CALVO, DESOREJADO Y MISTERIOSO: EL VERDADERO PRIMER EUROPEO VENIDO A CHILE DURANTE LA CONQUISTA

 

Una licencia de fantasía de mi parte, para ponerle rostro al Desorejado...

Coordenadas:  32°52'48.31"S 71°14'51.07"W (Quillota)

La historia suele colocar a don Diego de Almagro como el descubridor oficial de Chile, sólo entrando en posible conflicto con las apreciaciones que consideran también al paso de Hernando de Magallanes en 1520 por el territorio del mar austral, en el Estrecho que lleva su nombre. Sin embargo, antes de Almagro llegó por este terruño otro español documentado en varias crónicas coloniales: Pedro (o Gonzalo) Calvo de Barrientos, ex militar de posible origen sevillano, apodado El Desorejado por una curiosa mutilación que lo hacía inconfundible. Quizás sea uno de los personajes más enigmáticos de todo el período de la Conquista de Chile, de hecho, además del aparente iniciador del mestizaje por estas tierras.

Calvo de Barrientos ha aparecido varias veces en representaciones del mundo del arte y la literatura, por cierto. El año 2007, por ejemplo, se inició uno de los más recientes: un proyecto cinematográfico llamado "El Desorejado", bajo dirección de Sebastián Alarcón y con el actor y comediante Claudio Reyes como protagonista, encarnando a Calvo de Barrientos. Sin embargo, el resultado estrenado en 2008 y después exhibido en formato serial por TVN, fue un tanto discutible a pesar del gran despliegue visual de historicidad y de la tremenda e interesante narración que lo inspiraba.

Como las versiones sobre la vida y la importancia del personaje se han ido ampliando pero también deformando con el correr del tiempo, adicionándole detalles que quizás no pertenezcan a las primeras descripciones conocidas del mismo, he preferido hacer un ejercicio más purista y, esta vez, concentrarme principalmente en las reseñas de las crónicas coloniales, para construir su semblanza y señalar el valor que parece haber tenido esta misteriosa figura de la historia chilena.

EL CASTIGO Y EL VIAJE

La leyenda y la iconografía describen al Desorejado como un hombre totalmente calvo, pero me pregunto sin acaso tendrá que ver en esto alguna interpretación errónea de su apellido, si es que realmente se llamaba Calvo de Barrientos; o si éste no era, a la inversa, un motete ganado por ausencia natural de pelo o porque él se rapara intencionalmente, cosa que es poco esperable de alguien que necesita esconder las cicatrices de la brutal amputación de sus orejas.

En muchas fuentes, a este viajero se lo menciona también como Gonzalo Calvo de Barrientos; y don José Toribio Medina señala en su "Diccionario biográfico colonial de Chile", de 1906, que en algunas aparece llamado Alonso de Barrientos, como sucede con la crónica de Jufré del Águila. Otros autores como Carlos Pereyra en "Cuadros de la Conquista y la Colonia", recuerdan que ha sido llamado Casco y Gasco. Este último nombre es el que le otorgan Bibar y Góngora y Marmolejo. En su "Historia general del reino de Chile: Flandes Indiano y Nueva Extremadura" escrito hacia 1674, Diego de Rosales se refiere a él como "un Barrientos, natural de Sevilla" dándole un capítulo completo a su calidad de primer español en territorio chileno, y más adelante completando su identidad como Pedro Calvo Barrientos.

Ladronzuelo, jugador y enamoradizo según se ha dicho, en Perú (o más bien, la Nueva Castilla de entonces) el conquistador Francisco Pizarro le había hecho azotar y cortar las orejas, como castigo por un delito que probablemente haya tenido que ver con un robo cometido en Jauja, de acuerdo a lo que anota Diego Barros Arana en su "Historia de Chile"; "Jauja o El Cuzco", agrega Ricardo Herren en "Indios carapálidas". Según Carlos Keller en "Los orígenes de Quillota", sin embargo, este hurto involucró "una parte de los tesoros de oro y plata que se reunieron para pagar el rescate de Atahualpa".

Una de las eventuales deformaciones de la historia -surgida de las sucesivas transcripciones y repeticiones- propone que el personaje escapó a Chile como fugitivo, sólo para salvar su vida y sabiéndose perseguido. Pero la verdad más completa sería que, con esas heridas del castigo acusándolo, además de la fealdad de su aspecto, El Desorejado prefirió apartarse de la sociedad civilizada y esconderse lejos de quienes habían sido su gente y ahora le daban la espalda. Humillado y avergonzado por esta marca perpetua, entonces, el ex soldado se marchó del recientemente conquistado Perú, asistido por incas leales a Atahualpa, emperador que a la sazón ya estaba apresado por Pizarro y aguardando la llegada del oro y las joyas que había prometido a los españoles a cambio de su liberación, acuerdo que estos no respetarían. Rosales describe la situación con las siguientes palabras:

El Rey, como noble y piadoso, que es propio de los nobles el serlo, le consoló y le prometió su favor, y le dijo que le enviaría muy recomendado a los gobernadores de la más retirada y escondida parte de su Reino, que era Chile. Diole el Rey su borla real por pasaporte y como provisión real, y mandole llevar en andas con una india que sacó consigo, de quien se había aficionado, y ordenó apretadamente que por todo el camino, hasta ponerle en Chile, por casi quinientas leguas, le agasajasen y sirviesen, hasta ponerle donde estaban los mayores caciques, Tangolonco y Michemalongo, y sus gobernadores.

Calvo de Barrientos salió, entonces, buscando refugio en tierras más al Sur, en algún lugar remoto del reino incásico donde pudiese permanecer lejos de la vista de sus pares y ocultando su vergüenza, hacia mediados del año 1533. Así cuenta esta aventura el "Compendio historial del Descubrimiento y Conquista del Reino de Chile" de Melchor Jufré del Águila, en 1630:

En el campo que entró de los cristianos
conquistando el Pirú un soldado hubo
que se llamaba Alonso de Barrientos,
sobre gran jugador ladrón tan diestro
que nada había seguro de sus manos,
y como los soldados se hallaban
de plata y oro tan enriquecidos,
y sin muchos baúles ni escritorios,
robábales gran suma cada día,
que con facilidad en él se hallaba,
sin que bastase esta evidencia cierta,
y amenazarle por diversos modos,
y perdonarle el hurto muchas veces,
con que la enmienda justa prometiese;
ingratitud enorme, pues sin duda.
Ingrato es quien reitera,
aún con muy grande ocasión,
el pecar sobre el perdón.
sacábanle a vergüenza cada día
pero no aprovechando este remedio
afrentáronle el fin públicamente,
con que su medra fue como su maña,
que, como dijo el Sabio, a veces pasa:
unos partiendo sus bienes
vemos que mucho enriquecen,
otros hurtando empobrecen.
Sintiolo tanto que del campo luego
se ausentó, y no sabiendo donde iba,
fue preso de la gente de la tierra
y ante el Inga traído, al cual él dijo
cuanto quiso saber de los cristianos,
que ya la lengua general hablaba,
(cosa que les pudiera dañar mucho
si el Inga ejecutara sus consejos).
Éste pues deseando no ser visto
eternamente más de los de España,
este año mismo, cuando se volvieron
a Chile los que el oro habían traído,
pidió licencia al Inga y fue con ellos,
y en las aguadas puso aquellas cruces.
Cuando del campo huyó, le reputaron
por ahogado o muerto de otra suerte;
y aunque al principio de su fuga hicieron
diligencias algunas, ya olvidado
no había quien preguntase si era vivo,
ni apenas se acordase de su nombre,
(que tal pasa del mundo en las más cosas)
y así, aunque aquel Birinto algo asonaba
a Barrientos, no dio en el chiste nadie,
y con la admiración hacían discursos
tan fuera de lo cierto como errados.
Al fin a Copiapó llegó don Diego,
habiendo un sólo día antes sabido
los naturales cosa tan extraña
y no pensada; y hecho su consejo,
no sabiendo qué gente aquella fuese,
porque los ingas que iban con Barrientos
no quisieron decirles cosa alguna
de lo que ya en el Cuzco había pasado;
y hallándose tan mal apercibidos
para bien resistir, y sus comidas
en los campos en berza, se acordaron
en recibirlos muy de paz y fiesta,
hasta entender mejor sus pretensiones;
o si eran de los ingas enemigos
(cosa de que gustaran ellos mucho
como de nuevo de los conquistados)
que como dijo el cuerdo Jenofonte:
contra nadie más se irritan
los hombres que contra aquellos
que pretenden mando en ellos.

Es preciso detenerse en este punto: si El Desorejado fue el primer blanco español (y europeo, por extensión) que viene al actual territorio chileno en esos años, entonces fue el primero también en poner pie en muchos hitos donde hoy hay poblados y ciudades completas, considerando que la ruta que debió llevarlo hasta el Aconcagua, donde se estableció, era la misma del ancestral Camino del Inca. Lautaro Núñez, por ejemplo, dice en "Cultura y conflicto en los oasis de San Pedro de Atacama":

Ante los rumores del avance de un gran ejército de Wiracochas o dioses blancos, difundidos entre Tambo y Tambo por los chasquis inkas, los atacameños vieron con estupor el arribo de sólo uno: el desorejado Pedro Calvo Barrientos.

De la misma manera, vemos que la historia reconoce a Diego de Almagro pasando por Tarapacá, en la quebrada del mismo nombre, mientras iba viajando hacia Arequipa ya en el regreso de su frustrante aventura en Chile; y que habría sido un enviado suyo, el Capitán Ruy Díaz, el primer español que visitó pueblo tarapaqueño poco antes, mientras realizaba los reconocimientos de terrenos que le habían encargado en 1536, mientras que Almagro llegó a pernoctar allá ese mismo año. Pues bien: si consideramos que Barrientos acaso pudo pasar por allí en su escape tres años antes (pues el poblado de Tarapacá se encuentra también en el Camino del Inca que las huestes imperiales debían tomar para estas tierras del Sur), entonces el primer español en dicho territorio debió haber sido él y no Díaz ni Almagro.

Michimalonco o Michimalongo, cacique del Aconcagua que acogió al Desorejado.

ARRIBO EN QUILLOTA

Según Keller en su citado libro sobre Quillota, el Camino del Inca llevó a Calvo Barrientos y a su comitiva desde el Cuzco y por el Altiplano hasta cerca de Ollahue, entrando en territorio chileno a la altura de El Tatio y San Pedro de Atacama, para continuar por el Río Frío y seguir a Juncal y Chañaral Alto, alcanzando desde allí Copiapó, Paitanas (Vallenar), Incahuasi, Portezuelo de Hualcuna y La Marquesa hasta Combarbalá. Desde allí siguió a Illapel y Puchuncaví, al Portezuelo de la Cuesta Vieja de Chilicauquén y desde este lugar a Quillota.

Otra versión más simplificada del viaje dice que Barrientos habría llegado hasta el Estero Conchalí al Norte de Los Vilos, para seguir desde allí su travesía por el borde costero alcanzando la localidad que corresponderá después a Concón, desde donde siguió hacia el interior por el río Aconcagua, llegando así a Quillota y a la colonia de mitimaes bajo dominio de los caciques Tangalonco y Michimalonco, leales al incanato.

Como sea que arribó siguiendo aquellas rutas ancestrales con la pequeña caravana, Calvo de Barrientos es el primer viajero del Viejo Mundo identificado hasta ahora que pone sus suelas en tierras chilenas, al pisar el valle aconcagüino. Así continúa contando esta historia el sacerdote y cronista Rosales, confirmando la observación sobre el estatus del que realmente disfrutó Calvo de Barrientos en las sociedades nativas del territorio chileno de entonces:

Llegado que fue a Chile le hicieron estos grandes agasajos, como a persona recomendada de su Rey y que traía su borla real; diéronle casas donde vivir, tierras para sembrar y mujeres que le sirviesen, y además de la recomendación que llevaba, la admiración de ver un hombre blanco, con barbas y tan diferente de ellos les causó grande estima y veneración. Barrientos, viéndose ya apartado de los españoles, en tan lejas tierras, donde jamás pensó verlos ni que le viesen, tan estimado de los indios, tan servido de todos y tan señor de sus voluntades, para hacerse más semejante a ellos y ganarles más la voluntad, renunció el hábito de español y le consagró al templo y adoratorio de los ingas, con parte de sus armas, quedándose con sólo la espada; vistiose en traje de indio, pelose las barbas, como ellos usan, quedó descalzo de pie y pierna, y en todo se dio a la vida bestial de los indios, quedándole sólo el nombre de cristiano. De éste se informaron los gobernadores del estado de las cosas del Perú, de la prisión de su Rey, de la venida de los españoles y de qué gente eran y a qué venían de tan lejas tierras. Concurrió toda la tierra a la novedad del caso y venían de muy lejos por ver a un hombre tan extraño y nunca visto, e hicieron para esto y para su solemne recibimiento un parlamento general y una fiesta muy solemne, con mucha chicha y comida, a que concurrieron el cacique Narongo, señor de Maipo, y Michemalongo, y en esta ocasión se reconciliaron de algunos odios que entre los dos había y les habían ocasionado algunas guerras.

La influencia de Barrientos en aquella comunidad fue algo instantáneo. Llegó a ser tal que, según la misma crónica, sugirió a Michimalongo dar muerte a su recién mencionado adversario, además de presumir de supuestas capacidades sobrenaturales que impresionaron a las sociedades indígenas que lo recibieron:

Pero el Barrientos, deseoso de ganar nombre y prometiéndose hacerse señor de todos los indios, persuadió a Michemalongo que no obstante las amistades que había hecho Narongo, le matase y se hiciese señor absoluto del valle, y que si hallaba en esto dificultad alguna, él la hallaría y le mataría, diciéndole que los españoles eran inmortales e invencibles y que a él nadie le podía hacer mal, ni de esta muerte les podía resultar mal ninguno; que cuando sus parientes le quisiesen vengar, que para eso lo podía hacer capitán de todos sus indios y él se los gobernaría y sacaría a salvo victoriosos de todas las batallas, y que ni tenía que temer a los reyes ingas, que además de estar tan lejos estaban ya tan embarazados con los españoles que ya no se acordarían más de Chile. Pareciole bien al cacique la ocasión para satisfacer sus venganzas y quedar señor del campo, y prometiole su ayuda y habló a sus indios para que todos se sujetasen a Barrientos en las cosas pertenecientes a la guerra y acudiesen a su llamado. Con esto aguardó el Barrientos una ocasión en que se juntaron todos a beber y observó cuando Narongo estaba embriagado, y acometiendo a él con su espada, le mató a estocadas; al ruido acudió la gente del muerto, y convocando la suya Barrientos trabaron una sangrienta batalla, y poniéndose a su lado Michemalongo, después de haber herido y muerto a muchos, le dio lado para que se escapase, con que quedó victorioso su campo y él con grande reputación de valiente y animoso, jactándose de que los españoles eran inmortales. Y como hasta entonces no los habían visto y a él le experimentaron tan osado y arrogante en medio de los enemigos, lo creyeron fácilmente. Con que se hizo más estimado y capitán de los caciques de guerra de todo el valle fértil de Aconcagua, donde esto sucedió. Allí se dio a vicios, placeres y fiestas, y como los halagüeños, se entregó todo a ellos, olvidado que era cristiano, viviendo entre aquellos bárbaros como si fuera uno de ellos, aunque no dejó de darles alguna noticia de la fe y en muchas partes puso cruces que después hallaron con admiración los españoles.

"No resulta grato, pero el primer europeo que se aposentó en Chile resultó amigo de lo ajeno", concluye al respecto y con algo de sorna el investigador René Peri Fagerstrom, en sus "Apuntes y transcripciones para una historia de la función policial en Chile".

Pese a todo, sin embargo, los locales respetaron la investidura que le concedió Atahualpa y lo acogieron como visita de lujo. El extranjero incluso habría venido acompañado en esta aventura por la ñusta (princesa inca) Cuxirimay, con autorización del soberano y a petición del mismo Desorejado, pues habría sido su amor secreto.

Dibujo de Luis F. Rojas para el artículo "El primer desorejado" sobre el español Gonzalo Calvo de Barrientos y su encuentro con la expedición de Almagro en Quillota ("Episodios Nacionales", editado bajo dirección de A. Silva Campos, Editorial O’Higgins, Biblioteca de los Anales de Chile, 1941).

EL ENCUENTRO CON ALMAGRO

Fue en esta situación de autoexilio que Calvo de Barrientos tuvo noticias de la expedición de don Diego de Almagro, que había salido desde el Cuzco hacia el Sur buscando el oro y las riquezas que escasamente pudo hallar en este camino, a pesar de que los indígenas sí conocían escondrijos de tesoros auríferos como los del Marga-Marga. Probablemente, El Desorejado ya estaba perfectamente advertido de la inminente llegada de sus compatriotas al Valle del Aconcagua, cuando esto sucedió. Además, este lugar y este arribo de los hispanos tendría mucho que ver con el origen del nombre de Chile, aunque sea un tema para otro estudio que dejaré pendiente en el calendario de textos pendientes.

Así describe Pedro Mariño de Lobera este encuentro, en su "Crónica del Reino de Chile" escrita hacia 1544:

Por esta causa se partió luego y fue marchando por los valles de Chuapa y de la Ligua sin hacer alto en ellos, hasta venir a dar al valle de Chile, donde traía su designio, en el cual como en términos de su jornada hizo asiento de propósito. Viendo los españoles la hermosura, fertilidad y grandeza de este valle y del caudaloso río que va guiando por todo él y juntamente la gran suma de indios naturales de la tierra, juzgaron todos ser el mejor puesto que hasta allí se había descubierto desde el día en que entraron en las Indias. En este lugar hallaron a un español llamado Gonzalo Calvo de Barrientos, el cual había llegado allí tres años antes respecto de haber tenido pesadumbre en la ciudad de los Reyes del Perú, que le obligó a salir del reino con instancia, de suerte que se puso en camino para Chile por lugares despoblados y sin saber casi adónde iba, sin tener más guía que dos indios deudos de una india principal que iba con ellos...

Informado entonces de la inminencia de la aparición de Almagro y sus hombres, El Desorejado salió a recibirlos en su arribo a Quillota con una gran bienvenida que improvisó entre los indios, ante el asombro de sus paisanos por la presencia de un peninsular tan al Sur. Gerardo Larraín Valdés declara ya más cerca de nuestros días, en "Dios, sol y oro: Diego de Almagro y el descubrimiento de Chile":

Todo este aparato diplomático había sido preparado por el nombre Gonzalo Calvo Barrientos (o Pedro), que, sin guardar resentimiento contra sus compatriotas, ponía todos los indios a su servicio.

Alonso de Góngora Marmolejo da detalles del encuentro en su "Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575", escrito hacia ese mismo año del título. Por su proximidad con los hechos, este registro de la historia resulta bastante válido para refutar algunas versiones que niegan que Calvo Barrientos haya salido atentamente al paso de Almagro en Aconcagua y se haya presentado ante él después:

Estando en esta prosperidad que tengo dicho, llegó don Diego de Almagro a este valle: Pedro Calvo lo salió a recibir, que como fue conocido quedó él y todos admirados de caso tan extraño. Habiéndose honrado y hecho mucha merced, lo llevó consigo; de él se informó de todo lo adelante y de la gente que había en el reino, y qué metales y riquezas tenía la tierra en sí.

Y Jufré del Águila, por su parte, describe la situación en los siguientes versos de su ya citada obra:

Pasó Almagro adelante; y en llegando
donde estaba Barrientos, que se hallaba
yerno de un gran cacique que una hija
le había dado a su modo y oro mucho,
sobre que habían pasado cuentos largos,
cerca del sitio en que se halla ahora
fundada una ciudad que es de aquel reino
cabeza, y aún el todo, pues es sola,
que otras que tiene son lo en sólo nombre;
salió a juntarse con los españoles,
que como dijo Lipsio es cierta cosa:
es la conciencia centella
que puso en el corazón
aquella recta razón.
Y era cristiano al fin y ahora encendiole,
y causó en todos el verle regocijo,
y don Diego de Almagro mil caricias
le hizo, restituyéndole la honra
(si posible era esto) como pudo,
paseándole a caballo con trompetas
por el campo, a su lado, por honrarle.
Éste les dio noticia del estado
en que estaba la tierra, y de sus cosas,
más que en muy largo tiempo ellos pudieran
ganarla con trabajo muy costoso.

Almagro, a  todo esto, venía acompañado de Pablo Inga, indio hermano de Topa Inga y leal a los españoles, facilitándoles bastante el entendimiento con los naturales de aquellas regiones. Continuando este episodio en palabras de Rosales:

Llegó la nuera de la entrada del Mariscal Almagro y sus españoles al valle de Aconcagua junta con la muerte de los culpados, y los caciques Michemalonco y Tangolonco, su sobrino, llamaron a Pedro Calvo Barrientos, que vivía, como dijimos, en aquel valle, y diéronle cuenta de la nueva que les acababa de llegar y pidiéronle consejo para acertar en lo que habían de hacer. Pidioles Barrientos dos días de termino para responderles, y al cabo de ellos les dijo que por el amor que les había cobrado y por el bien que le habían hecho, les quería decir lo que sentía y lo que más les importaba, y era que no se alterasen ni tratasen de tomar armas contra los españoles, que era en vano resistirles, porque los enviaba Dios, que es todopoderoso, a cuya potencia ninguna fuerza humana puede hacer resistencia, y el Rey y Emperador de España, cuyo brazo alcanza hasta las más remotas partes del mundo, y así mismo el Rey Inga, a quien aquellas provincias estaban sujetas; y así, que los saliesen a recibir con buen corazón, besando el pie a Almagro y la mano a Pablo Inga, y que lo que por fuerza habían de venir a hacer mejor era hacerlo de grado y ganar por amigo a un señor tan ilustre y generoso como Almagro, que se lo sabría bien galardonar. Y así, tomando este buen consejo, le salieron a recibir al camino, haciendo arcos triunfales, ramadas en los alojamientos y varias demostraciones  de regocijo y aplausos, principalmente a Pablo Inga, en quien miraban su Rey. Llegados a Aconcagua, salió Barrientos de paz entre otros indios, vestido como ellos y con muchas plumas, y aunque por verle tan galán y arrogante pusieron todos los ojos en él, ninguno le conoció, hasta que habló en español y se dio a conocer, con que todos los españoles ocurrieron alegres a verle y a cercarle, holgándose de ver uno de su nación en aquella tierra y deseando saber de él lo que en ella había. Lleváronlo al Mariscal, que le recibió humanamente y de él se informó de las cosas de aquel valle y los de adelante; y paró hasta que su gente descansase y los caballos se reparasen, hallando en aquel valle mucha comodidad y abundancia por ser tan fértil.

Sirviendo de intérprete entre españoles e indios y también de guía para los soldados, El Desorejado dio importantes noticias a Almagro sobre los yacimientos de oro que los indios locales conocían en Quillota y otros puntos de la zona del Aconcagua, aconsejándolos casi de inmediato sobre la calidad del territorio y las rutas por el mismo. Siguiendo sus instrucciones, por ejemplo, Almagro habría enviado la pequeña expedición de Gómez de Alvarado más hacia el Sur.

Mas, sucedió que mientras seguían los hispanos en el Aconcagua, el famoso y conflictivo yanacona apodado Felipillo, indio protegido de Pizarro por colaborar en la caída de Atahualpa y que acompaña a los españoles para servirles de traductor, comenzó a sembrar intrigas entre los mismos naturales para hacerlos desconfiar de las intenciones de los hispanos y provocar una revuelta, revelándoles también las ambiciones por el oro y las riquezas de los locales que motivaron su aventura, lo que encendió balizas entre los anfitriones sobre aquellas extrañas visitas que muy poco del apetecido tesoro habían hallado hasta entonces.

Traidor y conspirador por vocación, este políglota pero incorregible indígena tallán fue descubierto en sus intenciones y Almagro, sin darle más oportunidades ya, ordenó su ejecución allí mismo, destrozándolo a tiro de caballos según se cuenta, aunque otras versiones dicen que Felipillo fue liquidado en Copiapó, en Cuzco o en Quito.

Don Diego de Almagro, quien se marchó de Aconcagua con El Desorejado.

¿QUÉ SUCEDE CON EL DESOREJADO?

Después del incidente, El Desorejado marchó con la expedición española en la ruta de regreso hacia Perú en 1537, guiándolos personalmente por el camino de Atacama que conocía bien y que era menos difícil que la senda del interior que habían tomado los españoles de ida hacia el Sur, tras salir del Cuzco. Confirmando la impresión de que Calvo Barrientos pudo haber sido el primer español en pasar también por históricos sitios de esta ruta como la mencionada localidad de Tarapacá, habría sido por un consejo suyo que los hispanos retornaron a través de la Pampa del Tamarugal y no por el tortuoso Paso San Francisco al interior del Valle del Copiapó. El acto de alejarse llevando a los ambiciosos hispanos, además, inspira a imaginar alguna posibilidad de que él pueda ser el germen de la leyenda del machi blanco que en la toponimia da nombre a Limache y al mito de tesoros del Cerro La Campana, como veremos más abajo.

La huella de Calvo de Barrientos se va haciendo difusa en este punto de su historia. Hay versiones contrapuestas: de que el singular personaje se quedó detenido en medio del camino para luego volver al Aconcagua, o bien que acompañó a la expedición de regreso a Perú, donde murió combatiendo el 6 de abril de 1538 en la Batalla de las Salinas, entre los hermanos Pizarro y Almagro que resultó derrotado. Si esta última información fuera el hecho verdadero, entonces El Desorejado también estuvo en el grupo español que pasó de regreso por el territorio de Tarapacá en el período en que se cree que este lugar fue visitado por primera vez por un español, como dijimos.

No obstante, la versión más extendida sugiere que se quedó en territorio chileno. Rosales, por ejemplo, dice que huyó en el camino y nunca más lo vieron aquellos hombres de la primera expedición peninsular a Chile:

Había llevado consigo Almagro a Pedro Calvo Barrientos, y desde el camino se huyó, y como estaba hecho a la vida de los indios se volvió a ellos y en Copiapó hizo su asiento, o ya sea por llevar adelante su intento de no aparecer en el Perú y entre los españoles donde había sido afrentado.

Calvo de Barrientos, además, en algunos relatos reaparece en Atacama ya en los tiempos de las expediciones de don Pedro de Valdivia, hacia fines de 1541 cuando sus enviados bajo mando de Alonso de Monroy y Pedro de Miranda se encontraron con el Cacique Aldequín de Copiapó. En la "Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile", escrita hacia 1558 por Jerónimo de Bibar, dice este temprano cronista:

Visto por el capitán Alonso de Monroy lo que los indios decían, les preguntó que dónde estaba aquel cristiano, y le dijeron que allí junto estaba. Y mandó el capitán que cabalgasen aquellos capitanes indios a las ancas de dos de ellos y que fuesen a ver si era verdad lo que decían. Y ellos cabalgaron luego con apercibimiento que les dio a los que los llevaban, que si en algo los hallasen mentirosos, les diesen de puñaladas, cada uno al que llevaba, y luego que diesen en los demás indios.

Caminaron obra de media legua donde hallaron el español que les habían dicho. Y llegados que llegaron, salió el español a ellos llorando de placer de ver españoles, que había nueve meses que estaba allí en poder de indios. Y abrazáronle todos y se holgaron con él, y le preguntaron por los caciques. Y les dijo que estaban seis leguas de allí huidos, pensando que venían más españoles, porque ya tenía noticia de como venían. En lo cual les dijo este español que le enviasen un caballo y mensajero al cacique, que no deseaba sino ver un capitán para salirle de paz, el cual le envió al capitán Alonso de Monroy, y quedaron allí por aquella noche.

Otro día siguiente en la tarde vieron venir toda la gente del valle a punto de guerra, y el cacique Aldequín encima del caballo que le habían enviado. Visto por el capitán Alonso de Monroy como venían los indios, dijo al español que hallaron allí: "Mucha gente es ésta para venir a servir y de paz, y vienen a punto de guerra".

Respondió Gasco, que así se llamaba aquel español: "Es usanza que tienen entre ellos, que aunque vayan a la chácara, cuando van hacer las sementeras, van con sus armas en las manos. Sálgale vuestra merced a decebir".

Tanto le importunó que salió el capitán y otro compañero, avisando a los demás que estuviesen a punto. Llegando a donde venía el cacique en medio de su gente, se quitó el arco de las manos como vio Alonso de Monroy y diolo a un paje, y saludole conforme a su usanza. Y de esta manera se fueron todos a una ramada y casa grande que era de aquel señor, y allí se asentaron. Y luego mandó traer de comer para los españoles, y empezó a disculparse con el capitán Alonso de Monroy, que si hasta allí había hecho guerra y muerto cristianos, que no tenía él culpa, sino otro señor que arriba en el mismo valle estaba.

Góngora Marmolejo también informa de lo que había sucedido:

Los indios, viendo a sus señores a la muerte, procurándoles algún remedio, pudo Monroy irse a su salvo, y porque no quedase cosa que les dañase atrás, mandaron a Barrientos, que estaba allí con ellos, subiese a caballo. El cual Barrientos (por otro nombre se llamaba Gasco) estaba entre los indios preso muchos días había, no pudiendo hacer otra cosa, aunque se quisieran quedar allí, porque lo mataran, y con lo que repentinamente pudieron haber porque les convenía así, antes que los indios se juntase, se  metieron por el despoblado: cosa de grandísimo temor pensar de caminar ochenta leguas de arenales sin llevar qué comer para ellos ni para los caballos.

Y así describe Rosales esta misma situación comprometiendo a  Calvo de Barrientos:

Estaba en esta ocasión en aquel valle y con el cacique Aldequín, Pedro Calvo Barrientos, de quien arriba dijimos que huyendo del Perú fue el primero que entró en esta tierra y vivió entre los indios, y cuando se retiró Almagro al Perú, que le llevaba consigo, se le volvió del camino y estuvo muchos años entre los bárbaros como uno de ellos; y no falta quien diga que había dado la traza para que cogiesen a los seis españoles que iban al Perú y no los dejasen pasar, pero eso no es tan averiguado; éste, viendo el hecho tan hazañoso que habían hecho los dos cautivos españoles, la muerte del cacique y destrozo de los demás, temió y con razón de que a él le habían de echar la culpa y hacer cargo de aquellas muertes y fuga de los españoles, y que como de una sangre los habría aconsejado o ayudado; y porque no le quitasen la vida y vengasen en él sus agravios: cogió otro caballo y se fue huyendo en compañía de estos dos valerosos capitanes, llevando todos sus caballos estribos y guarniciones de oro.

Aunque haya quienes insisten en configurar en don Diego de Almagro la imagen del primer europeo pisando tierras chilenas, esto queda demostrado como impreciso con el caso de El Desorejado. De hecho, antes estuvo también otro español viajero llamado Antón Cerrada, con el que se encontró Almagro en su viaje en el mencionado estero Conchalí, ayudándole a entenderse con los indígenas coquimbanos. Sin embargo, hallamos fuera de toda duda que el verdadero primer hombre blanco que se ha identificado en territorio chileno durante el período de la Conquista, cronológicamente debe ser Calvo de Barrientos

Cerro La Campana hacia 1930, en fotografía de Einar Altschwager.

UN POSIBLE LUGAR EN EL LEGENDARIO ACONCAGÜINO

Como queda a la vista, la figura de Calvo de Barrientos en la historia del Tawantinsuyu y de la Conquista de Chile, ha sido un tanto subestimada por los libros especialmente concentrados en pasajes casi caricaturescos, como su mutilación, o su vida entre los indios con un harem de mujeres, o su pasado de ladrón. La memoria justa quizás se ha visto perjudicada, también, por el escándalo que generan al cristianismo doctrinal de cronistas como Rosales, las apelaciones presuntamente mágicas que forman parte de la biografía del Desorejado; e incluso por su propia condición de primer europeo en Chile que aquí destacamos como mérito pero que, para muchas menciones, pareciera ser lo único importante y que lo hace digno de recuerdo.

Empero, el asunto claramente manifiesto que se reconoce por los textos históricos, es que fue atendido por el Rey Inca y sus vasallos como verdadero aristócrata de casta, siendo aceptado no como uno más de sus más de sus miembros en el reino, sino como uno de los más distinguidos: una suerte de representante del propio emperador, rol que se identifica con el símbolo del alkamari que le fuera proporcionado por Atahualpa, al igual que una legendaria malla metálica que le daba fama de inmortal y que, según recalcaba Joaquín Edwards Bello, no se la quitaba "ni para dormir".

Por otro lado, si nos guiamos por las palabras de cronistas como Rosales y otros revisados, y ponemos en su justa dimensión los hechos confiados a sus relatos, se observa que Calvo de Barrientos, lejos de ser un pobre y penoso refugiado que sólo goza de la mera protección misericordiosa del soberano inca ya prisionero, más bien tiene un estatus que es totalmente fuera de lo corriente y que se le ha reconocido también por voluntad del soberano que aún esperaba iluso en salir libre y llegar a alguna clase de acuerdo con los invasores. Posiblemente, tras su llegada al Aconcagua hasta haya tenido participación en procesos relevantes del poblamiento del valle y de la fundación de localidades, ya en los albores de la llegada de los conquistadores, o mejor dicho en las postrimerías del viejo Imperio.

Sobre este mismo tema, hay un hecho curioso mencionado por Keller sobre el origen del nombre de la localidad de Limache: éste no derivaría de lima-che traducible como gente de Lima (en alusión a la colonia mitimae), teoría compartida por historiadores como Francisco Antonio Encina, sino que proviene de lic-machi, es decir, machi blanco (mago blanco) en mapudungún. Investigadores nuevos como Alexis López , quien desarrolla estudios sobre la geografía sacra de la Zona Central, son de la opinión de que este machi blanco pudo ser el propio Calvo de Barrientos, ni más ni menos. La leyenda en particular sobre el Cerro de La Campana, al oriente de Limache, es tomada por Keller desde la obra de Benjamín Vicuña Mackenna titulada "De Valparaíso a Santiago" de 1877, y dice que la cumbre del cerro antes relucía de oro y de piedras preciosas que atrajeron una vez a extranjeros, oprimiendo a los pacíficos indígenas locales, los que pidieron ayuda a un machi blanco que escaló el lugar y cubrió con su magia toda la cima de tesoros con roca y granito, dejándolos ocultos y enterrados, con lo que frustró a los invasores obligándolos a marcharse. Citando textualmente a Vicuña Mackenna:

Explícase así también una antigua tradición indígena, según la cual, en remotos siglos, el cono de la Campana era un promontorio o peñasco (lli) reluciente de oro y pedrerías, codiciado por una nación extranjera y valerosa, que vino a conquistarlo. Pero los machis o brujos del lugar, resolvieron burlar la codicia de los forasteros, disponiendo que en una noche cayera sobre el encantado cerro una espesa capa de granito que ocultó sus codiciados tesoros. De aquí el nombre de Lli-machi (el peñasco del brujo) que los españoles pronunciaron luego, endulzando las sílabas, conforme a su índole, con una simple l, y de aquí también la fama tradicional de las riquezas de la Campana.

Pero si esas riquezas no existen a la vista de los mortales, entre las rocas del misterioso cono, las había en abundancia inagotable a sus pies, y cuando los conquistadores abandonaron por exhaustas sus labores de Marga-Marga, plantearon sus trapiches de oro en todas direcciones al pie de la montaña, en Olmué, en Limache, y en el famoso Pocochay hacia la parte de Quillota. Los vestigios de esas obras están todavía visibles en todas partes, como acabamos de recordarlo en sus faenas.

Esta historia también ha sido presentada con versiones parecidas por autores como Carlos Guzmán Orgán y Oreste Plath. A mayor abundamiento, Plath agrega que los indígenas de Olmué llamaban al Cerro La Campana como el Peñasco del Brujo (o lli-machi según Vicuña Mackenna) y que en una de las variantes de la leyenda toda la cima era un cono de oro y riquezas (como las que buscaban los españoles en estas tierras durante la Conquista, precisamente), pero que desaparecieron esfumadas por conjuros y acciones mágicas, quedando el cerro con la forma trunca y cortada que aún tiene, tras lo cual se fueron los extraños.

Si hay acaso alguna conexión entre el mito descrito por Vicuña Mackenna y el del machi blanco de Keller, entonces resulta difícil no tentarse a especular comparando la leyenda indígena del Cerro La Campana con la circunstancia en que se encontró Calvo de Barrientos con los españoles en la misma región, llevándolos después de regreso y tras las alertas encendidas sobre sus ambiciones por la riqueza de los locales, como vimos...

Un aliño más a todos los misterios y enigmas que rodearon la extraña y andariega vida del Desorejado en el proto-territorio de Chile del siglo XVI.

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