LAS SINIESTRAS LEYENDAS DEL CHONCHÓN O TUETUÉ

 

Un terrorífico Chonchón de Chiloé (Fuente: Memoriachilena.cl). Se advierte su semejanza con un buho o lechuza, en esta versión.

Quizá no exista una leyenda más difundida en todo Chile: se puede escuchar con más o menos las mismas características desde Arica a Magallanes, y también en varias islas. Y es que, donde quiera que haya brujos, kalkus, machis o cualquiera forma de magos populares (o se crea que los hay), habrá también chonchones y tuetués: el valle de Azapa, el oasis de Pica, la salitrera abandonada de La Noria, Salamanca, Andacollo, Papudo, Valparaíso, el Cajón del Maipo, Talagante, Melipilla, Chillán, Arauco, Villarrica, Puerto Montt, buena parte del archipiélago de Chiloé, Punta Arenas, Tierra del Fuego... Nunca faltarán.

Existen algunos procesos históricos del siglo XVIII llevados en contra de supuestas hechiceras capaces de encarnar en el temido chonchón o tuetué. En algunas zonas del territorio argentino, de hecho, como Mendoza, Neuquén y Bariloche, también se escuchan historias sobre su terrorífica presencia. El territorio rural es, por excelencia, el paisaje nocturno que preferirían estas míticas criaturas, aunque no faltan quienes aseguraron verlos también en las tardes, cerca de la caída del sol.

En su obra "Brujos y hechicerías", Manuel G. Balbontín recuerda que, en noviembre de 1749, hubo un controvertido caso de aquellos denunciado en la ciudad Chillán ante el protector de los indios, don Carlos Lagos, contra el párroco local, padre Simón Mandiola. Se decía que el sacerdote había azotado y torturado indígenas, paseándolos después ensangrentados por la ciudad durante septiembre anterior, medida que se consideró abusiva e inhumana. Sin embargo, Mandiola se defendió asegurando que el capitán Alejo Zapata había iniciado con una denuncia el proceso que precipitó los hechos y que seguía defendiendo el cura: en venganza por haber castigado a otro indio, una hechicera indígena llamada Melchora había enfermado a la esposa del militar, arrojándole una maldición para la cual, junto a su asistente Tomasa, se convirtieron en chonchones y fueron hasta la propia casa de la víctima.

Es muy probable la forma en que ha llegado a nuestro tiempo la misma creencia provenga de las leyendas sobre dos criaturas voladoras diferentes, sin embargo, aunque las hagamos sinónimos: los chonchones por un lado, correspondientes a cabezas voladoras de hechiceros que se desprenden del cuerpo y pueden actuar en forma autónoma, y los tuetués, que corresponden a aves de muy mal agüero, muchas muchas veces relacionados con los guariaos o huairavos, curiosos pájaros de ojos rojos e intrigante forma de andar por tierra, con la cabeza gacha. Empero, la coincidencia geográfica y la semejanza de ambas creencias relacionadas siempre con la brujería, acabaron fusionándolas en la tradición oral.
Aunque el mito general es de origen mapuche y arraigado especialmente en los campos, en donde se le llama de preferencia tuetué o tué-tué, su difusión difícilmente no lo hubiese colocado también en Santiago y otras ciudades. La capital, particularmente, de manera histórica se ha concentrado entre un cuarto y un tercio de la población total del país, misma que antaño era mucho más crédula y predispuesta a aceptar la existencia de tales bestias nocturnas y lucífugas. Don Benjamín Vicuña Mackenna, en su conocida "Historia crítica y social de la ciudad de Santiago" (1868), testimonia que los chonchones ya eran uno de los terrores que más acosaban a la sociedad santiaguina desde principios del siglo XIX, existiendo muchos reportes de sus supuestas apariciones en la ciudad.

Dijimos que el chonchón es, según la tradición popular, una criatura animal formada por la cabeza de un brujo que se desprende del resto del cuerpo. Vuela valiéndose de sus enormes orejas como alas, las que bate en el aire como pájaro. Estas alas tienen distintos aspectos, según las fuentes: huesudas y membranosas como de murciélago, emplumadas al estilo de un búho o bien conservando el aspecto de las orejas pero de tamaño descomunal. La noche se hace cómplice para las descripciones tan diferentes e imprecisas de aquellos seres.

Según las leyendas originarias, entonces, eran brujos kalkus, los mismos hacedores de monstruos como invunches y provocadores de maleficios, quienes adoptaban el aspecto de chonchones en sus procesiones y ataques nocturnos; o más bien lo eran sus cabezas. En algunos casos, tal vez para el caso de los magos más avezados, su camuflaje con un ave es casi perfecto, pasando por tales a la vista hasta que se los tenía muy encima y venía el espantoso desengaño. Aunque muchos brujos hombres asumen o pueden asumir el aspecto de chonchones, la tradición parece hablar más de mujeres convertidas en estas rarezas.

Julio Vicuña Cifuentes, en "Mitos y Supersticiones recogidos de la tradición oral chilena" (1915), desliza la idea de que serían una clase especial de brujos los capaces de hacer esta extraña transformación, no cualquiera: sólo los que son contados entre los más poderosos y temibles en el ejercicio de la magia negra. Otros, con una mirada más mística, suponen que hay una especie de asociación totémica entre un mago y un ave. Para todos los casos, su imagen es una especie de disfraz de pájaro, intentando pasar inadvertidos mientras comente fechorías, no sólo por razones de desplazamiento en los cielos.

En otro aspecto, aunque la identidad detrás del chonchón es secreta, como su propia condición de hechicero oscuro, no son pocos los sospechosos de postular a esta categoría entre algunas comunidades populares. No es raro que en algunas poblaciones y barrios del Santiago antiguo, de Valparaíso y de balnearios viejos de la costa central, por ejemplo, muchas ancianas fueran señaladas como probables brujas, capaces de convertirse en estos horrores voladores.

Las leyendas chilotas, huilliches y mapuches son abundantes en aves malévolas y engendros voladores, por cierto. Al respecto, es muy probable que el chuncho (Glaucidium nanum), pequeño pájaro de hábitos nocturnos y de la familia de los estrígidos (búhos y lechuzas), haya dado origen al mito del chonchón o al menos haya influido en ella. También se sospecha de su pariente el tucúquere (Bubo virginianus magellanicus), de mayor tamaño y con sus inmensos ojos reluciendo a veces en las noches. La superstición y el terror irracional a lo sobrenatural se han traducido en que algunas de estas pobres exponentes de la fauna chilena hayan pagado las consecuencias de gente asustada o excesivamente crédula, en las noches oscuras y con baja percepción de las formas, confundidas por la mente y la escopeta con los señalados monstruos voladores.

Detallando un poco más sobre el posible origen, además del evidente parecido fonético entre los nombres de ambos seres (el real y el ficticio), en el chuncho destacan sus enormes ojos de mirada casi hipnótica, a veces también resplandeciendo con las pequeñas fuentes de luz nocturna o la propia luna, en lo que debe ser una imagen aterradora para las sociedades enredadas con el pensamiento mágico. Y, tal como como sucede con chonchón y originalmente con el tuetué cuando no eran lo mismo, el avistamiento o la presencia de un chuncho es presagio de posibles desgracias e infortunio. Si aparecen en la casa de un enfermo, inclusive, anticiparía su pronta muerte.

 

Rodolfo Lenz creía en una relación directa entre ambos mitos de chunchos y chonchones. Vicuña Cifuentes comenta, sin embargo, que muchas tradiciones no consideran al chuncho en alguna clase de relación con el temido chonchón, sino que se trataría de creencias distintas e inconexas. Además, la leyenda del chuncho tiene claridad sobre su particular forma de canto, que no es la de tue-tué, tue-tué (atribuida al chonchón y al tuetué), sino chun-chún, chun-chún. A fin de cuentas, puede que se trate de un mismo mito que se abrió en dos caminos distintos, pero con diferencias esenciales entre ambos también.

Por su lado, en el libro "Historia y tradiciones del Puente de Cal y Canto" (1888), Justo Abel Rosales reporta la presencia de terroríficos avistamientos de chonchones y siniestros pájaros gigantes sobre el puente colonial de Santiago, dando gritos, batiendo sus alas y causando pavor entre quienes transitaban por él. Saltando un siglo, Oreste Plath, en "Geografía del Mito y la Leyenda Chilenos" (1994), dice que la forma en que los brujos se convierten en chonchones es a través de un ungüento que se colocan en la garganta. Al momento de desprenderse la cabeza del resto del cuerpo, la brujería exige al monstruo repetir el siguiente rezo mientras levanta el vuelo: "Sin Dios, ni Santa María".

La forma de advertir la presencia del chonchón, en tanto, es por ese canto que lanza en las noches mientras vuela: tue-tué, tue-tué, tue-tué, ese sonido maldito, presagio de fatalidades que, como hemos dicho, proviene en realidad de las aves malvadas tuetués. Se cree además que, al repetir demasiado este mantra, sea en serio o por jugarreta, se lo invoca involuntariamente, razón por la que muchos prefieren llamar chonchón a tuetué y comprender su canto como innombrable e irrepetible. Quizá de allí provenga también parte de la confusión entre ambas entidades.

En otro aspecto, como es corriente que los cielos de algunas ciudades sean atravesados en la tarde o la noche por aves con cantos parecidos, como los queltehues  o teros (Vanellus chilensis) que bajan desde la cordillera por el río Mapocho para el caso de Santiago o que marchan hacia parques y lagunas en terrenos más rurales, muchos creen escuchar al temible resonar del tue-tué en sus pasadas, erizándoles los pelos. Según algunos relatos transmitidos por los iniciados en las artes mágicas, este canto es en realidad lo único que delata a un chonchón ante un hombre corriente, pues sólo otros brujos y hechiceros pueden verlo perfectamente y tal cual es.

Molestar, provocar o agredir a un chonchón es un acto peligrosísimo; prácticamente suicida. Existen formas de evitar la influencia nefasta de la criatura, entonces, cuando acecha a un inocente, pero la violencia no se recomienda. Una técnica era repetir el canto Magníficat, una especie de rezo que, sin embargo, es casi imposible de conocer ya en su forma útil a este problema, pues la gente que lo tiene memorizado considera de mala suerte difundirlo o enseñarlo. Sólo puede ser transmitido por iniciados a aprendices, líneas que ya se ha contado en la inmensa mayoría de los posibles ejemplos. 

Existe también un conjuro blanco llamado "Las doce palabras redobladas", con el cual se hace caer al chonchón como si estuviese herido, y queda aleteando en el suelo. Otra forma es rezar lo siguiente, según Plath:

San Cipriano va para arriba,

San Cipriano va para abajo,
sosteniendo una vela

de buen morir.

El procedimiento de autodefensa más al alcance del hombre común, sin embargo, es el antiguo amuleto de la Cruz o Estrella Rúbrica de Salomón, de cinco puntas y con símbolos en hebreo. Nos parece que tiene el mismo efecto de la cruz cristiana sobre un vampiro o algo equivalente. De hecho, Tomás Guevara aseguraba en "Historia de la civilización de la Araucanía" (1898-1902) que el chonchón también puede atacar bebiendo la sangre de sus desgraciadas víctimas como lo haría un piguchén, cuando están enfermas y se les aparece intentando derrotar su espíritu para arrastrarlas a la muerte. Esto significa que muchos encuentros con el monstruo, relatados por los sobrevivientes, serán tomados como simples delirios de la fiebre y del estado de agonía en el lecho de enfermos.

En caso de no tener a mano este amuleto salomónico este se puede dibujar rápidamente en el suelo al sentir cerca la presencia del chonchón. Es algo que debe realizarse con suma presteza y para ello se debe ensayar bastante el mismo sello salomónico que contiene a los demonios, para no olvidarlo cuando sea necesario. Algunos agregan que tiene que clavarse en el centro de la estrella dibujada un cuchillo con el filo apuntando al monstruo, y así este caerá.

Pero existen otros métodos aun más primitivos para protegerse del malévolo engendro, según lo que escribe Ricardo E. Latcham en "La organización social y las creencias religiosas de los antiguos araucanos" (1924). Dice allí: "Los indios temen mucho al chonchón y hacen invocaciones y queman hojas de canelo cuando sienten su grito". Plath agrega que se le puede espantar arrojando sal al fuego de una fogata, salamandra o chimenea.
Otra manera de contrarrestar el peligro, aunque más arriesgada, es extender un chaleco de una forma particular mientras se repite: "Pasa chonchón tu camino... Pasa chonchón tu camino". De mediar la fuerza espiritual necesaria para hacer efectivo este ejercicio, el monstruo pasará volando de largo, ignorando o sin advertir a sus potenciales víctimas allá abajo, ahorrando también la necesidad de un enfrentamiento.

"Todos caerán", aguafuerte de don Francisco de Goya.

Dibujo de un tuetué en el diario "La Estrella" de Valparaíso, agosto de 1978.

Si se consigue neutralizar al chonchón con alguno de aquellos recursos, entonces, debe dejárselo en el suelo y no intentar atraparlo ni cargarlo. Empero, la leyenda de la Estrella de Salomón dibujada en el suelo dice que el chonchón caerá ensartado en el cuchillo y, a continuación, debe ser quemado. Otros aseguran que cualquier vulnerabilidad del brujo sólo es pasajera, por lo que incluso intentar deshacerse de él puede reabrir peligros y futuras venganzas. De hecho, es mejor no permitir que siquiera mire a quien logre vencerlo, pues en su derrota -provisoria, como hemos dicho- no tardará en llamar a otros chonchones para que vengan en su socorro y se lo lleven en vuelo, o bien que castiguen su caída por él. Si logra ver la cara a su oponente, en consecuencia, cobrará revancha de manera inmisericorde contra él, pues los brujos son seres extremada y diabólicamente vengativos y rencorosos, ya que no soportan la derrota, ni la burla.

Hay quienes creen en la capacidad de hacer diplomacia con el chonchón, además. Se dice así que, en sus correrías, el canto tue-tué, tue-tué en realidad amedrenta a quienes no estén dispuestos a concederle favores y regalos al brujo que los produce. Si se escucha en lo alto este ruido, se debe prometer con un susurro al brujo algo para que pase a buscarlo al otro día y así evitar represalias. No son exigentes con los pedidos, sin embargo: sólo demandan cumplimiento, por lo que una forma de zafarse de su acoso sería, al escuchar su canto, hacerle la promesa de regalarle agua, sal, pan o cualquier otro producto que siempre pueda hallarse en casa. La sal es el ejemplo más común. El brujo pasará al día siguiente por la casa, en su forma humana, a recoger lo que se le ofreció. Jamás se le debe negar.

Sin embargo, aquel método no está exento de riesgos o controversias, según lo que deja consignado Vicuña Cifuentes:

De entre las innumerables consejas que se refieren a propósito de los Chonchones, transcribiremos una muy popular. Al oír el grito de un Chonchón, unas jóvenes traviesas tuvieron la mala ocurrencia de decirle: "Vuelve mañana por sal". Al día siguiente se les presentó un viejecillo pequeño y magro a reclamar la sal prometida la noche anterior. Diéronsela temblando las muchachas, y el viejo, al recibirla, les dijo severamente que no se burlaran otra vez de la gente pasajera. Esta conseja tiene una variante, muy difundida también, según la que, al día siguiente del ofrecimiento de la sal, se presentó a comer en dicha casa un elegante caballero, el cual, cuando se creyó que nadie lo veía, se echó al bolsillo el salero y se despidió cortésmente después.

También era común en los pueblos y poblaciones de la Región Metropolitana alguna historia en que las viejas sospechosas de ser brujas reconozcan en algún momento de su vida su condición de hechiceras, con la plantilla de un relato que se repite de la misma forma casi siempre: un tipo intenta capturar o lesiona casualmente a un ave que se le cruza en el camino. Cuando vuelve a casa, al día siguiente, su vecina le dice "Ud. casi me mata anoche", dándole a entender que habría sido ella la que estaba encarnada en el ser volador. En el chonchón, en otras palabras.

La Región de Valparaíso también ha sido escenario de pretendidos avistamientos de tales criaturas generando historias folclóricas, incluso en nuestro tiempo y especialmente hacia el interior, por la zona del Aconcagua. En "La Estrella" de Valparaíso, en agosto de 1978, Emilio Olea nos dice los siguiente sobre a presencia local del mito:

En la zona de Limache se cuentan numerosas historias acerca del chonchón. En una ocasión, en una casa de allí, se oyó gritar a un chonchón. Alguien hizo sobre el suelo una cruz, lo que mató al ave que era grande, como un pavo. Cortáronle la cabeza y se la dieron a una perra. Al rato se observó que el vientre de la perra se hinchaba. Más tarde el sepulturero del pueblo refirió que ese mismo día, personas desconocidas habían ido a enterrar un cuerpo sin cabeza.

Finalmente, cabe señalar que aquella es otra historia común en prácticamente todos los campos de la Zona Central: la de una familia o grupo de amigos quienes, supuestamente, lograron capturar a un pájaro cantando el consabido tue-tué y, temiendo que fuera un brujo, le cortaron la cabeza, arrojándosela a un perro en la casa para que la devorara. Al día siguiente no encontraron el cuerpo del ave, pero se supo a las pocas horas que un conocido brujo local había amanecido muerto y decapitado, siendo sepultado secretamente después por los demás compañeros de hechicería.

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