LO DIJO UN CIENTÍFICO CHILENO: "EL JARDÍN DEL EDÉN ESTABA EN NORTEAMÉRICA"... UN ARCAICO LABORATORIO DEL GÉNESIS, JEHOVÁ EL GENETISTA INTERGALÁCTICO Y LA PANSPERMIA DIRIGIDA

 

"Y Dios  pasó a decir: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra. Y Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó;  macho y hembra los creó. Además, los bendijo Dios y les dijo Dios: Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra". (Génesis 1: 26-28)
Esta historia es casi desconocida en nuestros días, pero alguna vez, hacia mediados de los setenta y hasta parte de los ochenta, el investigador y filólogo chileno Eduardo Hanisch, propuso una temeraria teoría sobre la ubicación original del Jardín del Edén del Génesis, en el Antiguo Testamento. Según él, este Paraíso Perdido quedaba en… ¡Norteamérica!
Sí, así como suena: según sus conclusiones, el Edén se hallaba en un sector fronterizo de los Estados Unidos y Canadá, donde se reúnen algunos de los más grandes ríos y lagos del mundo… Y además no era reino de un solo Dios, sino de varios: el lugar en donde habría sucedido, en tiempos arcaicos, un ensayo de ingeniería genética que condujo a la creación del hombre, ejecutado por un viajero cósmico que hemos terminado identificando con Jehová.
Obviamente, la teoría del profesor Hanisch -que parece tener cierto saborcillo a fanatismo mormón, o algo parecido- fue ridiculizada casi instantáneamente por casi todos los que la conocieron; o mejor dicho, por los pocos que la conocieron. Hasta donde parece, sólo la tomaron en serio algunos crédulos predispuestos a aceptar ideas un tanto fantasiosas sobre la vida extraterrestre y supuestas visitas de viajeros interestelares en el pasado de la humanidad.
Pese a todo, incluso salió al baile el Consejero del Presbiterio Nacional, Monseñor Fidel Araneda, advirtiendo en un diario de la época que Hanisch se estaba exponiendo nada menos que al peor de los castigos que puede procurar la Iglesia Católica en sus días ya sin la Sagrada Inquisición: Anathemea sit, es decir, "será excomulgado".
No existen hoy referencias críticas y divulgativas sobre las ideas del investigador; no las hallamos en la literatura, ni en la internet, por lo mismo. El diario aludido, "La Tercera", había publicado sus teorías en el fascículo segundo de una serie de especiales dedicados a sensacionalismos ufológicos y extraterrestres, siendo desde entonces la única fuente que quizás halla abordado con algo de dedicación tan extravagante propuesta. A consecuencia de ello, sus planteamientos se redujeron casi por completo a esas pocas entrevistas, a nivel de difusión más popular.
Hanisch tampoco fue cuidadoso con sus investigaciones y, según todo indica, cayó en la tentación de meter en el saco a presuntos ingenieros genéticos extraterrestres como los creadores de la raza humana, proponiendo que Jehová sería, como hemos dicho, un laboratorista espacial que dio origen a la especie humana por sofisticados procedimientos de manipulación genética, en el lugar que eligió como el Paraíso. Por supuesto, la época en que Hanisch divulgaba tan tímida pero convencidamente esta teoría, era la misma en que hacía euforia la fertilización "in vitro", todo un tema moral y novedad médica en ese entonces.
Sin embargo, por difícil que sea aceptar tamañas afirmaciones y sus fundamentos, no se puede acusar al científico de alguna falta de documentación: Hanisch era investigador experto en antiguos libros teológicos y canónicos, que tradujo personalmente para sus trabajos, como el Génesis de la Biblia, la Teogonía Griega del poeta Hesíodo, el Enuma Elish caldeo y el Popol Vuh maya, entre varias otras joyas escritas hacía de 750 a 10.000 años. Su conclusión, a partir de estos documentos, es que la Tierra y la humanidad son construcciones inteligentes y artificiales, asegurando que en todos esos libros se afirmaba exactamente lo mismo.
En ese mismo sentido, no le cabe duda de que el Jardín del Edén, cuna de la creación del hombre, estaría en Norteamérica y era un gran paisaje-laboratorio que vio nacer a la especie humana, simbolizada en Adán y Eva, la pareja primigenia.
Hanisch estimó que el lenguaje madre de todos los idiomas actuales es el que denomina griego arcaico. Lenguajes antiguos como el hebreo o el arameo, estarían más cerca del origen, pero derivados desde el griego arcaico, según concluye. Rastrea su raíz en todos los documentos antiguos que tradujo y cree encontrar el sentido original de los términos en esta fuente lingüística perdida en el tiempo.
A partir de lo anterior, el investigador hace una observación que no deja de ser interesante, incluso para el incrédulo: que el Jardín del Edén, también llamado el Gan ("jardín", en hebreo) y que según se cree es una palabra acadia, podría deber su nombre en realidad a la contracción de las palabras también hebreas antiguas Edun y Dendra, que significarían "sumergido"  y "arboleda". Es decir, el Jardín del Edén habría sido, en su interpretación, una arboleda sumergida; un huerto pantanoso, un manglar o un bosque con agua encharcada.
No existe, pues, un paisaje de dichas características en los territorios que la tradición y la leyenda suponen como los que albergaron el Jardín del Edén, en el Asia Menor, más específicamente en el Medio Oriente, al Este de la actual Israel. Sí lo hay, en cambio, en la zona de manglares y pantanos al Norte de la cuenca del río Mississippi, en la Península de Michigan, una "arboleda sumergida" donde Hanisch creyó haber encontrado la geografía que correspondería exactamente con el relato del Génesis.
A mayor abundamiento, Gan también puede ser traducido como "lago" y como "espejo" en algunas acepciones, y es justo ese paisaje el que domina tal territorio americano: grandes lagos de aguas tranquilas, que reflejan cielo y montañas.
Adán, en tanto, significaba para Hanisch algo así como "Sin Antecedentes Genéticos", resultando para los adictos a estos temas una coincidencia notable el parecido de su nombre con las iniciales del ADN (Ácido Desoxirribo-Nucleico, soporte de las instrucciones genéticas de la biología), dicho sea de paso.
 
Pero, ¿bastará sólo esto para creer que el Paraíso Perdido estaba en los mismo escenarios después novelados por Mark Twain? Pues no, sin duda, así que Hanisch se esforzó por seguir encontrando analogías. Dijo, por ejemplo, que en el Génesis se menciona como hecho que "brotaba del Edén un río", deduciendo el investigador que debía tratarse del río San Lorenzo, que nace en el lago Ontario pero que aparenta surgir de la roca viva, desplazándose hacia el Atlántico por su estuario, el más grande del mundo.
Según el Antiguo Testamento, además, el río principal del Edén era el Pishón o Pisón, que cercaba "la tierra entera de Havilá", habiendo quienes lo relacionan con el río mesopotámico Uizhun. Según el filólogo, sin embargo, en el griego arcaico este nombre es otra contracta que significa algo así como "cerco de alquitrán-resina", equivaliendo al río Ottawa, que en sus casi 1.300 kilómetros de longitud "cerca" todo un sector hacia el centro de Canadá en Ontario, conectando con el San Lorenzo, precisamente. Y en otro paralelismo, en la cuenca del Ottawa también abundan el alquitrán (petróleo), el oro y las ágatas, que en la Biblia son mencionadas como bedelio, oro y cornetita, respectivamente.
También intrigaba a Hanisch que el nombre de la tierra de HaviláHavilah, o Javilá, según varía en las distintas las traducciones, presente semejanza fonética con el nombre del país de Canadá. Se sabe que entre los indios irokis, kanatá o kanadá significaba "poblado", "asentamiento humano", dándole este título originalmente a la actual zona de Québec, según se cree.
Por otro lado, se ha supuesto en ciertas tradiciones de interpretación de las Sagradas Escrituras, que el río del Edén llamado Gihón o Guijón, parece tener correspondencia con la cuenca hídrica que rodea y atraviesa el territorio de Etiopía. Curiosamente, los judíos negros o falachas habitantes ancestrales de ese país, han asegurado por siglos que ellos serían los verdaderos descendientes directos de Adán y Eva y que Etiopía, alguna vez cuna del Imperio Abisinio, fue el territorio originario del Israel mencionado en la Biblia. Sin embargo, jamás se ha podido confirmar cuál es el verdadero Guijón, ni en África, ni en Asia.
Hanisch, por supuesto, presentaba su propia explicación: el río sería en realidad el grupo fluvial compuesto por el Mississippi y el Illinois, y que forman una barrera geográfica natural de los Estados Unidos, atravesando el país verticalmente. El nombre de Etiopía, en griego arcaico, podría ser traducido como "rojo" y "calcinado", y el investigador supone que se relaciona al tipo de suelo que hay en el territorio norteamericano por el que pasan estos ríos. Guijón, a su vez, significa "Gigante Oriental", que es precisamente la ubicación del Mississippi, hacia el Este en esta frontera natural, y por eso desemboca en el Golfo de México. En idioma ojibwa, Mississippi significa "Río Padre" o "Río del Padre".
Como es sabido, los únicos ríos que se creen identificados del Génesis en las tradiciones judeo-cristinas, serían el Hiddekel (Tigris) y el Éufrates, ambos rodeando el territorio de la Mesopotamia, palabra que significa "En medio de ríos", justamente. Sin embargo, Hanisch piensa que éstos correspondían en realidad a los ríos Ohio y Niágara, respectivamente. Cabe recordar que Canadá también tiene una "Mesopotamia": la Isla Grande, rodeada por los dos brazos de Niágara antes de desaguar en el Lago Erie. En la plantilla del griego arcaico, entonces, Éufrates sería en realidad la contracción de las palabras Eu (río) y Frates (compuerta), quizás para referirse a algún accidente geográfico como sus cataratas, a juicio de Hanisch.
Por otro lado, si bien se considera que el nombre del río Niágara y de esas famosas cataratas significaría "tronadura de agua" (según la etimología basada en el idioma de los pieles rojas locales), para el profesor, su traducción correcta sería "garos nuevos", o "garos recién nacidos". El nombre de "garum", "garos" o "garones" era dado a los peces usados en el mundo antiguo para hacer condimentos y salsas especiales, aunque no parece saberse con exactitud a qué pez pertenecían. Ciertas salsas de pescado fermentado que se consumen en países como Vietnam y Tailandia, y en el pasado en Italia y España bajo dominio imperial romano, quizás puedan aportar alguna pista.
Considerando esto, Hanisch creía ver confirmada su asociación del Éufrates con el Niágara, por el hecho de que este último está poblado por ciertas especies de peces que colocan huevos u ovas en gran cantidad durante los períodos de reproducción, semejantes a pequeñas manzanas de color rojizo o anaranjado. Y como se recordará, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal del Génesis siempre ha sido asociado en la tradición con un manzano, pese a que la Biblia jamás dice si correspondía a tal. Y Hanisch deduce (¡era que no!), que la asociación del fruto con una manzana habría pasado en realidad por la comparación con las ovas de los peces del río Niágara.
Respecto de esto último, y como complemento de lo expuesto, un punto observado en años posteriores a las propuestas de Hanisch es que las manzanas silvestres que crecían en el territorio de Medio Oriente hacia los tiempos en que fuera escrito el Génesis, no siempre fueron dulces, sino que tendían a ser amargas, de modo que la asociación del fruto prohibido con la manzana ha de provenir desde otra vertiente, de otra creencia o tradición.
Debe recordarse también que el simbolismo de la manzana con el sexo entre Adán y Eva tiene otra coincidencia: los antiguos romanos usaban las vísceras de los peces garos para hacer una salsa a la que se le atribuían extraordinarios poderes afrodisíacos. Y el mismo símbolo de los huevos como alusivo a la reproducción, lo seguimos viendo en los "huevitos" que reparte el conejo mágico de la Pascua de Resurrección, por cierto.
Desvaríos imaginativos para unos o suposiciones interesantes para otros, el hecho cierto es que la teoría de Eduardo Hanisch nunca fue estudiada seriamente y probablemente jamás lo será, pues a la ausencia de trabajos propios publicados por el autor demostrando sus puntos, se suma la audacia intrínseca de sus ideas basadas en mera interpretación filológica y asociaciones en términos generales. Hanisch, en cierta forma, lo sabía y se previno: aseguraba que no había propuesto ninguna teoría, sino que se había limitado a "traducir", lavándose las manos de acusaciones de fantasioso y tratando de darle un valor implícito a sus ideas.
Descubrimientos más bien recientes en América han obligado a reconfigurar todas las creencias que se tenían sobre el poblamiento humano del continente y el origen de sus primeros habitantes. Quién sabe si, en algún futuro, los planteamientos de Hanisch sobre el origen de la tradición expresada en el Génesis puedan ser evaluados bajo una nueva perspectiva que permita sacarlos de la especulación pseudo-científica y acercarlos más a la credibilidad...
...Aunque, en honor a la verdad, sólo podría ser resultado de un tremendo, realmente tremendo esfuerzo por abrirse a ideas tan "curiosas".

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