LOS MISTERIOS DE UNA MILENARIA PIEDRA DEL MUSEO VICUÑA MACKENNA

 

Fotografía del paseo del Cerro Santa Lucía recién inaugurado. Se creía que la piedra en cuestión podía haber sido hallada en este cerro durante los trabajos iniciados hacia 1872 por la Intendencia de Santiago, por entonces a cargo de don Benjamín Vicuña Mackenna, pero su origen terminó siendo otro.

Coordenadas: 33°26'28.44"S 70°38'1.75"W

He ha escrito y comentadio bastante ya sobre los estudios históricos y arqueológicos que demostrarían la existencia de un asentamiento humano en el Valle del Mapocho desde mucho antes de la fundación oficial de la ciudad de Santiago y bajo administración del Tawantinsuyu. Particularmente, destacan al respecto los valiosos trabajos de Stehberg y Sotomayor en base al material arqueológico del valle, y la segunda en relación a los documentos coloniales y crónicas que irían en demostración de esta teoría.
Como parte del abordaje de aquel tema relacionado también con la existencia de una geografía sacra dentro del valle mapochino, fue inevitable que saliera al paso el asunto de una piedra ceremonial que se creyó encontrada en la planta histórica de Santiago y que se halla hasta ahora empotrada en uno de los muros de la residencia histórica del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, en el número 94 de la avenida del mismo nombre. Hay algo interesante que decir respecto de ella.
Como preámbulo, vale señalar que estudios relativos a aquella geografía sacra de Santiago por parte de autores como Bustamante y López, servirían quizás para explicar aunque sea en parte el misterio de esta enigmática piedra (y viceversa) de la que muy poco se sabe y sobre la cual rondan más incertidumbres que certezas. Sin embargo, las suposiciones sobre su procedencia desde el valle del Mapocho contaminaron la comprensión y el ajuste del mismo elemento, permitiendo algunas especulaciones y prolongaciones de lo que fue un inofensivo error de apreciación.
La señalada pieza lítica se encuentra perfectamente a la vista e incluso al alcance de las manos de los visitantes del Museo Histórico Benjamín Vicuña Mackenna, allí en su entrada alrededor de la fuente de mármol. De buen tamaño y forma casi redonda, en una mirada rauda podría parecer sólo una pieza más de las muchas piedras tacitas que existen en territorio chileno. Sin embargo, también salta a la vista que tiene algunas particularidades que la hacen única, fundamentalmente por las figuras en ella grabadas.
En la misma muralla en donde está incrustada la pesada pieza de nuestro interés, hay otra que es del tipo piedra tacita y con tres concavidades, sospechosamente parecida (por material y tipo de factura) a las que existen también en el Museo Nacional de Historia Natural. Mirando las dos rocas empotradas en esa misma pared, además, salta a la vista en la comparación que la piedra misteriosa de nuestra atención tiene notorias y definitivas diferencias con lo que sería una de tipo tacita.

La extraña piedra ceremonial, en el Museo Vicuña Mackenna.

Acceso del Museo Vicuña Mackenna, donde se encuentra el muro con las piedras.

La ubicación de ambas piedras en el señalado muro de roca canteada, sobre la habitación que alguna vez fuera el despacho personal de don Vicuña Mackenna (en donde tenía también su archivo y biblioteca particular) ha sido también generador de especulaciones sobre su origen, como veremos. Este pabellón fue parte de la residencia principal que el ex intendente de Santiago tenía en tal terreno, constituyendo lo último que queda en pie de la desaparecida quinta.
Debe recordarse que aquella obra fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1992 y su valor histórico es enorme: en la misma residencia vivió provisoriamente, también, el ex Presidente de la Argentina don Bartolomé Mitre, en 1883 durante su última visita a nuestro país, quien había pasado antes sus días como exiliado de la dictadura de Rosas. Ambas piezas arqueológicas empotradas en el muro son parte de este monumento, en consecuencia.
Volviendo a la roca arqueológica, se hace difícil interpretar los grabados de la piedra posiblemente ceremonial, aunque sea la principal allí adosada. Tal vez ni siquiera esté en la posición correcta, pues a ojos de un diseñador podría parecer que se halla algo girada, a pesar de lo abstracto de la misma y si es que alguna vez sus creadores pensaron en que pudiese ser mirada de esta manera en vertical.
Sin embargo, se supuso con ciertas razones que podría interpretar una suerte de "maqueta" del valle alrededor del río Mapocho, y que las hendiduras geométricas serían campos de cultivos atravesados por desviaciones o canales del mismo, hechos en tiempos perdidos de la oscuridad de la historia de esta región. Especulamos que mantiene, además, ciertas semejanzas a la estructura de los canchones o eras que pueden observarse en zonas de antigua agricultura al interior de Tarapacá, por ejemplo. Su origen estaría así -según lo que se creía- en un esfuerzo por establecer alguna relación mágica y religiosa entre el cultivo en el valle del Mapocho y la importancia de las aguas de riego en la ancestral colonia incásica que aquí parece haber tenido sitio. Por supuesto, conjeturando que era cuenca mapochina la allí está representada.
Las tacitas empotradas a su lado y en la misma residencia decimonónica, acaso formaban parte del mismo escenario en que fuera encontrada la roca. Esto abonó a la impresión de que, quizá, venían a demostrar el carácter ritualista que algunos estudiosos le adjudican también a estas piezas, aunque por ahora ella no serán objeto de nuestra principal atención.

No estaba claro en la institución, además, el cómo fue que ambas rocas cuidadosamente talladas por expertos canteros precolombinos  llegaron a ese muro del actual Museo Vicuña Mackenna, ni cuál era su origen exacto. Sí se sabe que la residencia del ilustre intelectual fue hecha entre los años 1871 y 1874 por el ingeniero y cantero experto Andrés Staimbuck, quien la fabricó con piedras que iba retirando de los trabajos del Cerro Santa Lucía casi al mismo tiempo que allá se hacía de construcción del paseo  que el intendente ordenó cumpliendo con ese sueño que casi lo llevó a la ruina. Algunos autores han supuesto, por consiguiente, que las dos piezas líticas que fueron colocadas en los muros exteriores de su casa también fueron encontradas en el mismo cerro, pero nunca hubo una confirmación categórica de este dato.
Cabe recordar que otra roca intervenida por manos humanas y que se encuentra junto a la piedra inaugural del Puente de Cal y Canto, hoy en la entrada poniente del mismo Santa Lucía, también parece mostrar alguna ancestral y desconocida representación tipo "maqueta", quizás del mismo peñón según algunas opiniones. Sin embargo, en su caso corresponde a una roca de material más claro y granuloso, que algunos interpretan incluso como una argamasa moderna, a diferencia de las que fueron colocadas en la casa del Intendente de Santiago y que son de aspecto basáltico, oscuras, muy sólidas y de apariencia parcialmente pulida.
Por otro lado, es sabido que el peñón del paseo del Santa Lucía era considerado un bastión de gran importancia para los indígenas locales todavía en los tiempos de la llegada de don Pedro de Valdivia, quien corrió de allí a los habitantes del cerro, el clan del cacique Huelén-Huara, e hizo instalarle una ermita dedicada a Santa Lucía. De este último dato podría provenir la extendida creencia de que el cerro fue llamado Huelén en tiempos prehispánicos.
El arqueólogo Luis Cornejo era uno de los que creía en la posibilidad de que la piedra arqueológica del Museo Vicuña Mackenna haya estado originalmente en alguna parte del Cerro Santa Lucía. Es lo que comenta en un interesante artículo que forma parte del trabajo "Mapocho, torrente urbano", escrito por varios autores (Matte Editores, Santiago de Chile, 2008). De paso, Cornejo parece ser uno de los pocos autores que se refieren específicamente a la pieza en cuestión y de manera más o menos extendida, aunque el tiempo terminó aclarando las cosas en otro sentido.
Agregaba Cornejo en su texto que la presencia de la piedra en el antiguo cerro podía ser evidencia de que los incas habían constituido en él una huaka para rituales kapacocha, de sacrificios humanos, y que la piedra probablemente buscaba alguna relación ceremonial con la comentada productividad agrícola. De ahí su estrecho nexo con la posibilidad de que esté vinculada a la presencia de un asentamiento prehispánico súbdito del incario en el valle del río Mapocho.
Cabe indicar que, sorprendentemente, piedras "maquetas" del mismo tipo que aquella han sido encontradas sólo en las huakas ubicadas en importes centros políticos y ceremoniales del Tawantinsuyu, como el de la ciudad capital imperial del Cuzco, en Apurimac, en Ingapirca (Ecuador) y en Samaipata (Bolivia). Ciertas opiniones suponían incluso que la pieza pudiera ser anterior al arribo de las huestes incásicas por estas tierras, aunque la escasa información disponible no aporta mucho más al respecto.
La piedra tacita que acompaña a la roca supuestamente ceremonial, en el mismo muro del pabellón que perteneció a la residencia de Vicuña Mackenna.
Roca con tacitas en la exposición permanente del Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal. Para mi gusto, la pieza tiene cierta semejanza con la piedra tacita que acompaña a la roca ceremonial del Museo Vicuña Mackenna.
Una interpretación adicional sobre el valor y significado de la pieza fue publicada por Patricio Bustamante y Ricardo Moyano en su "Cerro Wangüelen: obras rupestres, observatorio astronómico-orográfico Mapuche-Inca y el sistema de ceques de la cuenca de Santiago" (2013), donde escriben:
Como interpretación alternativa, viendo la fotografía que entregan los autores- esta maqueta sería más bien una yupana o sistema de cálculo Inca, a manera de un ábaco, con espacios cuadrangulares con base en un sistema decimal (1, 10, 100, 1.000 y 10.000). Otro ejemplo del mismo sistema de cálculo podría ser un quipu grabado en El Apunao... donde la cuenta de 187 (188) explicado en base a la cantidad de días entre los equinoccios de marzo y septiembre, pudo también representar números más grandes en la medida que cambiemos el valor de la lectura en sentido exponencial.
Cuando se instaló el Museo Vicuña Mackenna en lo que quedaba de la casa del intelectual y los terrenos de su quinta, en 1957, ambas piedras se mantuvieron en su sitio. Se trasladó la pileta de mármol con la antigua fuente de aguas que antes estuvo en el cerro, al igual que algunos jarrones decorativos y otras instalaciones ornamentales e históricas. Las dos rocas forman parte del conjunto y se ven desde afuera del recinto inclusive, aunque pocos pueden sospechar el inmenso valor de ambas piezas y, particularmente, el misterio que encierra ese extraño diagrama de la principal de ellas, hecho quizá por las manos de súbditos del inca y conteniendo el secreto místico o ceremonial que tuvo este territorio central de Chile en donde arribara después el español, para fundar y poblar la definitiva ciudad de Santiago del Nuevo Extremo.
Cabe preguntarse, en tanto: ¿Qué clase de valor ritual pudo tener la zona central del actual país para la civilización que confeccionó la piedra? ¿Por qué y para qué la tallaron dentro de este mismo concepto ceremonial? ¿Simboliza un lugar geográfico preciso o sólo una representación subjetiva? Las respuestas deben estar ocultas en la misma piedra, precisamente, interpretada con con legítimas incertidumbres.

La piedra en el libro de J. Toribio Medina.

Sin embargo, posteriores indagaciones desarrolladas por el investigador independiente Alexis López Tapia a partir de información entregada por un particular a su programa radial "Rutas de la Nuestra Geografía Sagrada", concluyeron en que la misteriosa piedra-huaka incásica del Museo Vicuña Mackenna, corresponde en realidad a una pieza arqueológica encontrada en Curacaví, en la provincia de Melipilla, específicamente de un sector llamado Cancha de Piedra de Lo Ovalle, cerca de María Pinto. La piedra tacita que la acompaña también provendría de este sitio, es de suponer.

La piedra había sido obsequiada por el investigador José Toribio Medina a  Vicuña Mackenna, de acuerdo a su información. Si bien esto sucedió en el siglo XIX, sólo entre fines de aquel siglo y la década comenzó a ser investigada de manera más científica por académicos de la Universidad de Chile. Además, aparece un grabado litográfico de la misma piedra en la obra "Los aborígenes de Chile" de Medina, obra de 1882, en donde el autor dio más datos sobre su origen.

De acuerdo a las investigaciones nuevas de López Tapia, entonces, la piedra sería la "hermana" de una que está en Patagüilla, en la cumbre de la Cuesta Barriga, mientras que su vecina piedra tacita es "hermana" de otra situada también en el sector Lo Ovalle, aunque no localizada aún. Su teoría sugiere que donde se encuentre esta segunda piedra tacita Curacaví, debe ser la procedencia del plano lítico de la piedra-huaka del museo. Probablemente se halle en terrenos particulares no identificados, pero adyacentes a la Cancha de Piedra.

Dicha posibilidad es compatible con la importancia que daban en el Tawantinsuyo a la localidad de Curacaví, por cierto, considerado también una especie de lugar de descanso para la aristocracia y la realeza incásica.

Comentarios