EL NEGRO ANDRÉS: EL DESCONOCIDO PRIMER "HOMBRE SANTO" DE LA RECOLETA FRANCISCANA DE SANTIAGO

 

Cuadro de Andrés, en el convento recoleto.
Coordenadas:  33°25'48.86"S 70°38'52.20"W (convento)
Pocos santiaguinos conocen ya este dato: que la Recoleta Franciscana de la capital chilena, ha tenido varios "hombres santos", si así podemos llamar a aquellos con fama de milagrosos e incluso candidatos reales o sugeridos a la beatificación y la canonización. Los casos en orden cronológico son el de Andrés de Guinea, el de Pedro de Bardeci, el más conocido de Andresito García y algunos agregan también al líder sindicalista Clotario Blest, que tomó el hábito de San Francisco de Asís en sus últimos días de vida.
A pesar del desconocimiento casi general en nuestros días sobre el primero de ellos, Andrés de Guinea, existen varias menciones de su singular vida en libros de historia y de crónicas, aunque invariablemente como anexo o dato adicional a textos dedicados más bien la vida de los franciscanos en Chile, de la Recoleta o bien de su muy popular tocayo Fray Andresito. Aparece paseando, por ejemplo, en el "Repertorio de antigüedades chilenas" de Ramón Briseño, en "Fray Andresito en la tradición santiaguina" de Carlos Silva Vildósola y en "Presencia franciscana en Chile" de Marciano Barrios Valdés, por mencionar algunos.
Además de participar en las generaciones pioneras de la recolección franciscana junto al río Mapocho y en la vieja Chimba de Santiago, el recuerdo de Andrés de Guinea despliega particularidades tales como el haber sido un religioso de raza netamente africana, un negro originario traído a América en el siglo XVII. Pero también destaca por ser en Chile, acaso, el primer milagroso y con rasgos de santidad populares vigentes antes de morir. Se recordará que otros “prodigiosos” anteriores como los sacerdotes Martín de Aranda, Horacio Vecchi y el hermano Diego de Montalbán, a diferencia del lego franciscano al que nos referimos, eran jesuitas y sí han tenido sus respectivos procesos de canonización por martirio, aunque sin resultados hasta ahora. En cambio, Andrés fue marginado de esta posibilidad.
Iglesia y plaza de la Recoleta, en el siglo XIX.
 
El origen y la cristianización de Fray Andrés de Guinea, o más informalmente conocido en su tiempo como el Negro Andrés, es descrito en los siguientes términos por el serio y docto don José J. Guzmán en el tomo II de su obra "El chileno instruido en la historia topográfica, civil y política de su país", de 1836:
El V. hermano Andrés, a quien la Divina Providencia por efecto de su bondad extrajo de la barbarie de la gentilidad de los negros de Guinea para conducirlo a gremio de la iglesia, fue hecho cautivo por los suyos y vendido a los portugueses para traerlo a vender a América. Luego que vino a esta ciudad de Santiago lo compró un caballero, e instruido en los rudimentos de nuestra Santa Fe, recibió el agua del bautismo y se puso por nombre Andrés.
Según anota el mismo autor, sería precisamente a raíz de uno de los "milagros" que lo hicieron célebre en su entorno, que este esclavo africano pudo alcanzar su sueño de libertad para, a continuación, renunciarla devotamente entregándosela a los rigores y disciplinas del aspirante al humilde hábito franciscano:
Abrazó con tanto empeño la religión católica que era un ejemplo de virtud a todos los que le trataban; pero en lo que más particularmente se distinguió en su firme fe y ardiente caridad a Jesús Sacramentado y para desahogar los ardores de su amor, obtuvo licencia de su piadoso amo, que debía ser buen cristiano, para ir todos los días a oír a misa. Quiso Dios manifestar la virtud de su siervo con el siguiente milagro: tenía Andrés en su casa el oficio de panadero y habiendo amasado un día y echado el pan al horno se fue a oír misa como lo tenía de costumbre. En estas circunstancias lo llamó su amo y no encontrándolo en casa se fue al horno a ver si había echado el pan. Efectivamente lo halló; pero todo quemado y hecho un carbón. Luego que Andrés vino de misa le mandó su amo a sacar el pan del horno y se lo presentó tan hermoso como una flor. A vista de este prodigio quedó el amo como pasmado y reconociendo que no era digno de servirse de un negro tan santo y virtuoso, le dio la libertad para que soltase los diques de su fervor consagrándose todo a Dios. Obtenida la libertad de su amo, tomó el hábito de donado en el convento de la recolección donde confesaba y comulgaba todos los días, arrasados sus ojos en copiosas lágrimas de amor a Jesucristo. Por premio de su ardiente caridad mereció tener afectísimos coloquios con su Divina Majestad apareciéndosele y visiblemente después de comulgar.
Además del don de las lágrimas al confesar, se le apareció una vez un niño hermoso advirtiéndole que no fumara antes de comulgar, como efectivamente iba a hacer Andrés. Interpretando que se trataba de un ángel o acaso del Niño Dios, abandonó para siempre el vicio.
Pero su vida devota y santa no lo eximió de una muerte prematura, como también ha sucedido con tantos otros hombres con prestigio de milagrosos en la historia teológica. Fue así como la sociedad chilena debió despedir al Negro Andrés, presenciando esa potencial santidad hasta sus últimos momentos antes de encontrar al fin la definitiva libertad del alma por allí al borde del Mapocho, como veremos. Esto ocurría a fines de abril de 1665, según quedó registrado en la inscripción que se hizo al pie de un cuadro con su retrato que es mencionado en "Reseña Histórica de la Recolección Franciscana de Santiago" de Fray Francisco Cazanova, en 1875. Curiosamente, además, 1665 fue el mismo año hacia el cual se inició el proceso de canonización para los tres jesuitas antes mencionados, sin que algún favor parecido alcanzara para el negro franciscano.
De todos modos, incluso al final de sus días, en Andrés de Guinea se habrían manifestado otros sorprendentes sucesos según continúa relatándolos el historiador Guzmán, como un supuesto hecho que los fanáticos de lo paranormal se apresurarían a definir en nuestros días como un fenómeno de psicofonía o algo parecido:
...el día de su muerte, estando su cuerpo en el féretro, se oyó en la capilla donde se hallaba depositado su cadáver una armoniosa y deliciosa música como de jilgueros, ruiseñores y calandrias que parecía a los que la oían, y no lo dudaban, ser música del cielo con que los ángeles festejaban el glorioso tránsito del alma de Andrés a la gloria.
Acercamiento al retratado.
Reseña biográfica del cuadro.
 
En cuanto a la mencionada pintura que se hizo de él posteriormente, ahora colgada en los muros del comedor de los sacerdotes, la inscripción con la vida del Negro Andrés dice lo siguiente (corregimos la ortografía y puntuación) agregando más detalles sobre su leyenda:
Retrato de Andrés. Negro de Guinea que sus enemigos cautivaron y en dos veces lo libró Dios de que lo hubiesen muerto. Y los portugueses lo mercaron, se bautizó y vino a esta ciudad. Abrazó la religión y fue muy devoto de oír misa. Habiendo amasado un día y echado el pan en el horno, se fue a misa, su amo lo llamó y no lo encontró; fue a ver el pan y lo hallaron quemado. Vino de misa y su amo le mandó sacar el pan y lo sacó como unas flores. Visto este prodigio le dio su amo la libertad y luego tomó el hábito en esta santa recolección. Tenía don de lágrimas cuando se confesaba. Comulgaba todos los días. Un día, antes de comulgar quiso chupar tabaco y se le apareció un niño hermosísimo y le dijo que cómo quería chupar tabaco antes de comulgar, y desde ese día dejó el tabaco por Nuestro Señor Jesucristo. Nunca salió del convento y vivió santamente. El día de su muerte tembló la tierra, a la medianoche, en el techo de la capilla cantaron jilgueros. En la sepultura no se ha encontrado su cuerpo. Murió a fines de abril de 1665.
El enorme cuadro es de autor anónimo según me informan (parece tener una firma y la fecha de 1732 o algo así, pero es poco inteligible), aunque tiene cierta semejanza de estilo con el muy posterior retrato de otro gran milagroso franciscano y ya mencionado candidato a Santo, Fray Pedro de Bardeci, que cuelga sobre su cripta de la Iglesia de San Francisco en la Alameda. El diseño y el estilo semejan un poco, aunque son de épocas distintas.
Sin embargo, en el caso del cuadro que corresponde a Andrés, el personaje aparece en lo que puede ser interpretado como una escena más bien doméstica, de alguna manera revelando una afición o algún rol específico en huertos y jardines del mismo convento recoleto a sus espaldas, pues aparece con un canasto quizás de las célebres naranjas de sus arboledas frutales y una paleta en la otra mano, aunque se considera tradicionalmente que son panes los que lleva, alusivos al milagro del horno. También carga una pala panadera, en la otra mano. El antiguo templo de la Recoleta es el que se vería a su espalda.
Me resulta confusa la historia del cuadro, pues esta obra u otra parecida, tal vez la misma, había estado antes en el templo de San Francisco en la Alameda. ASí habría sido hasta que Fray Luis Olivares la hizo reparar y llevar edificio recoleto, dato que aparece confirmado en "Historia y devociones de la Recoleta Franciscana de Santiago de Chile (1643-1985)" de Fray Juan Rovegno S. (2001). Este cuadro del templo mayor, que suponemos el mismo. No pude verlo ni fotografiarlo sino hasta después de varios intentos, tras consultar directamente en el templo de la Recoleta Franciscana y en el Museo del Convento de San Francisco. Cabe añadir que, en el templo de la Alameda, no hay ningún cuadro de Andrés.
El retrato todavía se encuentra en el comedor de los sacerdotes de la Recoleta, aunque Fray Francisco Julio Uteau comenta en su "Vida admirable del siervo de Dios Fray Andrés Filomeno García" de 1898, que el retrato que estaba en Alameda tenía una leyenda distinta a la que ya transcribí, muy parecida a la que ofrece Guzmán, o acaso la misma. A la sazón, se encontraba en el claustro antiguo de los franciscanos, cerca de la portería del convento.
Dos siglos después de la época del Negro Andrés de Guinea, sería otro afamado Andresito quien terminaría de disipar toda duda de la tradición milagrosa entre los hombres formados en la Recoleta Franciscana y a la luz de la imagen protectora de Nuestra Señora de la Cabeza, siendo hasta ahora su más famoso residente histórico para la fe popular, aunque opacando por su fama y con el propio alcance de nombres al ex esclavo liberto que paseó sus sandalias e hizo su leyenda en este mismo lugar.

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