KWANYIP: EL GILGAMESH DE LA TIERRA DEL FUEGO
Es algo extraño que los mitólogos y antropólogos chilenos no han sentido interés en la curiosa semejanza entre la maravillosa saga sumeria de Gilgamesh y la leyenda selk’nam del héroe Kwanyip. Hay algunas analogías entre ambos mitos, al punto de que hasta parecieran provenir de un mismo relato decantado y decorado por la tradición oral, pese a no existir ningún punto de contacto entre ellos, separados por toda la redondez de la Tierra.
El Poema de Gilgamesh, escrito hace unos 5.000 años, está contenido en el relato de la llamada Lista Real Sumeria, en tablillas cuneiformes encontradas en Me-Turan (hoy Tell Haddad). Aunque su traducción comenzó hacia 1872 en el Museo Británico, gran parte de ésta se completó recién en a mediados de los ochenta. La saga parece estar basada en un Rey que realmente gobernó en el siglo XVI antes de Cristo, pero ya transmutado en mitología fantástica, devenido en un semidiós cazador de ogros, reflejo de la conciencia arquetípica de la humanidad y su nostalgia generacional por la Era de los Héroes, la Edad de la Plata o Dupra-Yuga del brahmanismo ario, segunda en la lista de las cuatro etapas de la creación (ahora estaríamos en la última y peor, la Era del Hierro o Kali-Yuga).
En la saga, Gilgamesh debe salir a enfrentar a un monstruoso ogro llamado Huwawa (en babilonio) o Khumbaba (en asirio). Dice el héroe al preparar su salida, según la versión babilónica antigua de la narración:
¿Quién, amigo mío, puede escalar al cielo? Sólo los dioses viven eternamente bajo el sol Para la humanidad, contados son sus días; ¡Cuánto ejecuta no es sino viento! Incluso tú temes la muerte. ¿Qué hay de tu poder heroico? Deja que vaya delante de ti. Haz que tu boca me grite, "¡Avanza, no temas! Si yo cayese, habré conquistado nombradía: "Gilgamesh –dirán- contra el fiero Huwawa ha caído", mucho después que mi estirpe haya nacido en mi casa.
Huwawa era un gigante que se escondía en el siniestro Bosque de los Cedros, habitado por seres divinos. Lo había colocado allí el dios Enlil personificando al “río de la muerte”, según la mitología sumeria, que refiere en varios otros relatos a esta criatura demoníaca, así como también al propio Gilgamesh y su amigo Enkidu, que salieron tras las bestia. Aunque las tablillas IV y V están sumamente difusas y fragmentadas, los estudiosos han alcanzado a precisar de ellas que Gilgamesh y Enkidu, a instancias del primero, lograron ir y darle muerte al horroroso monstruo, volviendo convertidos en héroes hasta Uruk.
Vamos ahora hasta la Tierra del Fuego.
Kwanyip sería también, acaso, un representante de la Edad de los Héroes, de los seres semidivinos nacidos del mestizaje entre dioses y hombres: titanes y gigantes. Hombres desnudos al frío gélido, atrapados en el paisaje más salvaje e incivil imaginable de Onaisín, la comarca de los indígenas selk’nam u onas, conservaban su recuerdo intacto por las generaciones de ésta la Edad de los Hombres o del Hierro, la más baja de todas. Veremos que los gigantes existían en la Patagonia austral desde mucho antes que los reportaran los primeros europeos que por allí pasaron.
Los selk’nam conocían la Edad de los Héroes. Martín Gusinde, Carlos Keller y Miguel Serrano han escrito al respecto. Cuando el omnipotente dios Temaukel envió a su emisario creador a la Tierra, Kenós, éste concibió, antes que a los hombres a una raza de gigantes llamados Howen o Howin, seres majestuosos e inmortales de los que hablaremos más en algún próximo posteo.
Cuando Kenós creyó su obra concluida y se retiró de regreso a sus reinos divinos, los Howen no tardaron en entrar en guerra, como los Titanes de la mitología clásica, que intentaron tomar el Cielo por asalto.
Uno de estos Howen era Hais, que vivía más al norte de la isla de Tierra del Fuego y debía resistir los ataques de los gigantes del sur, como Náquenc, su principal enemigo. Hais tenía dos hijos: Ansmenc, el varón, y Aquelvoin, la mujer. Náquenc, en cambio, tenía sólo una niña: Hosne, que terminaría siendo seducida y conquistada por el mismísimo Hais. Esto enfureció a Náquenc, quien secuestró a Aquelvoin y la encerró en una tienda haciéndola pasar en la oscuridad por Hosne, a la llegada de Hais, inconsciente de la trampa.
El pecado incestivo de Hais con su hija es el reflejo del pecado racial de los Dioses de la Edad de Oro, que se mezclaron con los hombres iniciando en este mestizaje la Edad de la Plata o de los Héroes. De esta noche de relación impropia, nació entonces Kuanyip, un desadaptado que no tardó en marginarse voluntariamente de su sociedad Howen, buscando su propia saga heroica, precisamente como en el mito de Gilgamesh. Se inició en las artes mágicas y guerreras. Además, portaba el germen de la muerte, por su parte humana, mientras que los gigantes nunca morían, sino que se trasformaban y se convertían en parte del paisaje. Por eso, Kuanyip da muerte a su hermano Ansmenc cuando éste viaja hasta los hielos (¿la Antártica?) para congelarse en un sueño rejuvenecedor, arrebatándole el alma en pleno proceso.
Y también como Gilgamesh, es Kuanyip quien debe asumir la tarea de dar muerte a un horrendo gigante devorador de niños y encarnador del mal: Siáskel o Cháskel, el Howen más temible y espeluznante de todos. Antropófago como todos los ogros de la mitología universal, Cháskel secuestró a dos hermanos Sasán, sobrinos de Kwanyip, y los obligó a trabajar como sus esclavos alimentándolos con los restos de los cadáveres que ingería. Cabe advertir que la cultura ona abominaba el canibalismo.
Kwanyip decidió entonces ir al rescate. Pero, como en el caso de Gilgamesh, su empresa se vio dificultada por la duda y el temor, ya que los riesgos de confrontar a Chásquel eran enormes y, tal cual sucedía con el ogro Huwawa en la vieja Mesopotamia, muchos habían fracasado en el intento. Pero la voluntad de héroe se impone y avanza de todos modos en la peligrosa aventura.
Disfrazado de anciano indefenso, Kwanyip llegó hasta la secreta vivienda del gigante, también en un bosque misterioso, fingiéndose mendigo. Chásquel, que en esos momentos asaba en un palo a una mujer, lo miró de forma despectiva y burlona, intentando verificar que fuera un viejo. Mordió el anzuelo y le pidió al visitante ir hasta la parte trasera de su choza, enviando hasta él a los hermanos secuestrados con la orden de que también se burlaran del anciano mientras le servían restos del cuerpo de la infeliz muerta, que obviamente rechazó Kwanyip, retirándose en silencio.
De alguna manera, Kwanyip logró advertir a los hermanos de su plan y éstos escaparon por el bosque para reunirse con el héroe, que los esperaba del otro lado de un gran río. Chásquel corrió furioso tras ellos. Cuando trató de atravesar un río o una laguna, Kwanyip usó su poder mágico aumentando el volumen de agua, luego convirtiéndola en pantano, lo que dejó atrapado al diabólico gigante.
Según los distintos relatos, Cháskel murió de frío, soplado por la magia del héroe, o bien ahogado, cuando éste logró sumergir la cabeza del monstruo en el agua del lago Kami, hoy llamado Fagnano. Otra versión difundida por Gusinde dice que Kwanyip le dio muerte quebrándole la espalda, y que el gigante quedó atrapado para toda la eternidad en el lugar de su muerte en el río hoy llamado Mac Lean.
Puede que las semejanzas entre Gilgamesh y Kwanyip sean muy generales, sin duda, pero son la prueba de la persistencia de alguna memoria arquetípica de las sociedades ancestrales, en la “memoria de la sangre” al decir de Serrano, desde donde se revive la nostalgia por la Edad de los Héroes y los seres semidivinos cazadores de ogros, al final de la época de los gigantes.
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