MITO Y NEOFOCLORE ANTÁRTICO: LAS RUINAS DE UNA CIVILIZACIÓN PERDIDA BAJO EL HIELO

Tendremos tiempo, a futuro, de detallar la extraordinaria narración de Howard P. Lovecraft titulada “En las Montañas de la Locura”, probablemente la más inquietante y aterradora historia que se haya escrito sobre los secretos de la Antártica, desde la pluma de un auténtico maestro del género, además.

Por ahora, sólo evocaré una parte de dicho relato, la más central quizás, sobre el horrendo hallazgo que realiza un grupo de exploradores al encontrarse con los restos de una civilización no humana, atrapada en los hielos polares. Es parte del sustento del interesante mito antártico que abordaré en esta entrada y que tiene ciertas aristas históricas, además.

Por su precisión, me apropio de la traducción del texto de Lovecraft hecha por Fernando Calleja para la “Universidad Miskatónica Lovecraftiana”:

El pétreo laberinto sin nombre consistía en su mayor parte de muros de diez a cincuenta pies de altura y entre cinco y diez pies de grosor. Estaba formado principalmente por prodigiosos bloques de oscura pizarra primordial, esquistos y piedra arenisca, bloques en algunos casos de hasta 4 x 6 x 8 pies, aunque en varios lugares parecía estar labrado en un lecho desigual y macizo de roca de pizarra precámbrica. Los edificios estaban lejos de ser de igual tamaño, pues había innumerables configuraciones de enorme extensión semejantes a panales y otras más pequeñas y aisladas. La forma general de esas configuraciones tendía a ser cónica, piramidal o escalonada, aunque había salpicados aquí y allá cilindros perfectos, cubos perfectos, grupos de cubos y de otras formas rectangulares y raros edificios angulares, cuyo plano de cinco puntas daba una idea aproximada de modernas fortificaciones. Los constructores habían hecho uso constante y experto del principio del arco, y es probable que en sus tiempos de apogeo la ciudad tuviera bóvedas.

Todo el conjunto estaba monstruosamente afectado por la erosión, y la superficie helada de la que surgían las torres estaba llena de bloques caídos y de escombros de antigüedad incalculable. Allí donde la capa de hielo era transparente pudimos ver bases de gigantescas columnas y puentes de piedra, conservados por el hielo y que unían las distintas torres a diversas distancias del suelo. En los muros que quedaban a la vista pudimos distinguir vestigios de otros puentes más altos de la misma clase, ya desaparecidos. Una inspección más detenida reveló incontables ventanas de buen tamaño, algunas de las cuales estaban cerradas por un material petrificado que había sido madera, aunque las más de ellas bostezaban abiertas de un modo siniestro y amenazador. Naturalmente, muchas de las ruinas carecían de tejado y mostraban gabletes desiguales redondeados por el viento, en tanto que otras, de tipo más acentuadamente cónico o piramidal, o protegidas por edificios más altos, conservaban intacta su silueta a pesar del omnipresente derrumbamiento y corrosión. Utilizando los prismáticos apenas pudimos distinguir lo que parecían ser decoraciones esculpidas formando franjas horizontales —entre ellas curiosos grupos de puntos, cuya presencia en la antigua esteatita ahora cobraba una importancia inmensamente mayor.

En muchos lugares los edificios estaban completamente en ruinas y la capa de hielo profundamente hendida por varias causas geológicas. En otros la piedra estaba desgastada hasta el mismo nivel de la superficie helada. Una amplia franja, que se extendía desde el interior de la meseta hasta una hoz situada en las laderas de las estribaciones, como a una milla del desfiladero que habíamos atravesado, estaba totalmente libre de edificaciones. Dedujimos que probablemente se trataba del cauce de algún caudaloso río que en la era Terciaria, hace millones de años, fluyó a través de la ciudad hasta caer en algún prodigioso abismo subterráneo de la gran cordillera. Desde luego, era aquélla sobre todo una región de cavernas, simas y secretos soterráneos que estaban más allá de la comprensión del hombre.

Así como sombra del Tercer Reich aparece y reaparece continuamente en la mitología antártica del siglo XX, y muy particularmente con este mito según veremos, lo relevante de Lovecraft en este caso es que el genio del terror logró adelantarse varios años a la famosa expedición del Capitán Alfred Ritscher de fines de los años treinta con todas sus consecuencias en el legendario antártico... La misma expedición que señala punto de partida para las especulaciones y leyendas más espectaculares sobre una supuesta civilización atrapada en los hielos antárticos, como también tendremos ocasión de estudiar a futuro. En efecto, Lovecraft escribió su novela en 1931 y fue publicada en 1936, mientras que la misión alemana “Schwabenland” (llamada así por el nombre del principal empleado) se inició dos años más tarde.

Alguna vez, en su posición dentro del megacontinente de Pangea, la Antártica fue un paraíso subtropical con forestas espesas y vida en abundancia, hoy escondida bajo kilómetros de costra helada. Se han hallado fósiles de helechos gigantes y de carbón entre sus estratos reflotados a las capas más superficiales. El explorador militar Richard E. Byrd calculaba que la cantidad de carbón fósil de lo que fueron esos bosques antárticos ancestrales, alcanzaría para abastecer toda la demanda mundial de energía de mediados de la pasada centuria.

Como se sabe, hasta el período Cretácico -más de 60 millones de años atrás- todavía el continente se negaba a desprender su mole de la de Sudamérica, permaneciendo conectado a la Península Antártica con el extremo austral de Cono Sur, actual territorio de Magallanes. Pero el desplazamiento de las masas terrestres producto de la movilidad de las placas tectónicas, terminó aislando totalmente al Continente Blanco, ya relegado a la posición polar.

La Antártica es para el mito, entonces, el escenario de nuestra más cercana posibilidad de la existencia de un continente habitado por esa presunta civilización de las nuevas leyendas, o acaso desaparecida bajo los mismos cataclismos y calamidades que identificamos también en las creencias sobre las perdidas Lemuria y Atlántida. La mitología de los indígenas onas, por ejemplo, asumía el origen de su humanidad desde una enigmática Isla Blanca, ubicada en algún paraje austral aún más misterioso y lejano.

H. P. Lovecraft, autor de "En las Montañas de la Locura".

La fabulosa civilización perdida de la Antártica ha cautivado la atención de varios investigadores, con más o con menos seriedad según cada caso. La ciencia, por su lado, nos recuerda que el eje magnético de la Tierra ha cambiado varias veces, en ocasiones valiéndose de períodos extraordinariamente cortos para este desplazamiento. Aunque en rigor esto no guarda relación con la marginación polar a la que fue sometido el continente antártico por las fuerzas de la geología, la situación alimenta la esperanza de los creyentes en estos mitos de catástrofes continentales y megacivilizaciones desaparecidas.

En tales modificaciones, entonces, la Antártica, desprendida ya del continente de Gondwana, cayó bajo la tiranía del hielo en la dialéctica de Hans Hörbiger, quedando cautiva, atrapada con toda la vida que en ella fluía. Fue tomada por el "cautiverio" de los hielos, con todo lo que habitaba sobre su superficie.

Los sondeos realizados durante los años sesenta y setenta demostraron ya entonces que la capa de hielos de la Antártica es mucho más amplia y extendida que la masa de tierra que se encuentra secuestrada bajo los mismos. Los estudios del Año Geofísico también establecieron que los hielos están en movimiento, en desplazamiento constante hacia los bordes continentales, como lo haría la lava de una inmensa isla volcánica, escurriendo desde el centro del cráter hacia las laderas y las playas.

¿Cambios de eje?, se preguntan algunos buscando darle crédito al mito... ¿Catástrofes estelares que inclinaron al planeta hasta dejarlo en su actual posición? Sin embargo, hay hechos interesantes en favor de los neomitologistas: los fósiles de árboles prehistóricos encontrados del otro lado del planeta, en Groenlandia (“Greenland”, Tierra Verde que alguna vez fue), demuestran que su crecimiento y desarrollo era continuo, como si las estaciones del año no hubiesen existido temporizando su vida vegetal. Esto sólo es imaginable en el contexto de una Tierra perfectamente alineada con la rotación sobre su eje, y no inclinada como hoy se la encuentra. Del mismo modo, los fósiles de fauna marina como los ammonites presentan una rotación inversa a la que actualmente ofrecen los moluscos en sus conchas, como si fuerzas “magnéticas” de distinto origen hubiesen influido sobre ellos en distintos períodos de la creación.

Una legendaria civilización antártica, alguna vez establecida allí -según la creencia-, alcanzó prematuramente su esplendor antediluviano, pero de un momento a otro se vio interrumpida por una catástrofe planetaria inusitada, sin precedentes, que la dejó atrapada en el cristal de hielo por la eternidad de las Eras Geológicas.

La citada expedición del "Schwabenland", de 1938-1939 y organizada por la Sociedad Alemana de Investigaciones Polares, recorrió buena parte de la Tierra de la Reina Maud, aerofotografiando más de 600.000 km2 desde grandes alturas de vuelo. No tardó en ser contestada por los Estados Unidos, que organizaron su propia expedición por el Mar de Ross.

Así como sucedió con otras que le siguieron, las extraordinarias exploraciones de la Alemania Nazi han sido decoradas con toda clase de historias sabrosas y también perturbadoras, sobre las maravillas escondidas entre el glaseado polar: enigmáticos “oasis verdes”, y las entradas al mundo interior, de las que haremos caudal en otro posteo. Por ahí andan dando vueltas algunas impresionantes imágenes fotográficas de estos pretendidos hallazgos, en algunos casos realmente sorprendentes y hasta algo aterradoras, casi como en el relato de Lovecraft. Y si bien el contexto de la guerra mundial favoreció mucho a la desinformación (como también lo vimos durante los años de la Guerra Fría en las pugnas científicas entre EE.UU. y la URSS), no es menos cierto que estas mismas condiciones también facilitaron y justificaron la desaparición de innumerable documentación relacionada con estas misiones, estimulando más aún la creatividad y la imaginación humana para llenar estos vacíos sobre aquellos increíbles hallazgos de los que tanto se especula pero poco se sabe con certeza.

En 1958, poco después de la muerte del héroe antártico Byrd y siendo aquél el Año Geofísico Internacional en el que el audaz almirante no alcanzara a participar, se realizó una serie de reuniones y encuentros, mismos en los que se gestó la firma del Tratado Antártico del año siguiente, que dieron a la exploración científica del continente un cariz  menos oscuro y secreto que las anteriores. Así, durante esta nueva generación de labores científicas, los países convocados y que reclamaban su tajada de tarta antártica, se organizaron como nunca antes, coordinando actividades comunes de cooperación y exploración. Las naciones participantes eran Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Sudáfrica y Rusia.

Inspirados en parte por las exploraciones de Ritscher y de Byrd, durante la realización de este programa científico se instalaron 33 campamentos de estos países en distintos sectores del continente helado, para estudiar la instalación de 60 estaciones de investigación... Pero el frío viento de misterios y enigmas de la antártica no tardó en soplar, nuevamente, sobre estos esfuerzos humanos por la conquista del Continente Blanco.

La leyenda dice que, durante este período, muchos de los participantes confirmaron la existencia de algunos de los hallazgos de la misión “Schwabenland”, lo que ha hecho correr ríos de conjeturas y más especulaciones desde entonces. De entre estos hallazgos, destaca especialmente el supuesto de que habrían comprobado la existencia de misteriosas ruinas visibles en las profundidades abrazadas por el cristal gélido, tal cual lo viera Lovecraft en sus pesadillas primigenias y después lo reportaran secretamente los agentes nazis. Eran, acaso, los restos de la mítica civilización de la Antártica, dormida para siempre en su tumba de hielo.

Se dice que ésta sería una de las imágenes de las siniestras "áreas oscuras" bajo el hielo antártico, fotografiada desde el aire por la expedición alemana realizada en los albores de la Segunda Guerra Mundial. La parte más oscura señalada, es uno de los oasis templados observados por los alemanes.

Por la magnitud de estas áreas oscuras ocultas y "cautivas" bajo la costra (cuyo grosor varía hacia el interior del continente desde unos cientos de metros hasta cerca de 3 kilómetros o más), fueron los aviadores de las misiones quienes tuvieron la mejor vista de las mismas.

El público de habla hispana pudo enterarse de esta nueva mitología polar recién hacia 1980, cuando se inició en España la publicación de la serie “Biblioteca Básica de las Ciencias Ocultas”, por Ediciones UVE S.A. También fue reeditada en Chile, Argentina y otros países de Sudamérica. Esta publicación, dirigida por el Doctor Fernando Jiménez del Oso, si bien peca de un enorme sensacionalismo y de gran falta de rigor investigativo, tiene la particularidad de haber revelado parte del ideario mágico que hoy se aprecia consolidado tras la vitrina de la mitología antártica. Dice la fuente (volumen 12, página 38):

…se encontraron “áreas oscuras” en la superficie de los hielos, como si la gran masa helada ocultara en su interior muros ciclópeos, relieves regulares que recordaban edificios. Eran, a juicio de los expertos, figuras geométricas demasiado regulares para que fueran obra de la Naturaleza.

Podría haber quedado todo en cuentos de periodismo popular y pseudociencia, cuando, a principios del año 2005, el mito recibió un nuevo e inesperado impulso: sucedió entonces que se difundió desde Washington DC, la noticia de que la cadena llamada Atlantis TV, de California, estaba en posesión de supuestas grabaciones tomadas en la Antártica donde se veía claramente la existencia de ruinas de construcciones artificiales bajo el hielo. Provendrían de un pretendido video hallado por militares en un almacén ya abandonado, cien millas al Oeste de la estación rusa Vostok, cerca de un controvertido lago de agua dulce del mismo nombre que ha generado su propia batería de leyendas antárticas, que abordaremos a futuro.

A mayor abundamiento, agregaba la información que, aunque la U.S. Naval Support Task Force-Antarctica negaba la existencia del video, dos oficiales de la marina vieron la grabación y, según “fuentes” en la Base McMurdo, se la describieron a los investigadores civiles de la National Science Foundation (NSF) tras regresar a la Base Amundson-Scott. De acuerdo a la crónica, ellos aseguraron que en la grabación “pueden apreciarse ruinas espectaculares y otras cosas que no podían comentar”. Agregaban que "pensamos que se trataba de una alucinación producida por el frío hasta que un helicóptero lleno de ‘Focas’ de la Marina de guerra aterrizaron para rescatar a los reporteros y se los llevaron. Ahora nos estamos rascando la cabeza". Empero, se concluía en que el Gobierno de los Estados Unidos había impedido la exhibición de estas imágenes, valiéndose de las facultades de censura adquiridas después del atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.

Curiosamente, un hecho profundamente intrigante había sucedido a la sazón: poco tiempo antes de revelada la noticia, la administración de George W. Bush había intentado intervenir el texto de la novela “Raising Atlantis”, de Thomas Greanias, omitiendo párrafos que se consideraban lesivos a la “seguridad nacional”. El libro también hablaba de una expedición militar norteamericana que encontraba en la Antártica las ruinas de una humanidad desaparecida.

Nunca ha existió confirmación oficial de la noticia. Por el contrario, se declaró que todo parecía indicar que se trataba de una fantasía creada por la compañía de entretenciones Atlantis Mapping Project. Pese a ello, algunos ingenuos y tozudos siguen empeñados en difundir como hecho la ilusoria arqueología antártica, quizás impulsados por algún íntimo instinto de la humanidad actual por buscar en la Antártica a sus más lejanos ancestros. Por lo tanto, toda esta noticia no fue más que una fake-new o algún experimento comunicacional para atraer la atención hacia el libro de Greanias, que fuera publicado sin las censuras en algunos canales de internet.

Así, pues, el mito de la civilización perdida de la Antártica late aún en el legendario del continente polar. Sus ruinas siguen esperando ser liberadas bajo la cárcel de los hielos.

El mito, una vez más, aguarda en el frío gélido su hora para volverse cierto.

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