EL "NÓRDICO" DE MULCHÉN: UNO DE LOS MÁS GRANDES ENIGMAS DE CHILE EN EL MUSEO DILLMAN BULLOCK

Fotografía de David Lowry e lustraciones del profesor Israel González, para el informe de 1965 de Dillman S. Bullock sobre el misterioso objeto lítico de Mulchén, hoy en la cartilla que lo acompaña en la oficina del conservador del museo.
Coordenadas: 37°49'28.6"S 72°39'45.6"W (Museo Dillman S. Bullock)
He coronado una visita a Angol de 2018, en el marco de las premiaciones del concurso "Escrituras de la Memoria" (Ministerio de las Culturas), con la satisfacción de un largo anhelo: conocer directamente, en persona, la misteriosa pieza arqueológica apodada el "nórdico" o  el "vikingo" en el Museo Dillman S. Bullock, ubicado en el Instituto Agrícola del Fundo El Vergel, perteneciente a la Corporación Metodista de Chile. Este histórico complejo está el kilómetro 5 del Camino Angol-Collipulli (carretera Dillman Bullock), por la salida de la localidad de Huequén, en la Región de la Araucanía.
La pequeña roca tallada pulcramente por desconocidas manos expertas, carga uno de los enigmas más grandes y profundos del territorio chileno, hasta ahora no resuelto y en algún momento casi desdeñado, tal vez por las complejidades que acarrea su desafío a la ciencia y a las convicciones historiográficas más sólidas o convencionales. Como era inevitable, además, su sentido arcano ha atraído la mirada más interesada y temeraria de investigadores de temas esotéricos y cazadores de misterios, seducidos con el secreto de este objeto único quizás en toda América.
Los simples mortales no podemos fingirnos estrictamente científicos al contemplar este increíble artículo, tan sabroso para la imaginación y para la atracción ineludible de lo fascinante y fuera de normalidades. Así, estando próximos al aniversario 140° del nacimiento del naturalista fundador del museo y de los 54 años de la llegada de esta controvertida pieza al mismo sitio, se hace preciso remontarnos un poco para explicar lo poco que se conoce de tal enigma lítico, aún escasamente conocido en el país, incluso entre algunos miembros de la comunidad científica chilena.
Dillman Samuel Bullock Lytle, nacido el 28 de noviembre de 1870 en Michigan, Estados Unidos, pastor metodista, llegó a la zona de la Araucanía a trabajar como agricultor profesional, pero desarrollando paralelamente una prodigiosa labor como naturalista, impulsor de los estudios de la culturas premapuches kofkeche y pitrén, además del descubrimiento de varias especies naturales en la cordillera de Nahuelbuta, geológicamente muy anterior a la de los Andes.
La actividad de Bullock le dio gran prestigio entre los habitantes de la zona, de manera que muchos comenzaron a donarle reliquias, piezas arqueológicas, zoológicas, botánicas o mineralógicas de aquellas regiones. Creador del  Centro de Estudios Científicos de Angol en 1929, su aporte le hizo merecedor de la condecoración de la Orden al Mérito Bernardo O'Higgins, en 1947, y la Medalla de Oro de la Municipalidad de Angol en 1951. Y habiendo formado una fastuosa colección de piezas para sus investigaciones, en 1961 fundó el Museo de El Vergel que llevará su nombre, en donde se expone al público gran parte de las mismas y se guarda para su conservación el resto.
Fue durante aquel período en que Bullock recibía en sus manos los hallazgos de los habitantes de la zona para sus colecciones, que llegó hasta su despacho una increíble donación, a mediados de los años sesenta: una barra de piedra tallada con el rostro de lo que, clara e indiscutiblemente, resulta ser un hombre de rasgos blancos y frondosa barba, que a partir de ese momento, iba a dejar con la boca abierta a una gran cantidad de expertos.
El autor del casual descubrimiento, realizado en 1954, había sido un agricultor alemán llamado Francisco von Plate, mientras realizaba labores de arado en un potrero de su fundo de cultivo cercano a Mulchén y a la línea de cerros andinos, en la Provincia de Biobío, región homónima vecina a la de La Araucanía. Comprendiendo la rareza de su hallazgo y después de una década en su poder, Plate decidió obsequiarlo al museo en noviembre de 1964, quedando registrada en la colección arqueológica con el número 66-2, pero sin catalogar, dadas las incertidumbres tremendas que arrastrará por siempre la pieza.
Se trata de una estatuilla de aspecto granulado y muy viejo, pero no gastado ni erosionado. Está elaborada en andesita, roca de origen volcánico característica de los Andes y el Pacífico Americano, aunque también se la halla en localidades tan distantes como Trondheim, en Noruega, y en Islandia. Su material es biotita, más exactamente, de color mica más bien oscuro, aunque con matices iridiscentes. Algunas fuentes señalan que estaría cementada con cuarzo o feldespato, pues brillan en ciertos ángulos como si se tratara de diminutos cristales, parecidos al "diamante" según anotaba Bullock.
La figura tiene forma cilíndrica aplastada, mide 12,2 centímetros de altura por 3,1 de ancho y pesa sólo 159 gramos. Casi la mitad de ella es el rostro enigmático del personaje de inconfundibles rasgos europeos, con barba redondeada y espesa, contorneando mejillas también redondas. La nariz recta, boca pequeña, frente amplia y ojos occidentales dan definición a esas características asombrosas y casi perturbadoras, distantes de todo el arte precolombino conocido. Si un artista cerámico le agregara un gorro alpino con una jarra de cerveza o un pantalón corto bávaro, la pieza podría pasar perfectamente por un recuerdo de artesanía turística de Europa Central o Norte.
D. Bullock con su esposa Katrina. Fuente imagen: Website del Fundo El Vergel.
Dillman S. Bullock, ya anciano, enfrente de su museo en el Fundo El Vergel. Fuente imagen: Wikimedia Commons (aporte de German D. Marquez, 2013).
 
Portada del informe de D. Bullock de 1965 para la comunidad científica, con la descripción del misterioso objeto.
La pieza tiene dos diminutos agujeros acanalados a la altura de la barbilla del rostro, por lo que algunos suponen pudo ser usada en forma de colgante con alguna argolla a modo de presilla o asa, pendiendo tal vez como amuleto o gargantilla. Y para mayores intrigas sobre la identidad del retratado, el tocado que usa el personaje se ve como un casco, frigio o capucha que refuerza su apariencia europea. La punta del mismo, aparentemente, se quebró y falta.
Al centro de aquel tocado del personaje, se ve lo que aparenta ser una cruz tallada. Este detalle podría dar un estímulo a quienes quieren interpretarlo como pieza de tiempos cristianos en América; sin embargo, mirando con detención el diseño, se observa que el símbolo está inscrito entre otras incisiones de la piedra formando una figura orgánica, semejante a la abstracción de un árbol simétrico, parecido a la forma de una letra T.
Como era previsible, Bullock quedó intrigado con la figurita de piedra e intentó darle una explicación razonable a su existencia. Redactó un informe de presentación de la misma ante la comunidad científica y académica, titulado "Un objeto curioso y raro encontrado en Mulchén", trabajo publicado en la "Revista Universitaria" de la Universidad Católica de Chile y, como folleto, por los editores de Francisco A. Páez & Cia., en 1965, y bajo patrocinio de Museo Histórico de la Academia Chilena por las Ediciones de la Universidad Católica, en 1966. Como en el caso de la cabeza del romano barbado de Tecaxic-Calixtlahuaca en México o de las cruces templarias en rocas de la Patagonia argentina, sin embargo, la figura de Mulchén estaba condenada a generar conjeturas, especulaciones y teorías sobre su origen.
En su calidad de miembro destacado de la Academia Chilena de Ciencias Naturales, el norteamericano incluso realizó llamados públicos a quienes pudiesen tener artículos parecidos en su poder, para que se pusieran en contacto con él por vía postal. En estas tareas lo asistieron el Reverendo David Lowry, que tomó las primeras fotografías del objeto distribuidas a nivel nacional e internacional, y al profesor Israel González, amigo de Bullock y maestro de dibujo en el Liceo de Hombres de Angol, quien realizó las precisas y no idealizadas ilustraciones que se divulgaron por entonces de la misma pieza.
Simultáneamente, el naturalista se puso en contacto con importantes figuras de la investigación científica en esos años, decidido a hallar alguna orientación sobre el objeto. Aunque era tarea tediosa pero necesaria, no fue difícil para Bullock, pues mantenía líneas de cooperación con otros museos e instituciones.
Sin embargo, al enviarle su informe con fotografías e ilustraciones a Henry Wassén, a la sazón director del Departamento Americano en el Museo Etnográfico de Goteborg, Suecia, éste no pudo aportar alguna sugerencia sobre su origen, salvo la posibilidad comentada por un colega suyo, de que fuera obra de un marinero o una imitación de algún artículo de la Isla de Pascua. "Este objeto tendrá que quedar como un enigma", respondía hacia el final de su poco reveladora carta.
En cambio, la Dra. Elizabeth Boyd, del Museo de Nuevo Mexico, considerada por entonces entre las mejores especialistas de la cultura hispanoamericana, respondió a Bullock que no se parecía a ninguna otra escultura en piedra, madera, hueso o marfil del periodo colonial que ella hubiese visto, y que los bigotes y la barba tan bien representados, no son españoles, de ningún período. Boyd se inclinaba por tomarla como el retrato de un nórdico, escandinavo o incluso un tártaro, pero sugería influencias de tradiciones del Oeste y Norte de Europa, suponiendo que pudo haber sido vendido o canjeado en Chile por un marinero que la trajo desde otras latitudes, y que "seguramente no es ceremonial o religioso".
Otros expertos fueron puestos en conocimiento del hallazgo y desafiados a explicarlo, como el Dr. Junius B. Bird, Director de la Sección Sudamericana de Arqueología en el Museo Americano de Nueva York, el historiador Robert Sonin del Museo de Brooklyn, especialista en Historia del Arte, además de académicos del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Las opiniones de estos peritos proponían que la pieza era obra de un artesano chileno o peruano, que debía ser del siglo XVIII y que no eran hispanos ni el trabajo de talla ni la figura representada. El Dr. Clifford Evans, de la oficina de Antropología del Museo Nacional de Washington, tras discutir del caso con un equipo de consultores, también respondió que la pieza no podía ser de origen precolombino, sino colonial.
Por lo visto, la indagación y consultas de Bullock no llegaron a conclusiones definitivas, pero su espíritu científico frente a estos temas, lo llevó a seguir tratando el hallazgo sólo como un "objeto curioso", resistiéndose a interpretaciones más creativas y menos académicas, en particular sobre la presencia ancestral de vikingos en el territorio. De ahí que prefiriera pensar que podía tratarse de una esculturilla en piedra realizada en el sigo XVIII y traída a América por algún marino, viajero nórdico o incluso un pirata, llegando de alguna forma al interior de Mulchén desde puertos chilenos.
Aunque ninguna explicación contundente y categórica saltó de estas consultas y, más bien, resultaron vanos todos sus esfuerzos, Bullock sintetizó los siguientes hechos respecto del mismo artículo lítico que tantas energías y esfuerzos le demandaba a su pasión investigadora: 
  • Que se trata de un objeto extremadamente raro, del que los expertos no conocían otro semejante. 
  • Que podría representar a un nórdico; un habitante del Norte de Europa. 
  • Que posiblemente fue traído por un marino extranjero de un buque a vela hasta puertos chilenos. 
  • Que corresponde a algún momento del período colonial español entre los siglos XVI y XVIII. 
  • Que no es un artículo de naturaleza ceremonial o religiosa. 
  • Que no representa un trabajo de origen español, de ninguna época.
Finalmente, en su informe sobre el objeto redactado en Angol en agosto de 1965, Bullock terminaba sentenciando:
La única esperanza que tenemos ahora de obtener más datos es la de distribuir y dar a conocer lo referente a este hallazgo con la colocación de estas información en una publicación de distribución mundial, con la confianza que alguien que lea estas líneas pueda darnos alguna luz que ayuda a contestar algunas de las preguntas que tenemos acerca del objeto: ¿Qué uso tenía? ¿Quién lo hizo? ¿De dónde ha venido? ¿Cómo llegó a Chile y al lugar donde fue hallado?, etc. Mientras tanto, la pequeña escultura queda como un 'enigma' en nuestra arqueología.
Edificio del Museo Dillman S. Bullock, en el Fundo El Vergel.
Profesor Dillman Márquez Jones, en su oficina.
El conservador Márquez, mostrando la pieza del "nórdico" a los visitantes del museo (8 de noviembre de 2018).
Después de haber conocido la estatuilla también por interés y solicitud del propio Bullock, el académico de la Unidad de Chile, don Carlos Munizaga, encontró a la misma cierto parecido con figuras que había visto al Norte del país, aunque enfatizando que este caso era único en Chile. El experto suponía, entre otras cosas, que la escultura podía estar relacionada con migraciones transpacíficas desde Asia a América, según manifestó entonces a Bullock.
En su carta de respuesta dirigida al director del museo, intentando contestar a sus consultas sobre el objeto de marras y cuya copia permanece adjunta en la cartilla que acompaña hasta hoy a la pieza en la institución, leemos las siguientes palabras de Munizaga, que transcribimos completas acá, por la importancia que revisten las mismas en cada detalle de lo expresado por el prestigioso académico y científico:
Santiago, 4 de abril de 1966
Señor
Dr. Dillman S. Bullock
Museo EL VERGEL
ANGOL
Estimado Dr.:
Con gran interés escuché en la última sesión la lectura de su trabajo UN OBJETO CURIOSO Y RARO ENCONTRADO EN MULCHÉN. Vi también las fotos acompañadas a su trabajo.
Me causó mucha impresión la forma de la estatuilla. No pretendo discrepar con las autorizadas opiniones de los científicos que aparecen citados, consultados por Ud. Pero estimo de interés recordar, y me permito hacerlo, que en Chile tenemos unas curiosas formas de estatuillas que yo he denominado MOMIAS ESTATUILLAS en relación con un complejo funerario muy importante de Chile (costa Norte, en relación con los aborígenes de Arica). La forma general de estas figuras (la terminación apuntada, oval, el tratamiento de los brazos, etc.) recuerda a la figura descrita por Ud. Yo publiqué esas figuras en un tomo de la Revista de Historia y Geografía. Son de un material arcilloso. Posteriormente en el Tomo anterior de la Academia de Ciencias Naturales (agosto, N° 27), publiqué una figura vinculada a ese mismo complejo funerario, pero de madera. Esta última difiere en el estilo de las otras de arcilla, pero para quien ha conocido las primeras, el parentesco es evidente. Representan, razonablemente, figuras de momias. Por otra parte, en la literatura arqueológica de Argentina se encuentran también figuras cuneiformes, pero no me atrevo a vincularlas directamente con las chilenas. En cuanto al aspecto general de la figura de Ud., parece que la cabeza lleva un turbante. Yo no pienso vincular la figura de Angol a las del Norte. Pero en las momias del Norte se usa el turbante. Me parece interesante la referencia de la Srta. Boyd de que las facciones parecen... aun tártaras. No es extraño que, aún forzando las cosas, ningún experto haya establecido una comparación siquiera lejana con las figuras de arcilla y madera publicadas por mí. Ud. sabe que el complejo arqueológico de Aborígenes de Arica es poco conocido en sus detalles y menos aún las publicaciones que se refieren a las estatuillas; creo que el Prof. Evans tiene el apartado en la Smithsionian. Es interesante recordar que este complejo tiene como unos 5.000 años (C.14), fechas poco conocidas también. Y que con las actuales evidencias de migraciones traspacíficas de Asia, no resulta forzado encontrar aquí manifestaciones de este tipo. Le confieso que la estatuilla presentada por Ud. es lo más parecido y lo único que he visto en Chile que, en forma muy razonable, puede compararse con las del Norte de Chile.
Lo saluda muy atentamente,
Carlos Munizaga A.
Academia Chilena de Ciencias Naturales y Centro de Estudios Antropológicos de la Unidad de Chile.
A todo esto, como en su matrimonio con Kathrina Jane Kelly no hubo descendencia, don Dillman legó toda su colección y propiedad a la Iglesia Metodista, por testamento de 1968. En segunda instancia y en caso de faltar ésta, sus colecciones pasarían a la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile. Falleció en abril de 1971 y fue sepultado en el Cementerio Municipal, dejando como condición del legado que las piezas de su museo jamás salieran de Angol. Entre ellas, estaba el enigmático "vikingo" de Mulchén, que nunca ha sido expuesto al público en las vitrinas del museo.
Aquella razonable restricción ha sido inmensamente favorable para la identidad cultural local, es cierto, pero quizá afectó también para que dicha estatuilla pudiese ser más conocida y estudiada.
Pocos han mantenido su atención sobre el intrigante objeto hasta nuestros días. Las conjeturas sobre a quién representa lo han convertido en un objeto casi legendario dentro de ciertos círculos adictos a temas mistéricos y enigmáticos. Algunos han interpretado los símbolos del tocado del personaje, además, como alusivos al pilar del Irminsul, el sagrado árbol de Yggdrasil de los antiguos sajones. Otros, en cambio, han expuesto teorías más cercanas a la charlatanería y con pretensiones científicas (pseudociencia, más bien), como por ejemplo relacionándola con los famosos "artefactos fuera de contexto" que desafían las convenciones históricas cronológicas y geográficas; es decir, los OOPArt (Out of Place Artifact), concepto creado por el criptozoólogo Ivan T. Sanderson y que da mucho material a los amantes del realismo fantástico.
De cualquier modo, era imposible que la pieza no acabara siendo motejada como el "vikingo" o el "nórdico"; y más incontenible aún era el impulso por relacionar el hallazgo con las controversiales y audaces teorías de pueblos europeos llegados a la primitiva América, en tiempos remotos, propuestas y defendidas con algunos matices por autores como la norteamericana Betty Meggers, los autores franceses residentes en Argentina, Raymond Chaulol y muy especialmente Jacques de Mahieu, además del chileno Oscar Fonck Sieveking y, en cierta forma también, antes por su paisano Roberto Rengifo. Investigadores más nuevos, como el peruano Raúl Arias Sánchez, y los chilenos Rafael Videla Eissmann, Sergio Fritz Roa y Alexis López Tapia, se han referido también a este sorprendente tema.
En rigor, sin embargo, es difícil que el "vikingo" de Mulchén baste para demostrar (o más bien, para convencer) la presencia de nórdicos en América del Sur en tiempos precolombinos: aun dando por hecho que es auténtica y precolombina, correspondería a una "prueba" única y aislada en muchos sentidos, algo que se consideraría una debilidad como evidencia.
Sin embargo, creemos que también parece ser cierto que la definición de la pieza del museo de Angol como un objeto de tiempos coloniales, se sostiene principalmente del intento de ajustar la imagen del representado en un período de tiempo de conocido contacto europeo con el territorio. Buena cantidad de otros hallazgos líticos de aquellas mismas comarcas que sí se consideran precolombinos, tampoco han podido ser datados con precisión.
No está por demás recordar aquí, a la pasada, que las teorías del antropolólogo Paul Rivet sobre el poblamiento americano desde Asia, Australia, Melanesia y Polinesia, también tenían algo de excentricidad hasta confirmados descubrimientos como los restos óseos de Luzía, en una localidad de Minas Gerais, Brasil. Mujer de rasgos afro-australoides totalmente diferentes a los amerindios conocidos, Luzía se remontaría a tiempos paleoindios, hace unos 11.400 años, anteriores al período amerindio. A ese mismo pasado remoto se asocian los hallazgos de Monte Verde cercanos al estuario del Reloncaví, en Chile, que datan del año 12.800 antes de Cristo.
Por otro lado, es sabido que los pueblos nativos americanos tenían un acento cargado en el arte como algo registral, más que como expresiones totalmente imaginarias de expresión, por lo que de ser precolombino el rostro de piedra de Mulchén, podría aludir a un ser tomado por "real", humano o divino. El que la escultura tenga una "espiga" como base, además, es un detalle más esperable de la talla y diseño indígena, de acuerdo a ciertas opiniones, así que hay autores que dudaron del origen colonial de la misma, como el argentino Dick Edgar Ibarra Grasso en su obra "Los hombres barbados en la América precolombina: razas indígenas americanas", en donde define el objeto como una "anormal escultura lítica" pero "verdaderamente extraordinaria".
El tocado de la figura no es exactamente un casco vikingo, debe hacerse notar: fuera de las representaciones dramatizadas, épicas, artísticas e incluso en la ficción cinematográfica, en donde aparecen con cuernos, los verdaderos cascos de estos pueblos guerreros solían ser como un bonete cónico en su estructura principal, a veces con algunas extensiones para la protección del rostro y la nariz. Sin embargo, intriga de sobremanera el posible símbolo del Irminsul grabado en el mismo, detalle demasiado rotundo para obviarlo sin atención. Otras observaciones de la pieza suponen al tocado más parecido a un casco fenicio, normando o templario, lo que deja igual de confundido y desorientado a quienes sigan al dedo la historiografía oficial americana.
La barba del personaje no es española, se ha dicho también, y más difícilmente aún pueda ser indígena, en donde estaba ausente el vello tupido en el rostro, siendo más frecuente el crecimiento tipo "chivo" de la misma y con grandes partes de la piel de las mejillas despejadas de pelo. La barba redonda y espesa de la figura semeja al estilo usado por celtas, germanos o normandos, a diferencia de romanos o griegos en algún período.
Con relación a lo anterior, sí es verdad que cronistas como Pedro Cieza de León, en su "Crónica del Perú" de 1553, y Alonso de Ovalle, en su "Histórica Relación del Reyno de Chile" de 1646, señalaron la existencia de indígenas barbados en territorio chileno. Ovalle se refiere incluso a una población nativa con barba presente a la llegada de los españoles, a diferencia de la otra mapuche que era más lampiña. Pero aquellas gentes barbadas son descritas por el sacerdote como pueblos más bien europeos, blancos, ampliando aún más este misterio en lugar de dar claridad a las posibilidades para un origen del "nórdico" de Mulchén.
En su señalado libro, investigador Ibarra Grasso, creyente en el origen multiétnico de los pueblos precolombinos, se explaya de la siguiente manera sobre el asunto de las barbas entre los nativos americanos:
En las culturas del interior de Bolivia que personalmente hemos descubierto, las de los valles de Cochabamba, Chuquisaca y Tarija, o sea, las de los Túmulos, Sauces, Tupuray, Mojocoya, Nazcoide, etc., las representaciones humanas, relativamente abundantes en figuras pequeñas de piedra y arcilla, no tienen barba ni bigote, a la vez que muestras diversos tipos humanos, entre los cuales aparece a veces la nariz armenoide (...)
Con esto llegamos al Noroeste argentino. Existen allí bastantes representaciones en piedra, prácticamente todas pertenecientes a niveles antiguos, de pequeño tamaño, a veces esculpidas con adornos de vasijas, morteros, etc. y muchísimas pequeñas esculturas de arcilla, las llamadas estatuillas (...) Propiamente consideramos que, en su origen, derivan de las estatuillas de la cultura Machalilla, la siguiente a Valdivia en el Ecuador, que se difunde como base de las posteriores culturas andinas. Ellas se encuentran junto con las cerámicas más antiguas, en todo nuestro Noroeste y tienen numerosas supervivencias marginales, a la vez que llegan a difundirse en el Litoral (...) No existen, en todas las que conocemos, barba ni bigote, pero aquí debe aclararse que la inmensa mayoría es femenina.
En cambio, sí aparece la barba en varias cerámicas, por ejemplo, en la vasija modelada en la forma total de un viejo, que se conserva en el Museo Etnográfico de Buenos Aires, con una amplia barba de tipo caucasoide. La barba también aparece representada en varias vasijas o cántaros grandes, de Santiago del Estero, en cuya parte superior está modelada en pastillaje, una tosca cara humana, acompañada por relieves que caen formando una enrulada barba, armenoide.
Lo mismo sucede en varios objetos de metal, como son los llamados discos de bronce y en algunas campanas también de bronce, que nos muestran una o dos caras humanas formadas por líneas en relieve pequeño, hechas en fundición; en ellas se muestran unas cuatro o cinco líneas, que forman una barba bastante larga y lisa. Ya hemos citado mucho antes que, en las cerámicas de la cultura de La Candelaria, de Salta y Norte de Tucumán, correspondientes en origen a tiempos ligeramente anteriores a Cristo, pero que parece durar acaso un millar de años, aparecen individuos y caras modeladas, en las cuales se señala una barba, más bien diríamos una perita.
Y entrando lleno al caso chileno, a renglón seguido comenta:
Para Chile, tenemos una pequeña escultura en piedra que presenta una cara humana, verdaderamente extraordinaria, motivo por el cual la reproducimos en fotografía y dibujo. Se trata de un hallazgo aislado, mientras se araba en un campo de la provincia araucana de Biobío. Mide 12,2 cm. y está hecha en andesita. Esculpida en ella, hay una cabeza humana completa, cuyo rostro es extraordinariamente de tipo nórdico, con amplia barba, bigote, nariz recta y ojos correspondientes. Tiene un gorro, roto en su extremo, que parece ser en punta y que nos parecería ser fenicio.
Se trata de una pieza extraordinaria, repetimos, como pocas veces se han encontrado en América. La cara es indiscutiblemente europea, pero el conjunto en que está tallada, especialmente la espiga inferior que la sostiene, es indígena.
El escritor, exdiplomático y esoterista chileno Miguel Serrano, por su parte, estaba convencido de que el símbolo en el tocado de la estatuilla relaciona al objeto con la runología y mitología del dios germánico Wotan, y que esta capucha o capote era de los que se utilizaban en la edad del bronce nórdica, hace unos 3.500 años. También explicaba en un interés dirigido el que la pieza y su revelación permaneciera casi oculta allá en el museo "donde hoy se encuentra, sin despertar mayor interés, silenciada e ignorada por la Gran Conspiración". Muy en su estilo, escribió en "Adolf Hitler, el último Avatara" sobre sus convicciones alrededor del objeto, basadas a su vez en las observaciones de De Mahieu:
Existió aquí una raza de gigantes bellos y blancos, de arios puros, venidos no se sabe de dónde, tal vez de otros mundos, y muy anteriores a los atumarunas vikingos de un Tiahuanaco tardío. A ellos habrá pertenecido el Cacique Kari, del que también nada se sabe. Pueden haber sido sobrevivientes lejanos de un continente sumergido en el Pacífico, reyes de ese mundo y que también poblaron la salvada cumbre de la Isla de Pascua, repoblando los restos del primer Tiahuanacu. Muy pronto irían a refugiarse en la tierra interior, o regresarían a un Otro Universo, reentrando por la Puerta de Venus.
Agrega el autor que "en la espalda se ha incrustado una turquesa, como las que se encuentran en las tumbas de los inkas y que también usarían los atumarunas", estos últimos correspondientes al nombre que, según De Mahieu, dieron los indígenas a los viajeros blancos que llegaron a reconstruir la ciudad de Tiahuanaco en las orillas del lago Titicaca, mucho antes del arribo hispánico en América.
A mayor abundamiento, Serrano mantenía una nutrida correspondencia al respecto con De Mahieu. Un ensayo posterior del chileno, titulado "No celebraremos la muerte de los dioses blancos" y publicado en el marco de las celebraciones del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, de 1992, llevaba en la portada misma dos imágenes de esta misma pieza enigmática de Mulchén. En ella revela que De Mahieu consideraba al personaje retratado como "un bebedor de hidromiel"; es decir, un "auténtico hiperbóreo, con vestimenta de la época de Troya". Y continúa Serrano, liberando su cosmovisión esotérica sobre la historia impensada de este continente, acaso en su reflejo más fantástico:
He tenido esta maravillosa obra de arte y de magia en mis manos y sus vibraciones nos remontan a un pasado de superhombres, cuyo mensaje estamos aún lejos de descifrar. En todo caso, nos dicen que aquí hubo un mundo de gigantes y Dioses y que su secreto se guarda en algún misterioso recodo, o en una tierra oculta, que podrían haberse salvado de la destrucción aportada a este mundo por la Gran Conspiración, tanto más grande y dañina que el hundimiento de la Atlántida; porque de ésta se guarda memoria. Y la Conspiración lo ha borrado todo.
Los vikingos de Groenlandia, desaparecidos en esa "Tierra Verde" (Greenland), han venido a Huitramannaland, porque sabían que aquí se hallaban sus antepasados, que esa era 'su' tierra. Con el "salto de los polos", el Polo Sur sería el Polo Norte; la Antártica. Desde América del Norte, Vinland, "Tierra de Viñas", se van corriendo al sur; desde México y desde Chichenitzá bajan hasta el fondeadero de Ilo, donde se encuentran el misterioso pueblo de los mochicas, sobre el cual ejercen gran influencia en su mitología, introduciendo el Dios Guatán, de la Tempestad, que es Wotan. Desde allí remontarán hasta Tiahuanacu, cuya historia mítica, dividida en cuatro etapas, aparece en las crónicas del Inka del siglo XVI, Phelipe Guamán Poma de Ayala, que es el cronista de los atumurunas o atumarunas; como el Inka Garcilaso lo es del Imperio Incaico.
Yo sintentizaría toda esta antigua historia de nuestro mundo precolombino, por así llamarlo, en un dramático y nostálgico peregrinar de los blancos hiperbóreos, supervivientes de tantas tragedias y catástrofes, en busca de sus ancestros y del "refugio inexpugnable", réplica del Paraíso Perdido, de Paradesha, de Basiléia, de Aryanabaiji, de Hiperbórea y su capital, Thule (nombre que luego aparece en innumerables lugares de Centro y Sudamérica). Y es así como ellos han encontrado un lugar seguro y secreto en lo más austral de nuestro mundo, en las vecindades del Polo Antártico, o en la misma Antártica.
Tras los vikingos, vendrán los templarios, siguiendo sus huellas y las de los normandos y de sus mapas precisos del Continente, que no descubriera Colón. Y es cuando ya la atmósfera de este mundo nuestro, del Sol, de las Runas y de los Dioses-Guerreros, comienza a enrarecerse.
Empero, a pesar de que fuera mencionada y descrita en obras como "Mapuche, nación emergente", de Enrique Barra González, del año 2000, la pieza había ido quedando en el olvido y el desconocimiento casi generalizado. Prácticamente nada había de ella, por entonces, en la internet. Y así llegó el momento en que muchos la daban casi por una fábula periodística o un mito urbano. Las ambigüedades sobre el nombre del museo en que se ubicaba  (antes era llamado Museo Metodista de Angol y Museo de El Vergel) y las confusiones que surgían alrededor de la escasa información disponible, dificultaban el trabajo a quienes querían dar con el paradero del pequeño tesoro arqueológico.
Sin embargo, decididos a verificar su existencia, en julio de 2004 llegó al Museo Dillman S. Bullock un equipo liderado por Ramón Navia-Osorio y Raúl Núñez, cabecillas del entonces recientemente fundado Instituto de Estudios Exobiológicos Chile-España. Su experiencia, publicada en el sitio web de la agrupación (con el título "Figura sin clasificar de rasgos nórdicos de Mulchén: ¿Oscar Fonck Sieveking tenía razón?") con fotografías y referencias a la investigación realizada por Bullock, confirmó para muchos la existencia del objeto y devolvió la esperanza a quienes teorizaban sobre la presencia de viajeros europeos en América en tiempos precolombinos.
Cabe señalar que éste no es el único objeto de posible origen prehispánico que presenta características desconcertantes para la ciencia y la historia en Chile: una figura artesanal descubierta en el Sur del país y exhibida con información no determinada sobre su origen y datación en el Museo de Arte Precolombino de Santiago, muestra un insólito personaje de cuerpo entero con una suerte de capucha cónica, por la que sólo asoma su rostro de grandes ojos, piel rojiza y lo que parece ser un bigote. Estos gorros cónicos guardan semejanza con otros usados también por los vikingos y, posiblemente, con el de la figura del "nórdico" de Mulchén, en caso de que haya sido una punta la que se fracturó el remate del mismo.
Hoy, el singular artículo lítico con los misterios y especulaciones sobre una raza primigenia o visitante, perdida en los parajes del Sur de Chile, no está oculto en una caja fuerte ni escondido en la bóveda perdida de una oscura sociedad secreta, como algunos quisieran creer: se encuentra a resguardo del actual encargado de conservación del Museo Dillman S. Bullock, el profesor Carlos Dillman Márquez Jones, así bautizado por la buena relación que tuvo su familia con el naturalista estadounidense. Dillman Márquez la guarda en su oficina, en un envase metálico con acolchado y junto a una referencia que sirve de ficha para el objeto.
Si bien el apodado "vikingo" no está en exposición del museo, por las pocas certezas que rondan la pieza y por no hallarse clasificada, el director no tiene problema en mostrarla a los curiosos que sepan de ella y que soliciten una mirada justificada a la misma. Sabe, además, que se trata de uno de los tesoros arqueológicos más interesantes de todo Chile, por lo que no deja de describirla con gran orgullo, aunque ya acostumbrado al incontenible asombro de quienes la observan. Sólo se le acerca en espectacularidad, allí, otro objeto tampoco catalogado del museo: un xilófono de maderas petrificadas también llegado a manos de Bullock y que habría sido utilizado por los kofkeches, con escala musical.
Un sencillo cajón de un pintoresco museo de Angol, entonces, guarda todavía uno de los misterios más sorprendentes e irresolutos de toda la historia arqueológica de Chile.

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