EL TABO: ESPÍRITUS Y BRUJOS ANTE LA INMENSIDAD OCEÁNICA

Postal de El Tabo, año 1940-1950. Publicada en Biblioteca Nacional Digital.

La localidad de El Tabo y, por extensión, todo aquel tramo del litoral chileno habitado en el pasado por comunidades picunches en la Provincia de San Antonio, se presenta hasta hoy como un fascinante lugar de humedales, quebradas, bosques, cerrillos y albuferas, logrando conservar mucho de su paisaje primigenio, a pesar de todo. Su amplio campo dunar, que se extiende hasta el vecino balneario de Las Cruces, es conocido como Gota de Leche: ha sido considerado un paraíso ecológico y turístico, con más de 230 especies florales y cerca de 70 de fauna, incluyendo anfibios, reptiles, aves y mamíferos.

Las playas de El Tabo, en tanto, ya no parecen ser tan abundantes moluscos como las machas y otros parecidos, como lo eran antaño. O, al menos, no lo son como era hasta hace algunas décadas, aunque siguen apareciendo en ellas recursos como peces de orilla, de roca, las jaibas moras y las remadoras.

El Tabo está situado también en el mapa cultural del llamado Litoral de los Poetas y los Artistas, mismo en donde muchos pintores connotados de la historia nacional instalaron sus atriles dejando para las colecciones cuadros de marinas, y en donde varios escritores se inspiraron paseando por esas mismas postales naturales, durante sus tiempos de descanso allí. Tres de los más trascendentales vates nacionales tuvieron sus residencias en la zona y legaron para ella esta rotunda característica: Vicente Huidobro en Cartagena, Pablo Neruda en Isla Negra y el Nicanor Parra en Las Cruces.

Cosas curiosas están contenidas en el inventario cultural y antropológico de la provincia, sin embargo, de las que poco se habla en nuestro tiempo, extrañamente… 

Partamos recordando que, en los extremos de esas mismas costas, las formaciones de las roqueras del borde marino han sido interpretadas incluso como posibles monumentos megalíticos, hechos por supuestas culturas antediluvianas o de gigantes; civilizaciones perdidas en “la noche de los tiempos”, para usar términos ilustrativos del argot de H. P. Lovecraft. Esta neomitología ha sido observada y comentada por el escritor de temas esotéricos Sergio Fritz Roa, en el caso de rocas de El Quisco, por el lado norte; y por autores como Oscar Fonck Sieveking y Sergio Mandujano López en las abundantes formas pétreas de las Rocas de Santo Domingo, más al sur, incluidas algunas tan asombrosas como la Piedra del Sol (Intihuatana), el Ídolo, la Piedra Timbal o la Tumba del Cacique, entre otras.

Súmese a lo anterior la batería de leyendas locales que, por momentos, parecen innumerables: el pacto con el Diablo que se atribuye al poeta Huidobro, en el caserón que hoy es su museo; la “iglesia maldita” frente a Playa Chica del mismo balneario, que se resistiría a ser reconstruida en cada intento, también producto de un pretendido pacto infernal; la macabra leyenda de los niños-vampiros de la familia Kifafi, ahogados en un estero y sepultados en el cementerio de San Antonio; el memorial de los difuntos y perdidos, que se formó en la rompiente de rocas junto al paseo costanero de la misma ciudad; el supuesto tesoro pirata de la Piedra del Jote, en la ahora llamada Plaza de San Expedito; el mito de la Piedra de la Viuda, mujer convertida en roca con sus dos hijos en Llolleo; la Piedra del Trueno devorando vidas en Punta de Tralca; la intrigante gran roca con forma de sarcófago egipcio del Camino de San Juan (apropiado nombre, por cierto), que tanto llamó la atención de Fonck; la terrible fama de muerte y la abundancia de animitas que dio nombre al Paso Sepultura, llegando a la Estación Leyda del antiguo ferrocarril; y hasta la costumbrista “Fiesta del Embrujo” de cada verano, en la conocida otra Tierra de Brujos de Lo Gallardo, a orillas del Maipo.

Con sólo aquellos ejemplos se puede bosquejar un cuadro general, aunque no completo, sobre la clase de contenidos que dominan el “lado B” de la identidad de las mismas localidades, en esa ruta tan inocente y casi tiernamente motejada como el Litoral de los Poetas. El interesado puede encontrar otras historias similares en fuentes como “Leyendas de la provincia de San Antonio”, de Ascencio Ronda Gayoso.

Hallazgos arqueológicos de El Tabo y del vecino sector de El Tabito verifican una presencia humana ancestral en estas tierras de leyendas: despojos humanos, objetos líticos, piedras tacitas, restos de cerámica y, sobre todo, grandes conchales testimoniando el largo tiempo de recolección y consumo de mariscos por parte de los antiguos habitantes, principalmente relacionados con la cultura Bato. A la llegada de los españoles, la misma porción de territorio fue llamada Tierras del Chacao (es decir, Tierra de Machas) y Duca-Duca (por la doca, planta suculenta de las costas chilenas), en pleno siglo XVI según observa Luis merino Zamorano en “El Tabo, morada de espíritus”. Sin embargo, en algún momento adopta con fuerza la denominación de El Tabo, título que quedará grabado a fuego en los mapas de la costa y que se da por hecho proviene de la lengua indígena. Llega con este nombre a los registros del siglo XIX y se mantiene intacto hasta ahora.

Otra curiosidad nominal de El Tabo se relaciona con su contexto: los principales puntos geográficos en aquella costa suelen llevar nombres alusivos referentes de cada lugar, principalmente flora y fauna, siendo tal vez importantes para quienes navegaban cerca de tierra podía distinguir e identificar así el respectivo paraje. Tenemos por esto, de norte a sur, El Yeco (aves marinas), Algarrobo, El Canelo, El Quisco, Punta de Tralca (Tralka es Trueno, aludiendo al estrépito de las olas estrellándose con su punta rocosa), Isla Negra (denominación dada por pescadores a un grupo de rocas, pero que Neruda y otros residentes extendieron a todo el balneario), Las Cruces (La Cruz, en sus inicios, aunque la leyenda dice que era por cruces recordando a víctimas de naufragios), Laguna El Peral, La Chépica, Piedras Negras, Playas Blancas, Punta del Lacho (originalmente del Hacho, punto elevado de observación), Costa Azul, etc. 

En otras palabras, debió ser una presencia o distintivo importante el que llevó a originar el nombre de El Tabo para esta ubicación. Por lo tanto, se trata de algo que fue su más visible o reconocible identidad, así también como para conservar el nombre hasta nuestro tiempo.

Las teorías intentando explicar aquel nombre no dejan de ser sorprendentes y sintonizan con la gran cantidad de historias interesantes y oscuras señaladas en aquellos territorios. Una de ellas supone provendría de thavon, que se traduciría como Quebrada o Tierra de Quebradas, aludiendo a las que existen en la característica geografía del lugar. Quebradas con fábulas sobre tesoros y minas encantadas, por lo demás. Sin embargo, Francisco Solano Astaburuaga, en su “Diccionario Geográfico” de 1899, señala que thavon significaría más bien “estar quebrado”, mientras que tavolguen se puede traducir como “terreno quebrado o en que se tropieza”. Como harían también otros autores, Pedro Errázuriz Larraín (quien tenía una fuerte relación personal y emocional con la zona) adhirió a la misma explicación en “Las Cruces. Una memoria familiar”.

Pero la segunda propuesta es la más interesante y diríamos que hasta mejor conocida: El Tabo provendría en realidad de la expresión mapudungún Tafü, que se traduce como Morada de los Espíritus. Es aquí donde se nos abren las puertas más misteriosas de este asunto.

Con una mirada más actualizada para el mismo concepto en su época, fray José Félix Augusta, en su “Diccionario araucano-español y español-araucano” de 1916, señala que Tafü corresponde a “Cuevas imaginarias debajo de la tierra donde, según creencia antigua, los brujos se forman y habitan”, de la misma manera que se aplica a la definición de la palabra Renü. A su vez, Tafütife sería el “Brujo formado en el tafü o renü”, según el autor. Por su lado, el misionero alemán Ernesto Wilhelm de Moesbach traduce Tafü como Morada de Espíritus y también como Cueva Imaginaria, en su “Voz de Arauco. Explicación de los nombres indígenas de Chile”, de 1944.

Dicho de otro modo, entonces, la toponimia parece estar aludiendo al mismo mito de amplia extensión en Chile sobre las “cuevas de brujos” y los socavones de aquelarres o las salamancas, muy populares desde la centuria decimonónica. Sus ejemplos incluyen casos como las célebres cuevas de las brujas de Salamanca en la Región de Coquimbo, la Cueva del Chivato en Valparaíso, la Cueva del Brujo de Quilpué, ejemplos análogos de Longaví en la provincia de Linares, en los cerros de Chillán, en Boroa por la Región de la Araucanía y las ya antológicas cuevas de la sociedad hechicera La Mayoría o Recta Provincia en las localidades de Quicaví y Colo, en la Isla Grande de Chiloé.

Para todos los casos, y siguiendo casi al dedo historias de brujas de la Edad Media y Moderna, se trataba de los supuestos escondrijos usados por sectas de practicantes de las artes oscuras en una suerte de logias o sociedades secretas que, en este lado del mundo, fueron integradas preferentemente por indígenas y mestizos, como los llamados calcus. Unas de ellas eran para reuniones de iniciados; otras, reservadas a encuentros y ritos para la alta jerarquía, generalmente llamadas Casa Grande en tal caso.

La misma leyenda decía que tales cuevas o escondrijos solían ser custodiados por criaturas de pesadilla, como los temidos chonchones o tuetués, correspondientes a cabezas de brujos que se desprendían del cuerpo para volar con las orejas que crecían como alas; y también por culebrones, peligrosas bestias con fisonomías de grandes serpiente y muy asiduas a visitar cementerios, cuyo mito es bastante parecido al de los culebres cantábricos y los basiliscos griegos. Esta misma labor de vigilancia se encargaba en Chiloé al invunche, monstruo bruto y torpe creado por brujos a partir de un niño secuestrado, al que deformaban con una pierna sobre la espalda, la cabeza torcida y sometían con misteriosos conjuros, aunque enseñándoles también el arte de la magia y la invocación de malos espíritus.

Como era de esperar, entonces, el sector geográfico en el que se encuentra El Tabo no ha estado eximido de la misma clase de folclore oral, señalando la existencia de cuevas en cerros y rocas del borde de playa que podrían relacionarse con la actividad hechicera. Tal vez no sea coincidencia, por lo mismo, que El Tabo ostente la playa Caleuche en su sector norte, con el mismo nombre del barco fantasma de los brujos chilotes. A la vez, la propia tradición sobre la presencia de brujas volando en escobas y ejecutando sortilegios o males de ojo es parte de la iconografía y las credenciales culturales de la zona, existiendo por ello varios casos en donde el concepto ha sido tomado para el nombre dado a establecimientos comerciales o espacios recreativos disponibles al público.

Muchas de las cuevas secretas del Litoral de los Poetas son sólo mitos urbanos, sin duda, pero algunos casos son muy reales. Destaca la Cueva del Pirata que existe al pie del Mirador de Cantalao, al sur de Punta de Tralca. La creencia popular asegura que entre El Quisco y Algarrobo existieron varios escondites parecidos a los que están en Quintero y que también habrían sido usados como lugar de reuniones de los más famosos piratas y corsarios británicos y neerlandeses que golpearon la costa del Pacífico, como sir Francis Drake, Thomas Cavedish, Richard Hawkins, Oliver van Noort o Joris van Spielbergen. Aquella cueva, en particular, sería la más grande de las cercanas a El Tabo, y se creía antes que llegaba hasta la playa de Mirasol, a más de diez kilómetros al norte en línea recta.

Retrato familiar de Eusebio Fernández, en una playa en 1890. Colección del Museo Histórico Nacional, en la exposición "Las vacaciones de nuestros abuelos" de la Estación Metro Santa Lucía (2012).

Playas de El Tabo en 1945. Imagen publicada en la revista "En Viaje".

Iglesia de El Tabo, inaugurada el 1 de febrero de 1925 en reemplazado de la anterior que había construido el propio pueblo de manera provisoria. Imagen publicada en la revista "En Viaje", año 1945.

Temidos navegantes como los nombrados habrían escondido en la señalada caverna costera maravillosas fortunas de oro, joyas y gemas que, como suele suceder en todos los mitos de entierros y cofres de tesoros perdidos, estarían protegidos con maleficios e invocación de fuerzas siniestras. Esto, porque también se supone que muchos piratas eran grandes maestros de la magia negra y los pactos con el Príncipe de las Tinieblas. Tal llegó a ser la tentación de algunos invasores por allí asomados, de hecho, que su entrada debió ser taponeada con concreto y mantenida así hasta ahora por la Fundación Pablo Neruda, en cuyas manos quedó el lugar.

Se ha dicho, además, que Drake habría escondido otro tesoro en un sector interior llamado Segunda Laguna, por la Quebrada de Córdova. Se llega hasta allí pasando por entre los cerros y bosques, en donde muchos aseguraban ver seres diminutos parecidos a duendes y gnomos, especialmente los niños que por allí paseaban. Una creencia popular parecida agregaba que en el sector Cruce de Piedras de la misma quebrada, entre las rutas del Coipo Chico y el Coipo Grande, existía una mina de oro cuya ubicación era conocida sólo por un minero de Melipilla, quien solía perderse entre los cerros con una carreta una mula para volver con la carga y las alforjas llenas de valioso material, dejando la mina escondida tras rocas y vegetación en cada oportunidad. 

Sin embargo, cuando aquel minero fue desahuciado por una enfermedad, confesó a sus familiares o amigos íntimos el lugar aproximado en donde estaba el yacimiento. El problema es que todos quienes iban hasta allá siguiendo las coordenadas para hallarla, también acababan enfermado y muriendo: la mina estaba posesa por su propia maldición, o bien por protecciones diabólicas que había procurado su único explotador. A pesar de todas las advertencias, sin embargo, no faltaron los porfiados y codiciosos que, consiguiendo por sus propios medios información sobre el lugar posible o preciso de la mina, parten a tratar de robar sus riquezas y acaban corriendo similar destino.

En un plano más pedestre y profano, se sabe que la historia del Fundo El Tabo, base de la actual localidad, tiene como antecedente el amplio terreno que recibió en el siglo XVI don Alonso de Córdoba hasta el Estero el Rosario, nombre que se daba la misma Quebrada de Córdova. En ellos surgió el fundo que fue propiedad de don Antonio Jofré hasta 1776, cuando es comprado por su prima, doña Paula Baeza. Más un siglo después, aparece adquirido en subasta por el agricultor Marcos Arellano, en años de la Guerra del Pacífico.

Los primeros loteos dieron origen a la Población Marítima de la misma localidad, y el terrateniente donó para ellos el colegio, la iglesia y un retén policial. Más tarde, se integrarían el cuartel de bomberos y los servicios de salud. La actual iglesia se inaugura en el verano de 1925, reemplazando una modesta capilla anterior que habían levantado los propios residentes.

Información difundida desde el área de cultura de la Municipalidad de El Tabo señala que, al morir don Marcos, la propiedad había pasado a manos de don Armando Celis Maturana. Su hermosa casona en el fundo, de estilo neoclásico francés y hecha a inicios del siglo XX, se encuentra en avenida Centenario con calle Arturo Prat y fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1992. Como no podía ser de otra forma, dado su vetusto aspecto de mansión embrujada esta cargaría también con sus propios cuentos de fantasmas, duendes, murciélagos gigantes y otros seres de bestiarios anómalos, especialmente en la fértil imaginación niños que iban al balneario desde los tiempos de las colonias escolares veraniegas, especialmente hacia mediados del mismo siglo.

En tanto, el gran número de navíos que circulaban por enfrente de aquellas costas o echaban anclas en el puerto de San Antonio, especialmente los que iban cargados con cereales o mercaderías, significó un registro de tragedias importante en aquellas aguas. Entre otros, ingresaron al catálogo náutico de siniestros el Elisa, nave chilena salida de Constitución con una carga de trigo, zozobrada tras una ventisca cerca de Cartagena, a fines de 1830; el bergantín Mariana Collins, procedente de Liverpool, que naufragó en febrero de 1831 a medio camino de Quintay a Cartagena; el carguero alemán Herzog Johann Albrecht, estrellado contra unas rocas cerca de Algarrobo cuando era remolcado por dos chalupas en marzo de 1867, a poco de salir desde San Antonio; el navío argentino Caracoles, arrastrado por la marejada en agosto de 1874, tras zarpar cargado de cebada hacia Iquique desde San Antonio; el transporte germano Blala Valla, procedente de Hamburgo, que encalló en Punta de El Quisco en 1883; y el South Glen, nave inglesa cargada de carbón que se fue a pique cerca de Algarrobo, en febrero de 1890, entre otros.

Son aguas trágicas y cargadas de dolores, entonces. Frente a ellas, pues, el Faro de Punta Panul, inaugurado en febrero de 1924 a escasa distancia del Cementerio Parroquial de San Antonio, se yergue también como monumento a los esfuerzos de los navegantes por dominar la crueldad y la falta de misericordia de las rutas marítimas.

En tanto, a fines de julio de 1911 se había creado la subdelegación de El Tabo, perteneciente al departamento de Melipilla. Una superficie de 800 hectáreas tenía a la sazón el fundo del mismo nombre, de acuerdo al “Diccionario Geográfico de Chile” de Luis Riso Patrón, publicado en 1924. Grandes chacras con árboles frutales y eucaliptos se ofrecieron a la venta cerca de sus playas en los años treinta.

Desde 1945, comenzó a ejecutarse el proyecto de expropiaciones entre Cartagena y El Tabo para construcción del camino Variante La Diuca a La Granja Presbiteriana, en donde también se hicieron otros interesantes hallazgos arqueológicos. Además de aquella comunidad protestante de La Granja, estas medidas afectaron a otros propietarios locales como Luis Mery Rojas, Emiliano Armijo Moya y la sucesión familiar de don Onofre Salinas.

Como se advierte, entonces, iban a quedando atrás el aislamiento y el aire aldeano del otrora reducto de brujos y almas descarnadas, como consecuencia del progreso. Además, otros grandes avances en infraestructura para El Tabo llegan en el mismo período, coincidente con el arribo de los servicios de buses que unían San Antonio, Santiago y Casablanca.

Nuevos vestigios arqueológicos y hasta enterramientos completos son encontrados durante trabajos viales de los cincuenta, como un cementerio indígena en el sector actualmente llamado Carabineros de El Tabo, también en la avenida Centenario. ¿Tendrá que ver este antecedente necrológico de la localidad con su fama de lugar para brujo y nigromantes? Es del todo seguro que entidades como el Departamento de Cultura de El Tabo y el Museo de Ciencias Naturales y Arqueología de San Antonio deben contar con más información sobre estos y otros hallazgos de inmenso valor patrimonial en la zona.

El Tabo ya era un lugar de vacaciones con cierta notoriedad por aquel entonces, pues, además de las colonias estudiantiles de verano, algunas copetudas familias lo visitaban y hasta construyeron sus casas de descanso allí, avisándose de su estadía allá incluso en las páginas de crónica social de algunos periódicos. Entre otros, llegaría a vivir el connotado filósofo nacional José Echeverría, don Pepe, quien era visitado en su casa por el poeta Eduardo Anguita. Una fotografía de 1946, alguna vez publicada en “El Mercurio”, muestra al entonces joven Pepe sentado allá en una mesa con una botella de vino encima y un cigarrillo en la mano. Como claro recuerdo de sus viajes por el Oriente Índico, además, decían que Neruda llegaba paseando desde Isla Negra hasta las playas de El Tabo y vestido a la usanza hindú, algo que debió ser bastante extravagante en su tiempo.

Otra gran venta de céntricos loteos comienza en el lugar hacia 1952, por parte de firmas como el Banco Sud Americano. Algunos de estos se ubicaban en la misma terraza y estaban dotados de agua potable y luz eléctrica, motivando la llegada de nuevos elementos para aumentar la población. Pero esto iría desplazando o dejando en minoría a los habitantes antiguos, mejores conocedores de todas aquellas historias sombrías sobre la localidad y su sabrosa mitología.

Sin embargo, tuvieron que pasar casi cincuenta años para que la subdelegación de El Tabo fuera reconocida como comuna a partir del 7 de marzo de 1960. Entró administrativamente en funciones en el primer día del año 1961.

El rol del balneario como lugar de vacaciones y celebraciones veraniegas no se vería mayormente afectado por el triste fin del romántico servicio de ferrocarriles a la costa que salía desde Santiago. Sí influyó, en cambio, un factor intestino: el propio crecimiento del otrora sencillo y misterioso caserío, ahora cambiando notoriamente su faz por las expuestas razones y llegando a enfrentar así a la modernidad. El interés de la juventud santiaguina por acudir a El Tabo en la temporada estival tocará su zenit en los años ochenta y noventa: conocidos fueron en el ambiente de grupos contraculturales y la música rock, por ejemplo, los “carretes” que se realizaban en el mismo balneario.

Empero, no todo sería cambio de daría en una forma bonachona o digna de aplaudir: en el año 2001 fue destruido uno de los principales conchales arqueológicos, en el sector de San Carlos Alto, por acción de una empresa particular en posible complicidad de autoridades, según reclamaban los residentes. El escándalo dio origen a una investigación y el caso fue a parar hasta los tribunales.

La fama local de El Tabo como lugar de hechiceros, nigromantes y encantamientos ha resistido todo lo bueno y lo malo de las avalanchas del progreso. El aura de rituales que aún se realizan a veces en sus playas y bosques interiores paseó entre el secreto a voces y el tabú en las conversaciones con vecinos más conservadores, temerosos de esta clase de temas. Y, aunque muchos pensaban que podía tratarse sólo de exageraciones o simples travesuras, la aparición rústicos altares en el sector de las arenas playeras, con aves degolladas, velas y ornamentación que se ha estimado coincidente con rituales ocultistas y de magia negra, dejaron al descubierto que el asunto parece ser bastante real, especialmente durante el verano de 2016 en la Playa Las Gaviotas. Esta denuncia motivó un reportaje televisivo de CHV Noticias, transmitido hacia mediados de marzo.

Muchos de aquellos escenarios sangrientos de sacrificios de gallinas en las playas de seguro no han sido más que de ritos de santería popular, quimbanda, espiritismo umbanda o distorsiones del culto a la llamada diosa del mar Yameyá (cuyos altares van llegando a Iquique, ya), importados por algunos inmigrantes de tierras amazónicas y caribeñas… Sin embargo, los espíritus ancestrales de El Tabo, acaso sus antiguos calcus locales, no deben estar del todo contentos, ni durmiendo un sueño perpetuo, si es que pueden presenciar desde su arcano sitio perdido entre éteres todos aquellos cambios para mal que se han sentido en la zona, como la mencionada destrucción de sus conchales y la apertura de sus sepulturas.

No vaya a ser, entonces, que las ánimas del pasado y de los profanados en sus camposantos atávicos… Olvídenlo: tal vez sea mejor dejarlos en paz hasta en nuestros pensamientos.

Por ahora, la identidad de la provincia sigue anclada principalmente en el concepto más turístico y conocido del romantizado Litoral de los Poetas. Mas, las leyendas de todas aquellas costas, con sus brujos en escondites inexpugnables e invisibles espíritus errantes, de todos modos corren enérgicas por un hilo paralelo del mismo imaginario de la Provincia de San Antonio, a la par de sus atracciones oficiales, ofertas culinarias, tradicionales caletas de pescadores y modus vivendi típicamente portuario.

Aquellos espectros, quizá, sólo aguardan el momento en que les toque reclamar de vuelta su corona a los vivos y clavar su bandera de reconquista en la mismísima localidad de El Tabo, la restaurada capital del lóbrego pero cautivante reino de los calcus.

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