EL PASO DEL JUDÍO ERRANTE POR TERRITORIO CHILENO

"El Judío Errante" en caricatura de David Shankbone, en 1852.

Es una leyenda por momentos hermosa y trágica, aunque con un innegable lado malvado. Llegada a Chile muy probablemente con los hispanos, alguna vez se folclorizó y terminó en el repertorio popular con la cueca que cantaba el maestro Fernando González Maraboli (ver "Chilena o cueca tradicional", de Samuel Claro):

Soy como el judío errante
que su destino es vagar
golpeando de puerta en puerta
y no halla dónde parar.

Y a las samaritanas
te pareciste
te pedí un vaso de agua
no me lo diste.

No me lo diste, sí
pero en la vida
con la vara que mides
serás medida.

Vida pasión y muerte
tuve al quererte.

El Judío Errante estuvo en el imaginario clásico de Chile, entonces. No hay duda. Aparece entre las principales muestras de la mitología nacional rescatadas por Julio Vicuña Cifuentes en "Mitos y supersticiones recogidos de la tradición oral chilena", publicado por la Imprenta Universitaria, en 1915. Aunque se la puede encontrar en todos los países europeos de órbita cristiana y desde hace siglos, España la trajo a América en los tiempos coloniales, afianzándose en el imaginario popular todavía hasta mediados del siglo XX. Sólo a partir de entonces comienza a perderse  la pista del mito, quizá en vista de los acontecimientos internacionales que cambiaron la lectura de esta clase de cuentos con cierta carga de antisemitismo o, al menos, con cierto potencial para ser utilizados como tales.

El Judío Errante es un personaje ligado a la mitología cristiana, entonces. Corresponde a un comerciante o soldado judío de Jerusalén que, siendo testigo del sufrimiento de Cristo en el camino a la cruz, no habría mostrado piedad ante el nazareno. Por esta infamia, acabó condenado a vagar por siempre alrededor del mundo, llevando a cuestas una dura inmortalidad como castigo.

Una lectura de primera instancia lo daría por un relato inquisitivo, anatematizador y castigador hacia los judíos en este mito, siguiendo las interpretaciones más radicales de los evangelios. Por otro lado, sin embargo, la figura tiene cierto valor histórico, al representar la tragedia del pueblo israelita en los últimos milenios y desde el comienzo del Éxodo, en donde cada uno de sus integrantes llevó a cuestas a su patria espiritual a lo largo de las centurias y siendo percibida la diáspora, eternamente, como un pueblo apátrida entre los gentiles, antes del establecimiento del Estado de Israel.

Antes de exiliarse y encontrar la muerte en Chile, el poeta peruano José Santos Chocano escribía en su poema "El Canto de los Héroes", hacia el 1900:

¿Será el Progreso un bien?
¿Será un tormento?
¡Ay! más parece torcedor impío;
implacable aguijón del pensamiento
que impulsa a caminar, como el judío,
sin tregua, sin descanso, sin aliento!

El Judío Errante era, así, un reflejo del histórico errar del pueblo de Israel por las páginas de la Biblia, por las guerras y por los siglos del mundo entero. En nada debiese extrañar, entonces, que haya arribado también a Chile.

Los nombres y características específicas del Judío Errante varían entre las distintas tradiciones y documentos. A pesar de que algunos intentan darle al mito una antigüedad bíblica, otros identifican su origen en la Constantinopla del siglo IV, pero sólo aparecerá documentado hacia el siglo XIII en escritos del sacerdote de San Albano e historiador benedictino Mateo de París, de 1229. Este fue citado después por el español fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro en sus "Cartas Eruditas y Curiosas", publicadas hacia mediados del siglo XVIII, muy famosas -entre otras cosas- por mencionar el tema de los vampiros.

Según lo que comentaba Mateo de París, el Judío Errante se llamaba en realidad Cartaphilo. Aseguraba a la fecha suya que este personaje vivía en Armenia, la primera nación en adoptar el Cristianismo como religión de Estado en el año 301.

A pesar de ello, Feijoo descartó la veracidad del mito y declaraba que su factura era más bien reciente. Además, Mateo de París pudo basarse en una historia publicada en 1228, un año antes, bajo el título "Flores Historiarum", de Roger de Wendover, según la cual un arzobispo armenio que se encontraba de visita en Inglaterra se encontró allá con José de Arimatea, tío-abuelo de Cristo, dueño y guardián de su tumba y de sus sagrados tesoros, quien usaba ahora el alias de Cartaphilus. El propio longevo personaje le habría confesado que, por haber apurado a Jesús en su sufrido camino, este respondió: "Iré más rápido, pero tú tendrás que esperar hasta que yo vuelva".

Estampa francesa del siglo XVIII mostrando al mítico Judío Errante.

Un grabado francés mostrando a Cartaphilo.

Aquel conjuro desató la maldición que hasta hoy pesa sobre el personaje y su extraña forma de vida andariega. Curiosamente,  además, el monje inglés Matthaeus Parisienses confirmó, en ese mismo siglo la experiencia de un sacerdote armenio que se habría encontrado con el Judío Errante.

No es tan clara la razón del castigo de Cartaphilo, sin embargo. Algunos mitos dicen que su nombre de pila era realmente Joseph y que fue un guardia o incluso los centurión que trabajaba como portero de Poncio Pilatos. Según unos, habría dado azotes a Jesús, y de ahí proviene su castigo. Según otros, habría dado un empujón al Salvador para apurarlo en su doloroso camino al monte de la crucifixión.

Esa última teoría es sostenida en el siglo XVIII, por ejemplo, por el pastor protestante francés (y no "judío", como aseguran algunas fuentes) Jacob Basnage, quien agrega que Cartaphilo, tras empujar a Cristo, recibió de este la siguiente maldición, cuando  volteó a ver quién le agredía: "El Hijo del Hombre se va, pero tú esperarás a que vuelva".

Desde aquel entonces, el infeliz guardia vaga por la tierra, peregrinando sin destino y esperando el regreso del Hijo de Dios para poder encontrar la paz del descanso eterno. Según señaló Basnage, además, cada 100 años sufre alguna enfermedad grave, pero en lugar de morir sana y rejuvenece hasta los 33 años, la misma edad con que Cristo fue crucificado.

Sin embargo, Basnage asegura también que hubo tres Judíos Errantes, y no sólo el descrito. Además de Cartaphilo, existían Samer (o Samar) y Asuero. Dice que Samer fue castigado con el peregrinar eterno por haber fundido el ídolo del Becerro de Oro en los pasajes de Moisés. En cambio, Asuero era un zapatero judío que empujó a Jesús fuera de la entrada de su local cuando este intentó detenerse a descansar en el camino a la cruz. 

Asuero habría increpado al mesías diciendo: "¡Fuera!, sal de aquí cuanto antes; ¿por qué te detienes?". Y Cristo habría respondido: "Pronto descansaré, pero tú andarás sin cesar hasta que regrese". Se supone así que Asuero habría sido visto en el año 1547, en Hamburgo.

En otras tradiciones referidas al mito del Judío Errante, principalmente alemanas, se cuenta también que su nombre real habría sido Ahasverus, de modo que nombre Asuero puede ser, acaso, una corrupción del anterior. Aparece en el folleto impreso en Leiden, hacia 1602, titulado "Breve descripción y relato de un judío de nombre Ahasverus", de un tal Christoff Crutzer, que cita al Evangelio de Mateo 16:28 como confirmación del mito: "Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino".

Otras tradiciones han llamado al mítico ser con los nombres de Buttadeu y Mischob-Ader. Hay quienes consideran también que era Malco, el guardia al que Pedro le cortó la oreja al tratar de rescatar a Jesús de sus captores, y a quien este se la volvió a pegar milagrosamente.

Se comprenderá que, en sus 2.000 años de dura existencia, el Judío Errante ha aparecido y reaparecido en varias partes del mundo. En el Nuevo Mundo, Cartaphilo sería sido visto en varios países, incluyendo Ecuador y Colombia. Y Chile, a juzgar de la obra de Vicuña Cifuentes, tampoco habría quedado fuera del largo camino de peregrinaje del Judío Errante esperando el regreso del Mesías a la tierra más que cualquier gentil cristiano.

El autor chileno prefiere la historia que describe al personaje como el zapatero judío que insultó a Cristo. Sin embargo, agrega una diferencia: Jesús le habría pedido agua, agobiado por la sed, y se la negó tratándolo de "criminal". Entonces, cayó encima del infeliz su maldición andante, comenzando a vagar desde allí en adelante para siempre, haciendo su andar un sinónimo de penuria y desgracia. Por esto último es que Raimundo del R. Valenzuela recodaba sobre la Campaña de la Sierra peruana de la Guerra del Pacífico, en su libro "La Batalla de Huamachuco", de 1885:

Las enfermedades que más nos atacaron en la campaña fueron diarreas, disenterías y viruelas de mal carácter. A la conclusión tuvimos que andar como judíos errantes sacando el cuerpo a la última enfermedad.

"El Judío Errante" en ilustración del artista Gustav Doré, del siglo XIX.

Grabado alemán del siglo 1618 mostrando a Ahasuerus.

Según las mismas tradiciones que estudió Vicuña Cifuentes en Santiago, el Judío Errante siempre tenía en el bolsillo sólo dos reales (25 centavos), los que jamás se le acaban. Empero, sólo puede comprar cosas que valgan las dos monedas. Esto, además del castigo de no poder proveerse de lo necesario de una sola vez, también parece responder a la caricatura de tacañería y avaricia que la literatura y los anatemas populares con frecuencia le han imputado al estereotipo de la idiosincrasia judía, además de servir como explicación fácil en una cultura como la americana o inclusive la española, donde el derroche y la ostentación muchas veces es mejor visto que la austeridad del ahorro, por extraña curiosidad.

Las supuestas apariciones que se reportan sobre el Judío Errante de paso por Chile no lo hacen muy distinto del mito universal: un anciano de barbas largas, que camina ayudándose de un bastón, con aspecto de mendigo. Pero aquí se aparece en las puertas de las casas, además, pidiendo pan o café.

Según un caso que estudió el mismo investigador en Lonquén, era el invierno de 1906 cuando, en una casa familiar, apareció un anciano pidiendo las humildes provisiones descritas. Lo invitaron a sentarse sobre una silla por los moradores, pues parecía agotado. Entonces, él respondió que no podía, pues su destino era "andar". Al despedirse agradecido el anciano hizo una grave advertencia a la señora de la casa: que en el mes de agosto próximo, tuviese mucho "cuidado", pues se aproximaba una calamidad. Y, efectivamente, ese tuvo lugar el fatídico terremoto de Valparaíso y Santiago del 16 de agosto de 1906.

Pasada la tragedia, las vecinas se reunieron recordando aún la advertencia profética del viejo. Concluyeron en que debía tratarse sin duda del Judío Errante, vagando por estas tierras tan lejanas a las suyas.

Otra aparición reporteada por Vicuña Cifuentes en la zona central, reveló que el bastón del Judío Errante estaría lleno de números. Según se comentaba en Santiago en aquellos años, esas inscripciones estaban relacionadas con la vasta edad del personaje, correspondiendo quizá a sus distintos aniversarios. También se rumoreaba que podía caminar a una velocidad sobrehumana, tanto así que cruzaba de una ciudad a otra sin que se alcanzara a enfriar el pan recién salido del horno que traía entre sus manos. Aunque el escritor no lo comenta, otros relatos aseguran que el Judío Errante sólo se aparece en la Semana Santa.

Cabe observar que, en la sociedad santiaguina, la mayoría de los ciudadanos judíos que se conocían por entonces probablemente eran de origen sefardí, provenientes de España y presentes en la historia de América desde el descubrimiento en adelante. Muchas familias de "cristianos nuevos" lo habían sido también, al momento de llegar a las Indias Occidentales acompañando a los conquistadores y los colonos. En general, los sefardíes se asimilaron con cierta facilidad en la sociedad chilena durante todo este tiempo. Sin embargo, a fines de los años treinta se produjo la intensa migración de ciudadanos judíos europeos de origen asquenazí, cuya pintoresca cultura y estilo de vida resultó más novedosa para el pueblo que los acogía, cuanto menos desde el gobierno de Pedro Aguirre Cerda y los que siguieron.

Sucesos internacionales de aquella controvertida época y las connotaciones políticas que adquirieron prácticamente todos los hechos históricos de ese período, marcaron quizás el fin del mito del Judío Errante, sobrepasado por la connotación que quedó implícita a su propio concepto, además de perder su validez con la fundación material del Estado de Israel y la transformación de toda su diáspora internacional en colonias de un país concreto y ya no espiritual ni imaginario, como se señalaba antaño.

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