EL ENIGMÁTICO CRISTO DE LIMACHE O SANTO SEÑOR DE RENCA
La lámina publicada por Ovalle en la "Histórica Relación del Reyno de Chile", siglo XVII.
Uno de los grabados más intrigantes entre las láminas de la "Histórica relación del Reyno de Chile y de las missiones y ministerios que exercita en el la Compañía de Jesús" de 1646, magna obra del jesuita Alonso de Ovalle, es la correspondiente al llamado Cristo de Limache o Cristo del Espino. Corresponde a un árbol de espino o laurel que, por razones naturales, habría crecido con la forma perfecta del Crucificado, en una perfecta cruz.
El pie de la imagen de marras, escrito en latín, dice que corresponde a la verdadera efigie de un árbol que creció de esta manera. Agrega que "fue hallada en el reino de Chile en América en el valle de Limache y es adorada con gran devoción por el pueblo desde el año de nuestro Señor 1634". Lo encontró un indio leñador, aunque cierta versión de la leyenda dice que era ciego y por eso no advirtió antes su extraña forma. Como muchos otros casos de iconografía religiosa del Viejo y Nuevo Mundo, el caso presenta analogías con el símbolo denominado Cristo de la Encina de Extremadura, en España.
Dentro de la reseña que el sacerdote Ovalle aporta al respecto, con un capítulo completo al final de su libro primero, podemos leer todos estos detalles sobre el origen de la extraña pieza:
Demos ya fin a esta materia con el prodigioso árbol que el año de treinta y seis se halló en el valle de Limache, jurisdicción de Santiago de Chile, en uno de aquellos bosques donde le cortó un indio entre otros, que fue a cortar para hacer madera para cubrir las casas; nació y creció este árbol en la forma y figura que aquí diré puntualmente como lo he visto, y observando con toda atención cuando se cortó este árbol, sería del tamaño de un bien proporcionado, y hermoso laurel, en el cual se ve a proporcionada distancia del nacimiento de la tierra como a dos estados de altura, atravesada al tronco una rama, o ramas, que forman con él una perfectísima cruz. Dije rama o ramas porque en realidad de verdad jamás pude discernir, aunque lo miré con todo el cuidado y atención que pude, si era una o dos: la razón natural inclinaba a que fuesen dos, que naciendo una de un lado y otra de otro, pudiesen hacer los brazos de esta Cruz y este parece que era el modo más connatural de formarse esta figura; pero no es así, porque no se ve sino una rama, que atraviesa derecha por encima del tronco, pegada a él, y sobrepuesta, como si artificiosamente se le hubiera encajado, de manera que parecen estos brazos de la Cruz hechos aposta de otro leño, y pegados a este tronco.
Hasta aquí la cruz, que bastara ella sola a causar admiración en los que la ven, pero no para aquí la maravilla porque, hay otra mayor, y es que sobre esta cruz allí formada se ve un bulto de un Crucifijo del mismo árbol, del grueso y tamaño de un hombre perfecto, en la cual se ven clara y definitivamente los brazos, que aunque unidos con los de la Cruz se relevan sobre ellos, como si fueran hechos de media talla, el pecho y costados formados de la misma suerte sobre el tronco con distinción de las costillas, que casi se le pueden contar, y los huecos debajo de los brazos, como si un escultor los hubiera formado, y de esta manera prosigue el cuerpo hasta la cintura. De aquí para abajo no se ve cosa formada con distinción de miembros, sino a la manera que se pudiera pintar revuelto el cuerpo en la Sábana Santa, las manos y dedos se ven como en borrón, y el rostro y cabeza casi nada, y fue el caso que el indio que cortara este árbol, no haciendo al principio diferencia de a los demás, fue hacheando por uno y otro lado para hacer de él una viga como de los otros, así se llevó de un hachazo a aquella parte que correspondía a la cabeza y rostro, y hubiera hecho lo mismo con lo demás a no haber sido advertido en la Cruz que le hizo reparar y detenerse.
Corrió luego la voz de tan gran prodigio y una señora muy noble y muy devota de la Santa Cruz, que tiene sus haciendas en el mismo valle de Limache, hizo grandes diligencias por haber este tesoro, y habiéndole alcanzado lo llevó a su estancia y allí la edificó una iglesia, y la colocó en un altar donde al presente está venerada de todos los que van a visitarla, fue entre otros el señor Obispo de Santiago y la concedió las Indulgencias que pudo para quien visitare a aquel santuario, y quedó admirado y consolado de ver un tan grande y nuevo argumento de nuestra fe, que como comienza en aquel nuevo mundo a echar sus raíces quiere el autor de la naturaleza que las de los mismos árboles broten y den testimonios de ella, no ya en jeroglíficos, sino en la verdadera representación de la muerte y pasión de nuestro Redentor, que fue el único y eficaz medio con que ella se plantó. Yo confieso de mí que luego que de los umbrales de la iglesia vi este prodigioso árbol y a la primera vista se me representó en un todo confuso aquella celestial figura del Crucifijo, me sentí movido interiormente y como fuera de mí, reconociendo a la vista de ojos lo que apenas se puede creer si no se ve, ni yo había pensado que era tanto aunque me lo habían encarecido como merece. Por esto no me he contentado de referir esto a este escrito, sino he querido justamente añadir una estampa, que es la que se ve en la hoja siguiente y está ajustada con su original todo lo posible, para que el piadoso lector tenga en qué admirar la divina sabiduría de nuestro Dios y su altísima providencia en los medios y motivos que nos ha dado, aun en las cosas naturales e insensibles para confirmación de nuestra fe y aumento de la piedad y devoción de sus fieles. Sea a su divina Majestad la gloria y honra, amén.
Poco se recuerda ya de aquella reliquia hoy, sin embargo, a pesar de que en su momento despertara todo aquel culto y fuera venerado por comunidades religiosas como un auténtico milagro o testimonio de la presencia de Cristo en estos territorios que, tantas veces, parecían tan olvidados y hasta desdeñados por Dios. Incluso llegó a competir con el conocido Cristo de la Agonía de la Iglesia de los Agustinos en Santiago, conocido como el Señor de Mayo tras el terremoto de mayo de 1647.
Valle de Renca hacia fines del siglo XIX, aún dominado por la vida quieta y rural. Fuente imagen: sitio Chile del 1900.
Llegada a la Parroquia de Renca de la réplica existente en San Luis de La Punta, Argentina, año 2012. Fuente imagen: sitio web de la Iglesia de Chile.
Benjamín Vicuña Mackenna sugiere en su obra "De Valparaíso a Santiago. Datos, impresiones, noticias, episodios de viaje" que la dama quien se arrogó la tarea de salvar el tronco y darle las dignidades correspondientes pudo haber sido doña Mariana de Osorio, viuda de Francisco Riveros, quien era propietario también de la estancia Viña del Mar, vecina a Limache. En su "Historia de Limache", el cronista e historiador Belarmino Torres Vergara también supone esta posibilidad y confía en lo expuesto por el intelectual. La gran mayoría de los primeros devotos debieron ser los indígenas habitantes de Limache, además, y el obispo Bernardo Carrasco y Saavedra erigió allí un curato bajo el patronato de San Pedro y a cargo de fray Nicolás Calatayud, hacia los últimos meses de 1691.
No menos de seis obispos observaron aquella pieza en el período, y se ha establecido que Ovalle debió conocerla por el año 1640, justo cuando iba a partir para Europa con la intención de completar y publicar sus crónicas de la "Histórica Relación del Reyno de Chile", cosa que pudo lograr seis años después en Roma, tras grandes esfuerzos. Y continúa Vicuña Mackenna, al respecto:
El mismo padre hizo grabar de memoria un retrato de aquella imagen, como esculpió de fantasía los medallones y estatuas ecuestres de todos los gobernadores de Chile; y en seguida otro artista de igual fuerza -el padre Agüero en su Descripción historial de Chiloé- reprodujo la lámina con la fe fervorosa de su siglo. Y la verdad es que si el espino de Santa Cruz de Limache hubiese sido como lo pintó el buril, el milagro habría sido más patente que los del "San Antonio de las Gaticas". El famoso obispo Villarroel vino por La Dormida a predicar en la inauguración de la iglesia votiva, y por muchos años fue aquel leño el rival de su memorable contemporáneo el Señor de la Agonía en San Agustín.
A la sazón, sin embargo, el curato de la Iglesia de Santa Cruz dependía territorialmente de Renca, por lo que en algún momento la figura se trasladó hasta aquella localidad que era conocida por sus fiestas religiosas, carnavales y atracciones folclóricas para los santiaguinos de la época, convirtiéndose en una especie de pueblo vacacional en ciertos aspectos. Por su presencia allí en el templo renquino, la escultura natural pasó a ser llamada Santo Cristo de Renca, como observa Vicuña Mackenna. Este poblado estaba muy influido también por la presencia y actividad de los jesuitas, quienes habían tenido gran importancia en la instalación del culto en su lugar de origen, por cierto.
Se supone que el Cristo de madera había llegado a Renca en 1751, ya que ese año figura como el de su consagración. Sin embargo, el viajero francés Amadée Francois Frezier dice en su "Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile y el Perú durante los años de 1712, 1713 y 1714" algo que intriga, tanto por la cronología (época en la que ve la imagen ya en Renca) como por le hecho de que parece estar confundiendo a la misma efigie como dos diferentes, de Limache y Renca:
El mismo día pasé a la aldea de Limache. En esta aldea se encontró hace tiempo un árbol del cual Padre Ovalle da la descripción en su Relación de las Misiones de Chile; otro semejante hay en Renca, a dos leguas de Santiago, hacia el O.N.O. Es una cruz formada por la naturaleza sobre la cual hay un crucifijo de la misma madera como en bajo relieve; los escultores la han echado a perder por haberla retocado en muchas partes, de modo que no se sabe en qué estado fue hallada.
Don Francisco Antonio de Montalvo hace mención de un árbol semejante encontrado en 1533 en Callacate en la región de Cajamarca, del Perú, el día de la Invención de la Cruz. Don Juan Ruiz Bravo que lo descubrió, abandonándolo fue encontrado en el mismo sitio en 1677, el día de la Exaltación de la Cruz. Si estas circunstancias son verdaderas, tienen algo de milagrosas. La Cruz tiene veintidós pies de largo y quince en los brazos, y el grosor del árbol ocupa la tercera parte, de sus tres extremidades salen ramas que forman además otras tantas crucecitas.
A pesar de las aparentes suspicacias de Frezier sobre la autenticidad del Señor de Renca, fue enorme la popularidad alcanzada por la figura en aquel período, llegando incluso a producirse algunas artesanías y objetos devocionales que se fabricaban y vendrían entre los fieles. Su culto trascendió a las fronteras y así sucedió que, en la provincia argentina de San Luis de la Punta, una subdelegación rural y una villa tomaron el nombre de Santo Cristo de Renca. Llegaría a instalarse la devoción en 1753, de acuerdo al investigador local Alejandro Caggiano, quien ha realizado algunas publicaciones digitales al respecto.
Empero, lamentablemente para todos sus fieles y para los amantes de la historia, el Santo Señor de Renca había acabado desapareciendo en un incendio de la iglesia parroquial del poblado en 1729, según algunas fuentes. Otras indican que esto debió ocurrir entre 1792 y 1799; y "a fines del siglo pasado", indica escuetamente Vicuña Mackenna. De este modo, uno de los objetos que más importancia tuvieron en la fe popular de la historia religiosa chilena, acabó totalmente calcinado y su recuerdo casi olvidado, con sus mismas cenizas sopladas por el viento.
A la sazón, el culto pasaba por su mejor momento y continuaba extendiéndose por localidades como Cuyo y Córdoba. Algunos renquinos habían decidido tallar una pieza nueva que fue llevada de paseo por pueblos e iglesias de las provincias argentinas, saltando la cordillera y extendiendo así la fe. De hecho, la fiesta del Divino Señor de Renca en Argentina sigue realizándose cada 3 de mayo junto a la del Santo Cristo de la Quebrada, en La Punta. Dicha figura tallada lo representa también en un tronco, pero con forma más bien horcajada, no de cruz como el original de Limache y Renca. La leyenda supone también aquellos devotos viajero chilenos la dejaron allá por otro milagro: la mula que cargaba su peso se echó y no quiso moverse más en ese destino, obedeciendo la voluntad del Señor de que su lugar definitivo fuera aquel.
En tanto, el santuario de la Parroquia El Señor de Renca aún conmemora al que fue su Santo Señor y, en septiembre de 2012, recibió como obsequio una pequeña réplica de la que es venerada en Argentina. Esta obra fue traída por una delegación de gauchos, en medio de un calendario de festejos y con gran ceremonial propio.
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