LAS CRUCES DE BASE ESCALONADA EN LA RELIGIOSIDAD POPULAR ANDINA
Con la llegada del mes de mayo al
territorio andino y altiplánico, tiene lugar también una de las fiestas más
importantes de aquellas regiones: celebraciones en donde la cruz pasa a ser el símbolo
sublime de
devociones y honores, más que en cualquier otra época del año.
No cuesta
advertir que dos cosas sobre la religiosidad popular en los caminos desérticos y
feroces del Norte Grande de Chile, por lo mismo: primero, la cantidad de cruces que existen en
lugares específicos de la ruta, laderas de cerros y cumbres bajas, a modo de
pequeños altares comunitarios o familiares; y segundo,
que estas cruces corresponden a un diseño bastante particular, tanto en su
plinto escalonado como en el tipo de decoración que reciben de los devotos, con
ramos y flores.
Por allá encontraremos que la abundante
cantidad de cruces responde a aquel patrón más o menos común y unas
características muy propias, que recogen elementos estéticos y místicos de las culturas
locales, abundando especialmente en algunos valles y quebradas en donde van de la mano con la
fe popular y del folclore religioso que allí sobreviva.
La principal influencia que motiva la
presencia de estas innumerables cruces en las regiones de Arica y Parinacota, de
Tarapacá y de Antofagasta, entonces, proviene de un símbolo compartido por
todo el horizonte cultural andino y altiplánico, de países como Bolivia y Perú,
llegando su influyo incluso sobre el norte de Argentina. Es un caso
perfectamente equilibrado de sincretismo de religiosidad, entre elementos cristianos y otros de la cosmovisión
precolombina.
A su vez, la costumbre
de poner cruces en cerros
procede del cristianismo medieval y nos llegó en tiempos coloniales,
especialmente en aquellos que eran considerados sagrados o venerables
desde tiempos
"paganos", incluyendo también algunas apachetas y huacas que acababan
rematadas con una cruz y que pueden estar entre los antecedentes de la
tradición de las animitas en Chile. El famoso
fray Crisógono Sierra y Velásquez, recordado como el Padre Negro de Atacama,
todavía practicaba con intensidad esta costumbre en pleno siglo XX, levantando
cruces en conocidos cerros de Pueblo Hundido (hoy Diego de Almagro), Castilla,
el Bramador de Copiapó y, especialmente
la del cerro Chanchoquín en la misma ciudad, de mayores proporciones que
todas.
Diferentes representaciones de la Chakana o Cruz
Cuadrada de los Andes en el arte prehispánico. Fuente imagen: Bioguia.com
Algunas Cruces de los Andes
o Chakanas en los cerros de Pintados, en la Pampa del Tamarugal. Vista satelital
de Google Maps. En la esquina superior se muestra una estilización del símbolo
para distinguirlo entre los diseños de los demás geoglifos.
Cruz andina en el oasis del camino hacia el Valle
del Arcoiris, en la Quebrada de Chuscul, al Norte de San Pedro de Atacama. Se
observa el ruinoso plinto escalonado, probablemente muy antiguo, que soporta a
la cruz.
Cruz barroca de 1742 en San Lorenzo de Tarapacá, dedicada al encomendero
Lucas Martínez Vegazo, encomendero fundador del pueblo dos siglos antes. Se ubica en el
camino hacia los cementerios del pueblo.
Sin embargo, para el caso de los pueblos
andinos, una vertiente importante que justifica estas cruces y las
manifestaciones de fe popular alrededor de las mismas: la llamada
Fiesta de la Cruz de Mayo, en las que éstas pasan a ser altares para la
celebración. Corresponde a la adaptación de la Fiesta de la Invención de la Santa
Cruz, del Descubrimiento de la Cruz o de las Cruces de Europa, que conmemora en
la tradición el hallazgo de la que se consideró la cruz verdadera (Vera
Cruz) de la crucifixión de Cristo en el año 326, durante la peregrinación a
Jerusalén de Santa Elena, la madre del emperador Constantino El Grande. La
habría hallado sepultada en el mismo Monte del Calvario, el Gólgota.
Ciertas teorías vinculan
el origen de la efeméride con
tradiciones precristianas, relacionadas con el culto a ciertos árboles
considerados sagrados en culturas como las germanas y las celtas, entrando con
esta característica a la Península Ibérica antes de quedar definitivamente
asociada al cristianismo y a la cruz.
Para el rito romano, la fecha de los
festejos de la cruz tiene lugar el 3 de mayo, día del hallazgo de Santa
Elena, y en el Viejo Mundo suele estar asociada también al color rojo en la
simbología y decoración, por relacionarse con la Pasión de Cristo y con el objeto en
donde habría escurrido su preciosa sangre. También es frecuente el empleo de
arreglos florales en los festejos, en plena primavera en el Hemisferio Norte,
pues se trata del período de esplendor floral.
A Hispanoamérica llega la costumbre con
los propios conquistadores, extendiéndose por todo el territorio bajo influencia
de sacerdotes misioneros españoles, vascos y portugueses. Las expresiones más
australes del culto quizá estén en Chiloé, en donde se establece con gran
arraigo como otra característica del mestizaje étnico y cultural de los
territorios coloniales.
No obstante el que también sean protagonistas en otras
celebraciones del año, como la Semana Santa, las fiestas patronales o las
octavas, las Cruces de Mayo suelen ser veneradas con canciones
populares en Chile y con actos de caridad como reunir dineros para los más
necesitados, especialmente en su celebración principal.
Sin embargo, en los territorios de
influencia andina la veneración de la cruz adquiere otro rasgo muy propio y
característico: un hibridismo cultural que facilitó la introducción del símbolo
entre los pueblos quechuas, aymarás y atacameños, al fundirse su diseño con otro
muy anterior.
Cruz de base escalonada en San Pedro de Atacama,
sector oriente del poblado, con el volcán Licancabur de fondo. Fotografía de
1997.
La misma cruz de San Pedro de Atacama en la
actualidad. Vista del sector hoy muy urbanizado, con el volcán de fondo.
Acercamiento a la cruz escalonada de San Pedro de
Atacama.
La lógica de la cruz escalonada se presenta
incluso en algunas animitas del Desierto de Atacama, como esta, correspondiente
a los accidentados en el vehículo que se ve a un costado, cerca de San Pedro de
Atacama. La del vehículo destruido fue un fatal accidente de una mujer con un grupo de personas, al parecer de Calama, que
participaban de una feria comercial en el poblado, volcándose cuando ya de
regreso.
En la cultura andina, pues, existía un emblema de inmenso valor conocido como la Cruz de
los Andes, Chacana o Chakana, posible encontrar aún en las
representaciones artísticas, la cerámica, los textiles y los geoglifos.
La arquitectura e iconografía general del período mestizo
también alcanzó a emplearla, generalmente en el contexto religioso.
Corresponde a una forma geométrica de
12 puntas en ángulos rectos, semejante a
una cruz simétrica con un cuadrado interior, frecuentemente con un
círculo al
centro, pudiendo ser una estilización gráfica de la Cruz del Sur, según ciertas interpretaciones, aunque
existen
discrepancias de los autores sobre este punto, considerándolo dos
símbolos
diferentes.
La Chakana
será representada como una cruz escalonada y su nombre se traduce del quechua
como Puente o bien como Escalera, dependiendo de cada fuente. Y
aunque hay quienes insisten en que la original era la alusiva a
la constelación de la Cruz del Sur y no a la escalonada, es claro que el símbolo era sumamente
conocido y venerado entre los pueblos de aquella dispersión geográfica. Se ha
detectado su presencia antes del Imperio Inca, de hecho, hace unos 4.000 años
cuanto menos.
Además de la
relativa semejanza de la
Chakana con la cruz cristiana, coincidía que el 2-3 de mayo era el final del
calendario aymará, cuyo año consta de 13 meses con 28 días cada uno. Según
algunas opiniones eruditas, era el día en que la Cruz del Sur tiene
mejor visibilidad en la bóveda celestial nocturna si llega a estar despejado,
además. Como sea, no fue difícil introducir el culto cristiano y su símbolo
encima de aquel anterior y "pagano", que estaba expandido hasta bien al sur
del territorio en el
caso de nuestro país.
Aunque no es nuestra intención explicar
los alcances totales de este interesante símbolo precolombino, puede señalarse
que la Chakana es una representación de la universalidad, conteniendo en
su geometría el orden de las cuatro estaciones del año además de invocaciones
astrales, relativas al sol y la luna, y también a Venus y Marte en ciertas
interpretaciones. Lo interesante es que, para muchos, la mitad superior de la
Chakana representaría lo ideal y divino, mientras que la mitad inferior del
símbolo representaría lo real y humano.
Cabe señalar, también, que el patrón
geométrico escalonado o cuadriculado de la Chakana fue el que se utilizó
para el diseño de la bandera conocida como la wiphala, colorido
estandarte de los pueblos originarios andinos presentado en los años cuarenta y
usada por primera vez en La Paz, Bolivia, según parece.
Altar de una cruz de mayo en la proximidad de Quillaguasa, en la
Quebrada de Tarapacá.
Cruz del calvario en San Lorenzo de Tarapacá, en
la quebrada del mismo nombre y durante la celebración de la fiesta patronal. Se
observa que también tiene influencias de la cruz andina con plinto escalonado.
Cruz de pedestal escalonado en Huarasiña, Quebrada
de Tarapacá.
Bien: si se observa el plinto o peana
que suelen tener por pedestal fijo al suelo las cruces cristianas andinas y
altiplánicas, se podrá reconocer fácilmente que evocan en su forma escalonada o
de
peldaños al mismo símbolo de la Chakana, y más específicamente a su mitad
superior.
La combinación de los símbolos no puede resultar más evidente,
uniformando las presentaciones de la mayoría de las Cruces de Mayo y otras
aplicaciones del símbolo cristiano en cerros y lugares de veneración que existen por todos
aquellos parajes.
En gran parte, el origen de tal
combinación resultó ser una consecuencia del Primer Concilio de Lima, celebrado en 1551 y en el que se
estipulaba lo siguiente:
Ítem: porque no solamente se ha
de procurar hacer iglesias, donde Nuestro Señor sea honrado, pero deshacer
las que están hechas en honra y culto del demonio, pues allende de ser
contra ley natural es un gran perjuicio o incitativo para volverse los ya
cristianos a los ritos antiguos, por estar juntos los cristianos con padres
y hermanos infieles, y a los mismos infieles es gran estorbo para volverse
cristianos; por tanto santa sínodo aprobante mandamos: que todos los ídolos
y adoratorios que hubiere en pueblos donde hay indios cristianos, sean
quemados y derrocados, y si fuese lugar decente para, ello se edifique allí
iglesia, o a lo menos, se ponga allí una cruz, y si fuere en pueblo de
infieles, se consulte con el muy ilustre señor Virrey de estos Reinos, en su
distrito, y en los demás con los presidentes o gobernadores de ellos, para
que manden proveer en ello por los inconvenientes que de permitirles
adoratorios para tornarse cristianos hay, y por la ocasión que es para los
ya cristianos de volver a idolatrías.
Dicho de otro modo, la Chakana
acabaría siendo cristianizada y adoptada-adaptada para la eficaz expansión de los
evangelios entre las comunidades indígenas, al constatarse que los cultos
prehispánicos persistían en las comunidades de indios ya cristianos, todavía
mucho tiempo después del sínodo, como alertaba el sacerdote y cronista colonial
Ludovico Bertonio en su diccionario de 1612, reclamando contra la continuidad
de ritos dirigidos al Equeco y al dios
Tunupa entre los indígenas altiplánicos.
Altar con Cruz de Mayo en la ladera de San Miguel
de Azapa.
Par de cruces en el camino a Alto Ramírez, Valle
de Azapa.
Acercamiento a las dos cruces de Alto Ramírez,
sobre unas ruinas de adobe.
Por las señaladas razones, religiosos
como el cronista jesuita Pablo José de Arriaga, en su trabajo de 1621 titulado
"La extirpación de la idolatría en el Perú", recomendaban clavar vistosas cruces
cristianas en todos los lugares en donde persistiera el ejercicio de aquellos cultos "paganos",
como las huacas que sobrevivían desde los tiempos incásicos:
Acabados estos exámenes, mandará
el visitador que los hechiceros, que manifestaron las huacas, y los
principales de sus ayllós vayan por ellas, y las traigan. Y parece
conveniente que sea antes de la abjuración, y absolución solemne, que ellos
han de hacer. Este es el principal punto de la visita, y en que es menester
grande cuidado, y diligencia, porque ha acontecido muchas veces esconder las
verdaderas huacas, y las principales, y dar otras piedras por ellas; y así
conviene como se dijo tener bien sabidas las señas de la huaca, y del lugar
donde están, y que vaya con los hechiceros el mismo visitador, o algún
sacerdote, u otra persona de confianza, que apenas hay indio, de quien se
pueda fiar estos, y suele ser de mucho trabajo, porque algunas veces es
forzoso ir a pie, y por caminos muy malos. El que fuere llevará la memoria
de las huacas, y de los malquis, que también se han de traer con las
circunstancias, y señas, que más pudiere. Ha de llevar orden de derribar los
adoratorios, y machais, y que se pongan en los lugares, donde estaban las
principales huacas, cruces grandes. También se ha de mandar que traigan,
cada uno los cuerpos muertos, que desenterraron de la Iglesia.
La tarea fue lograda con gran éxito por
parte de esas generaciones de misioneros llegados a los desiertos y mesetas,
levantando cruces por todos los cerros sagrados llamados Apus, Wamanis
o Malkus, al tiempo que los locales se las ingeniaban para seguir
venerando en ellas aspectos de su propia cosmovisión y religiosidad original,
primero enterrando ídolos o amuletos a los pies de cada cruz, y luego dándole a
sus plintos una alusión muy explícita a la Chakana, conocida
también como la Cruz Cuadrada.
Se sabe que el mes de mayo era llamado aymoray
quilla entre los incas, según "El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno" del
cronista Guamán Poma de Ayala. Era el mes de las cosechas, por lo que también de
mucho festejo para la abundancia de grano y comida. La asimilación del
cristianismo fue más allá del símbolo, entonces, involucrando aspectos de la
propia razón original de las celebraciones que quedaron comprometidas con las de
la Cruz de Mayo.
Como dato curioso, debe indicarse que la
celebración de la Cruz de Mayo se realiza con ciertas expresiones de jolgorio
popular, incluyendo la sepultura de muñecos conocidos como Ño Carnavalón
que son desenterrados al año siguiente, frecuentemente para ser quemados y
reemplazados por otro en su sepultura. Todo en medio de una gran fiesta,
abundante en comida y bebida, aunque con cierta tendencia a organizarse entre
clanes familiares específicos, cada uno con su propia cruz-altar en donde ir a
ejecutar los ritos y las manifestaciones de religiosidad correspondientes.
Existen incluso algunas sociedades religiosas especialmente armadas para la
celebración de esta fiesta, independientemente de que participen en otras, como
el Cuerpo de Baile de Alibabá de la Cruz de Mayo, los Gitanos de la Santa Cruz
de Aroma o la Morenada de Huarasiña.
Cruz en un cerro del sector Las Llosyas, Valle de
Azapa.
Otra cruz del sector Las Llosyas, sobre un pequeño
cerro.
Cruces de Mayo y bandera chilena en el sector del
Cerro Sombrero, Arica.
Con relación a la fiesta misma, en Tarapacá sucede que los festejos asociados
exaltan mucho de lúdico y de travesura entre los devotos que participan en
localidades como Aroma o Huasquiña.
Entre otras cosas, los fieles realizan representaciones graciosas de sus propios
oficios y trabajos: un comerciante ofrece al venta, por ejemplo, dibujos hechos
por algún niño pasándolos por supuestos Picasso o Monet; y un cocinero pone en
oferta platillos en miniatura con auténtico picante o caldo, de no más de una
cucharada de volumen, aceptando falsos billetes hechos a mano como pago.
Al respecto, se recuerda que un recordado vecino de la Quebrada de
Tarapacá, don José Prudencio Patiño, el mismo autor de la actual
imagen de San Lorenzo en la iglesia y fiesta del poblado de Tarapacá, en
aquella coyuntura llegó una vez a las celebraciones de la Cruz de Mayo con una
caja de pequeñas muñecas de plástico ofreciéndolas como "niñas felices" y
también haciendo la actuación de recibir ese falso dinero como pago. Se las
pasaba a los interesados con la advertencia de que las tenían disponibles "por
cinco minutos", mofándose de un supuesto pasado que se le atribuía como regente
de lupanares en Iquique.
Por la
misma Quebrada de Tarapacá, a pesar del
virtual despoblamiento de muchas de sus aldeas como Quillahuasa o
Huarasiña (muy contrastante con la gran cantidad de gente que llega a la
Fiesta de San Lorenzo, por ejemplo),
aún es posible encontrar varias cruces religiosas que ofrecen esta
mixtura con
la Cruz Cuadrada, siempre decoradas con flores secas y ramas pajizas.
Las más
interesantes son de origen colonial, en estilo barroco. Muchas de ellas tienen colgando o atadas estolas con
nombres de familias o benefactores que permiten las fiestas, además de envases
con agua para mantener las flores frescas y algunas bancas de descanso,
especialmente cuando están en las laderas de los cerros.
Finalmente, hemos conocido de cierta
creencia señalando que la popularidad de la fiesta de la Cruz de Mayo pudo
mezclarse en Chile con el aniversario del
Terremoto Magno del 13 de mayo de 1647, catastrófico evento de la Zona
Central del país que se recuerda especialmente por el episodio de la
salvación del Señor de la Agonía en la Iglesia de San Agustín de Santiago,
motivando una de las
procesiones más antiguas, realizada en cada aniversario de la tragedia.
Carecemos de más información sobre esta supuesta relación, sin embargo, aunque es claro que esta parte de las tradiciones se separaron ya de la forma en que es practicada la fiesta principal en la religiosidad andina y su posible relación ancestral con el símbolo de la Chakana.
No hemos pretendido
hacer acá una
exposición exhaustiva de la fusión de la cruz escalonada andina con la
cruz
cristiana en la religiosidad popular de los pueblos nortinos, pero al menos podemos
esperar que parte del símbolo original prehispánico persiste como algo
vivo en las
cruces que ahora podemos ver en aquellos territorios reinados por los
polvorientos remolinos de "chusca" y la aridez extrema que sólo cortan
los
oasis.
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