Expedito en los actuales jardines de la gruta, aunque cerrados con rejas. Mineros, pescadores, agricultores y comerciantes se confesaban fervientes devotos de este extraño pero encantador centro de fe en Atacama.

Otro de los extraordinarios legados del sacerdote para la provincia fue la gran cruz del cerro Chanchoquín de Copiapó. La costumbre cristiana de poner cruces en cerros, especialmente los que eran considerados sagrados o venerables desde tiempos “paganos”, procede de la época colonial y permanecía en práctica todavía en los tiempos de servicio religioso de fray Crisógono en Atacama. Sin embargo, en este caso se trata de una cruz monumental: obra sólida de unos diez metros de altura, con plinto y basal, que desde entonces permanece convertida en un símbolo turístico y cultural de la ciudad, aunque en ciertos aspectos subestimada y subutilizada como atractivo zonal.

Fray Crisógono también había hecho instalar una cruz de metal en el Cerro Bramador, cerca de la misma ciudad, y que venía haciendo acciones parecidas en cerros de Pueblo Hundido y Castilla, donde reparó o instaló otras cruces desde los años veinte, recién llegado a Chile.

La iniciativa de construir la gran cruz en el Chanchoquín provocó, de hecho, el cambio de nombre del monte: ahora es el Cerro de la Cruz en guías y planos turísticos. Lo hizo cuando llevaba ya unos 15 años de servicio religioso en la provincia, decidiendo que Copiapó requería de un potente símbolo cristiano sobre el histórico y alto cerro, desplegando para ello otra formidable campaña de esfuerzos y colaboraciones para dar cumplimiento a su sueño. Por meses, los trabajadores voluntarios, albañiles y canteros estuvieron en el lugar trasladando materiales y herramientas bajo la diaria dirección del querido sacerdote. Fue un desafío colosal hacer llegar a la cima los sacos de cemento, agua, arena, ripio y, muy especialmente, los rieles metálicos que servirían de esqueleto a la cruz de concreto en proyecto y en cuya obra participaron también los ferroviarios. Tuvieron que construirse senderos para el acarreo de materiales hasta la cima, primer camino utilitario en la ladera del cerro correspondiente a un zigzag que todavía puede distinguirse in situ y más definidamente en fotografías aéreas.

Paralelamente, cuadrillas de canteros y mineros trabajaron en la construcción de la enorme escalinata de piedra con pircas que asciende hasta el lugar de la cruz. Esta subida escalonada, agotadora y casi iniciática, es un extraordinario buen ejercicio en nuestros días, pero llama la atención lo poco que atrae a los propios habitantes de la ciudad y a los visitantes de la misma. Su característica entrada permanece casi escondida en calle Rodríguez, entre casas que aprovecharon los materiales de esta afanosa obra para hacer sus propios sillares y basamentos, en algunos casos.

La postal del cerro con la gran estructura en su corona, se volvió una imagen turística desde la misma inauguración en 1938, dirigida por el entonces obispo de la Diócesis de La Serena, José María Caro, y en la que se bendijo a todos los habitantes del valle reconociendo a los trabajadores que ejecutaron las obras, presentes en la ceremonia.

Sin embargo, se ha dicho que fray Crisógono quería también que el Cerro Chanchoquín se convirtiese en una especie de santuario de la fe y casi un parque, tal vez con algo más de verdor, por lo que podemos especular que cuando se entregó a la ciudad, se pensaba que esta era sólo la primera etapa de una seguidilla de trabajos o con mejorías que, desgraciadamente, nunca pudieron continuarse. También cuenta la leyenda que el Padre Negro hizo construir aquellas escaleras y colocar el monumento religioso del cerro alarmado por la falta de fe y la vida licenciosa de los habitantes (promiscuidad, prostitución, juegos de azar, borracheras, fiestas indecorosas, etc.), especialmente entre los mineros, esperando prevenir con ello un castigo divino al estilo Sodoma y Gomorra o Jericó.

Al parecer, el esfuerzo habría funcionado devolviendo al pueblo a las iglesias y la observancia de la fe, además de dar la posibilidad a los copiapinos de salvarse en su altura de un pronóstico catastrófico: el Padre Negro habría formulado un anuncio oscuro para el futuro de la ciudad, diciendo que desaparecería tragada por inundaciones, ya sea de turbiones del río como de aguas que corren bajo su superficie en napas subterráneas y que se relacionan en la creencia popular con la leyenda de las mareas que se escucharían aún bajo la Fontana de la Minería de la Plaza de Armas.

Mientras tanto, el mito viviente del Padre Negro seguía construyéndose con elementos sobrenaturales. Fue conocido en esos días cierto caso de una pareja que vio al franciscano en el camino hacia Caldera y le ofreció llevarlo en su transporte, pero él se negó agradeciendo el gesto. Sin embargo, cuando llegaron hasta allá y sin que otro vehículo hubiese pasado por el lado de ellos, encontraron al fraile ya instalado en la ciudad desde hacía unas horas.

Vista lateral del mausoleo y el busto de Fray Crisógono.

Pequeña vitrina junto a la caseta administrativa del Cementerio de Caldera, con biografía y algunos objetos religiosos relacionados con el Padre Negro.

Pórtico y escalinatas de acceso a la subida del Cerro de la Cruz de Copiapó, todo hecho de piedra.

Gruta de Lourdes de Caldera, hoy consagrada a la memoria del Padre Negro de Atacama.

Representación y breve reseña de la vida del Padre Negro en Caldera, en el mural de personajes ilustres locales que se puede observar en la fachada de la Biblioteca Pública Carlos Sayago, enfrente de la plaza central.

No fue aquella la única vez en que sucedió algo parecido, se ha dicho, y en cada oportunidad en que fue emplazado a explicar tan extraña situación, el sacerdote se habría limitado a contestar con evasivas o alguna de sus frecuentes sonrisas. Otras veces parecía estar en dos lugares al mismo tiempo y bien distantes entre sí, según decían testimonios de los creyentes, como si gozada del don de la bilocación o ubicuidad, fenómeno atribuido con cierta recurrencia a los hombres santos.

Se habla de varios otros casos semejantes en los que, supuestamente, se le vio llegado adelantadamente a destino incluso tras pasar por su lado el histórico ferrocarril Copiapó-Caldera: la gente del tren lo divisaba en la carretera, lejos de la estación de partida, pero reaparecía ya en la terminal cuando salían de los andenes, asombrando así a quienes lo reconocían y sin revelar jamás su secreto talento. Uno de estos casos sucedió, supuestamente, con los usuarios del tren al pueblo de Puquios que llevaban mercaderías desde Copiapó: vieron cómo pasaba su carro por el lado del Padre Negro, que esta vez iba montado en su burro por el camino a unos 20 kilómetros de llegar destino. Cuando los pasajeros descendieron y bajaron al poblado, también se encontraron con que el franciscano ya estaba en las calles del lugar.

Empero, la iniciativa casi personal de fray Crisógono por realizar obras a favor de los feligreses, además de reparar iglesias e impartir sacramentos por los antiguos poblados del desierto atacameño, molestó a algunos críticos y hasta le valió algunas advertencias de la propia Iglesia. Gozaba ya de cariño y del respeto generalizado, sin embargo, y al cumplirse sus bodas de plata por 25 años de servicio religioso, el 2 de agosto de 1941, se realizó una gran ceremonia patrocinada por sus hermanos franciscanos en el convento de Copiapó.

Tras una extraordinaria vida de servicio y generosidad, llena de misterios y aventuras que colmaron de historias y de enigmas a la provincia, fray Crisógono falleció inesperadamente en la casa parroquial de Caldera al amanecer del 3 de julio de 1945, traicionado por su propio corazón magnánimo, colapsado por un infarto.

El duelo fue enorme en Caldera, Copiapó y los demás poblados de la provincia. Calderinos y copiapinos sentían esencialmente suyo al ilustre sacerdote franciscano, llegando a disputar el honor de sepultarlo en su respectivo suelo, cada quién con sus argumentos al respecto y estando aún tibio el cuerpo del fallecido. Los estibadores de muelle y los pescadores paralizaron durante esos días en señal de respeto a su memoria; el comercio no abrió y se recuerda que los niños se quedaron encerrados en sus casas, sin salir a jugar, dolidos por la partida del querido padre amigo de todos. Los hermanos franciscanos prepararon las exequias en la Iglesia de Caldera.

El lugar de su sepultura seguía siendo discutido casi encima del velorio. Los franciscanos de Copiapó habían dispuesto de su mausoleo en el cementerio local, pero la comunidad de Caldera exigió al unísono que sus restos quedaran en uno de los nichos que él mismo había construido con sus amigos obreros y albañiles en el Cementerio Municipal, en el Mausoleo del Niño Jesús de Praga. Fue sepultado en este último pabellón, que se halla muy visible en el frente del camposanto hacia calle Diego de Almeyda, mausoleo neoclásico hecho originalmente para gente menesterosa de su feligresía, otra de sus muchas obras a favor de la comunidad calderina.

Los cientos o miles de devotos que aún conserva el Padre Negro han convertido su sepultura en un recargado altar popular y en una animita o tumba milagrosa colmada de ofrendas, retratos y agradecimientos por favores concedidos, invadiendo el espacio de los demás nichos y hasta parte de las caras laterales del mausoleo. Sin embargo, persistió por largo tiempo una paranoia por la posibilidad de que sus huesos fuesen robados, convertidos en reliquias o tesoros, y que fueran llevados furtivamente hasta el cementerio de Copiapó, por lo que varios calderinos organizaban guardias vigilando su sepultura de día y de noche, en otros tiempos. 

También se ha colocado afuera del perímetro del cementerio, enfrente de su nicho, un busto del Padre Negro hecho en material sólido y que permite las ofrendas y rogativas al exterior del camposanto. La pieza se suma a otras parecidas, como los bustos suyos que se encuentran en el altar a su memoria de la Parroquia de San Francisco en Copiapó y en la misma capilla de piedra para la Virgen de Lourdes en Caldera, rebautizada hoy como la Gruta del Padre Negro y convertida en un verdadero memorial en su homenaje.

Aunque jamás se inició un proceso de beatificación del Padre Negro, su fama de milagroso de santo popular es reverenciada con procesiones, misas conmemorativas y responsos de la comunidad cristiana en el templo de San Vicente de Paul. Su popularidad sigue viva en las calles atacameñas que dejó de recorrer hace tanto tiempo ya, y en el aniversario de su fallecimiento o alrededor de la misma fecha, tienen lugar romerías y pasacalles, generalmente con participación de cuatro sociedades religiosas de Caldera, además y de grupos musicales locales.

De esa manera, los fieles del Padre Negro entregan al cementerio gratas jornadas de cuecas y tonadas, dedicadas a uno de los más insignes y profundos personajes religiosos en la historia de la provincia de Copiapó.

Comentarios

  1. Muchas gracias por compartir esta tremenda historia. Hace 10 años visité Caldera, y de haber sabido de la existencia de este personaje, hubiera visitado, de todas maneras, estos lugares históricos. Me dieron ganas de ir de nuevo. Saludos!

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