SÍNTESIS HISTÓRICA DE LA BRUJERÍA HASTA SU LLEGADA A CHILE, SEGÚN MANUEL G. BALBONTÍN

¿Crees en brujos, Garay?
- ¡No!, patrón, porque es pecado,
pero de haberlos los hay.

Con las líneas anteriores de un diálogo imaginario convertidas ya en aforismo popular de Chile, el investigador histórico y cronista Manuel G. Balbontín da inicio a su curiosa obra titulada "Brujos y hechicerías", que se publicará por Ediciones Arco en septiembre de 1965. La imprenta del libro fue la de Ricardo Neupert, en Santiago. La portada, en tanto, fue elaborada por el ilustrador Antonio Márquez: muestra a una sensual mujer casi desnuda y con un gato a sus pies, con una vela encendida a un lado, mirando su propia imagen convertida en un esqueleto fantasmal en un espejo antiguo. La escena parece estar evocando a la leyenda de los ritos para hacer visible al temible espectro de María Sangrienta (Bloody Mary) o abrir una ventana al mismísimo Diablo, algo que en Chile solía practicarse para la Noche de San Juan.

Es preciso señalar que Balbontín se inició en la literatura en 1963, publicando sus tres primeros trabajos de corte histórico y centrados principalmente en los orígenes de la República: "Epopeya de los Húsares", "Manuel Rodríguez en Yerbas Buenas y otros documentos desconocidos" y "Constanza Nordenflicht en la vida de Diego Portales". Confirmados con ellos sus dotes de buen investigador y la aceptación de la crítica, durante el año siguiente verá la luz "Rancagua", seguido de "5 mujeres en la vida de O'Higgins" que publicará en colaboración con Gustavo Opazo Maturana. Viene después "Amores, mujeres y... veneno", mientras que con Javier Rodríguez Lefebre publica "El cuento femenino chileno".

A continuación, entonces, el autor se arroja a la publicación de "Brujos y hechicerías", un libro que, en cerca de 100 páginas, acerca hasta Chile la historia de la brujería universal y las prácticas mágicas con casos concretos y documentados. Era un tema que lo apasionaba bastante pero que había mantenido un tanto contenido hasta entonces. Valiéndose de una amplia bibliografía, echa mano allí a fuentes tales como las Actas de Cabildo de Santiago de 1541-1557 publicadas en la Colección de Historiadores de Chile y a "La Inquisición en Chile" con los procesos llevados adelante contra María de Encio, Francisca de Escobedo, Juana Soto y otros personajes.

Entre varios otros trabajos que sirvieron de fuente a "Brujos y hechicerías", Balbontín también consulta "La primitiva Inquisición Americana" y la "Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Chile", ambos de José Toribio Medina. Esto significa que no habrá grandes revelaciones en su libro sobre tales materias, entonces, pero su planteamiento literario resulta muy ilustrador y ameno, pese a todas las observaciones que puedan formularse al mismo desde nuestra época y los actuales conocimientos que hay al respecto. Algunas ingenuas imágenes de apoyo salidas de la pluma del ilustrador Márquez hacen más ameno el paso de cada capítulo al siguiente, además.

Como preámbulo y para nuestro principal interés acá, Balbontín comienza repasando los orígenes de la brujería en el mundo aunque advirtiendo con cita del sabio eclesiástico español Juan Antonio Llorente que no se puede dar con una raíz exacta y precisa: "La secta de los adoradores del demonio es tan antigua como la opinión de los filósofos". Haciendo mixtura con prácticas herejes, esotéricas, paganas y hasta sexuales, sin embargo, se visualizan casos en la Edad Media, si bien el autor relaciona esto con la famosa y tan exagerada leyenda negra del mismo período, así como a las interpretaciones políticas más dramáticas sobre el feudalismo y la explotación de los siervos.

Resumiendo, el aislamiento de la gente pobre del Medioevo entre los bosques, la meditación de sus angustias, la falta de cultura de una sociedad supersticiosa y los miedos provocados por las constantes calamidades, plagas o enfermedades (lepra, pestes, úlceras cutáneas, etc.) favorecieron por entonces el surgimiento de sectas y grupos practicantes de la magia buscando alivio, especialmente en el siglo XIII. Ya en el siglo XV existirá también la extraña y tragicómica epidemia del Baile de San Vito, que se ha interpretado como ataques epilépticos o, más modernamente, como una coreomanía colectiva.

El brujo se erige así como una opción de contrarrestar los muchos males y temores en los grupos humanos de aquellos tiempos, pero también se representa como un terror constante para las mismas poblaciones que creían en sus poderes y capacidades de sometimiento, especialmente en caso de ser desafiado o con sus talentos sobrenaturales puestos en duda. Su ejercicio de la medicina primitiva a partir de plantas europeas llamadas consolantes y la preparación de brebajes con propiedades tóxicas, alucinógenas o somníferas controladas por la cantidad y proporciones, las antológicas pócimas de los cuentos y relatos, le confieren así al sujeto rasgos de maestro y mago ante el resto.

El aura de mito y temor siempre rondaba a tales personalidades. De las bebidas abortivas que daban los magos hechiceros a las siervas que no querían tener hijos condenados a su misma miseria, por ejemplo, surgirá la creencia de que las brujas "comen niños", acrecentando así su oscura popularidad. De hecho, el obispo Jean de Salisbury había denunciado ya en el siglo XII que las brujas se reunían los sábados para ejecutar matanzas de infantes. Se vuelven así confiables consultores, guías y asesores en la toma de decisiones, además de protectores, pero a los que jamás se debía traicionar o dar la espalda, cual si fuese un jefe de la mafia. Hasta ciudades ibéricas tomo Toledo "no iba nunca el moro, ni el judío sin la bruja o hechicera", anotaría después el cronista francés Juan Michelet.

Uno de los temas más polémicos de la época medieval asociadas a las prácticas brujeriles eran las misas negras, provenientes en realidad de antiguas tradiciones paganas,  pero que fueron trastocadas con el tiempo y fusionadas con otras manifestaciones rituales. Estas misas, interpretadas muchas veces como parodias siniestras de la misma liturgia entre los cristianos, solían celebrarse en la noche del sábado y entre los bosques solitarios, encendiendo dos fogatas resinosas y con todos sus concurrentes sumidos en trances inducidos por sustancias. El día escogido para tales encuentros puede ser un adopción deformada del sabbath judío, siendo llamadas también asambleas sabáticas o sábados negros. "Acude en un principio sólo el siervo, pero después se  can incorporando otras clases sociales", asegura Balbontín.

Cabe indicar que el rol de la bruja en la creencia popular sobre dichos rituales y otros parecidos semeja mucho, además, a las lamias griegas y romanas, figura mitológica de mujeres que devoraban niños y hasta podían chuparles la sangre, por lo que se ofrecen como antecedentes del vampirismo. También estaba la creencia de que mujeres seducidas por encantamientos del siglo X eran llevadas por caballos mágicos de Diana hasta sus lejanas tierras, para honrar a la diosa. Un antiguo manuscrito francés del siglo XIV de la Iglesia de Coserans señala, además, que muchas muchas féminas de la época tenían fama de desaparecerse algunas noches para ir a celebrar correrías desenfrenadas y ocultas llamadas Fiestas de Bensocia, Noctículas, Herodias o Fiestas de Luna, derivadas también del antiguo culto a Diana.

Aquellas intrigantes y desenfadadas hembras no eran otra cosa que brujas, en muchos sentidos, llegando a ser peligrosas por las entidades que podían convocar, según la misma creencia. Existen algunos templos con representaciones de estas mujeres-diablos, como la que está en la antigua catedral de Montmorillon: se trata de una figura desnuda y de rasgos chocantes, acompañada por dos serpientes. Lo cierto es, sin embargo, que  lejos de la monstruosidad de las representaciones la mujer tenía un rol especial en la ceremonia de la magia negra, principalmente como sacerdotisa o hechicera, canalizadora del objetivo de "redimir a Eva" en tales encuentros.

De acuerdo a la descripción del ritual formulada por el autor, entonces, la hechicera o conductora de la misa negra primitiva solía ubicarse entre las dos hogueras con una especie de báculo negro forrado en piel peluda, con cuernos y atributos masculinos. Se acompañaba de un macho cabrío también de pelo negro, llamado el Cabrón Negro, al que los presentes -hombres y mujeres en parejas como estricta exigencia- debían dar un beso feudal debajo de la cola. Balbontín, pues, parece estar relacionando este acto ritual con el otrora reprochado osculum sub cauda u osculum infame de los herejes y que, entre otros cargos, pesó sobre la Orden del Temple antes de ser llevados a la hoguera los integrantes de la última generación de caballeros cruzados.

Agrega el autor que, cumplido aquel protocolo del inmundo beso, los concurrentes iniciaban una rogativa que decía: "Señor, líbranos del Violento y del Pérfido", para referirse al señor feudal y al sacerdote, respectivamente. A continuación, en medio de la "espesa cortina de resinas humeantes", bebían una pócima alucinógena y afrodisíaca hecha con belladona, asquich u opio. La orgía concluiría con la Rueda de Sábado, una danza de giros espalda con espalda "donde todos se transforman misteriosamente y la vieja es joven y la fea es bella", conocida como el "milagro de Satanás". Claramente, entonces, hay una carga de elementos paganos y esotéricos dominantes en dichas rutinas, pero que la interpretación de la Iglesia y los cambios de comprensión general fueron relacionando después con cultos satánicos, especialmente en la cultura popular y sus soportes (arte, literatura, teatro, cine, etc).

Las dos formas más populares de misas negras y los aquelarres o reuniones secretas de brujas en la Europa medieval serían, según el investigador, la llamada Misa del Diablo, en la que los asistentes "comulgaban" con una hostia negra puesta bajo su lengua, y la Noche de Santa Walpurgis, celebrada entre el final de abril y el inicio de mayo supuestamente para recordar la canonización de Santa Walpurga, una abadesa anglosajona y misionera en la Alemania del siglo VIII, pero que por alguna razón quedó asociada a las tradiciones populares de brujos. La Noche de Walpurgis se ubica en el calendario justo seis meses después del Día de Todos los Santos (1 de noviembre), además, y aparece mencionada varias veces por Goethe en "Fausto", de boca del mismo Mefistófeles, siendo celebrada especialmente en las montañas de Brocken, en Alemania.

Una misa negra, en uno de los dibujos del ilustrador Márquez incluidos en el libro de Balbontín.

Retrato fotográfico del investigador histórico Manuel G. Balbontín en "Brujos y hechicerías".

Los aquelarres llegaron así a España, quedando plasmados en las famosas representaciones del pintor Francisco de Goya y que son parte de la iconografía mundial de este tema. Siendo básicamente la misma brujería que se decía practicada en Francia, Inglaterra y Alemania, en 1250 Alfonso X El Sabio dispuso en sus Siete Partidas una "excusa" para los hechiceros que practican ritos "con buena fe", fundamentalmente para mejorar las frutos de la tierra.

El empleo de machos cabríos, pócimas mágicas y muñecos de cera o trapo para maleficios también se asentó en la Península. 37 brujos fueron quemados en Calahorra por estas prácticas en 1507; dos décadas después, una secta realizadora de misas negras con besos feudales incluidos es desbaratada en Navarra. Alarmado por la situación, Carlos V tomó medidas en 1527 ordenando reforzar los esfuerzos de cristianización en Vizcaya, precisamente para impedir la proliferación de tales sectas. Recién en el siglo XVII comenzaron a extinguirse como consecuencia de las persecuciones y amenazas, aunque los aquelarres empezarían a ser reemplazados por nuevas formas de misas negras y los llamados Convites Satánicos.

Balbontín pone en la misma categoría de prácticas a la que pertenecen la misa negra y el aquelarre europeos algunos ceremoniales africanos y el vudú con sacrificios humanos, principalmente de niñas de poca edad que eran apodadas por los iniciados en la secta como la "cabra sin cuernos". Esta última era asesinada en un altar durante el rito de la Danza de la Luna, realizado junto a una hoguera y tras haber sido narcotizada la víctima. La ceremonia incluía la "danza de las serpientes", con ofidios llevados por los propios concurrentes en canastos y soltados en la pista, en medio del trance general.

Para la ritualidad vudú y prácticas afros especialmente realizadas en la Costa de Oro, además, el número diez resultaba ser funesto y temido, debiendo ser evitado de contar o mencionar. Más lo era el cuatro, sin embargo: el número 444 era la cifra que identifica al demonio mismo, según se asegura. No obstante, lo que más se resalta de este culto vudú es el uso de muñecos, fetiches o efigies usadas para maleficios contra el representado basadas en primitivas creencias, sin embargo, clavándole alfileres o clavos. En la cultura popular, de hecho, es su principal característica o sello distintivo.

El autor hace un repaso también por la Inquisición Española, aunque con algunos tintes de la misma leyenda negra que ha condicionado este relato en particular. Toma la precaución de advertir que los peores quemadores de brujas de los siglos XVI y XVII habrían sido los ingleses, sin embargo, calculándose en unas 500 ejecutadas anuales durante el reinado de Jacobo I, de acuerdo a su "Daemonologie" de 1597. "De estos procesos vemos claramente que este fenómeno tiene un carácter colectivo, una neurosis de grupo que contagia y convierte en fanáticos", anota. Por orgullo o fanatismo, además, muchos acusados de brujería se negaban a abjurar y preferían morir quemados antes que doblegarse, lo que abonaba a la mitología en torno a estos temas y las hipérboles históricas que aún persisten al respecto.

De acuerdo a su descripción, entonces, el inquisidor nunca creía en la confesión de quien era acusado de brujo: para él, este siempre miente, motivando  así los tormentos y la condena a la hoguera. Además, para evitar que los jueces del Tribunal de la Inquisición cometieran faltas o imprecisiones en el proceso, se imprimen también manuales de procedimiento, algunos francamente perversos como el infame "Malleus Malleficarum" ("Martillo de las Brujas"), originalmente publicado por los frailes dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger en Estrasburgo, en 1487. El descrédito de este libro, sin embargo, ha hecho olvidar algunos puntos de valor en su contenido, como que aparezcan en él descripciones de exorcismos en la tradicional forma que ha sobrevivido hasta nuestra época: con uso de velas y agua bendita por parte de un sacerdote con estola. Las primeras alusiones a ritos que se identificarán como exorcismos habían sido de Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, dicho sea de paso.

Los señalados manuales solían ser impresos disimuladamente en octava mayor e incluían prácticas de tortura, exculpando al inquisidor de las consecuencias sobre la vida del acusado durante las cazas de brujas y los correspondientes tormentos. Balbotín asegura, sin embargo, que muchos magistrados del tribunal practicaban secretamente también disciplinas también prohibidas en ellos, como la astrología, magia o quiromancia, algo que en ciertas ocasiones saltó a la palestra. Recuerda, además, un caso en el que un zapatero fue acusado de agresiones a tres mujeres y llevado por ellas al tribunal, imputado de practicar la brujería. Astutamente, sin embargo, el sujeto respondió diciendo que él recordaba sólo haber golpeado con un palo a tres gatos que lo atacaron, con lo que las mujeres acusadoras quedaron inmediatamente bajo sospechas de ser ellas las verdaderas brujas.

A la sazón, España ya estaba importando al Nuevo Mundo aquellas nociones, temores y prácticas de la brujería en sus variadas formas y estilos. Con la fe católica, entonces, llegó también el aquelarre y logró cierto grado de aceptación popular, lejos de la capacidad de las autoridades para esculcar los espacios más íntimos. A pesar de esto, algunas líneas de tradición han preferido creer que la hechicería colonial sólo tuvo por vertiente principal a las prácticas indígenas ancestrales, en combinación con los conocimientos traídos por los castellanos. "Existen los mismos nefros ritos -escribe Balbontín, sin embargo-, sólo con muy pequeñas diferencias, debidas al capricho de quien las introdujo o a la degeneración que se produce en las costumbres cuando pasan de un pueblo a otro". Miguel de Cervantes Saavedra había descrito ya algunas de estas brujerías en "Coloquio de los perros", además.

El hecho, entonces, es que las comunidades nativas americanas sólo adoptaron muchas de las formas europeas de la brujería que ya eran conocidas en España y sus tribunales cristianos desde antes del descubrimiento de América, fundiéndolas con algunas de las suyas provenientes también desde el pensamiento mágico. La mixtura se hizo entre aquellas formas importadas y otros elementos locales como fueron los hechiceros calcus indígenas, por ejemplo, con sus propias bebidas y pócimas disponibles.

Cabe indicar que, a pesar de todo, las cazas de brujas fueron prácticamente irrelevantes en la América Hispánica y particularmente en la jurisdicción del Virreinato del Perú, mismo al que se subordinó por largo tiempo la Capitanía de Chile. La Iglesia Católica las había abolido con la bula "Pro Formandis" de 1657, además, durante el papado de Alejando VI. Empero, el tema continuó causando interés o reproche eclesiástico y así lo encontramos abordado en el "Itinerario de los Párrocos" del obispo de Quito fray Alonso de la Peña, en 1776. Dice allí que la etimología del aquelarre deriva de aquer, que en vasco significa cabrón, y larre, que traduce como prado, agregando que las artes mágicas podían realizar dos tipos de hechizos: "los que ofenden a los hombres, y los amatorios, que son los que incitan y mueven a los hombres al amor torpe". Empero, también informa que algunos hechizos son capaces de modificar el clima y causar daños a estructuras, como los mencionados por Cervantes. Advierte que se debe "tener mucho cuidado con los verdaderos hechiceros para sacarles sus instrumentos, pedazos de soga de ahorcados, sus muelas, dientes, hierbas, etc., coca, muñecas y las estatuas de ceras atravesadas con alfileres".

Chile no fue la excepción dentro de las colonias americanas y, así, llegó al país una buena cantidad de formas y recetas usadas por la brujería, desatando los primeros procesos judiciales al respecto en el siglo XVIII. La apertura a esta clase de rituales y ceremonias fue tal que incluyó también los mencionados elementos de origen africano y vudú, como el empleo de muñecos y fetiches para causar mal a distancia, una de las formas de maleficios más rústicas y antiguas del mundo ya que está remontada incluso a las prehistóricas pinturas rupestres de animales atravesados por lanzas o siendo cazados por los mismos pintores que irían a darles capturas. Peña mencionó estos mismos recursos como usados por los brujos de su "Itinerario de los Párrocos", según vimos recién. Incluso la Inquisición Española adoptó usanzas tales como la de que "quemar en efigie" a algunos condenados por crímenes de fe, cuando no fuera posible encontrarlos vivos o a sus huesos para ser calcinados en el fuego. Esto propagó más aún las creencias siniestras sobre la cantidad desbordada pero muchas veces irreal sobre ejecutados en las hogueras, por cierto.

Balbontín asegura que aquella tradición de los muñecos para maldiciones y daños provocados a distancia se mantuvo en Chile desde aquellos mismos años coloniales, persistiendo en su esencia con otras tradiciones menos sombrías. Pone de ejemplo el caso de la "quema" de Judas Iscariote en períodos como el de Semana Santa, e incluso en reuniones o mitines políticos en donde la autoridad aborrecida acaba siendo quemada en una representación de sí. Agregaríamos de nuestra parte la fiebre de destrucción de estatuas o de nombres de calles que molestan a algunos discursos y relatos, también en el ámbito de las ponzoñas políticas, vudú anticonmemorativo muy de moda a partir de algunos años hasta la fecha.

Del mismo modo, llegaron a circular discretamente en Chile libros coloniales sobre quiromancia, cábala, astrología y otras disciplinas consideradas oscuras o abominables, la mayoría de ellos manuscritos dirigidos a gente más letrada, por lo tanto de clases alfabetizadas. La posesión de estos trabajos era castigada y los mismos eran destruidos, por lo que se procuraba que corrieran de mano en mano lejos de las miradas intrusas. Muchos de ellos pudieron provenir desde el territorio peruano, pues Lima era un gran centro de tales prácticas. Incluso el navegante Pedro Sarmiento de Gamboa, futuro gobernador y capitán general de las Tierras del Estrecho de Magallanes, guardaba algunos documentos de esa naturaleza, gozando hacia 1564 de la fama de ser un "gran astrólogo" y de hacer sortijas mágicas, tintas para redactar cartas de amor y elaborar conjuros cabalísticos, logrando gran prestigio e influencias en la capital virreinal.

Uno de los manuscritos oscuros que identificó Balbontín en el Chile colonial y que se encuentra en las bóvedas del Archivo Nacional es el "Libro de Quiromancia", que parece haber sido escrito en el siglo XVIII. Consta de tres dibujos con las representaciones de las líneas de la mano y sus medidas, más nueve capítulos y un estudio adicional titulado "Fidelidad e Infidelidad", además de describir una suerte de oráculo llamado "Tratado de la Rueda de Pitágoras" y un anexo con la "Pitagórica Astrología de Valverde de Cuesio".

En la misma institución está también el trabajo titulado "Cuaderno Curioso de Diferentes Secretos", que por sus caracteres y caligrafía se presume hecho a fines del señalado siglo. "Todo lo escrito lo tengo puramente por mera curiosidad, trascender a más, así lo creo", anotó el copista preventivamente en el manuscrito que aborda temas de litomancia, conjuros y algo de astrología. Señala, por ejemplo, que esculpir una liebre en piedra sirve para "sanar a los frenéticos y resistir las tentaciones del diablo", a diferencia de esculpir un buitre en crisolete, que es para invocar demonios. Entre otras recetas, asegura también que el sortilegio "Erga, terga, sacra y nerga" inscrito en un anillo sirven para paralizar a un enemigo, y que la leche materna tomada de una madre o hija ambas criando un varón sirve para hacer tinta simpática mezclándola con tinta corriente: todo lo que se pida escribiéndolo con ella será concedido.

Otras recomendaciones del "Cuaderno Curioso de Diferentes Secretos" recuperadas por la observación de Balbontín tienen que ver con el parto: la mujer embarazada que no puede parir debe beber un vaso de orina del padre de la criatura y así dará a luz de inmediato. También señala que, haciendo una fórmula mágica con hiel de gato negro más la enjundia bien derretida de una gallina blanca, ambos ingredientes en partes iguales, si esta se unta en los párpados aquellos ojos serán capaces de ver a las mujeres "en cuero" (desnudas).

"Brujos y hechiceros" continua su exposición con varios casos históricos chilenos de la Colonia, como los gestores de la tradición de los hechiceros chilotes de la Recta Provincia y las salamancas de aquelarres criollos, pero ellos pertenecen ya a ejemplos concretos y particulares sobre la práctica de la brujería en el país que trataremos de ir abordando acá también, con futuros artículos. Queda cubierto, entonces, todo lo correspondiente al exordio sintetizando las raíces de la brujería y su arribo a Chile por la vía cultural hispánica, de acuerdo a la descripción ofrecida por Manuel G. Balbontín en el libro de marras.

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