BULA "INTER CAETERA", "POLÍTICA INDIANA" Y LA ILUSIÓN COLONIAL DE LA GEOGRAFÍA ANTÁRTICA

 

El Nuevo Mundo fue, para muchos escritores, cronistas y cartógrafos de los siglos XV a XVIII, un verdadero santuario en donde se podían identificar y localizar muchos de los elementos más reconocibles de la cultura occidental clásica, incapaces muchas veces de admitir la propia de los naturales. La libertad de la imaginación se desató en estas circunstancias, ante la urgencia de información o la atención a las noticias sobre América. A veces, las analogías con los referentes conocidos y las suposiciones fluían en forma más forzada y artificial; en otras, sin embargo, lo hacían de manera más bien connatural y holgada, casi lógica.

Todavía en el siglo XIX había autores echando manos a aquellas intrigas que llenaban con creatividad propia la falta de conocimiento dominante sobre la Terra Non Cognita del extremo austral del globo. Sirva de ejemplo el caso de 1838 con Edgar Allan Poe, describiendo en su enigmático libro "Las Aventuras de Gordon Pym" un territorio antártico frío y lleno de témpanos, pero habitado por tribus negras de aspecto melanesio y una fauna de tipo africanas o australianas, cerrando su relato con la aparición de un misterioso gigante que parece evocar a aquellos que los europeos decían ver en la Patagonia.

¿Se habría inspirado Poe en relatos de autores coloniales que teorizaban sobre una supuesta conexión polar entre los continentes de América y Oceanía, precisamente por la ruta polar? Blanco misterio, difícil de demostrar, pero, ¡vaya qué interesante!

El bosquejo imaginario de la geografía antártica expresada por algunos textos clásicos no difiere de la característica que ya era representada en ciertas piezas cartográficas de la época, presumiendo la existencia de un territorio continental y polar "al otro lado" del Estrecho de Magallanes. Así lo señalan diferentes mapas antiguos de diverso valor cartográfico, pero lo importante es que el criterio estaba también en las cartas elaboradas por encargados oficiales de la Corona Española, lo que refleja cuál era la creencia formal y el espíritu de muchas cédulas referidas a aquella interacción geográfica entre América y la Antártida.

Uno de los hechos más interesantes sobre este tema sucede el 4 de mayo de 1493, cuando el papa Alejandro VI concedió los Reyes Católicos de Castilla y León, Isabel y Fernando, por la famosa bula Inter Caetera (menor), derechos exclusivos sobre todas las islas y continentes no poseídos por otros príncipes. En términos generales, este instrumento tendrá sorprendentes alcances sobre la propia comprensión del misterioso territorio antártico, como pasaremos a ver ahora con un poco más de detalle.

Decía textualmente aquel instrumento jurídico de origen papal, estableciendo el alcance del dominio de los soberanos:

...todas las islas y tierra firme descubiertas o por descubrir, halladas o por hallar, hacia el occidente y el mediodía, haciendo y estableciendo una línea desde el Polo Ártico, en el septentrión, hasta el Polo Antártico, en el mediodía, que estén tanto en tierra firme como en islas descubiertas o por descubrir hacia la India o hacia cualquier otra parte, la dicha línea diste de cualquiera de las islas que son llamadas vulgarmente de las Azores y Cabo Verde a cien leguas hacia occidente y el mediodía, que no estuviesen actualmente poseídas por otro rey o príncipe cristiano, con anterioridad al día de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo próximo pasado, con el cual comienza el presente año de mil cuatrocientos noventa y tres.

Como se recordará, solo un año antes Cristóbal Colón había llegado a tierras de América anunciando su descubrimiento en España y desatando las tentaciones de la corona, que auspiciaba esta tremenda empresa de viaje al Nuevo Mundo además de varias manos privadas que la historiografía oficial, en general, menciona bastante poco como antecedentes relativos al tema, salvo en la literatura más especializada. Se entiende, entonces, que los territorios "no poseídos" aludidos en la bula papal correspondían necesariamente a los continentes americano y antártico, este último aún no descubierto pero sí en la sospecha de varios cartógrafos que se aventuraron a representarlo en sus trabajos, como dijimos. A su vez, estos territorios quedaban fuera de la competencia conquistadora de Portugal.

El problema es que, con frecuencia, autores que tratan sobre la Inter Caetera mencionan solo los territorios de América y del Índico como aquellos alcanzados por la letra de la bula, omitiendo su extensión sobre la Antártica a pesar de las explícitas referencias que hace de las tierras polares, como recién hemos visto.

Consecuentemente, por las Reales Cédulas de 1555 y 1558 el ejercicio de aquellos derechos hispanos en la Antártica quedó confiado a la administración colonial en el Nuevo Mundo. Este ha sido otro punto favorable a las declaraciones de derechos territoriales heredados por Chile desde los tiempos de la Capitanía, fundamentalmente por la conexión geográfica que se suponía entonces y su relación directamente magallánica, que en esos años se creía mucho más estrecha y continua de lo que resultó en la geografía real.

Con respecto a lo anterior, ¿habrá sido por aquella razón el empecinamiento del conquistador Pedro de Valdivia por llegar al extremo sur de su gobernación en tierra chilena, motivado por alcanzar este "paso" hacia el territorio antártico y sus misterios? Es la interesante idea que ha sugerido el historiador chilote Gonzalo Barrientos, por ejemplo.

"Theatrum Orbis Terrarum" de 1570. Una de las famosas obras de Abraham Ortelius mostrando la mítica masa antártica del continente polar. El planisferio muestra la proyección del Cono Sur sobre la Patagonia y del Estrecho, además de las Tierras Incógnitas del Polo, que se observan conectadas a la Tierra del Fuego en el acercamiento inferior de la imagen. Como en las observaciones de Solórzano Pereira, la masa antártica aparece como un puente continental que conecta el extremo Sur de América con los territorios de Australia y el resto de Oceanía hacia el Índico.

Ilustración hecha por don Antonio de Herrera y Tordesillas para su "Descripción de las Indias Occidentales" de 1601. También vemos a la Tierra del Fuego asociada al territorio antártico.

Cabe recordar, además, que el Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494, suscrito a continuación por los mismos soberanos con el Rey Juan II de Portugal, no había alterado el ejercicio de derechos soberanos de España sobre la Antártica. Por lo tanto, tampoco debió innovar sobre los que se supone heredaría después Chile, a partir de 1810 y bajo el principio de Uti Possidetis Juris. Más aún, aquel tratado de fines del siglo XV se hizo casi como una apuesta sobre territorios en negro en los mapas, casi totalmente desconocidos en su inmensa mayoría, al punto de que las autoridades de Portugal ni siquiera sabían que estaban recibiendo por él lo que hoy es el rico, inmenso y próspero país del Brasil, por ejemplo.

Aquellas impresiones sobre la geografía antártica fueron compartidas por el cronista mayor de las Indias en Madrid don Antonio Herrera y Tordesillas quien, siguiendo también la cartografía de la época, creía en una inmensa masa de tierra conectando incluso territorios orientales. Su "mapa", que es más bien un bosquejo sin ajustes (no tenía formación cartográfica y solía cometer grandes errores en sus representaciones de territorios o gobernaciones, es preciso decir) aparece en la "Descripción de Indias Occidentales", publicada en el compendio del mismo nombre de año 1601, en la "Década Primera" de la "Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Oceánico".

Aunque Herrera fue criticado por cronistas posteriores atribuirse funciones de cartógrafo, desacreditando así sus cartas, hay cosas interesantes que decir de aquella pieza: un acercamiento al mapa nos permite advertir, por ejemplo, que el nombre de Chile está trazado por encima de la cordillera pasando hacia el este, y que las tierras magallánicas están señaladas como "Provincia del Estrecho". Pero el detalle más inquietante es que la Tierra del Fuego aparece conectada a un continente mayor y desconocido: corresponde a la Antártica, por supuesto. Herrera, entonces, ha caído en la misma seducción de conectar los territorios de la corona española con los misterios del extremo austral planetario.

El bosquejo del cronista no difiere de la característica que ya era conocida en otras piezas cartográficas y textos de la época, en las que ya se presumía de la existencia ese mismo territorio continental y polar tan solo "al otro lado" del Estrecho de Magallanes y en donde ahora sabemos identificar al Cabo de Hornos, tal cual se lo señala en este mapa.

Un ejemplo de lo comentado es la obra escrita por el jurista y cronista español Juan de Solórzano Pereira (1575-1655): “Política Indiana”, que también suele ser recordada en la historiografía nacional por aportar uno de los párrafos coloniales más explícitos que han sido apelados para sostener sus argumentos de derechos antárticos remontados a la Capitanía de Chile. Sin embargo, este mismo documento hace una extraña pero entonces comprensible relación sobre un supuesto puente continental que la Antártica habría constituido entre el sur de América y de Oceanía, casi restaurando la geografía de los tiempos del megacontinente de Gondwana. Escribe el autor hacia 1647, en esta obra:

Por el Polo Antártico o del Sur, no se sabe hasta dónde corre la tierra que llaman de Patagones, y Estrecho de Magallanes; pero tiénese por cierto que, por frías que sean estas regiones, se han de hallar pobladas y continuadas como las que caen en el otro debajo de la frígida zona. Y por aquí dicen Henrico Martínez, Ortelio y otros, que se junta con la Nueva Guinea e islas Salomón, fronterizas del Perú y Reino de Chile.

El comprensible y extendido error en que cae Solórzano Pereira, al creer a la Antártica conectada con las tierras a la vuelta del mundo, persistió como creencia popular por muchos años más entre algunos intelectuales y estudiosos de la geografía, hasta que se tuvo una dimensión real de las proporciones del continente polar.

Como dato curioso, cabe indicar que Solórzano Pereira, si bien no cree en las teorías sobre el origen friso de los indígenas de América sostenida por Justo Lipsio, también hace notar en “Política Indiana” que los nativos de Chile tenían por símbolo las águilas bicéfalas, tal como las romanas, observación que también hace Diego de Rosales. Este es otro tema, sin embargo.

Finalmente, debe recordarse que la posición chilena frente a las controversias de la Antártica establecía como defensa de derechos territoriales el que Chile sería el único país de todos los firmantes del Tratado Antártico de 1959, cuyas reclamaciones se fundamentaban en títulos jurídicos y referencias cronísticas como las revisadas, mas no en aproximaciones de proyección territorial ni en actos de posesión modernos y específicos, a pesar de que estas categorías también acompañaron la argumentación de su reclamo formalizado durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda.

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