EL INCREÍBLE EXPEDIENTE SOBRENATURAL DE FRAY PEDRO DE BARDECI
Coordenadas: 33°26'36.55"S 70°38'51.89"W (Ubicación de la tumba)
En medio de un período de vaivenes impetuosos del río Mapocho y de la
lucha de las fuerzas de orden de los tajamares contra las entropías
destructivas de sus aguas, en el siglo XVII, el barrio de La Chimba
recibe una extraña pero formidable visita: Pedro de Bardeci y Aguinaco,
un hombre alto, blanco y de corpulencia vasca, que viene agitado
atravesando el lecho para ir hasta la Recoleta de San Francisco.
El recientemente llegado acaba de cumplir la estricta regla de pobreza
de San Francisco de Asís, regalando a los pobres todas sus posesiones.
Según la "Historia y devociones de la Recoleta Franciscana de Santiago
de Chile (1643-1985)" de Fray Juan Rovegno S., la formalización de su
renuncia a todas sus posesiones materiales la hizo ante notario el día
23 de abril de 1675. Y aunque quizás no lo sabe, la nómina milagrosa y
taumaturga de recoletos iniciada por el
Negro Andrés de Guinea, sumaría con él otro tremendo
referente, al convertirse Fray Bardeci (también escrito Bardesi) en el
Primer Venerable en Chile, teniendo en algún momento las más serias
posibilidades y razones para aspirar a la canonización aunque su proceso
hoy esté detenido. Como sucede también con el Negro Andrés,
además, es otro caso que antecedió a la santidad de Fray Andresito en la
comunidad de recoletos franciscanos de Santiago de Chile.
Al lograr audiencia con el Guardián de la Casa, Fray José de Valenzuela,
el visitante no reserva respiro en manifestarle entusiastamente su
ánimo. Es natural de Orduña; venía desde Potosí para cumplir con la
voluntad de ponerse a santa disposición de la Casa de Nuestra Señora de
la Cabeza, en la Recoleta de San Francisco. Seguramente, el sujeto de
unos 30 años a la sazón, ocultaría por prudencia, mientras tanto, el que
la decisión de ingresar a los recoletos no era exactamente suya, sino
voluntad de la mismísima Virgen María según confesó después.
Pedro de Bardeci había nacido en Vizcaya, España, el día 6 de abril de
1641. Por voluntad de su padre viajó a México con sus dos hermanos para
dedicarse al comercio. Allá hizo sociedad con un rico vecino, pero no
tardó en revelarse al sucio negocio especulativo de lucrar con productos
de vital importancia para la gente más pobre y menesterosa,
abandonándolo y dedicándose, a continuación, a la venta de tabaco.
Cuenta Fray Francisco Cazanova en "Reseña Histórica de la Recolección
Franciscana de Santiago" de 1875, que fue entonces cuando Bardeci tuvo la
primera revelación de varias que lo llevarían a entregar su vida a los votos
sacerdotales: una noche en que se hallaba rodeado de muchos clientes, pasó a
su tienda un mendigo y le pidió una limosna por amor de Dios. Aunque
sensible al dolor como todo mal comerciante, Bardeci le pidió al mendigo que
esperara para que atendiera a sus compradores y podría dedicarle un momento
a él. Pero el extraño personaje le respondió diciendo que su urgencia era
mayor y que, a los ojos de Dios, no sería bien visto postergarla por seguir
con las ventas, tras lo cual desapareció retirándose entre la multitud,
dejando a Bardeci confundido y meditabundo.
Después de un tiempo reflexionando la curiosa situación, decidió
abandonar definitivamente el rubro del comercio.
Cuadro de Bardeci junto a los pobres, en el Templo de San Francisco
(Alameda).
Detalle del cuadro con biografía (con un curioso error, al señalar
muerte en 1701)
Su siguiente ocupación fue como escribano de un prestigioso navío. Pero
la conciencia social volvió a traicionarlo cuando las autoridades le
encargaron inspeccionar los artículos que llevaba de contrabando en el
barco un mercader, el que hizo lo posible por convencerlo de no
certificar dicha carga pues, si era denunciado, su familia y
especialmente sus hijos caerían en la miseria. Incapaz de ignorar las
súplicas del pobre desgraciado, Bardeci decidió no denunciarlo pero,
colocado en tal predicamento producto de su falta profesional, también
huyó del navío comunicándoselo después a su confesor el Padre Juan de
Toro. Escapó hasta el Perú y desde allí a Potosí, donde se dedicó a la
minería en calidad de científico, llegando a publicar un trabajo al
respecto.
Allá en el Alto Perú, Bardeci desarrolló actividades a las que fue
invitado por don Francisco de Esquivel, su amigo, a quien le ayudó en la
educación y mantención de sus hijos. Mientras no estaba en las faenas de
las minas, visitaba las iglesias del territorio como pasatiempo.
Un día, en estos paseos y quizás ya cansado de las aventuras, entró a
una pobre capilla en la que había una efigie de la Virgen María, a la
que suplicó revelarle la voluntad de Dios con respecto a él.
Inesperadamente, escuchó que esta imagen le susurraba pidiéndole una
lámpara y unos candeleros de la plata de su mina, “y que después de
esto ella le manifestará la voluntad de su Divino Hijo”, según
recordaba el Padre Nicolás Freites, quien escuchó esta historia contada
por el propio Bardeci.
Sorprendido, partió a su mina donde encontró los trozos de plata
necesarios para los objetos que le habría solicitado la Santa Madre y el
pago de sus forjas. Según su testimonio, volviendo al santuario y
colocándolo sobre el altar, escuchó otra vez la voz celestial:
- Ve a Santiago de Chile y toma el hábito de religioso en el
convento de descalzos, llamado de Nuestra Señora de la Cabeza y allí
me servirás, por ser ésta la voluntad de mi Santísimo Hijo.
Zarpó entonces a Valparaíso, obediente. Llegó a Santiago para hospedarse
a la casa de su hermano Francisco, el mismo que según tenemos entendido,
hizo donaciones de terrenos para asentar el monasterio del Carmen Alto
en la Alameda, frente al Cerro Santa Lucía. Él, pues, ya llevaba un
tiempo establecido en Chile.
Vista de la sala donde está la cripta y el cuadro.
Otra vista de la misma sala. Más allá de que se crea o no la historia
milagrosa del fraile, sin duda se esconde bajo esta tumba uno de los
misterios más increíbles y cautivantes de la historia de la religiosidad
en Chile.
Fue desde allí donde, desprendiéndose de todos sus bienes, partiría
hasta la Santa Recolección a complacer la petición. Fray Cazanova nos da
una imagen de cómo lucía el barrio en esos años y de cómo fue el arribo
de Bardeci al ultra Mapocho, pronto acompañado de un insólito y
sorprendente nuevo suceso sobrenatural:
Existía por aquel entonces en la antigua Recoleta un compás que
cerraba la avenida de la iglesia y en el ángulo que daba a la calle
existía una Cruz llamada de Vera, colocada sobre un pilar de cinco
varas de alto y delante de la cual ardía constantemente una lámpara
desde que oscurecía; sucedió que pasaba por allí una noche el Siervo
de Dios, llevando sobre sus hombros, hecho un rollo el sayal que
para el hábito le habían tejido. Lleno de su corazón de santa
alegría, al considerar su próxima entrada en la religión y
encendiendo su fervor a la vista de la cruz, se levantó súbitamente
en el aire como una vara sobre la cabeza de ella; y después aseguró
que desde esta altura veía la lámpara bajo sus pies con gran asombro
y arrobamiento de su alma.
No sería la última experiencia de levitación por parte del
extraordinario personaje, según su leyenda de milagros, muy parecida a
la de San José de Cupertino y otros maestros del hábito franciscano.
Al llegar a la recolección, había sido recibido por el Guardián
Valenzuela, quien se llevó una buena impresión del postulante y le
permitió el ingreso inmediato, entregándole después los hábitos, ocasión
en donde adoptaría el nombre de Fray Pedro de la Natividad. Sin embargo,
Cazanova dice que Bardeci tomó el hábito el 8 de diciembre de 1664,
mientras que Benjamín Vicuña Mackenna, en su "Historia crítica y social
de la ciudad de Santiago desde su fundación hasta nuestros días.
1541-1868", apuesta a que el año en que se graduó fue 1667. El año de
1664 aparece en otras referencias que hemos consultado, como aquel de su
formal investidura franciscana (quizás el error se deba a la lectura de
los registros manuscritos del archivo franciscano, pues a veces es fácil
confundir un 7 con un 4), aunque es curioso que mientras Vicuña Mackenna
declara que Bardeci tenía 25 años en este momento, Cazanova dice que
eran 26 años y 5 meses. Sin embargo, éste último agrega el revelador
detalle de que "concluido su año de noviciado, profesó solemnemente
el 8 de diciembre de 1668".
También resulta un poco confuso que aparezca en la citada obra de
Rovegno renunciando a sus posesiones recién en 1675, y que en el cuadro
de su cripta en la Iglesia de San Francisco diga textualmente: "Fue
portero de esta Santa Recolección, donde tomó el hábito de lego el día 8
de diciembre de 1675".
Tras dicho año de noviciado, en que no estuvo lejos de la tentación de
abandonar la empresa (mediando nuevamente la Virgen María para evitar su
deserción, según dijera él), al fin comenzó a profesar el 8 de diciembre
del año siguiente. Un presagio curioso sucedió aquel día, en el momento
de la profesión: todo el recinto de la Recoleta comenzó a temblar,
extraño fenómeno que fue reportado por testigos como el propio Guardián
Valenzuela, quien se lo explicó como iras furiosas del Diablo, molesto
con este triunfo de la fe.
Acercamiento a la gran piedra de la cripta, con su nombre.
Detalle de las placas de agradecimientos "por favores concedidos".
Rápidamente, y oficiando como portero del convento, Fray Pedro se
convirtió en uno de los monjes más queridos y conocidos de la orden,
atrayendo con su carisma y su generosidad a muchos fieles, precisamente
en momentos que la Recoleta iba cobrando fuerza y popularidad en la
sociedad santiaguina. Le llamaban el Padrecito de los Pobres,
pues diariamente daba ayuda a los desvalidos en aquellos difíciles años
de crisis económicas en Chile. Y así fue pavimentándose el camino a su
condición de Siervo de Dios y Venerable.
En momentos de exiguos aportes a la Santa Recolección, que afligían al
Guardián Valenzuela, el sacerdote fue capaz de pronosticar también que
venían días mejores para el alimento del pueblo y las limosnas para los
pobres, tal cual se cumplió después. También se impuso con predicciones
e intervenciones mediadoras sobre disputas internas en la orden.
Sus virtudes como interventor de paz quedaron demostradas en
innumerables ocasiones, y su caridad ilimitada para con los pobres y los
desposeídos alcanzaba incluso para animales del convento y otros de los
alrededores, a los que alimentaba con su propia mano en las puertas de
la orden. Se recuerda de él que dormía apenas dos horas al día y
teniendo un tronco por almohada. También usaba su cabeza descubierta
todo el tiempo, con la capucha abajo y su calva expuesta a lluvias y a
soles, extraña costumbre que mantuvo toda la vida y que llamó siempre la
atención de quienes le conocían. Aunque no era común que paseara por las
calles, un día de aquellos en que lo hizo, un vecino del barrio intentó
persuadirlo de capear el intenso Sol veraniego que caía sobre la cabeza
del sacerdote:
- Padre, ¿por qué no se cubre? –le dijo.
- Porque delante del Rey no se cubren los vasallos –respondió
él.
Lo que más sorprende en la vida de Fray Pedro Bardeci quizás sean
testimonios como los de sus señalados actos de supuesta levitación, que
era capaz de realizar mientras se sumía en el profundo trance de la
oración. Caía en una especie de estado catatónico, quedando estático y
en su misma posición de rezo se levantaba del suelo ante el asombro de
todos los presentes. Una confirmación testimonial la da Fray Juan de
Toro, quien era a la sazón maestro de los teólogos del Convento de San
Francisco en la Alameda, pasando al de la Recoleta en 1693. Dice su
testimonio reproducido por Cazanova:
…en más de tres o cuatro ocasiones vio que el dicho Siervo de Dios
tuvo raptos extraordinarios y éxtasis, levantándose su cuerpo de la
tierra como dos varas. Solían durarle un cuarto de hora. Y que fuera
del coro, en los huertos donde se ocupaba en cultivar algunas flores
para adorno de Nª Señora, también lo vio elevado de la tierra.
A esta supuesta habilidad se sumaban otras no menos impresionantes,
descritas por Vicuña Mackenna con un entusiasmo que -se sabe de
sobra- no es frecuente en su pluma tan anticlerical cuando la dirige
hacia asuntos de la Iglesia:
…se cuenta el haber adivinado que un caballero llevaba en su
caja cierto rapé envenenado para matar a un enemigo; y de
aquella que presintiendo el peligro en que se hallaba una pobre
mujer llamada Candelaria Isboran de caer en pecado por una deuda
de cuatro pesos, se los llevó tan en tiempo, que estorbó su
consumación.
Imagen tomada de la secuencia biográfica que había hasta hace poco en torno a su cripta. Muestra
lo que parece ser el episodio de una visita a una familia cuando
anticipó que el bebé de la casa se iría "al cielo".
Este último caso es detallado y ampliado por Cazanova de la siguiente
manera: sucedió que una niña muy decente pero pobre llamada María
Candelaria Isbán (difiere del apellido anotado por Vicuña Mackenna),
estaba con la urgencia de conseguir cuatro pesos para pagar el alquiler
de la casa bajo la presión del propietario. Desesperada y sin la
protección de su marido que andaba de viaje, la afectada optó por el
camino menos honesto y más vergonzoso, recurriendo a un caballero
francés que la había pretendido cuando era joven con regalitos y
presentes varios. Inesperadamente, durante la noche pasó a su casa Fray
Pedro acompañado del donado José y, entregándole los cuatro pesos
envueltos en un papel blanco, le dijo:
- Supla, hija, su necesidad, ahí le envían esa limosnita,
recíbala del donado y por tan poco interés no se resuelva a ofender
a Dios.
Sorprendida, ella preguntó al generoso sacerdote quién le había enviado
el necesario dinero. Pero él sólo respondió repitiendo el mismo dulce
mensaje que acababa de declamarle. Fue tan fuerte la experiencia que la
propia María Candelaria se encargó de darla a conocer, venciendo los
pudores y confirmándola real.
Prodigios adicionales son reportados en torno a su recuerdo en la
Recoleta. Además de su amor a los animales, parece haber existido una
auténtica comunicación con ellos, tal como la que habría tenido San
Francisco de Asís, pues en una ocasión Bardeci casi fue atacado por un
toro bravo suelto que, al llegar a su lado en la calle, cayó súbitamente
de rodillas y lamió la manga de su hábito como si lo besara, ante el
asombro de todos. También habría tenido el don de la bilocación, ya que
cuando estaba en Santiago de Chile fue a visitar al mismo tiempo a su
anciana madre y la estuvo atendiendo durante los últimos días de vida.
Adicionalmente, poseía dotes de resurrección, según otro episodio
descrito por el mismo Fray Toro y transcrito por Cazanova:
Que en otra ocasión encontrase el Siervo de Dios tan gravemente
enfermo que a él mismo le parecía que ya iba a espirar; y aun le fue
dado parte como superior de la casa que ya había muerto el Siervo de
Dios, por lo cual, yendo a su celda y poniéndose al lado de su
lecho, lo tocó con sus manos y vio que estaba como un tronco sin
movimiento alguno sin señal de vida: que después de mucho tiempo
volvió en sí sin medicamento alguno y dijo: Gracias a Dios ya esto
ha pasado y dando a entender que había tenido alguna sobrenatural
ilustración de su mejoría y de facto se experimentó que quedó sano y
libre de aquella enfermedad y causada sólo por el amor de Dios.
Como el mítico sabio Honi ha-Meaggel de la tradición hebrea, la leyenda
del sacerdote recoleto dice que podía hacer llover con rogativas al
cielo. Así lo hizo para asombro de todos hacia sus últimos años de vida:
estando cautivo y sin agua junto a otros franciscanos por nuevas
disputas internas de la Iglesia, logró provocar chubascos sólo en el
lugar de la ciudad donde se encontraba retenido.
En otra de sus ocasionales salidas por las calles, se puso frente a un
oficial militar que estaba sentado delante de su casa muy temprano, con
aspecto atormentado y confundido. En el mismo momento en que el oficial
lo saludó besando la manga del sacerdote, éste le dijo con severidad:
- Mira, hijo, si fuera cierto lo que te imaginas, el demonio te
cegaría a fin de que continuase la ofensa de Dios; más aquella mala
bestia te ha metido en la cabeza esa tal cosa para inquietud y
alteración de tu alma; deja esos pensamientos y vive en paz con tu
mujer.
Asombrado, el tipo se arrojó a los pies del milagroso cura, pidiéndole
perdón al Cielo: entre sus ropas traía un puñal con el que planeaba
darle muerte a su propia esposa, acosado por los mismos celos necios de
Otelo. Desde allí, habría ido a pedirle disculpas directamente a ella.
Un caso muy parecido (en caso de no ser el mismo, en otra versión) es el
de cierto sujeto que también planificaba apuñalar a su mujer hasta que
su casa fue visitada por el sacerdote, quien le enrostró saber sus
intenciones, exigiéndole entregar el arma. En otra ocasión, cuando un
señor llamado Juan de Sartiga, tras ir al pedregal del río decidió
devolverse a dar muerte a su mujer Rosa García por una grave discusión
doméstica, Fray Pedro de Bardeci se le apareció exactamente en el mismo
momento a ambos cónyuges pero en lados distintos: al primero en la misma
vega del río, pidiéndole recapacitar, y a la segunda en su casa,
sugiriéndole pedir perdón a su marido por las razones de la pelea.
En cierta ocasión también jugó con lo que hoy algunos llamarían
telepatía o clarividencia, al advertir a una mujer de las verdaderas y
oscuras intenciones de un señor que solía visitarla pidiendo limosnas; y
frustró el intento de fuga de un novicio del convento, el futuro
sacerdote Fray Nicolás de Vera, al comentarle que conocía de alguna
misteriosa manera de sus planes secretos. Y como si fuera poco, en
alguna otra oportunidad el sacerdote confrontó a otro novicio, el más
tarde investido Fray José de Santander, por fingirse loco para no ir a
las reuniones adivinando con esa inexplicable virtud que sus actos de
perturbación mental eran actuados. También, en otro de los varios casos
parecidos, reveló al mismo novicio saber que pretendía dejar el convento
y lo persuadió de lo contrario.
Y parece ser que Bardeci se reservaba un milagro por cada asomada a la
calle, porque refiere Cazanova que en otra ocasión, un joven que tenía
amoríos impropios con una muchacha de La Chimba, tarde en la noche se
encontró con él en el camino hacia esta querida. Usando su poder (o lo
que fuera), el franciscano le advirtió que se retirase y abandonara esa
relación por el bien de su cuerpo y de su alma. El muchacho se devolvió
confundido pero, tras atravesar el río, regresó sobre sus pasos
convencido de que la aparición del cura había sido su imaginación o
casualidad. Tuvo la precaución, sin embargo, de tomar ahora otra calle.
Cuál sería su sorpresa al descubrir también en ella a Fray Pedro, otra
vez. Probó con distintas rutas y siempre fue lo mismo. Perturbado y
sorprendido, finalmente, se rindió y se retiró, al fin. Al día
siguiente, la propia niña de sus aventuras le contó que acababa de
salvarse de la muerte por no haber ido a visitarla, pues los hermanos de
la misma chica ya se habían enterado de esta relación pasional y le
prepararon una mortal emboscada en la casa como castigo y venganza a las
vergüenzas.
Ocasión en la que Bardeci logró detener un toro bravo y suelto por las
calles cuando este trató de atacarlo, según la historia que se cuenta de
aquel incidente. Imagen tomada de la secuencia biográfica en torno a su
cripta.
En otra experiencia sorprendente, el síndico del convento don José López
Villamil, tuvo un altercado con don Juan Zerán, en el que ambos llegaron
a sacar espadas para irse a duelo. El Guardián Toro intervino tomando a
López y escondiéndolo en la celda de Bardeci, quien al verlo le advirtió
que esa misma “naturaleza” que acababa de poner de manifiesto le
iba a quitar la vida. Poco después, el síndico falleció de… ¡cólera!
Está también el caso de doña Josefa Alfaro quien, tras negársele una
confesión porque el sacerdote jesuita Domingo Marini le exigía necesario
comulgar, se retiró de la Iglesia de la Compañía de Jesús siendo
alcanzada en la calle por Fray Pedro: él sabía misteriosa y
perfectamente lo sucedido, aconsejándole obedecer al cura.
Hubo también una vez en que, para atravesar el río más caudaloso que de
costumbre, Bardeci y su compañero el donado José pidieron ayuda a un
caballero joven llamado Juan Contreras, que iba hasta la otra orilla en
lomo de mula. Sin embargo, él se excusó advirtiendo que el animal era un
poco intranquilo y que fácilmente podría derribarlo sobre el agua en una
sacudida. Fray Pedro insistió y, lleno de temor, Juan accedió a
llevarlos. Estaban en esto cuando el cura le dijo dulcemente al muchacho
que abandonara la relación ilícita que tenía con una joven a cuya casa
se dirigía, y que usara los doce pesos que llevaba en el bolsillo con la
intención de complacer su lujuria, en necesidades de su numerosa
familia. Tras quedar pasmado por el comentario, Juan se dispuso a volver
para traer a la otra orilla al donado José. La mula, en ningún momento
se puso violenta; pero sí el corazón del muchacho al verificar que
llevaba, efectivamente, doce pesos en sus bolsillos, esos que pensaba
gastar en sus secretillos.
Otras maravillas de su vida como sacerdote milagroso (o de paragnosta,
quién sabe) siguen siendo reportadas por Fray Cazanova. En una de ellas,
Bardeci salvó la vida a don Juan de Hermua, natural de Lima que había
llegado a la Recoleta a pasar sus últimos días gravemente enfermo y ya
agónico. Su último consuelo era ver frente a su lecho de muerte a la
imagen de Nuestra Señora de la Cabeza. Cuando se la llevaron, Fray Pedro
se arrodilló y le rogó por la vida del moribundo. Permaneció largo
tiempo así, mientras todos los demás presentes se durmieron al avanzar
la noche. Pero en un instante, el enfermo despertó animoso y consciente:
Bardeci le había conseguido una valiosa prórroga de vida de seis meses
más, a cuyo fin de plazo volvió hasta la Recoleta pidiendo estar
presente en lo que fueron sus últimos momentos de feliz vida.
Hay otros fenómenos que algunos se apresurarían a definir como
precogniciones y más clarividencias en la vida del Fray Pedro Bardeci. A
la angustiada Doña Catalina de Arteaga, por ejemplo, le reveló que su
marido Juan Diez Gutiérrez estaba sano y vivo en momentos en que ella lo
creía atrapado por corsarios tras salir de Valparaíso al Callao y no
recibir nuevas noticias de él. Le informó de detalles del viaje que no
podría haber conocido. Y en otra ocasión, a esta misma señora le
advirtió que su hijo sano y alegre de dos años iría “¡Al cielo, al
cielo!”, levantándolo el brazos y haciendo esta exclamación. Sin que
nada lo hubiese hecho prever, el niño murió pocos días después; se fue
al cielo.
Entró una vez el Siervo de Dios –cuenta Cazanova- en casa
de un caballero apellidado Inza, vizcaíno de nación y paisano suyo,
en circunstancias de que estaba muy afligida la señora, su esposa,
de los dolores del parto, a que se hallaba próxima. Pidióle la
paciente rogase a Dios por ella, para que saliese con felicidad de
tal aprieto, y el Siervo de Dios la consoló diciéndole que luego que
él se fuese daría a luz un niño sin novedad alguna. Despidióse a
poco rato, e iba saliendo todavía por el zaguán de la casa, cuando
le detuvieron para que viese al recién nacido, y le diese su
bendición. Vuelve gustoso el Siervo de Dios, y tomando en sus brazos
al infante, le besó los pies diciendo que ese paisano sería un gran
religioso sacerdote; que se lo cuidasen mucho. El suceso verificó
esta predicción. El niño fue un ejemplar religioso llamado Fr.
Manuel Inza en el mismo convento que vivió el S. de Dios.
A pesar de sus increíbles capacidades que lo hicieron candidato a santo,
estaba escrito en alguna parte del libro del destino que allí, en la
misma Recoleta, Bardeci encontraría la muerte sólo siete meses después
de completado el traslado de los franciscanos hasta el convento.
Pintura reproduciendo una de las supuestas experiencias de levitación de
Bardeci, durante sus trances de éxtasis. Imagen tomada de la secuencia
biográfica en torno a su cripta.
Las historias sobrenaturales no concluirían con la partida de Fray Pedro
Bardeci, pues hubo una enormidad de otros milagros que se le atribuyeron
en este período. Por espacio y para no terminar en una semblanza
completa suya (que de milagros parece construida, precisamente), sólo
mencionaremos en términos generales sus últimos prodigios en vida; y
algunos incluso después de ella.
Uno de estos fenomenales acontecimientos ligados a la leyenda de Bardeci
fue el dado a doña Cecilia Henríquez, que estaba afectada por un grave y
persistente dolor de cabeza. Fray Pedro pronosticó que cuando él
muriera, esta terrible jaqueca pasaría. Y a Francisca Calderón, niña
ciega de nacimiento, también le predijo que vería después de morir él. Y
así fue en ambos casos: tanto el dolor de la señora Cecilia como la
ceguera de Francisca se fueron con la vida de Bardeci, extinta el 12 de
septiembre de 1700, a las cuatro de la mañana.
Tenía 59 años al expirar liberando su último aliento. Ese mismo domingo
se había celebrado la fiesta del Dulce Nombre de María. Su última
voluntad en la agonía de fiebre y dolores, expresada al sacerdote
Domingo Flores, fue que cuando éste fuera prelado, exhumaran su cuerpo
para sepultarlo a los pies de Nuestra Señora de la Cabeza en la
Recoleta.
Sin embargo, es aquí donde quedará demostrado que su registro de
milagros no cesaría con la muerte. Reaparecen, de hecho, al momento
mismo de fallecer, pues se habría presentado ante su amigo el leal
hermano José, vestido de blanco y resplandeciente para despedirse de él.
Por ello, cuando fueron sus compañeros a avisarle de la muerte del
estimado Pedro, él ya estaba perfectamente enterado de lo sucedido,
según lo testimonió el padre Freites. En esta aparición, Bardeci le
pronosticó a José que volvería a buscarlo en un año más, falleciendo
éste, efectivamente, en septiembre del año siguiente. Esto lo habría
alcanzado a informar el propio hermano Pedro, en vida.
Incluso en sus exequias seguían ocurriendo cosas increíbles, como
curaciones de enfermedades y visiones que son detalladas por Fray
Cazanova, todas ellas documentadas por innumerables testigos y reportes.
Durante los tres días que siguieron a su deceso, además, el cuerpo del
sacerdote se mantuvo flexible y sin la rigidez cadavérica, con aspecto
de persona viva y con una extraordinaria blancura, permitiendo que se
postergaran en un día sus funerales, para que los miles de fieles
pudieran visitarlo y ser testigos de los sensacionales acontecimientos
que seguían produciéndose:
Quedó el cadáver del Siervo de Dios muy blanco, su semblante
sereno, con aspecto de persona viva y con toda su flexibilidad
natural; así lo aseguran cuantos le vieron. Todos los habitantes de
esta ciudad, a la noticia de su fallecimiento, recurrían en tropel
para tener el consuelo de ver por última vez al varón admirable, al
bienhechor generoso de los pobres y de cuantos a él habían
recurrido. Llenóse de pueblo el interior de los claustros, la
iglesia y la plazuela; ya no quedaba lugar para la gente que de hora
en hora se aumentaba, viniendo hasta de los campos al ruido de tan
extraordinaria novedad. Unos, postrados ante el féretro, buscaban
los pies y las manos del venerable difunto, reconocidos por sus
beneficios, otros cortaban pedazos del hábito para llevarlo por
reliquia; cual lloraba su irreparable pérdida, cual se encomendaba
al Siervo de Dios como a un verdadero santo; y todos le invocaban a
grandes voces, diciendo no se les impidiese ver su cadáver por la
última vez, que era el único consuelo que podían esperar.
Sólo el día 15 pudo ser despedido de este mundo en la iglesia del
Convento Grande y llevado al Presbiterio de San Francisco. Cabe añadir
que, por la presión popular, el cuerpo de Fray Pedro Bardeci fue
sepultado en un cajón en esta cripta de la Iglesia de San Francisco en
la Alameda, y no desnudo en la tierra como era la voluntad franciscana,
por lo que debió autorizarse por dispenso este descanso en un ataúd
especial.
Aparición de Bardeci apenas murió en el Convento de Nuestra Señora del
Socorro o de San Francisco. Imagen tomada de la secuencia biográfica en
torno a su cripta.
Sin embargo, durante la ceremonia tendría lugar otro asombroso hecho:
cuando Fray Antonio Navarro intentó recitar la clásica oración de los
difuntos “Absolve quesumus, Domine, animan famili Petri”, sólo
conseguía vocalizar el rezo “Confesoris tui solemmitate letificas”,
que es el de los santos confesores. Por más que lo intentó, no pudo
corregir y repitió la oración con estas mismas palabras. Al terminar la
ceremonia, cayó de rodillas ante el cuerpo y llorando emocionado, pues
había comprendido como una intervención divina lo que había provocado
tan simbólico suceso.
Todavía hay reportes de una serie de casos de curaciones milagrosas y
sanaciones de agónicos que fueron llevados hasta el lugar de su
sepultura cuando aún estaba fresca, y que se suman al interminable
historial de milagros atribuidos a este hombre santo.
Cuando se intentó una posterior exhumación de su cuerpo para sepultarlo
según su petición, se enfrentaron con otra sorpresa en esta cripta, que
estaba junto a la tarima del Altar Mayor de San Francisco Solano que
existía al momento de ser sepultado. Los sacerdotes Domingo Flores,
Pascual Garay, Nicolás Freites y otros religiosos abrieron este sepulcro
con ayuda de unos trabajadores, pero sólo encontraron dentro del cajón
un agua perfumada que llegaba hasta el borde y que, también
milagrosamente -según su interpretación- no se filtraba por entre las
tablas. Tras buscar en torno a la cripta, pensaron que se trataba de
alguna veta de agua o filtración que se habría escurrido al sepulcro,
pero nada encontraron confirmando esta idea.
Dentro de esa misteriosa sopa había sólo un hueso, muy blanco y pulido,
que fue retirado por Garay para ser observado. Flores, que a la sazón
era padre provincial, ordenó colocar la pieza ósea otra vez dentro de la
cripta, pero con las osamentas de otros tres cadáveres vecinos, para
evitar que los restos se convirtieran en lugar de un culto popular que
no estaba autorizado aún por la Iglesia, decisión que le ha sido
reprochada duramente en épocas posteriores. El prelado también ordenó
cerrar el sepulcro y suspendió el traslado a la Recoleta.
Años después, el 23 de diciembre de 1733 y cuando estaba iniciado ya el
proceso para su reconocimiento, la cripta volvió a ser abierta,
inspeccionada y cerrada otra vez, permaneciendo en el mismo lugar de la
Iglesia de San Francisco.
En tanto, en la pared de este claustro franciscano de la Alameda se
instaló un retrato suyo con la siguiente inscripción:
El venerable padre fray Pedro Bardesi, hijo de esta provincia y
natural de Orduña, hijo de don Francisco Bardesi y doña Catalina de
Aguinacio y Vidaurre, oriundos de Vizcaya.
El Convento de San Francisco también atesora parte de la cruz que usaba
Bardeci para pasear por el Vía Crucis en la Recoleta, pieza de
madera cuya otra mitad fue enviada a la iglesia franciscana de Orduña,
en España, donde es conservada con devoción.
Con respecto al hasta ahora fallido intento de canonización, el camino
comenzó el 14 de febrero de 1724, cuando los religiosos de San Francisco
presentaron al Obispo Alejo Fernando de Rojas y Acevedo una carta
solicitando iniciar un proceso con un informe “Non Cultu”. La
intención era que la devoción hacia su alma, hasta ese momento
irregular, fuera aceptada y aprobada para avanzar hacia la
beatificación. Se creó una comisión para atender el caso y así fueron
reuniéndose testimonios que acreditaban la condición especial del
fallecido.
Sólo en 1730 pudo despacharse este proceso a la Santa Sede, pero la
inexperiencia en los procedimientos comenzó a pasarle la cuenta a los
chilenos. La Sagrada Congregación de Ritos encontró que faltaban
antecedentes y mandó una guía informativa para que pudiera cumplirse
correctamente con el procedimiento, retomándoselo en 1732 con el estudio
de otra colección de casos documentados de milagros suyos, entre los que
estaban los testimonios de importantes ciudadanos y religiosos de
Santiago como los que revisamos anteriormente. El informe de los jueces
quedó listo para ser presentado al Vaticano en septiembre de 1734.
También se inició el segundo proceso, titulado “De la Fama de Santidad,
Virtudes, Dones Sobrenaturales y Milagros del V. S. de Dios”, concluido
recién en 1751 y enviado a Roma al año siguiente. El proceso encendido
con el “Non Cultu” fue aprobado por la Santa Sede en 1755; pero
el “De Santidad, Virtudes, Dones” quedó pendiente mientras se verificaba
la constancia de la fama del Siervo de Dios. También se inició un nuevo
proceso de “Non Cultu” a principios de ese año y remitido al
siguiente. Se empezaron otros dos titulados “De Virtutibus et
Miraculis in Specie”, terminado en 1775, al que siguió “De
Virtutibus in Genere”, que se prolongó por varios años más y sufrió
una suspensión en 1793.
Acercamiento a los agradecimientos de los fieles.
Plazoleta Pedro de Bardeci, afuera del templo.
Hubo varios intentos e insistencias posteriores para reponer el proceso,
pero la mencionada falta de experiencia en estos trámites y las intrigas
rondaron durante todo el noble trabajo. En 1853 se emitió un decreto a
tales efectos, pero todavía en los tiempos de Vicuña Mackenna este
proceso seguía en suspenso. Según este autor, en 1863 se había realizado
una nueva apertura de su lugar de reposo, en donde se verificó que el
cuerpo del sacerdote no estaba en el sarcófago, para el asombro de los
trabajadores e inspectores , pero para confirmación también de las
historias registradas en las anteriores inspecciones de la cripta.
Aunque el título de venerable Siervo de Dios acompaña su nombre casi
como parte del mismo mientras está pendiente el avance hacia el
reconocimiento de sus condiciones atribuidas, su beatificación y
posterior canonización nunca avanzaron pese a la rauda celeridad que el
Vaticano (a veces ensombrecido por las cuestiones políticas y otras
todavía menos decorosas) ha expresado en otros casos mucho menos
interesantes o menos documentados que el de Fray Pedro Bardeci, el
posible Santo que vivió en las orillas del Mapocho.
Pero no menos ingratos han sido los propios santiaguinos, que jamás
cumplieron con su deseo final de ser sepultado en tierra, ni la voluntad
popular de que sus restos (o lo que haya dentro de su ataúd) se
trasladaran a tiempo desde la Iglesia de San Francisco a la de Recoleta,
ante su Santa Madre.
Un pequeño santuario con imágenes de su vida se ha hecho en torno a su
cripta al inicio de la nave derecha del templo, con placas de
agradecimientos por milagros que sigue haciendo todavía desde el Más
Allá, según sus fieles. Según entendemos, no está en la ubicación
original que había tenido la sepultura. Una placa colocada por
representantes de la Ciudad de Orduña, recuerda al personaje allí en la
sala de su sepultura con parte del mensaje que la Virgen le habría dado
enviándolo a nuestro país:
Vble. Fr. Pedro de Bardeci
Vete a Santiago de Chile y toma el hábito de religioso en el
convento de Descalzos de Nra. Sra. de la Cabeza.
Murió en Santiago el doce de Septiembre de 1700
Homenaje de la Excma. Diputación de Vizcaya y de la M. N. y M. I.
Ciudad de Orduña.
Otra placa de mármol, del Instituto de Conmemoración Histórica, aporta
con el siguiente mensaje:
EN ESTE TEMPLO REPOSAN LOS RESTOS DEL CIERVO DE DIOS
FR. PEDRO DE BARDECI O.F.M.
APÓSTOL FRANCISCANO DE LA PAZ EN LAS FAMILIAS Y SERVIDOR DE LOS
POBRES Y LOS ENFERMOS.
EN EL TRICENTENARIO DE SU FALLECIMIENTO
1700 - 12 DE SEPTIEMBRE - 2000
INSTITUTO DE CONMEMORACIÓN HISTÓRICA DE CHILE
La plaza dura con la fuente de aguas que hasta los cuarenta había
pertenecido a la desaparecida Pérgola de las Flores, frente al acceso a
la misma iglesia y su convento en Alameda Bernardo O'Higgins junto a la
abertura de calle Londres, siendo la misma que en su momento se viera
colmada de fieles despidiendo al venerado sacerdote, hoy lleva su
nombre: Plazoleta Fray Pedro de Bardeci O.F.M.
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