LAS SINIESTRAS LEYENDAS DEL CHONCHÓN O TUETUÉ

 

Un terrorífico Chonchón de Chiloé (Fuente: Memoriachilena.cl).

Quizá no exista una leyenda más difundida en todo Chile: la he escuchado con las mismas características desde Arica a Magallanes. Y es que donde quiera que hayan brujos (o se crea que los hay), habrá Chonchones: el valle de Azapa, el oasis de Pica, la salitrera abandonada de La Noria, Salamanca, Andacollo, Papudo, Valparaíso, Talagante, Melipilla, Chillán, Arauco, Villarrica, Puerto Montt, parte del archipiélago de Chiloé, Punta Arenas, Tierra del Fuego... Nunca faltarán.

Incluso existen procesos históricos del siglo XVIII, llevados en contra de supuestas hechiceras capaces de encarnar en el temido Chonchón o Tuetué. En algunas zonas del territorio argentino, como Mendoza, Neuquén y Bariloche, también se escuchan historias sobre su terrorífica presencia.

Aunque es un mito de origen mapuche y arraigado especialmente en los campos, donde se le llama de preferencia Tuetué, su difusión difícilmente no lo hubiese colocado también en Santiago, donde históricamente se ha concentrado entre un cuarto y un tercio de la población total del país, en antaño muy crédula y convencida de la existencia de esta bestia nocturna y lucífuga. Don Benjamín Vicuña Mackenna, en su "Historia Crítica y Social de la Ciudad de Santiago" (1868), escribe que los Chonchones ya eran uno de los terrores que más acosaban a la sociedad santiaguina de principios del siglo XIX, existiendo muchos reportes de sus supuestas apariciones en la ciudad.

El Chonchón es, según la tradición popular, una criatura animal formada por la cabeza de un brujo que se desprende del resto del cuerpo y vuela valiéndose de sus enormes orejas como alas, que bate en el aire como pájaro. Estas alas tienen distintos aspectos, según las fuentes: huesudas y membranosas como de murciélago, emplumadas al estilo de un búho o bien conservando el aspecto de las orejas pero de tamaño descomunal.

Según las leyendas originarias, eran brujos kalkus, los mismos hacedores de monstruos como invunches y provocadores de maleficios, los que adoptaban el aspecto de Chonchones en sus procesiones y ataques nocturnos. En algunos casos, su camuflaje con un ave es casi perfecto, pasando por tales a la vista. Aunque muchos brujos hombres asumen el aspecto de Chonchones, la tradición parece hablar más de mujeres convertidas en estas rarezas.

Julio Vicuña Cifuentes, en "Mitos y Supersticiones recogidos de la tradición oral chilena" (1915), desliza la idea de que serían una clase especial de brujos los capaces de hacer esta extraña transformación, contados entre los más poderosos y temibles en el ejercicio de la magia negra. Otros, con una mirada más mística, suponen que hay una especie de asociación totémica entre un mago y un ave. Su imagen es una especie de disfraz de pájaro, intentando pasar inadvertidos mientras comente fechorías. Aunque la identidad de Chonchón de un brujo es secreta, como su propia condición de hechicero oscuro, no es raro que en algunas poblaciones y barrios más populares del Santiago antiguo, muchas ancianas sean señaladas como probables brujas capaces de convertirse en estos horrores voladores.

Las leyendas chilotas y mapuches son abundantes en aves malévolas y engendros voladores. Al respecto, es muy probable que el chuncho (Glaucidium nanum), pequeño pájaro de hábitos nocturnos y de la familia de los estrígidos (búhos y lechuzas), haya dado origen al mito del Chonchón. También se sospecha de su pariente el tucúquere (Bubo virginianus magellanicus), de mayor tamaño.

Además del evidente parecido fonético entre los nombres de ambos, en el chuncho destacan sus enormes ojos de mirada casi hipnótica, a veces resplandeciendo con las pequeñas fuentes de luz nocturna, en lo que debe ser una imagen aterradora para las sociedades supersticiosas. Y, tal como Chonchón, el avistamiento o la presencia de un chuncho es presagio de desgracias e infortunio. Si aparecen en la casa de un enfermo, anticipa su pronta muerte.

Rodolfo Lenz cree en esta relación entre ambos mitos. Vicuña Cifuentes comenta, sin embargo, que muchas tradiciones no consideran al chuncho en alguna clase de relación con el temido Chonchón, sino que se trataría de mitos distintos. Además, la leyenda del Chuncho tiene claridad sobre su particular forma de canto, que no es la de tue-tué, tue-tué (del Chonchón), sino chun-chún, chun-chún. A fin de cuentas, puede que se trate de un mismo mito que se abrió en dos caminos distintos.

En su libro "Historia y tradiciones del Puente de Cal y Canto" (1888), Justo Abel Rosales reporta la presencia de terroríficos avistamientos de chonchones y siniestros pájaros gigantes sobre el puente, dando gritos, batiendo sus alas y causando pavor entre quienes transitaban por él.

Oreste Plath, en "Geografía del Mito y la Leyenda Chilenos" (1994), dice que la forma en que los brujos se convierten en Chonchones es a través de un ungüento que se colocan en la garganta. Al momento de desprenderse la cabeza del resto del cuerpo, la brujería exige al monstruo repetir el siguiente rezo mientras levanta el vuelo: "Sin Dios, ni Santa María".

La forma de advertir la presencia del Chonchón es por ese canto que lanza en las noches mientras vuela: tue-tué, tue-tué, tue-tué, ese sonido maldito, presagio de fatalidades. Se cree que, al repetir demasiado este mantra, se lo invoca involuntariamente, razón por la que muchos prefieren llamarle Chonchón a Tuetué y comprender su canto como innombrable e irrepetible.

Como es corriente que la ciudad de Santiago sea atravesada en la tarde y a veces también de noche por aves con cantos parecidos, como los queltehues que bajan desde la cordillera por el río Mapocho o marchan hacia parques y terrenos más rurales, muchos creen escuchar al temible resonar del tue-tué en sus pasadas, erizándoles los pelos. Según algunos relatos transmitidos por los iniciados en las artes mágicas, este canto es en realidad lo único que delata a un Chonchón ante un hombre corriente, pues sólo otros brujos y hechiceros pueden verlo perfectamente y tal cual es. Molestar, provocar o agredir a un Chonchón es un acto peligrosísimo, además; prácticamente suicida.

Existen formas de evitar la influencia nefasta de la criatura, cuando acecha a un inocente. Una técnica era repetir el canto Magníficat, una especie de rezo que, sin embargo, es casi imposible de conocer ya, pues la gente que lo tiene memorizado considera de mala suerte difundirlo o enseñarlo. Sólo puede ser transmitido por iniciados. 

Existe también un conjuro blanco llamado "Las Doce Palabras Redobladas", con el cual se hace caer al Chonchón como si estuviese herido, y queda aleteando en el suelo. Otra forma es rezar lo siguiente, según Plath:

San Cipriano va para arriba,

San Cipriano va para abajo,

sosteniendo una vela

de buen morir.

El procedimiento de autodefensa más al alcance del hombre común, es el antiguo amuleto de la Cruz o Estrella Rúbrica de Salomón, de cinco puntas y con símbolos en hebreo. Nos parece que tiene el mismo efecto de la cruz cristiana sobre un vampiro. De hecho, Tomás Guevara asegura en "Historia de la civilización de la Araucanía" (1898-1902) que el Chonchón también puede atacar bebiendo la sangre de sus desgraciadas víctimas, cuando están enfermas y se les aparece intentando derrotar su espíritu, para arrastrarlos a la muerte. Muchos encuentros con el monstruo, relatados por los sobrevivientes, serán tomados como delirios de la fiebre y del estado de agonía en el lecho de enfermos.

En caso de no tener a mano este amuleto salomónico, se lo puede dibujar rápidamente en el suelo al sentir cerca la presencia del Chonchón. Algunos agregan que tiene que clavarse en el centro de la estrella dibujada un cuchillo con el filo apuntando al monstruo.

Pero existen otros métodos más primitivos para protegerse del malévolo engendro, según escribe Ricardo E. Latcham en su obra "La organización social y las creencias religiosas de los antiguos araucanos" (1924): "Los indios temen mucho al chonchón y hacen invocaciones y queman hojas de canelo cuando sienten su grito".

Plath agrega que se le puede espantar arrojando sal al fuego. Otra manera, más arriesgada, es extender un chaleco de una forma particular mientras se repite:

Pasa Chonchón tu camino

Pasa Chonchón tu camino...

Si se consigue neutralizar al Chonchón, debe dejárselo en el suelo y no intentar atraparlo. Aunque la leyenda de la Estrella de Salomón dibujada en el suelo dice que el Chonchón caerá ensartado en el cuchillo y debe ser quemado, otros aseguran que cualquier vulnerabilidad del brujo sólo es pasajera. De hecho, es mejor no permitir que ni siquiera mire a quien logre vencerlo, pues en su derrota provisoria no tardará en llamar a otros Chonchones para que vengan en su socorro y se lo lleven en vuelo. Si logra verle la cara a su oponente, cobrará venganza, pues los brujos son seres extremada y diabólicamente revanchistas, ya que no soportan la derrota ni la burla.

"Todos Caerán", aguafuerte de don Francisco de Goya.

Hay quienes creen en la capacidad de hacer diplomacia con el Chonchón. Se dice que, en sus correrías, el canto tue-tué, tue-tué en realidad amedrenta a quienes no estén dispuestos a concederle favores y regalos al brujo que los produce. Si se escucha sobre la cabeza este ruido, se debe prometer al brujo algo para que pase a buscarlo al otro día, y así evitar represalias de su parte. No son exigentes con los pedidos, sin embargo: sólo demandan cumplimiento, por lo que una forma de zafarse de su acoso sería, al escuchar su canto, hacerle la promesa de regalarle agua, sal, pan o cualquier otro producto que siempre pueda hallarse en casa. La sal es el más común. El brujo pasará al día siguiente por la casa, en su forma humana, a recoger lo que se le ofreció. Jamás se le debe negar.

Sin embargo, este método no está exento de riesgos o controversias, según Vicuña Cifuentes:

De entre las innumerables consejas que se refieren a propósito de los Chonchones, transcribiremos una muy popular. Al oír el grito de un Chonchón, unas jóvenes traviesas tuvieron la mala ocurrencia de decirle: "Vuelve mañana por sal". Al día siguiente se les presentó un viejecillo pequeño y magro a reclamar la sal prometida la noche anterior. Diéronsela temblando las muchachas, y el viejo, al recibirla, les dijo severamente que no se burlaran otra vez de la gente pasajera. Esta conseja tiene una variante, muy difundida también, según la que, al día siguiente del ofrecimiento de la sal, se presentó a comer en dicha casa un elegante caballero, el cual, cuando se creyó que nadie lo veía, se echó al bolsillo el salero y se despidió cortésmente después.

Es común en los pueblos y poblaciones de la región metropolitana, por ejemplo, alguna historia en que las viejas sospechosas de ser brujas reconozcan en algún momento de su vida su condición de hechiceras, con la plantilla de un relato que se repite de la misma forma casi siempre: un tipo intenta capturar o lesiona casualmente a un ave que se le cruza en el camino. Cuando vuelve a casa, al día siguiente, su vecina le dice "Ud. casi me mata anoche", dándole a entender que habría sido ella la que estaba encarnada en el ser volador. En el Chonchón, en otras palabras.

Otra historia común en la Zona Central era la de una familia que, supuestamente, logró capturar un pájaro cantando tue-tué y, temiendo que fuera un brujo, le cortaron la cabeza, arrojándosela a un perro para que la devorara. Al día siguiente no encontraron el cuerpo del ave, pero se supo que un conocido brujo local había amanecido muerto y decapitado, sepultado secretamente por los demás compañeros de hechicería. Sólo los sepultureros han sido testigos de estas macabras escenas.

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