UN AGORERO EN LA EXPEDICIÓN DE VALDIVIA A CHILE
Los conquistadores Pedro de Valdivia, Francisco de Villagra y Jerónimo de Alderete, en ilustración basada en el grabado publicado por las crónicas de Alonso de Ovalle, en 1646.
No mucho se recuerda ya de curioso personaje de la caravana de la Conquista de Chile, capitaneada por don Pedro de Valdivia: el expedicionario y cazador Juan Romero, quien parece haber sido bastante adicto a las prácticas de la adivinación en las versiones noveladas de esta historia divulgada por Aurelio Díaz Meza en sus "Crónicas de la Conquista" y "Leyendas y episodios chilenos". Tal vez lo hace el autor con exceso de imaginación si lo comparamos con lo expresado sobre el personaje, por ejemplo, por Crescente Errázuriz en "Historia de Chile: Pedro de Valdivia", pero también echa mano a maneras amenas e interesantes, agregando algo más sobre la biografía de Romero que no sea su triste muerte por confabulador y esbirro, ahorcado en la Plaza de Armas de Santiago.
Remontándonos tanto como es necesario, en abril de 1539 las insistencias de Valdivia se habían visto complacidas al recibir el título de teniente de gobernador y el permiso para iniciar la que sería su riesgosa partida hacia territorio chileno, empresa que estuvo plagada de contratiempos, situaciones inesperadas y vahos de posible fracaso, antes de concretar su llegada al valle del río Mapocho. Tras endeudarse y rodearse de hombres que no siempre se mostraron leales a él ni a sus propósitos, pudo partir desde el Cuzco en enero del año siguiente, no sin antes tener que contener y bloquear las influencias sobre Francisco Pizarro que tenía el ambicioso comerciante y cronista Pero Sancho de la Hoz (o Sánchez de la Hoz), quien había regresado desde España deseoso de tomar para sí los logros de las exploraciones que hiciera Valdivia hacia el sur.
Como se recuerda, a sus escasos hombres y muchos indígenas
yanaconas, se sumarían en el camino los restos de las expediciones a los
territorios chunchos, chiriguanos y moxos provenientes desde el Alto Perú,
actual Bolivia. Francisco de Aguirre, Jerónimo de Alderete y Rodrigo de Quiroga
se incorporan, así, durante la travesía por Atacama, algo que terminaría rescatando de la zozobra a los conquistadores.
Sin embargo, mientras la expedición cruzaba el tortuoso desierto, Sancho de la Hoz fraguaba otro golpe que podría haber cambiado el curso de la Conquista de Chile, asistido por sus no menos codiciosos socios y amigos Juan y Diego de Guzmán, primos de su esposa y se dice que con pésima fama en la ciudad de Burgos, por su vida licenciosa y dada a los escándalos. Decidido a intervenir en la cruzada de Valdivia, con los Guzmán había logrado conseguir en Lima unos pocos caballos, corazas y soldados, pero sus planes se estrellaron con las suspicacias del contador Ortum Malaver, quien intuyó y pudo confirmar que el controvertido Sancho de la Hoz estaba financieramente arruinado y cargaba con una gran cantidad de deudas, incluyendo algunas por esclavos negros fallecidos en el alzamiento del Callao, además de costas judiciales, cuentas varias pendientes de pago y gastos del letrado incumplidos. Todas las ostentaciones de riqueza y activos suyos o de los Guzmán eran sólo fanfarronadas, sin respaldo real.
El oficial de alguacil mayor de Lima, el mulato Jerónimo, fue el encargado de llevar a Sancho de la Hoz ante el alcalde Juan Tello, quien no titubeó en mandarlo a los calabozos junto a su socio Juan, enfrentándolo con los acreedores. Esta estaca quedó clavada directamente en el corazón del tozudo comerciante con aspiraciones de conquistador, enfocando todas sus envidias y rencores contra Valdivia de manera irreversible, por lo que no tardó en planear una forma de apoderarse de su proyecto aún estando tras las rejas.
Libre otra vez y decidido en darle alcance a Valdivia para matarlo, en la ciudad de Arequipa el incorregible Sancho de la Hoz compró unos puñales en complicidad con Juan, sumándose al complot Antonio de Ulloa. Estos últimos serían los encargados de atacar y asesinar al conquistador, según lo que acordaron tras reunirse en Acari, mientras que un cuarto cómplice de 25 años, Alonso de Chinchilla, se quedaría más atrás con la intención de seguir reclutando hombres para la expedición que debía continuar con el viaje de la que estaba ya en movimiento. Su suegro, el veterano capitán Antonio de Pastrana y quien también iba con Valdivia, como Diego Guzmán, muy posiblemente fue otro implicado u organizador del siniestro plan, ya que se supo después de sus intentos de sublevar a la tropa en pleno viaje, junto a Juan Ruiz Tobillo. Muchos de los involucrados ya habían estado en otras de las varias conspiraciones políticas y milicianas de esos años, de hecho.
Apurando el andar, Sancho de la Hoz y sus conspiradores comenzaron a acercarse a la caravana de Valdivia en el sector de Tarapacá, pero alcanzando al grupo en una noche recién en las inmediaciones Atacama La Chica, hoy Chiu-Chiu, en donde habían establecido campamento. Sin embargo, en aquel momento Valdivia no estaba: había salido hacia Atacama La Grande, actual San Pedro de Atacama, en donde el folclore oral aseguraría después que hizo construirse una casa de adobe que aún existe junto a la plaza principal, para hacerla su lugar de residencia allí.
¿Qué había sucedido en aquel momento,
que Valdivia decidió no permanecer en el campamento justo al momento de llegar
Sancho de la Hoz? Aunque la lógica sugiere que se trató de una feliz
coincidencia, el relato semi-novelado de Díaz Meza propone que el cazador de
palomas Juan Romero había advertido al conquistador de un inminente peligro para
su vida, agregando así una notable leyenda histórica a la misma crónica de aquellas aventuras y desventuras.
A mayor abundamiento, Romero era un muchacho muy joven y de posible origen indígena, tal vez un alférez o un criado, supersticioso y humilde. Había sido llevado desde el istmo centroamericano hasta Perú y venía ahora con la expedición a Chile. Tenía por actividad propia la cacería de pequeños animales para asegurar parte del sustento, presas cocinadas por su amiga la mulata Catalina. Sin embargo, se supone que habría gozado de una extraña e inexplicable capacidad como agorero, interpretando hechos presentes y futuros a partir de las mismas situaciones relacionadas con el sacrificio de los animalitos de caza. Estas virtudes, conocidas en el mundo clásico como hieroscopía, hieromancia, aruspicina o adivinación por las vísceras animales, habrían quedado reveladas ante Valdivia en uno de los momentos más complicados de su viaje a Chile.
Sucedió que, ya en el camino de Tarapacá a Atacama, con el capitán sumido en varias incertidumbres y angustias que ponían en peligro la odisea conquistadora, Romero se habría acercado hasta él advirtiéndole sutilmente de lo que sucedía tras haber cazado con su honda una paloma torcaza; una suerte de revelación decisiva... De acuerdo a lo que concluía el cazador al ver cómo el corazón latía de tres en tres veces al apagarse la vida del ave, según Díaz Meza, la marcha de Valdivia hacia el sur se vería favorecida inesperadamente, salvando providencialmente de una traición. Incluso llevó el corazón del ave, asegurándole del buen presagio que este representaba:
El Conquistador, supersticioso como los hombres de su época, sentía una invencible atracción hacia ese sujeto, desmedrado y contrahecho, que en ese momento se le mostraba por una faz repugnante. Luchaban en su alma los sentimientos más encontrados; ese muchacho sanguinario, que arrancaba a los pájaros las vísceras palpitantes, merecía un castigo más severo, y no imponérselo era un cargo grave para la cristiana conciencia del Jefe; mas, por otra parte, ese adolescente, que parecía un infeliz, despreciado por todos, llegaba a su lado, solícita y humildemente, para comunicarle avisos sobrenaturales de artes tenebrosas que envolvían consuelos y amenazas.
El Cuzco (Perú), en grabado de 1153, obra de Pedro de Cieza.
Cuadro del conquistador Pedro de Valdivia obsequiado por la Reina Isabel II de España a la Ilustre Municipalidad de Santiago, en 1854. Obra del artista F. L. Mandiola.
Los conquistadores García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra y Rodrigo de Quiroga, en ilustración hecha en base al grabado publicado por el cronista Alonso de Ovalle, en 1646.
Ruta e itinerario de la expedición de Valdivia y desde el Cuzco, por el actual territorio chileno. Imagen basada en la descripciónes de Thayer Ojeda y Encina-Castedo.
Persuadido de las buenas noticias y virtuales triunfos que anunciaba el muchacho, Valdivia se aferró a las esperanzas y los vería comprobados en el campamento que acababa de levantar en Tarapacá a inicios de mayo, cuando se enteró de la inminente incorporación de las mencionadas fuerzas venidas desde territorio altiplánico del Alto Perú, salvando así su expedición. Aunque daba por cumplido el presagio del chiquillo cazador de aves y pequeñas presas, este no quiso recibir un pago o premio por su acertado pronóstico.
Siempre en su particular estilo de completar creativamente las narraciones de base histórica, también dice Díaz Meza que aquel clarividente integrante de la sacrificada expedición, "un personaje que ha tomado en nuestras 'crónicas' un sitio singular" según anota, estaba por hacer otra singular advertencia para Valdivia, aún más precisa y asombrosa que la anterior:
Inés Suárez había constituido en el Argos de la persona del Capitán Valdivia cuando supo, por Pedro de Miranda, que Romero insistía en una extraña actitud, solícita y servil, alrededor del Jefe, y este no procuraba alejarlo de su lado a pesar de las muy visibles y recelosas demostraciones del cazador de comadrejas.
En verdad la conducta de Romero no merecía reproche; se limitaba, nuestro cazador, a servir, a complacer, a obsequiar humildemente al Capitán cuidado con desmedida atención hasta sus más bajo menesteres. Pero precisamente por esa abnegación insólita e incomprensible en un individuo que había llegado al campamento como criado de un pariente inmediato a Sancho de la Hoz, era que Miranda e Inés Suárez sospechaban de la buena fe del desmedrado muchacho.
El alférez Miranda creía que Romero no era más que un pilluelo esperando el momento apropiado para traicionar al capitán, por lo que sugería a doña Inés tenerlo bien vigilado y permanecer atenta a los movimientos y actitudes del joven que, según parece, despertaba intrigas en varios otros hombres. La tarea de mantenerlo bajo tales observaciones habría recaído también en el alguacil mayor, Juan Gómez de Almagro. Al notar tal acoso, sin embargo, Romero habría confesado a Inés "saber" de alguna forma que Valdivia estaba en peligro, por lo que procuraba estar cerca para protegerlo.
Ajeno aún a esas nuevas intrigas, un día de aquellos Valdivia comenzó a observar desde su caballo a Romero mientras este capturaba animalejos, según el mismo relato construido por Díaz Meza:
Varios días habían pasado sin que el Gobernador encontrara cerca de sí al muchacho y dirigiéndole la palabra. La intensa preocupación del comando y supervigilancia de la expedición, ya numerosa; la inmediata compañía de los Capitanes recién venidos; la "plática" con ellos de futuros planes y especialmente la acción decidida de Inés Suárez para vigilar los pasos que daba Juan Romero habían alejado las oportunidades de que Valdivia y el cazador se encontraran algunas veces solos como antes.
-¡Ah!... ¡Juan Romero! -gritóle el Conquistador así que le vio a la distancia-; ven y desnuda a mi buen Castaño y abrévalo que te lo agradecerán él y su dueño -dijo al mismo tiempo que se desmontaba.
Al oír la voz, Juan Romero soltó lo que tenía entre manos y corrió al lado del Capitán sin preocuparse de que tras él también avanzaba a distancia y muy disimuladamente el soldado Francisco Carretero, criado del Alguacil Mayor.
-Os habéis olvidado de mí, señor Capitán -formuló el muchacho con acento asaz quejoso que llamó la atención de Pedro de Valdivia.
-¿Qué queréis decir, Romero? -preguntó el Conquistador, dando a su voz un tono de reproche amable y protector.
-Que os habéis olvidado de mí; que os habéis olvidado de mí, mi señor Capitán, y del corazón de la paloma...
-Tate, tate, Romero, y no me recuerdes eso; llévate el Castaño y cuida de que descanse, pues aún le falta mucho que andar para dar término a esta larga jornada. Anda, Romero, y deja en paz a las palomas.
-¿Sabéis de Francisco de Aguirre?
-Sé que debe estar en Atacama la Grande.
- Hace ya mucho tiempo y desesperado está porque no sabe sabe de vos. Volveráse a las Chacras si no vais inmediatamente a él. Id pronto, señor, delante de todos; que os alcance después la tropa. Corréis peligro...
Valdivia calló.
-Ya os dije, señor Capitán -terminó Romero, alejándose-; podéis y conjuraréis ese peligro y muchos otros tal vez. Bien sabéis que el corazón de la paloma torcaz...
-¡Calla, calla! -mandó el Capitán.
-¡No os olvidaréis de mí, señor Gobernador!...
Por aquella precaución y sugerencia, entonces, Valdivia
habría dicedido dejar discretamente el vivac y partir al día siguiente hacia Atacama
La Grande, a reunirse con los capitanes y hombres que se incorporarían a su caravana. Su vida iba a ser salvada por el chiquillo, en efecto.
De ese modo, ni bien llegaron al campamento de Chiu-Chiu hacia la medianoche, Sancho de la Hoz y los complotados comenzando a invadir las tiendas buscando desesperadamente a Valdivia, sin poder dar con él. Ayudados por Diego López de Ávalos y Diego de Guzmán, sin embargo, toda la intentona acabó en un rotundo fracaso: en su nerviosismo, confundieron la carpa del capitán con la de Bartolomé Díaz y, luego de hallar la correcta, se encontraron con una iracunda Inés Suáez adentro, cuyo sueño interrumpieron de forma tan imprudente.
Con todos aquellos dislates y tropiezos, quedó expuesto el sangriento plan al ser confrontados por Luis de Toledo, quien reaccionó a tan extraño comportamiento de los hombres, seguido de don Pero Gómez de Don Benito, quien estaba a cargo del campamento durante la ausencia de tres días de Valdivia.
Interrogados y acorralados a pesar de
todo los intentos por negar sus propósitos, los sujetos del complot fueron
detenidos pero no ejecutados de inmediato: dadas las influencias que algunos de
ellos tenían en ciertas autoridades, se prefirió esperar el regreso de Valdivia para
que él decidiera sus suertes. También aparecieron involucrados en los hechos Francisco de Escobar
y Martín de Solier, este último el segundo "don" que se había integrado a la
expedición después de "don" Francisco Ponce de León. Los oportunistas hermanos
Guzmán, de hecho, habían intentado negociar con Juan Godínez, uno de los leales
a Valdivia, la posibilidad de traicionar y dar
muerte al propio Sancho de la Hoz, previendo que la mano dura se les venía encima.
Cuando llegó por fin Valdivia y fue puesto al tanto de lo sucedido, intentó mostrarse amistoso con Sancho de la Hoz y le propuso un acuerdo al que el conspirador, por no tener más posibilidades, debió acceder. Entre los detenidos había estado el propio Romero durante un día entero, por lo que Valdivia procedió a dejarlo libre. "¡Ya sabía yo que os acordarías de mí, señor Gobernado", pone Díaz Meza en boca del muchacho, al momento de reencontrarse con el agradecido Valdivia.
Quizá pensó Sancho de la Hoz que había zafado de los merecidos escarmientos. Empero, cuando la expedición fue conducida a Atacama La Grande, en agosto de 1540, el capitán lo dejó detenido con grilletes, siguiendo consejos de los demás altos personajes presentes, y también lo forzó a desahuciar su sociedad con los Guzmán. Al resto de los complotados los expulsó, obligándolos a regresar a Perú. Había perdonado a algunos como Ulloa, quien ofreció sus lealtades a Valdivia, pero la traición de Escobar resultó demasiada para sus escrúpulos y así ordenó colgarlo en la que habría sido la primera horca de la historia de Chile... Sin embargo, la cuerda se cortó justo cuando estaba siendo ejecutado y así, impresionado por lo sucedido y por la solicitud de clemencia de sus hombres, Escobar fue perdonado por el capitán, exigiéndole regresar a España, en donde acabó enclaustrándose en un convento de San Francisco.
Detalle del cuadro de Pedro Subercaseaux en exhibición en el Museo Histórico Nacional, sobre una de las primeras liturgias realizadas en el territorio chileno.
Antigua fotografía de la llamada "Casa de Pedro de Valdivia" en San Pedro de Atacama, construida y habitada supuestamente por el conquistador Valdivia, según la leyenda urbana. Fuente imagen: blog Imágenes de Chile del 1900.
Sancho de la Hoz no fue enviado al
destierro luego de sus desconsoladas súplicas, vertidas durante una reunión que el propio Romero le
consiguió con Valdivia. Sería la primera de muchas otras veces que se salvaría de penas mayores en Chile, antes de extinguir su extraña y casi envidiable buena fortuna al verse en estos casos.
Continúa Díaz Meza diciendo que, vuelta ya la aparente paz, el conquistador hizo traer a Romero por el alguacil menor y comenzó a consultarle sobre lo que se venía ahora, especialmente en relación al perdonado complotador. Ya estaba seguro de las capacidades del muchacho para prever hechos venideros:
-Romero -díjole Valdivia, llevándole a un lado-, dícenme que Sancho continúa conspirando contra mí; no lo creo por entero, pues sabe él que me debe la vida y el no ir a podrirse en las cárceles de Lima; pero mis amigos, los más leales, me lo aseguran...
Abrió la boca el muchacho, como para hablar, y Valdivia interrumpió su discurso.
-¿Decías algo? -preguntó el Capitán.
-Iba a deciros que el señor Sancho de la Hoz no conspira, señor Gobernador...
-¿Cómo lo sabéis?
-No conspira él... pero conspiran otros.
-¡Hola! ¿Y quiénes son ellos?
-No lo sé; pero una vizcacha que guié esta mañana tiritó tres veces antes de morir.
-¿Otra vez, Romero? -interrumpió el Capitán-. Cuidaos, hijo, pues a pesar de lo que os debo, os habré de castigar si persistís en los agüeros. Sabed que el Padre Rodrigo González sospechoso está de lo que hacéis y si llegara a sorprenderos os condenaría a excomunión.
Romero tembló y elevó sus ojos suplicantes, primero, y lacrimosos, después, hacia la severa mirada del Conquistador; quiso hablar, no pudo, y bajó la cabeza formulando su cara un gesto de amargura.
El desmedrado muchacho ejercía en el Capitán positiva influencia, no embargante la distancia total que entre ellos había. Era aquel un siglo en que las maquinaciones "tenebrosas" de las brujerías, prestigiadas por la terrible persecución que les hacía el Santo Oficio, presionaban aun a los espíritus más fuertes y a los caracteres más enteros. Francisco de Aguirre, la personalidad más despreocupada de todo lo que no fuera lo material, lo positivo, se inquietaba cuando oía el graznido de una lechuza y cuando en su presencia una vela "se iba"... ¡Y este hombre era el que declaraba que las excomuniones eran temibles sólo "para los hombrecillos", y no para él!
Superados los problemas de aquel tránsito y tras meses cruzando el despoblado en donde sólo encontraban pequeñas aldeas indígenas cuanto mucho, la expedición de Valdivia pudo seguir la senda hacia al sur y llegar así al exuberante valle de Copiapó, la cabecera de lo que serían sus territorios al final de aquel infierno de desiertos áridos e inclementes. 700 kilómetros de penurias y angustias llegaban a su fin en octubre de aquel año, procediendo Valdivia a la toma de posesión del Reino de Chile.
A pesar de todo, en un campo más estrictamente histórico es claro que las lealtades de Romero se volvieron bastante relativas tras las llegada a Santiago y la fundación de la ciudad hispánica en el valle, una vez que Francisco de Villagra fue reconocido como gobernador interino de Chile, en diciembre de 1947. A la sazón, Sancho de la Hoz no había dejado de conspirar en todos esos años, salvando de la muerte en todos los intentos hasta agotar irremediablemente la generosidad de su buena estrella de la suerte. Diego Barros Arana lo explica en su "Historia general de Chile", a propósito de la nueva y última conspiración que intentara Sancho de la Hoz y de las fuertes críticas que recibía entonces el mando de Valdivia:
Sin embargo, nadie se atrevía a pasar más allá de estas estériles lamentaciones. Un mancebo llamado Juan Romero, allegado de Pedro Sancho de Hoz, concibió el pensamiento de aprovechar en favor de este la excitación que reinaba en la ciudad. Sancho de Hoz había obtenido, como otros colonos, una casa o solar en Santiago y un lote de tierras en sus alrededores, y había vivido oscuramente, sin tomar parte alguna en los negocios de la administración, pero siempre quejoso de Valdivia y mecido por la ilusión de que un día u otro llegaría una cédula del Rey que lo elevaría a otro rango, tal vez al de Gobernador. Pocos meses antes, cuando Valdivia tuvo noticia del complot de Ulloa para arrebatarle el mando, ordenó que Sancho de Hoz se alejase de Santiago. En los momentos en que tenían lugar los acontecimientos que vamos contando, se hallaba confinado a algunas leguas de la ciudad. Al saber las últimas ocurrencias, Pedro Sancho, llamado por el atolondrado Romero, volvió apresuradamente a la ciudad en la mañana del 8 de diciembre.
Sin embargo, Romero no encontró ningún real interesado en el nuevo complot: por el contrario, dio aviso del mismo a demasiada gente y, así, Alonso de Córdoba y el clérigo Juan Lobo, este con reputación valerosa en las batallas contra los indios, dieron aviso a Villagra del conato que se fraguaba a sus espaldas y del que se habían enterado por el propio agorero conspirador. En pocos minutos, Sancho de la Hoz y Romero ya estaban encarcelados por el alguacil mayor Juan Gómez, en la casa del regidor Francisco de Aguirre. Una carta-manifiesto de Sancho de la Hoz, en la que pretendía exhibir sus títulos y aspiraciones ante Rodríguez de Monroy, el alcalde Rodrigo de Araya y otros consultados para una posible adhesión, terminaría siendo una de las pruebas más concluyentes e incriminantes de la torpe intentona trazada.
Por más que Sancho de la Hoz suplicó clemencia y prometió irse a vivir a alguna isla lejana, esta vez no hubo piedad ni más consideraciones hacia su persona: sin necesidad de juicio o decreto de ejecución, su cabeza rodó en la misma casa donde estaba prisionero, decapitado por un esclavo negro que tomó el rol de verdugo usando la espada del propio Gómez. Acto seguido, el pregonero paseó la noticia por la Plaza de Armas de Santiago como una advertencia definitiva a los revoltosos, y la cabeza chorreando de sangre fue mostrada a los transeúntes como la última imagen que quedó del problemático sujeto.
Romero, en cambio, no fue capaz de predecir su propio final ni tomar las precauciones correspondientes: a las pocas horas de la muerte de Sancho de la Hoz y terminados todos los interrogatorios de posibles involucrados, la lapidaria sentencia del día 9 establecía:
Por cuanto parece el dicho Juan Romero ser principal causa del alboroto, y que el dicho Romera era la principal persona que movía y advertía a la mayor parte de los españoles de esta ciudad a que fuesen en su traición y diesen favor y ayuda al dicho Pero Sancho de Hoz y les traía y mostraba escrituras y sellos para que pareciese ser una causa justa, siendo como era tan en servicio de Dios Nuestro Señor y desacato de la justicia real de S.M. y causa de tan grandes daños y muertes de hombres como de fuerza había de acaecer, estando de una parte los servidores del rey y los favorecedores de su real justicia y de la contraria a los amotinadores de tan feo caso, mando que el dicho Juan Romero muera por ello y sea sacado por las calles acostumbradas de esta ciudad con una soga a la garganta, con pregonero público que manifieste su delito, e llegados a la plaza pública de esta ciudad, sea ahorcado hasta que rinda la ánima y muerta naturalmente, porque a él sea castigo y a otros ejemplo.
Tras rendir su declaración final en la
cárcel pública y cumpliendo con la sentencia, Romero había sido sacado a "pasear" con la soga al cuello durante la
misma mañana de ese día. Terminó colgado y balanceándose en
esa misma soga ante la multitud santiaguina de la plaza mayor, mientras el pregonero leía
los cargos. Los detalles de esto están en el artículo "Los socios de Pedro
de Valdivia. Francisco Martínez y Pedro Sancho de Hoz (según documentos
enteramente inéditos) del propio Barrios Arana, publicado en la "Revista de
Santiago" de Fanor Velasco y Augusto Orrego Luco, edición 1872-1873 (tomo II). Errázuriz también aborda con ciertas minucias interesantes este episodio, en su señalada obra.
Valdivia no se enteró de las muertes de Sancho de la Hoz y Romero sino hasta su regreso a la capital, por lo que no participó de las ejecuciones. Lo confirma también Barros Arana consultando documentos que halló en el Archivo de Indias, ya que no halló antecedentes importantes del caso en las cartas del conquistador ni en las actas del Cabildo de Santiago.
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