LA CUEVA DEL CHIVATO: ENTRE IMBUNCHES, BRUJOS PORTEÑOS Y "EL MERCURIO"

La Cueva del Chivato fue una de las leyendas más populares del viejo Valparaíso, remontada al siglo XVII (o antes) y geográficamente ubicada en el inicio de la avenida Esmeralda. Se trataba de una especie de gruta o caverna con entrada larga entre las roqueras situadas en la línea al pie de los cerros Concepción y Alegre. La tradición las suponían excavadas por mineros de tiempos coloniales buscando minerales preciosos, aunque pudiera tratarse más bien de formaciones naturales o provocadas por erosión marina. La misma leyenda decía que la cueva fue utilizada para reuniones secretas o aquelarres de brujos, el mismo cargo que pesa para las otras cuevas de localidades como Salamanca en la Provincia de Choapa o Quicaví en la Isla Grande de Chiloé.

Como muchas otras cosas curiosas presentes en el puerto, la cueva y sus roquedales fueron asociados a la obra del demonio y a animales mitológicos viviendo en ella, mitos que se creyeron avalados por muchos hechos trágicos y aterradores supuestamente sucedidos en el mismo sector de la ciudad. También se decía que, como en el caso de otras cavernas costeras en el país en el mismo litoral central, esta era empleada por piratas y contrabandistas para ocultar doblones, mercancías y baúles con riquezas mal habidas. ¿Serían sus historias diabólicas, en tal caso, sólo un chisme fabricado intencionalmente para alejar a los curiosos y los ladrones, como en la leyenda del famoso Casillero del Diablo de los vinos Concha y Toro?

En su obra "Valparaíso. El mito y sus leyendas", algo nos dice al respecto el escritor porteño Víctor Rojas Farías, refiriéndose al contexto de tiempo en que surgen aquellos relatos:

Los indígenas, que están siendo cristianizados, han confesado que esa cueva es temida desde mucho antes. Y los cristianos advierten que a su alrededor no aparecen sobrevivientes de los naufragios, ni se acumulan -cuando está la marea baja- los cadáveres de lobos marinos, aves y peces extraños que siempre están llegando a las orillas; porque la bahía hierve de vida y -donde hay vida- hay muerte. Mucha muerte...

El príncipe de los infiernos asumía en aquel lugar la forma de un siniestro chivato en las noches, o bien de un ser humanoide con rasgos de chivo tipo fauno o Krampus, causando pánico en la población. La gente se paralizaba si tenía la desgracia de encontrarse con él, quedando a su completa merced, siendo arrastrados por la entidad hasta las oscuridades de su guarida. Aquellos que tenían más suerte sólo podían atinar a saltar a las marejadas para escapar del monstruo, muriendo ahogados o destrozados contra las rocas. Muchos se exponían a tal peligro, sin embargo, pues se prefería subir por el cerro Concepción para ir o volver por las quebradas de El Almendral (hoy Urriola) y de Elías o Tubildad (hoy Almirante Montt). El camino hacia el puerto Almendral era, pues, un paso lóbrego y riesgoso, con muy pocas residencias para aportar luz o pedir auxilio.

Antes de la urbanización del límite de costa, además, las rocas en donde estaba la boca a la galería se extendía como una lengua hasta las rompientes de las olas, punto que se considerada muy peligroso por lo que pudo haber accidentes, naufragios y muertes que quedaron asociadas a la presunta existencia del malévolo chivato. Tal grupo de rocas echó a pique a tantas carabelas de la época que los marinos lo llamaron el Cabo de Hornos, evocando al temido y despiadado paso en el extremo sur del país. En algunos planos antiguos aparecen como la punta de San Juan de Dios, por la congregación que existió cerca. Esto, sumado a la fama de que la cueva había sido un sitio de encuentros entre hechiceros, inspiró con los años el surgimiento de nuevas y cada vez más fantásticas historias involucrando al lugar.

Agrega Rojas Farías que aquellos marinos del pasado veían en el cerro a algunos animales andando libres, pero lo que más les llamaba la atención era un chivo o chivato que entraba y salía de la caverna más abajo. Comenzaron así los cuentos y especulaciones sobre qué hacía allí esa criatura, qué comía y por qué tenía a la cueva por casa. Vinieron, de este modo, las asociaciones con el demonio, con el macho cabrío de las brujas, con hacer guardia a la caverna que llevaría hasta los mismos fuegos del infierno, los cargos por devorar seres humanos en cuerpo y alma, las historias de imbunches o seres deformes al servicio de los brujos, visitando al animal durante las noches, etc. Este sería el origen del mito y el folclore sobre la Cueva del Chivato, entonces.

Cuando la vía Esmeralda era llamada aún calle del Cabo, la cueva podía verse casi en la vera de este camino que desembocaba sobre la entonces llamada Plaza del Orden, actual Plaza Aníbal Pinto, a cuadra y media del supuesto escondite del chivato. Aún no había muchas residencias en la zona durante el siglo XVIII, y lo corriente era que circularan por allí sólo carretas y jinetes. Fue tal la popularidad de la leyenda que incluso el cerro Concepción que se yergue atrás de la cueva fue llamado desde el siglo anterior como Cerro del Chivato, algo que también se señala en la obra de Piero Castagneto y Patricio González titulada "Cerro Alegre. Crónica de los cerros Alegre y Concepción de Valparaíso". Una confirmación de esto está en las órdenes del gobernador don Juan Enríquez en 1673, destinadas a construir el fuerte colonial que le dio el nombre al Concepción, precisamente, en donde aparece mencionado como el Cerro del Chivato.

José Victorino Lastarria dejó información interesante sobre la voluminosa leyenda su libro "Don Guillermo. Historia contemporánea" (1860), en el que algunos estudiosos de las letras han querido ver un primer trabajo literario con temática de terror en Chile, aunque lo cierto es que mucha de la fantasía que allí describe corresponde en realidad a alegorías políticas en contenido de sátira. Uno de los relatos del libro lleva por título "La Cueva del Chibato" (sic), y parte proporcionando detalles sobre el mismo sitio aunque también tomados de la memoria oral, ya que no existía a la sazón:

Para saber y contar y contar para saber que no ha mucho tiempo había al pie de un cerro de la ciudad de Valparaíso una cueva al parecer muy somera, pero que en realidad era honda como la eternidad. Esta cueva estaba situada en el centro de la población y en un paraje que era de paso obligado para todos los transeúntes, pues nadie podía ir del Puerto al Almendral ni del Almendral al Puerto sin atravesar la estrecha garganta que formaba el cerro de la cueva con el mar, y sin mojarse a veces los pies en las olas que llegaban a estrellarse en tiempos de crece contra el morro.

Ahora ha variado todo eso, pues merced a la poderosa voluntad de un millonario, el morro fue recortado y la cueva tapiada y convertida en un sólido edificio de bóveda destinado a guardar los tesoros de un banco. Pero vamos hablando de los felices tiempos en que aquel Creso no había cerrado todavía la cueva, para dejar en eterna prisión lo que ella contenía. Entonces no había vecinos que habitasen los contornos, ni gas, ni aceite que alumbrase la oscuridad de las noches: así es que aquel paraje era peligroso a ciertas horas y no podía un cristiano arriesgarse a atravesarlo impunemente.

Lastarria continúa su exposición señalando que el chivato habitante era un ser monstruoso y de grandes cuernos que salía durante las noches para cazar, con su fuerza descomunal e invencible, a quienes pasaran por allí. Los arrastraba hacia las entrañas dentro de la cueva para convertirlos en imbunches "si no querían correr ciertos riesgos para llegar a desencantar a una dama que el Chivo tenía encantada en lo más aparatado de su vivienda". En la versión que ofrece, entonces, quienes tomaban este último desafío intentando liberar a la doncella cautiva, enfrentaban tres terroríficas pruebas al valor:

  1. Primero, la prueba representada por una gran serpiente diabólica o un culebrón que subía por sus piernas, se enroscaba sobre la cintura, los brazos y la garganta, para luego besarles la boca.

  2. Superado aquel desafío, venía el enfrentamiento con una tropa de carneros agresivos y topeando, debiendo atajarlos en su paso y hacerlos rendirse.

  3. Luego, venía una parvada de cuervos que intentaban sacar los ojos al intruso y soldados que los pinchaban para enardecerlos, debiendo pasar entre la nube de aves.

Detalle del "Plano del Puerto de de Valparaíso trabajado en 1790", indicando el sector en donde estuvieron la Cueva del Chivato y las temidas roqueras del sector costero llamadas La Cruz de los Reyes y San Juan de Dios.

Plano del sector de rocas y la cueva enfrente del cerro Concepción, elaborado por Eduardo Reyes. Reproducción del Valparaíso de 1833 basada en imagen del folleto "Valparaíso. Lo que fue. 1830-1930", editado por Jorge Schwarzenberg. Publicado en "El Mercurio" del Valparaíso en agosto de 1978, con la siguiente indicación: "Al centro del mapa, un poco hacia la izquierda -cerca de una gran huella de desmoronamiento-está situada la legendaria Cueva del Chivato...".

Edificio El Mercurio en postal fotográfica de la casa Brand, Valparaíso, fechada en 1908 y firmada por la aristocrática Rosa Vergara Errázuriz. Las escaleras que se ven a la derecha son las de la subida hacia el cerro Concepción y hacia donde se cree que estuvo la Cueva del Chivato. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Ceremonia de inauguración de la placa de la Cueva del Chivato junto al Edificio El Mercurio en 1978, en el diario "El Mercurio" de Valparaíso.

Rara vez llegaba algún temerario hasta la tercera prueba y parece que nadie pudo superarlas todas, entonces. El castigo era morir o dejarse convertir en imbunches, convirtiéndose así en el mitológico ser esclavo de los brujos o, en este caso, del chivato, quien "dominaba allí con voluntad soberana y absoluta, como muchos sultanes de este mundo", enfatiza Lastarria. Varios sujetos habrían desaparecido dentro de la cueva por la misma razón pero, de alguna manera, los porteños se enteraron de que aquellos eran los desafíos que esperaban adentro a los mortales, no se sabe si por la fortuna de alguno que dijo haber podido escapar. El autor agrega que muchos niños descuidados por sus madres se aventuraron en aquella trampa, permitiendo al chivato proveerse de nuevas almas. Las brujas lo ayudaban en esta necesidad, deslizando otra vez el trasfondo político al final de su narración:

Fácil es imaginarse que el animal no se echaría por esas calles en su forma propia ni natural a caza de muchachos; y así es la verdad, pues cuentan las buenas madres robadas, que son brujas y también de vez en cuando brujos machos quienes roban chicos en la ciudad. Eso puede probarnos que el señor de la cueva tenía y tiene a su servicio algunas viejas, que precisamente han de serlo las brujas, que se ocupan en sonsacar muchachos; y sin duda tendrá también brujos jóvenes que sonsacan muchachitas para llevárselas a sus dominios. Pero seguramente esos felices servidores que salían de la cueva no debieron entrar allí de otra parte, y sin duda fueron criados y nacidos en aquella región, o a los menos formados imbunches en edad temprana, para no tener inquietudes en el mundo exterior ni adherirse a partidos extraños ni a intereses ajenos de los de su poderoso señor.

Ante tal clase de terrores, la costumbre de los paseantes de la época era persignarse y repetir varios "Ave María" al pasar por adelante de la cueva. Don Benjamín Vicuña Mackenna, agrega en "De Valparaíso a Santiago: datos, impresiones, noticias, episodios de viaje" (1877), otras precauciones que tomaban algunos viajeros al transitar por aquel sitio: "Antes era costumbre de los arrieros echarse una piedrecita en la boca al entrar al puerto, por la Cueva del Chivato, a fin de precaverse de los imbunches de los brujos, que tenían su morada en aquel paraje". Ya nos había advertido en "Historia de Valparaíso" (1869) de aquella preventiva costumbre, "a fin de no verse transformado en cabro como Don Guillermo de Lastarria y sus imbunches".

En tanto, en el mundo más real y profano se había hecho engorroso e insuficiente a esas alturas el camino antiguo para las mercancías de los embarques que unía a El Almendral con el sector puerto, siempre afectado por las mareas y dejando sólo seis horas al día para pasar, si acaso estaba baja y sin marejada. Esto mismo había obligado a los urbanistas a habilitar después un sendero metros más al interior que coincidió con la calle del Cabo que corría al pie del cerro Concepción, aunque la solución no fue definitiva. Los porteños manifestaban temor de pasar allí, por supuesto, ante la posibilidad de que les apareciera el mentado chivato. Tras la fundación del Cabildo de Valparaíso en 1791, además, este si hizo cargo de la reparación del camino a partir del 27 de junio de 1795, pues había sido severamente dañado también por las crecidas del mar desde el punto donde estaba la cueva hasta el sector de la Quebrada de Elías, en donde se ubicó después la Plaza Aníbal Pinto.

Como parte de aquellos cambios y mejoramientos viales, las roqueras en donde estaba la cueva iban a ser paulatinamente reducidas. Actas del Cabildo de Valparaíso de 1799 confirman que se requería de recursos para arreglar el sendero, pero hubo protestas cuando se pusieron trancas de madera y un puesto de control junto al Rautillo, último peñón rocoso que quedaba de los que hubo allí, obligando a pagar un cargo a toda persona que pasara con leña o verduras para financiar dichos gastos. Se cobraba también un derecho a los vinos y aguardientes traídos desde El Almendral hacia el puerto. Se sabe también que las rocas del sector Chivato fueron adquiridas en aquellos tiempos a los Hermanos de San Juan de Dios, por la suma de $400, por el inglés Andrés Blest, quien fundó la que se ha señalado como la primera planta cervecera del puerto según leemos en "Valparaíso en 1827" de Roberto Hernández.

El retroceso natural del mar sumado a los planes de un empresario llamado Joaquín Villaurrutia habrían de cambiar también el escenario de aquel lugar en el puerto: el comerciante de origen vasco había comenzado a adquirir terrenos allí a fines del siglo XVIII y, en 1808, construyó el primer muelle particular de Valparaíso, antes incluso de existir el muelle fiscal. Ese mismo año la conveniencia lo llevó a comprar con monedas de oro el cargo de regidor decano del Cabildo de Valparaíso. Como las rocas del sector de la oscura cueva en donde levantaría su residencia y unas bodegas eran un obstáculo para la comunicación con el muelle, ordenó removerlas a pico y pólvora. Sin embargo, como el mismo muelle del señor Villaurrutia quedaba afuera del rango de protección de las baterías del Fuerte La Concepción, que apuntaban hacia el lado del puerto grande, comenzó una larga disputa con el gobernador quien consideraba las instalaciones mal ubicadas, pleito que duró varios años con el vasco.

Los vecinos más supersticiosos creyeron que, con aquella acción que dejó a la caverna diabólica muy reducida, se desató un terrible maleficio contra el millonario comerciante, procurado por el engendro que la habitaba o los brujos que la usaban. Así, a pesar de la bonanza obtenida con esos planes y la adquisición de un barco mercante que anclaba en un muelle enfrente del mismo sitio, Villaurrutia comenzó a caer en penurias financieras tras la apertura a la libertad comercial iniciada en la Patria Vieja en 1811, tal como sucedió a otros comerciantes portuarios como él, comprometidos con la causa realista. Villaurrutia se vio involucrado también en la difusión de panfletos injuriosos contra el gobierno, por lo que se le quitó el cargo de regidor a fines del año siguiente y fue relegado a la localidad de Casablanca. Cobró venganza participando del financiamiento usado en el levantamiento de los navíos Perla y Potrillo en mayo de 1813, con los que el general José Miguel Carrera había dado inicio al esfuerzo por constituir una flota naval para Chile. Fue castigado después con la obligación de pagar un gran "donativo" para adquirir armas usadas en la causa patriota.

Ciertas fuentes señalan también que, hacia 1814, se habría hecho instalar en el lugar un farol buscando disipar los temores de los transeúntes quienes aún aseguraban ver cosas extrañas o peligrosas. Ese mismo año, el procurador de la ciudad, don Matías López, convocó al Cabildo de Valparaíso "con motivo de hallarse casi inutilizado el camino real de la Cueva del Chivato, a causa de los continuos nortes y lluvias del presente invierno". Por su recomendación, entonces, los cabildantes aceptaron el 22 de julio que iniciara trabajos de protecciones asistido por presos, buscando ganarle terreno al mar con un esfuerzo que duraría casi una década.

Refiriéndose a esa misma época y sus muchos episodios, dejó escrito don Vicente Pérez Rosales en sus "Recuerdos del pasado":

La comunicación del puerto con el Almendral no era tampoco expedita, puesto que el mar, azotando en las altas mareas con violencia las rocas de la caverna llamada Cueva del Chivato, cortaba en dos partes la desierta playa. Recuerdo que la policía, para evitar los robos que solían hacerse de noche en aquel estrecho paso, colocaba en él, suspendido de una estaca, un farolito de papel con su guapa vela de sebo de las de a cinco al real.

Durante la Reconquista, el vasco Villaurrutia reaparece recuperando su cargo de regidor y creyendo estar en terreno seguro para reponer sus negocios, pero el exceso de confianza otra vez se volcaría encima suyo. Olfateando ya la amenaza y alegando la supuesta persecución de corsarios platenses, escapó de Valparaíso en la fragata de la que era copropietario, la Resolución, poco antes del triunfo patriota de Chacabuco en 1817. Ya instalado en la dirección suprema, don Bernardo O'Higgins hizo confiscar todas sus propiedades, mientras que la Resolución fue capturada en el Callao en 1821 y rebautizada Monteagudo. Un temporal sucedido en 1839 acabó destruyéndola en Valparaíso, sorprendentemente contra las rocas que quedaban en el mismo sector de la Cueva del Chivato... El desquite del mítico chivo contra Villaurrutia no pudo ser más poético.

Después toda aquella vorágine, a partir del 25 de febrero de 1822 y con el país aún endeudado por su propia Independencia y la Expedición Libertadora del Perú, el señalado peaje del Rautillo subió a dos reales para las carretas. Se mantuvo el costo de medio real para quienes pasaran en montura hacia El Almendral, aunque "inventando modalidades que se quedarían pegadas: las de los domingos y festivos y las del todos pagan", anota Rojas Farías. Las protestas ciudadanas fueron tales que la medida debió suprimirse el 7 de marzo de 1823, mismo año en que un temporal causó estragos en la línea costera, varando varios navíos y reduciendo a escombros los pretiles y protecciones que había instalado el procurador López. Como buen comerciante que se sabe derrotado, entonces, este puso en venta aquella lonja de tierra del sector Chivato y retornó a la actividad pública, ganando por mayoría el cargo de regidor municipal hacia fines de 1827.

Rojas Farías proporciona todavía más y mejores datos sobre lo que sucedía en aquellos primeros tiempos de la Independencia, involucrando a la Cueva del Chivato en un nuevo y curioso uso como bóveda de joyería:

Siglo XIX. Cuando las oficinas del Banco de Chile en Valparaíso se cambiaron de lugar, vinieron de inmediato a instalarse los joyeros de Nagale y Hepp, porque querían guardar sus riquezas en la bóveda más segura del mundo: una cueva de roca sólida, tapiada y con concreto y acero en el final, que quedaba exactamente detrás del edificio bancario. Los joyeros habrían podido reírse, pues sabían que precisamente ese lugar -hace décadas- había sido temido por todos, ya que los porteños creían que pasando alrededor podían ser asaltados, despojados e incluso asesinados por bandas de criminales que se refugiaban en la cueva cuyos restos se transformarían en caja de fondos.

Hacia 1830 los comerciantes ingleses, que desde 1817 llegaban porque Valparaíso era garantía de buenos negocios (así como los viajeros entre las dos partes de la ciudad debían pasar frente al Chivato, los viajeros por el mundo debían pasar por este "emporio del Pacífico"), habían pedido a la tripulación de un buque de guerra de Su Majestad que penetrara de noche en la cueva y sacara a viva fuerza a todos los vagos y delincuentes que vivían en ese antro. Así lo hicieron, autorizados por la gobernación, pero no encontraron lo que buscaban: no se internaron mayormente en esas profundidades o era pura leyenda que había forajidos que se escondían ahí -como en las Mil y Una Noches- el producto de sus robos.

Vista actual del Edificio El Mercurio y las escaleras que conducen al sector de la roca, al final de ese mismo primer tramo de la subida Concepción.

Placa conmemorativa de la Cueva del Chivato y del centenario de "El Mercurio", en la pared de rocas al final de las escaleras que inician la subida al Concepción, por el costado del edificio.

Aspecto de la muralla de rocas en donde está empotrada la placa de la Cueva del Chivato.

Continuación de las escaleras de ascenso al cerro Concepción desde el lugar en donde está la placa, pasando por la parte posterior del Edificio El Mercurio. El aspecto del lugar ha sido muy dañado por la falta de higiene y la pintura aerosol.

Las ruinas de la Cueva del Chivato continuaban causando pavor en esos años, a pesar de que era poco lo que quedaba de ellas en aquel sector de la ciudad tan atormentado por la cercanía de las olas. En la obra "Valparaíso. Lo que fue. 1830-1930", editada por Jorge Schwarzenberg, encontramos también que, en sesión del 29 de mayo de 1832, se acordó "que se cedían los sitios que hay al lado del mar desde la Cruz de los Reyes hasta enfrente de la Cueva del Chivato, con la condición de dejar doce varas seguras de calle". Actas posteriores confirman que hubo desacuerdos con la población por estas medidas, destinadas a resolver aquel problema de la vialidad por el contorno costero.

La leyenda seguiría mezclándose con hechos reales en este tramo, además, especialmente después de la llegada de comerciantes y vecinos ingleses quienes fueron convirtiendo en una arteria de casas suntuosas y comercio a la calle del Cabo. Destaca particularmente un británico llamado Josué de Waddington, quien en 1833 compró una gran cantidad de terrenos del cerro Concepción y la calle, incluidos aquellos en donde quedaban los restos de la antigua cueva y que tenía a la venta el señor López. Waddington fue quien terminó de sacar los peñones en la base del cerro al ordenar la ejecución de grandes desmontes de terreno, lo que facilitó las obras de ensanchamiento de vías y la incorporación urbana de los dos cerros a su espalda. Con esto acabaría por desaparecer lo que quedaba del grupo de rocas al pie del Concepción, y los materiales removidos en los trabajos se usaron para el relleno del plano urbano.

Parece que la maldición de la cueva también se las cobró a Waddington, sin embargo: la enorme fortuna que había hecho con sus inversiones por el desarrollo material de Valparaíso y Aconcagua, se vería después muy reducida. Falleció en el puerto en 1876, a los 84 años, en una situación financiera que distaba años luz de aquellos años cuando cambió la fisonomía del barrio cerro Concepción... El chivo no lo perdonó, entonces.

El terrible incendio del 15 de diciembre de 1850, mismo que daría origen al Cuerpo de Bomberos de Valparaíso,  detuvo su destructivo avance justo enfrente de la Cueva del Chivato, al encontrar una barrera entre el mar y las rocas en el borde del cerro, pero dejando gran destrucción en el entorno. El cambio más importante del lugar fue, sin embargo, con la construcción de los palaciegos inmuebles, particularmente el caso del imponente Edificio El Mercurio hecho al costado de donde estaban aquellas rocas y, posiblemente, la cueva, Fue levantado entre 1899 y 1901 con los planos del arquitecto Augusto Geiger y el ingeniero Carlos Barroilhet, fabricado en cal y canto, siendo para muchos el edificio más bello de toda la vía. La subida peatonal Concepción que trepa por el cerro del mismo nombre, pasa desde entonces por el costado derecho y atrás del mismo edificio de la casa periodística, casi enfrente del Pasaje Ross. Al fondo de su primer tramo estarían, pues,  las últimas rocas que quedan de lo que fue alguna el roquedal de basalto en la calle del Cabo, casi perdida entre la arquitectura histórica.

El nombre de la calle del Cabo fue cambiado durante la Guerra del Pacífico para homenajear  ahora a la gloriosa Esmeralda del Combate Naval de Iquique. Se perdía así toda la toponimia más antigua del lugar, así como se habían ido muchos de los hitos materiales que lo definían, como las señaladas roqueras y la propia gruta. De manera más arbitraria y romántica que precisa, entonces, la memoria urbana eligió este mismo sitio para recordar a la desaparecida Cueva del Chivato y acogerla en la nostalgia patrimonialista de Valparaíso, pero lo cierto es que la ubicación exacta desapareció con la destrucción del peñón del Cabo de Hornos, como observa también Rojas Farías. La indicación seguida por la creencia popular ha sido, de este modo, que se hallaba hacia el punto en donde vemos el resto de muralla de roca que quedó después de los invasivos trabajos de Waddington, junto al edificio del periódico.

Puede adivinarse que la casa de "El Mercurio" explotaba y defendía aquella teoría casi como un asunto de fe. Desde hacía tiempo ya se daba por hecho que el Edificio El Mercurio debía estar ubicado en donde mismo estuvo el perdido sitio, romanticismo que pasó a tomarse como parte de la propia identidad histórica del medio de comunicación. Es factible que el lugar no esté tan extraviado geográficamente hablando con respecto del original, entonces, de acuerdo a lo que podemos encontrar, por ejemplo, en una nota a pie de página de José Peláez Tapia, en su "Historia del diario El Mercurio" de 1927 (obra premiada en el concurso del primer centenario del periódico), al referirse al señalado inmueble corporativo:

Este edificio se empezó a construir a fines del año 1899. El sitio en que está ubicado se denominaba la Cueva del Chivato, en la falda del cerro de la Concepción, hoy de la Reina Victoria. En tiempos de la colonia el mar llegaba hasta allí, por lo que la parte plana de Valparaíso estaba dividida en dos. Con el tiempo se fue rellenando esa parte, y cuando la Sociedad de Edwards Hermanos se decidió a levantar este edificio, el terreno estaba dividido en cuatro lotes, cada uno de distinto dueño. El primer lote fue comprado al contado por el mes de julio de 1899, y los demás en el curso del año 1904. Todo el terreno costó 164.000 pesos.

Básicamente lo mismo señala Hernández en su señalada obra "Valparaíso en 1827", también premiada en el centenario de "El Mercurio":

Quedaba la Cueva del Chivato donde hoy se levanta el hermoso edificio de cinco pisos de "El Mercurio", el diario que hoy celebra con alborozado júbilo el centenario de su vida de publicidad porteña. Pero la entrada misma de la maravillosa cueva venía a corresponder en  el vértice del ángulo obtuso que se hace la calle esmeralda con esa parte, del lado del cerro; vértice que forman la Relojería Suiza y el edificio de la citada imprenta de "El Mercurio".

De la misma manera, en el diario "La Nación" de Santiago del lunes 18 de mayo de 1964, encontramos un artículo titulado "Tradición filibustera de Quintero tiene 400 años", en donde leemos lo siguiente sobre el oscuro sitio:

La Cueva del Chivato que está a un costado del diario "El Mercurio", en pleno centro de Valparaíso, a dos pasos de la calle Condell, va a parar por un largo túnel cerca del Faro Punta Ángeles, en Curaumilla. El boquerón, cerca de los escalones que suben por ese lado hacia el Cerro Alegre, se encuentra efectivamente tapado con cemento en la actualidad, ya que era la cueva predilecta de los antiguos piratas. Años atrás, esa parte de Valparaíso era solamente mar, en donde existía un pequeño desembarcadero, al que se amarraban los lanchones. Pero por dentro del cerro, la cueva y su túnel oscuro sigue existiendo.

Ya en 1972, el Comité de Defensa de Valparaíso había comenzado a estudiar las posibilidades de presentar la historia y posible ubicación de la desaparecida Cueva del Chivato como atracción turística, para convertirla así en punto de atracción con las correspondientes señalizaciones y cuadros informativos. Poco después, por iniciativa del ilustre porteño Lukas, pseudónimo del caricaturista ítalo-chileno Renzo Pecchenino, una placa conmemorativa de la Cueva del Chivato fue empotrada y descubierta allí mismo en la pared de rocas de la subida, por el intendente regional, vicealmirante Arturo Troncoso, el alcalde de Valparaíso, capitán de navío Hernán Sepúlveda Goré, y el gerente general de "El Mercurio, señor Enrique Shroeder, siendo  bendecida por el presbítero Tomás Reyes en representación del arzobispo Emilio Tagle. La ceremonia fue realizada al mediodía del lluvioso y frío miércoles 19 de julio de 1978, con presencia de otras autoridades y representantes del comercio, la industria, la banca, la educación, las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y algunos círculos de la comunidad porteña, y continuó con cócktail dentro del edificio periodístico.

Unas semanas después, el domingo 6 de agosto, "El Mercurio" publicaría a página completa un largo reportaje de Juan Luis Stegmaier Rodríguez sobre el mítico túnel, defendiendo otra vez su tesis sobre la ubicación adyacente a su edificio. Partía allí con la siguiente proclama:

¡La Cueva del Chivato! Quizá no exista otro sitio más evocador del antiguo Valparaíso que este, de sus tradiciones y leyendas, de aquel Valparaíso que fue y que vuelve a revivir en estos lugares.

Las generaciones actuales, quizá no acierten a comprender cómo pudo haber existido una caverna misteriosa llamada "Cueva del Chivato" en un lugar tan céntrico de Valparaíso, repleto de edificios altos y calles bulliciosas, algo distante del mar.

Actualmente, permanece allí la placa colocada con los auspicios de la vecina casa periodística. Fue una de las 27 que donó a la Municipalidad de Valparaíso el diario "El Mercurio" ese mismo año, de hecho, destinadas a señalar puntos de interés histórico en la ciudad. En en las ramas de matorrales y trepadores se lee en ella: "Antigua Cueva del Chivato. 1827 El Mercurio 1977", aludiendo al centenario del medio impreso. Lamentablemente, el lugar hoy está gravemente afectado por la falta de higiene y el mal endémico de Valparaíso representado por la pintura rupestre urbana.

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