DON ALONSO DE ERCILLA: “EN LA REGIÓN ANTÁRTICA FAMOSA”

 

No hay casualidad en los versos de Alonso de Ercilla y Zúñiga (7 de agosto de 1533 - 29 de noviembre de 1594) que enredan su crónica poética sobre Chile con las proximidades del Continente Antártico, la Terra Non Cognita de los cartógrafos de la época que en sus innumerables trabajos, de los que haremos caudal en otra entrada, conectaban la región extrema de Magallanes con la misteriosa tierra antártica que anunciaba la ruta hacia el Polo Sur. Se las creía apenas separadas por las aguas del Estrecho.
Al igual que Ercilla, el propio Conquistador Pedro de Valdivia estaba convencido de esta conexión continental, como lo evidencian sus esfuerzos por proveer a su Capitanía de la jurisdicción sobre el Estrecho y las tierras "del otro lado" del mismo (Reales Cédulas de 1555 y 1558), además de sus negocios con Jerónimo de Alderete, quien sucedería a Valdivia en la dirección de Chile al morir este último sin poder ver concretada su obra. El historiador de origen chilote Javier Barrientos, ha sido particularmente observador de estos afanes del conquistador Valdivia y del porqué buscó tanto la prolongación de su reino hacia los extremos australes, dejando en el camino -como consecuencia- la construcción del largo país que somos hoy, pues corresponde a esa misma ruta o camino hacia el polo.
Nacido y muerto en su querida Madrid, Ercilla, poeta y guerrero devenido en cronista “trovador” de la epopeya de la formación racial y cultural chilena, acá en las frías tierras al Sur del Nuevo Mundo, sabe desde un principio en la majestuosidad de la empresa de la que forma parte. No bien desembarcó en Chiloé al inicio de su aventura en Chile, grabó sobre la corteza de un árbol el siguiente registro:
Aquí llegó donde otro no ha llegado
Don Alonso de Ercilla, que el primero
en un pequeño barco deslastrado
con sólo diez pasó el desaguadero.
Ercilla abre su canto épico pareciendo referirse a las cédulas originarias de la jurisdicción de Pedro de Valdivia al hacer sus primeras descripciones sobre el aspecto físico del Reino de Chile, y cuando la conquista de los territorios australes eran sólo un proyecto oneroso e inconcluso.
Sin embargo, Ercilla ya visualiza en su Canto I de “La Araucana” la conexión o proximidad chileno-antártica, sea mística, o bien meramente geográfica:
Chile, fértil provincia y señalada
en la región Antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida.
Como lo hiciera también don Joaquín Edwards Bello, nótese que el autor del siglo XVI sienta claramente un precedente aclaratorio sobre el verdadero nombre que recibía en aquel entonces el continente, dándonos hoy claridad sobre el pretendido litigio nominal que existe entre unos y otros sobre la denominación “Antártica” o “Antártida”. Nótese que también desliza quizás el mismo sentido de identidad austral para los pueblos de esta subregión continental, Pueblos del Sur, que el insigne escritor peruano Antenor Orrego definía como los súrdicos o súricos, para señalar a los sudamericanos en contraparte a los nórdicos o septentrionales.
 
Aún más pendiente que el avance en los territorios hostiles estaba, por los días de Ercilla, la toma de posesión de la Antártica. Recién en 1558, cuando la Corona autorizó a Chile para tomar y conquistar esos territorios incógnitos poniéndolos bajo la gobernación, habían podido fundarse bastiones españoles como los de Cañete y Osorno, usados como punta de lanza de la conquista austral en períodos de ansiedad e impaciencia donde aún se estaba en pleno descubrimiento, en realidad. Fue también en 1558 que conseguía llegar a Magallanes la expedición de Juan Ladrillero a tomar esa posesión del Estrecho. Y, por si fuera poco, también fue ése el año, por el mes de febrero, en que Ercilla inicia su crónica poética de la Conquista de Chile mientras acompaña la expedición de García Hurtado de Mendoza, aún cuando “La Araucana” no viera la luz sino hasta 1569, convirtiéndose en un éxito literario de inmediato, al punto de tener que ampliarla e introducirle modificaciones a las ediciones posteriores, apareciendo después mencionada por Cervantes y Saavedra en su obra maestra, entre los libros que le secaron el cerebro a Don Quijote de la Mancha.
La Antártica reaparece en las primeras líneas del canto épico, sin embargo. Así, inmediatamente después de los versos anteriormente tomados del Canto I, que Ercilla vuelve a presentarnos la condición antártica del país, esta vez con datos más precisos para el historiador y más lejos del poeta:
Es Chile norte sur de gran longura,
costa del nuevo mar, del Sur llamado;
tendrá del este a oeste de angostura
cien millas, por lo más ancho tomado;
bajo del polo Antártico en altura
de veinte y siete grados, prolongado
hasta do el mar océano y chileno
mezclan sus aguas por angosto seno.
El gentilicio “antártico” usado como adjetivo para relacionar la geografía o las proximidades de la orientación espacial, aun no siendo casual ni antojadizo, no deja de llamar la atención, pues la usanza de la época era más bien “austral” o “meridional” en crónicas o leyes indianas para referirse a territorios sureños, de modo que Ercilla instala una característica al respecto en “La Araucana” que también se repetirá en la crónica del Inca Garcilaso de la Vega, curiosamente. Otra vez podemos estar, así, ante una asociación tempranisima de énfasis austral extremo, como en el mencionado gentilicio súrdico de Orrego.
Mapa América de Gerardo Mercator, de 1595. Los grandes cartógrafos ya mostraban la Antártica antes de ser descubierta y conectada a América por los territorios al sur del Estrecho de Magallanes.
Seguidamente, al proceder a reafirmar la imaginería cartográfica de entonces conectando a Magallanes con lo que hoy identificamos con la Península Antártica, ante la inconsciencia de la época sobre la existencia del Paso Drake, continúa Ercilla:
Y estos dos anchos mares, que pretenden,
pasando de sus términos, juntarse,
baten las rocas y sus olas tienden,
mas es les impedido al allegarse;
por esta parte al fin la tierra hienden
y pueden por aquí comunicarse:
Magallanes, señor, fue el primer hombre
que, abriendo este camino, le dio nombre.
Aún quedan algunas evocaciones más, unos versos más abajo y refiriéndose a la naturaleza guerrera de los nativos y prolongando la influencia antártica esta vez hacia toda la región última de América del Sur:
El potente rey Inga, aventajado
en todas las antárticas regiones,
fue un señor en extremo aficionado
a ver y conquistar nuevas naciones,
y po
r la gran noticia del Estado
a Chile despachó sus orejones;
mas la parlera fama de esta gente
la sangre les templó y ánimo ardiente.
Las “antárticas regiones” retornan en el Canto III, cuando Ercilla habla de los últimos días de vida de don Pedro de Valdivia en Arauco:
Ésta fue quien halló los apartados
indios de las antárticas regiones;
por ésta eran sin orden trabajados
con dura imposición y vejaciones,
pero rotas las cinchas, de apretados,
buscaron modo y nuevas invenciones,
de libertad con áspera venganza,
levantando el trabajo la esperanza
Así, pues, el poema épico de “La Araucana” parece mencionar por primera vez a la dualidad Antártica-Chile y, por extensión, en enlace conceptual entre Sudamérica y la Antártica, con sus referencias explícitas a nexos nominales con las tierras de ese continente, mismo que en las cédulas y pergaminos reales aparece entonces sólo como el territorio al Sur del Estrecho de Magallanes, más específicamente.
El primer gran mito antártico concebido y cultivado en el Nuevo Mundo, entonces, de alguna manera ha nacido en las letras con don Alonso de Ercilla y Zúñiga.

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