FOLCLORE Y TRADICIONES DEL VELORIO DEL ANGELITO

Un auténtico Velorio del Angelito, con la familia Cisternas Valencia de Loncura, Región de Valparaíso, en 1943. Fuente imagen: Sitio web del Museo Campesino en Movimiento (MUCAM).
Hace muy poco, confirmamos que está instalado bajo el panteón de acceso al Cementerio General de Recoleta, en el vestíbulo, un montaje reproduciendo la escena del llamado Velorio o Velatorio del Angelito, forma de despedida de niños pequeños alguna vez popular en los estratos modestos y campesinos de Chile. Se observa en ella la efigie de un bebé sentado en su altar funerario (un muñeco, más bien), vestido de blanco y con decoraciones del mismo color, despidiéndose de su breve paso por la tierra para proceder a entrar con boleto directo y sin escalas al Cielo de los Justos, privilegio que sólo tienen los santos y los infantes muertos prematuramente... Es decir, los angelitos.
Muchos folklorólogos, antropólogos e investigadores costumbristas han tomado notas importantes sobre esta tradición en Chile, como Rodolfo Lenz, Oreste Plath, Fidel Sepúlveda, Manuel Dannenmann, Miguel Jordá, Maximiliano Salinas y, más recientemente, la dupla de Danilo Petrovich y Daniel González. Con su esfuerzo, han ayudado a compensar en buena parte la falta de información que existe sobre esta antigua costumbre, tal vez mirada a menos por estar asociada a las capas marginales y más pobres de las sociedades, con el desprecio de las instituciones muchas veces.
El tema del Velorio del Angelito ha sido, sin embargo, de una enorme atracción para artistas, pintores y folcloristas, todavía en nuestra época. Margot Loyola, por ejemplo, trató también el tema y nunca olvidó haber asistido en Linares, siendo muy niña, a uno de estos eventos fúnebres, como se comenta en el trabajo de Sonia Montecino Aguirre titulado "Mitos de Chile: Enciclopedia de seres, apariciones y encantos". La fallecida era una pequeña llamada Melania Zuñiga, y en la ocasión, Margot se encaramó en un pequeño piso para tocarle el rostro a la niña ángel, muy bien pintado y con los ojos abiertos gracias a palitos de escoba (curagüillas).
Su colega y amiga Violeta Parra, más tarde, puso mucha atención a las tradiciones del angelito en los campos chilenos, escribiendo algún texto al respecto y dejando para la posteridad el famoso tema "Rin del angelito", uno de los más importantes y hermosos registros musicales suyos, de 1966, que dice inspirado en esta clase de velatorios:
Ya se va para los cielos
ese querido angelito
a rogar por sus abuelos
por sus padres y hermanitos.
Cuando se muera la carne
el alma busca su sitio
adentro de una amapola
o dentro de un pajarito
La tierra lo está esperando
con su corazón abierto
por eso es que el angelito
parece que está despierto.
Cuando se muere la carne
el alma busca su centro
en el brillo de una rosa
o de un pececito nuevo.
En su cunita de tierra
lo arrullará una campana
mientras la lluvia le limpia
su carita en la mañana.
Cuando se muere la carne
el alma busca su diana
en los misterios del mundo
que le ha abierto su ventana.
Las mariposas alegres
de ver el bello angelito
alrededor de su cuna
le caminan despacito.
Cuando se muere la carne
el alma va derechito
a saludar a la luna
y de paso al lucerito.
A dónde se fue su gracia
y a dónde fue su dulzura
porque se cae su cuerpo
como la fruta madura.
Cuando se muere la carne
el alma busca en la altura
la explicación de su vida
cortada con tal premura.
La explicación de su muerte
prisionera en una tumba.
Cuando se muere la carne
el alma se queda oscura.
Otros cantantes populares grabaron y versionaron canciones para el angelito, al igual que Violeta. Uno de ellos fue Víctor Jara, con "Despedimiento de un angelito", que se publicó en 1967:
Gloria dejo en memoria,
y estas razones aquí,
del que no llore por mí,
porque me quita la gloria.
Vos como maire Señora
pídele a Dios que te guarde
me voy con el alto paire
y a los reinados de Dios.
Digo con el corazón
y adiós mi querida maire.
Gloria yo le digo a Dios
y que conmigo sea bueno
porque también en el cielo
los hemos de ver los dos.
Y en este trance veloz
yo ya cumplí mi destino
purificao y divino
y en la gloria dentraré.
Y antes de irme diré
y adiós, adiós mundo indino.
Virgen de nos y parientes
yo a todos les digo adiós
ya mi plazo se cumplió
y conmigo la muerte.
Dichosas fueron mis suertes
mayor fue algún pesare,
yo me juro confesarme
ya voy, ya voy paire eterno,
ya me olvide del infierno
que sabe todos los males.
Al cine también llegó el interés cultural por esta tradición y así quedó una muy bien lograda recreación del funeral de un neonato en el viejo Santiago de esos año, realizada para la película "Largo viaje" de Patricio Kaulen, estrenada en 1967.
Para aquellas célebres escenas, ya casi míticas en la historia del séptimo arte en Chile, se utilizó una muy realista figura de yeso (o cera, en ciertas versiones) de un niño pequeño muerto, ataviado y decorado como un auténtico angelito. Resultó tan realista para la época que muchos creyeron se trataba de un fallecido y de un funeral reales, creándose una leyenda oscura sobre esta secuencia en particular del filme.
CARACTERÍSTICAS DEL VELORIO DEL ANGELITO
El investigador y profesor alemán Lenz, aportó una de las descripciones más detalladas y precisas sobre el Velorio del Angelito, su definición y sus características, en la obra "Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile" de 1919. Es un retrato muy completo, al menos de la forma más general con la que era celebrado entonces:
Una de las ocasiones oficiales en que el poeta y cantor puede lucir sus dotes es el velorio del angelito, con que se solemniza la muerte de una criatura, una guagua o un niño de pocos años que todavía no sabe rezar solo. Muerta la criatura se le lava y se le viste con el mejor traje que tiene. Los padres y amigos hacen todos los esfuerzos imaginables para adornar el pequeño cadáver con encajes, blondas, flores artificiales y naturales. Si no hay otras joyas que ponerle, hacen estrellitas y otros adornos de papel dorado y plateado y le echan chaya y serpentinas encima. Así se coloca el angelito sentado en una silletita encima de una mesa, a la cual se da colocación contra una pared del rancho, si es posible frente a la urna, el sagrario de la casa donde alrededor de un crucifijo e imágenes de santos se guardan los chiches que los padrinos regalan en los bautismos. Al lado del cadáver se ponen en la noche velas encendidas y se convida a los amigos de la casa al velorio. Si entre ellos no hay un cantor, se busca a uno a propósito, aunque sea contra pago. El músico con el guitarrón, o a falta de tal, con una guitarra, para la cual hay que trasponer las melodías correspondientes, se sienta al lado del 'angelito' y pide la ceremonia. Así canta a veces alternando o acompañado de otros hombres durante toda la noche, versos a lo divino, de Dios, los santos, la muerte y la vanidad del mundo, y, en particular, los versos del angelito en los cuales la guagua se despide de sus padres y padrinos y de todos los parientes. Las mujeres normalmente no cantan, sino que rezan.
Es indispensable remojar las gargantas de todos los asistentes con toda especie de refrescos, vino, cerveza, chacolí, chicha, ponches y demás productos de la industria casera de bebidas, generalmente alcohólicas, según lo permita la estación del año y el bolsillo de los padres. La fiesta se transforma en una remolienda. A media noche se sirve una comida (o cena) y la fiesta continúa hasta el amanecer. Entonces se sirve un ponche caliente (gloriao), se cantan las últimas canciones en que el angelito se despide definitivamente, dando las gracias por todos los beneficios y cariños que ha recibido en su corta vida.
Al fin se coloca al angelito en el ataúd (cajón) y los hombres lo llevan al cementerio (panteón), sea a pie o en coche. En el campo, cuando el cementerio está distante, toda la comitiva va a caballo; uno de los padrinos lleva el cajón.
A veces sucede, sin embargo, que la fiesta se repite con el mismo angelito en casa de un amigo, y aún que padres demasiado pobres para celebrar el velorio, presten o arrienden el cadáver a un vecino para dar ocasión a la fiesta. El pueblo no considera tal muerte del angelito como una desgracia mayor, porque, según la creencia popular, puede ser muy útil tener un angelito en el cielo que pueda rezar por los pecados de sus parientes. No sólo entre la clase más baja e ignorante se puede oír que se diga como consuelo a una madre que perdió su hijo: 'Ya tiene un angelito más'. La disposición de los ánimos durante el velorio, con ayuda del alcohol, está lejos de ser desesperada, de modo que los asistentes permiten bromas como las que expresa este versito:
Qué glorioso l'angelito
Qu'ehtá sentao en arto;
no se dehcuiden con él
que puede pegar un sarto.
En un estudio de Anselmo Bravo contemporáneo al de Lenz, titulado "El velorio del angelito" y presentado ante la Sociedad Folklórica de Chile en noviembre de 1920, se agregan descripciones de otras prácticas rituales, como que el cuerpo del angelito era bañado con jabones perfumados y agua bendita, colocándole una larga túnica blanca llamada alba, de tela de lienzo o gasa. El rostro era retocado con almidón de trigo y colorete en las mejillas para darle un aspecto más sereno o hasta risueño, y unas alas de cartón que se colocaban en su espalda debían dar apariencia de un querubín. Era santiguado y rociado con agua bendita, para luego sentarlo en un altar blanco hecho con una pequeña silla sobre mesas con sábanas.
Por su parte, Plath comenta en trabajos suyos como "Folklore religioso chileno" que, en la localidad de San Felipe, el vestido del angelito es llamado túnica cuando se trata de una niña y túnico si es hombre. Agregaba que el padrino debe entregar a su cuenta el alba o vestido para su ahijado, e incluso puede pedir "prestado" el niño fallecido al padre, en caso de querer velarlo y correr con los gastos. Al cadáver se le colocaba en la cabeza una corona de monedas si los padres tienen recursos suficientes para costear estos funerales, suponemos que como posible influencia de los trabajos de platería en zonas indígenas, como los trariloncos; si esto no sucede, sin embargo, los asistentes debían dejar colaboraciones en el regazo del niño muerto.
A pesar de la tolerancia que, finalmente, tuvo que mantener en contra de sus sentimientos más íntimos la Iglesia hacia la práctica de estos velorios, como veremos, llaman la atención algunos hechos curiosos persistiendo en torno a esta ritualidad hacia el cambio de siglo, como los relacionados con "prestar" el cuerpo del niño fallecido para que fuera celebrado en otros sitios. Esto podía prolongar la espera por la sepultura para el infante mucho más allá de lo que el sentido sanitario y los propios escrúpulos aconsejarían, en el trato de cadáveres.
Con relación a lo anterior, el escritor Baldomero Lillo describe la costumbre de algunos padres de niños muertos que entregaban a sus angelitos a dueños de cantinas, quintas o casas de fundos, convirtiéndose estos así casi en empresarios funerarios informales, al destinar una habitación especial del lugar como capilla ardiente, proveyendo a los asistentes de toda la comida, bebida y música necesaria, con un crédito especial para los principales deudos o un pago por tener al angelito en su local. El autor hace una interesante descripción de esto en su relato "El angelito", sobre un emprendedor de este tipo apodado El Chispa, de las sierras del Nahuelbuta:
Al atardecer de un día de diciembre, cálido y luminoso, la casa de El Chispa rebosaba de gente: celebrábase con gran pompa el velorio de un angelito. En la pieza contigua al negocio, sobre una mesa cubierta con profusión de flores de papel, y alumbrado por cuatro velas de sebo sujetas al gollete de otras tantas botellas vacías, estaba extendido el cadáver de un niño de dos años. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, encima de la blanca mortaja, adornada con cuentas de vidrio, cintas y dibujos hechos con finas hojas de papel metálico llamado esmalte. Aunque la tela, por el prolongado uso, ostentaba un tinte amarillento, la funeraria prenda era el orgullo de El Chispa y la admiración de todos por la variedad y riqueza de sus ornamentos.
El rito del Velorio del Angelito, entonces, con todas sus excentricidades y curiosidades, era una forma muy criolla de racionalizar la pérdida de un niño en la fe popular, de manera tal que algo tan doloroso y desconsolador como la muerte de un pequeño se convierta en motivo de alegría y festejo, al asegurarse la vida eterna con su prematura partida y convertirse en guardianes de la Gloria de Dios. Llorarlo y no aceptar su partida, por lo tanto, sólo perjudicará el paso fluido y limpio del niño a la eternidad, que se había ganado por perecer a temprana edad.
El encuentro también da una instancia de consuelo a la que acuden todos los buenos amigos y vecinos de la familia tocada por la tragedia, volviendo más llevadero e invirtiendo los sentimientos del dolor de la situación, con rondas de poetas y cantores haciendo "ruedas" enfrente del niño, con los asistentes de la velada a sus espaldas, y un sentido bacanal de festejo.
Como síntesis, y tras haber recorrido gran parte del territorio buscando registros y testimonios sobre estos funerales, el antropólogo Daniel González, entrevistado en noviembre de 2013 para un artículo de la Fundación Identidad y Futuro ("Velorio del Angelito: historia y rescate sonoro"), concluía en que las etapas requeridas en un velorio de este tipo, habitualmente eran las siguientes:
1° Vestir al niño como ángel.
2° Preparar el altar en casa con la mesa y las flores.
3° Llegada de cantores al comenzar la noche, con la "salutación" (saludo) al angelito.
4° Canto y baile al angelito, de noche.
5° Cena y bebida para todos los que llegaron a despedir y homenajear al niño.
6° Continuación del canto esperando el alba.
7° La hora del alba es la del "despedimento" (despedida), último canto de la noche, donde el cantor habla por el angelito y da el adiós a todos.
8° Salida del cortejo desde la casa hasta el cementerio.
Por alguna razón, sin embargo, sucedía con cierta frecuencia que sólo los hombres completaban el ritual a la hora del cortejo que partía al camposanto, ya que las mujeres se quedaban con los deudos tomando mate o infusiones de cedrón que, tal como sucede con el trago gloriao, tenía fama de "quitar la pena".
Sus rasgos, así, han sido más o menos comunes en el territorio chileno y con sutiles variaciones locales, desde las salitreras del Norte Grande hasta Chiloé. Según publicaciones del investigador argentino Ángel Cerutti, además, fue desde el Sur de Chile que pasó a Neuquén, Argentina, durante las migraciones ocurridas entre 1844 y 1930. En algún momento llegó a Punta Arenas, de hecho, existiendo testimonios gráficos de aquello, con lo que la dispersión de esta tradiciones habría sido prácticamente total en el territorio.
No obstante, hubo algunos matices interesantes en la práctica, dependiendo de cada zona geográfica. Información reunida por Marco Antonio León León en "La cultura de la muerte en Chiloé", por ejemplo, indica que en el archipiélago chilote el niño solía ser velado tendido en una mesa y no sentado en un altar, como sucedía preferentemente en el resto del país. Los concurrentes podían llevar comida y bebida, también.
Hubo otras adaptaciones locales y temporales a estos ritos, por supuesto. Plath señala que entre los mineros del carbón de Lota, los angelitos eran sentados en una silla de coligüe decorada con cintas blancas, montada sobre una mesa con velas y flores, con guirnaldas de papel colgando del techo para señalarle al alma del niño el camino hacia el Cielo. La celebración duraba allá dos o más noches, por lo general, y cuatro niños tenían el encargo de cargar al angelito hasta su cajón de madera y pintado también de blanco, llevándolo al cementerio, mientras los asistentes iban atrás en procesión. A veces iba un niño al frente, cargando una cruz y sobre ella una corona de papel.
Como vimos en las palabras de Lenz, el trago frecuente en los velorios de niños de campo era el gloriao, que se preparaba con aguardiente e infusiones, generalmente calentado en tetera al brasero y que acabó siendo reconocido en la tradición como el "trago de los muertos". La célebre cantina "El Quita Penas" del barrio del Cementerio General de Recoleta, en Santiago, alguna vez fue famosa también por sus buenos gloriaos. Con el tiempo, sin embargo, la receta de estas bebidas fue variando y se mantuvo más identificada con su función de "alegrar" las almas en duelo que con los ingredientes tradicionales de la misma.
"El Velatorio del Angelito" de Ernest Charton, en 1848. Fuente imagen: sitio web del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires.
"El velorio del angelito" de Arturo Gordon. Pinacoteca de Concepción. Otro cuadro de Gordon con el mismo motivo pero en una escena diferente, también titulado "Velorio del angelito", está en la Casa Museo de Eduardo Frei Montalva, en Santiago.
"Velorio del Angelito", obra de Manuel Antonio Caro, 1873.
Velorio de un Angelito en España. Fuente imagen: Blog Isotopia Historia.
La misma práctica en México, hacia 1910. Fuente imagen: blog El Ojo con Dientes.
Escena de "Largo Viaje", filme de Patricio Kaulen de 1967, con la imagen del altar que se montó simulando un Velorio del Angelito.
El montaje que se hizo en el Cementerio General de Recoleta, Santiago de Chile.
Acercamiento al angelito del Cementerio General.
ORÍGENES E HISTORIA DE LA TRADICIÓN
La tradición de velar de esta forma a los niños pequeños fallecidos, a los angelitos, vestidos como tales (de blanco y a veces con alas) en un altar funerario propio y con manifestaciones de celebración, comida y baile por parte de los deudos, deriva de la creencia popular de que los infantes pasan directamente al Cielo al momento de morir, ya que se trata de almas inocentes no condicionadas al paso por el Purgatorio o el castigo en el Infierno. De ahí surge la necesidad de festejar con ruidosas fiestas este paso glorioso y seguro al más allá, con comidas de medianoche, inciensos y la instalación de un trono improvisado con mesas y manteles blancos, denominado "mesa de los santos", para la despedida del fallecido.
Las interpretaciones del respaldo bíblico apoyan, de alguna manera, estas creencias, como cuando Jesús hace su famoso llamado: "Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos", así expresado en Mateo 19:14. Más aún, muchas de la ornamentación divinizando al angelito muerto parece a la misma magnificencia con que se representa a Jesucristo en sus advocaciones infantiles, como el Santo Niño de Praga, el Santo Niño de Roma, acompañando a la Virgen del Carmen o incluso la sencillez del niño el bebé al centro del pesebre de Belén.
Sin embargo, es un hecho que el folclore cristiano popular creía que los niños fallecidos se convertían en ángeles como los querubines o los putti italianos, y de ahí que se los denomine como tales: angelitos. Siguiendo la tradición hispana, entonces, en Chile se los consideraba angelitos si morían a los tres años o antes. En el Chigualo ecuatoriano o Velorio del Niño Muerto Alegre, correspondiente a lo mismo que el rito aunque con ciertos elementos más propios de la cultura loca, se los estima ángeles si viven hasta los siete años. Parecido es en países como Perú, donde se le llamaba de preferencia Mampulorio. Esta creencia de los siete años también habría sido usada parcialmente en Chile.
La raíz de la tradición es española, sin duda, país en donde también se llama angelitos a los niños muertos. Ciertas teorías aseguran que llegó a la Península desde el mundo árabe por vía andaluza, idea sugerida por Luis Montoto en "Costumbres populares andaluzas" y por el chileno Salinas. Enrique Casas Gaspar, en su trabajo "Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte" de 1947, asegura que en Valencia, Alicante y Murcia "cuando muere un angelito se expone su cadáver amortajado con gasa tejida con hebras de plata, sandalias y guirnaldas de flores blancas", intentando dársele con cosméticos el mayor aspecto posible de que aún estuviese vivo, con su propio altar de flores y cirios. Comida, bebida, música y baile completan la despedida, de la misma manera que sucedía en el Nuevo Mundo.
Empero, acá en Chile la fiesta se realiza dentro de la casa, no en el exterior de la misma como en España, y también se exagera la relación angelical con las alas, al menos durante la práctica del rito en el siglo XX. El cuerpo del niño, prácticamente, es "disfrazado". Algo parecido sucede en Argentina, en donde la tradición se arraigó con cierta intensidad en el pasado, también bajo la convicción de que la muerte temprana de un niño aseguraba el ascenso de su alma como ángel. Se conocen ritualidades muy similares en Paraguay, Venezuela, Colombia, México y otros países.
La tradición del Velorio del Angelito encontró diferentes grados de arraigo en algunos pueblos de América Hispana, entonces después de la cristianización del continente. Por alguna razón, sin embargo, en Chile, Argentina y parte de Uruguay se afianzó de una forma particularmente fuerte, tal vez aferrada a las formas en que se da allí el culto a la muerte, como algo íntimo y casi familiar, ausente del exceso de solemnidad compungida pero también ajena a los elementos más carnavalescos. El culto popular chileno a las animitas parece estar relacionado a esta misma inclinación, al asumir la muerte negando el final de una presencia y postergando tanto como sea posible el proceso de resignarse a la inexistencia de quien fue un ser querido.
Se cree que los antecedentes del Velorio del Angelito en Chile pueden remontarse al siglo XVIII cuanto menos, pero los principales registros son de la siguiente centuria. El aventurero Adelbert von Chamisso, por ejemplo, lo testimonió en su crónica "Mi visita a Chile en 1816":
Vamos a describir una costumbre basada en extrañas consideraciones religiosas y que nos impresionó desagradablemente. Si después de bautizado muere un niño, la noche antes del entierro adornan el cadáver como la imagen de un santo, y lo colocan en una pieza iluminada sobre una especie de altar, con velas encendidas y coronas de flores. La gente se reúne y pasa alegremente la noche cantando y bailando. Dos veces fuimos testigos de estas fiestas en Talcahuano.
Aparece retratada como algo más pintoresco en el cuadro "El Velatorio del Angelito" del francés Ernest Charton, en 1848. No obstante, la introducción la fotografía en el país llevaría los angelitos a las tétricas sesiones de fotografía post-mortem para recordar a los fallecidos, como informaba a su familia unas décadas después el fotógrafo Obder W. Heffer, mientras trabajaba en la Casa Garreaud de Valparaíso y se vio sorprendido por la extraña costumbre nacional.
Sin embargo, estas prácticas fueron mencionadas con desprecio en el  I Sínodo Diocesano de Ancud, en Chiloé, convocado por el Obispo Justo Donoso Vivanco y realizado en marzo de 1851. Muy mal visto en el ambiente clerical, las actas del Sínodo expresaban la radical opinión de la Iglesia al respecto:
Acostúmbrase, generalmente entre la gente vulgar, celebrar el fallecimiento de los párvulos, para lo cual adornan vistosamente el pequeño cadáver, y reuniéndose muchas personas, se celebra la felicidad eterna del angelito, como le llaman, con el canto, el baile, la abundante comida, y el uso de licores fuertes, cuyas consecuencias son, la embriaguez, las riñas, y otros desórdenes y escándalos, durando esa función, a menudo por dos o tres días, y sucede no pocas veces, que se pide prestado el angelito, para continuar la celebración en otra casa, por otros tantos días. El actual Prelado en su carta pastoral del 15 de diciembre de 1845, ha prohibido semejante práctica, como abusiva, inmoral y escandalosa, mandando con grave precepto, que los cuerpos de los párvulos sean conducidos, para su entierro, al panteón respectivo, a las veinte y cuatro horas cumplidas  del fallecimiento, sin que por más tiempo sean detenidos en la casa mortuoria; y que mientras en ella permanezcan, no se permita, por los padres o dueños de casa, ni canto ni baile ni mucho menos bebidas de licores fuertes.
Cuya prescripción confirma y renueva este Sínodo, ordenando a los párrocos, cuiden de su exacto y puntual cumplimiento, impetrando con ese fin, si fuese necesario, el auxilio de la justicia secular.
No sólo la Iglesia interpretaba estos velorios de forma tan poco complaciente, reafirmando esas conclusiones en el II Sínodo de Ancud de 1894, obcecada con erradicarlos. La prensa publicó muchas críticas más entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, dirigidas con aspereza a estas tradiciones y considerándolas barbáricas, herejes y reducidas sólo a excusas para convertir un drama familiar en otra ocasión de ebriedad y excesos del bajo pueblo.
El escritor Daniel Barros Grez, en cambio, en un artículo titulado "Escenas de aquel tiempo: Velorio de un angelito", publicado en un ejemplar de "La Semana" de 1859, es menos inquisitivo y no sólo reporta la plena vigencia del rito en aquel momento sino que, además, observa que se colgaba por entonces sobre el niño fallecido una paloma blanca, simbolizando el vuelo de su alma. Según su descripción, los asistentes se cortaban mechones de su cabello para dejarlo en las manos del niño muerto, para que llevase parte de ellos al Cielo mientras le recitaban honores:
Qué glorioso el angelito
de divina majestá
pues sois la quinta persona
de la sexta triniá
Citado por Maximiliano Salinas en su "Canto a lo divino y religión del oprimido en Chile", un artículo titulado "El inquilino en Chile" de Atropos, de 1861 (reproducido por revista "Mapocho" de 1966), declaraba molesto sobre el Velorio del Angelito en el ambiente campesino: "Esto da idea de lo grosero que es el sentimiento religioso de la gente de nuestros campos". Y después, una nota del diario "El Copiapino" del 2 de febrero de 1870, aportará otra de las más antiguas referencias a la realización del rito, también mirada a través de un prisma sumamente crítico:
Ayer por la noche en los suburbios de la ciudad se hacían sentir los tinos de una guitarra acompañados del correspondiente canto y cierta algazara que revela ebriedad en los individuos de la comitiva. Nos acercamos y con la más crecida repugnancia y horror vimos que el origen de todo eso era la muerte de un párvulo el cual se encontraba, quizá ya en descomposición, sobre una mesa rodeada de heces...
A la policía corresponde hacer cesar tales demostraciones, debe impedir que se expongan a la vista del público esos cuerpos inanimados, y sobre todo castigar a los necios que se aprovechan de la muerte de un ser humano para emborracharse y cometer tantos desacatos propios de individuos sin razón.
Dos años más tarde, "La Revista" de La Serena del 21 de agosto de 1872, se preguntaba: "¿Hasta cuándo se tolerará la ridícula e incalificable costumbre de entregarse a crapulosos excesos, a pretexto de celebrar la muerte de un párvulo? Escenas tan repugnantes debían hacerse desaparecer para siempre...". A juicios similares llegaba Zorobabel Rodríguez en su "Diccionario de chilenismos" de 1875, refiriéndose al rito como una manifestación profana y bárbara. De hecho, hubo intentos policiales por detener la costumbre en aquellos años, sin mucho éxito inmediato.
El asombro de la prensa no cesaba, en tanto, a pesar del antiguo arraigo que ya tenía entonces esta tradición en las familias humildes. Se describía de la siguiente manera un velorio de este tipo en Melipilla, en el diario "El Progreso" del 16 de marzo de 1874:
Se aderezó el cadáver con cintas, encajes, abalorios y otras chucherías y se le colocó en lo más alto de un altar lleno de trapos arrugados y estrellas que, según el sentir de esa pobre gente, simbolizaban las nubes y los astros que rodean el alma del niño que tan dichosamente ha pasado a la mansión celestial.
Muy seguramente, todas las comentadas características y estéticas relacionadas con el Velorio del Angelito y sus aspectos rituales, mismos que los reporteros de las ciudades consideraban tan grotescos (como lo demuestra Salinas con varios otros ejemplos), hayan sido desarrollados en los campos, formando parte de la cultura campesina y del folklore rural. Sin embrago, con las migraciones internas hacia las ciudades pasaron a los estratos populares del ambiente urbano. Las razones no faltaban, dada la gran mortalidad de niños en esos años: el Dr. Augusto Orrego Luco, gran luchador contra las epidemias de la época, reconocía en "La cuestión social en Chile" de 1884, que el 60% de los niños chilenos morían a la sazón antes de los siete años, especialmente entre los estratos sociales más bajos, por lo habría sido imposible desterrar una tradición así con tan altos porcentajes de fallecidos.
Cosas parecidas sucedían en territorio argentino. En su libro "La Pampa" de 1890, el escritor y periodista francés Alfredo Ebelot, describe algo también sobre una despedida de un angelito cerca de la ciudad de Azul, al interior de la Provincia de Buenos Aires, fiesta a la que fue invitado por el dueño del almacén antiguo de tipo parador, de la casa en donde se celebraba el homenaje y a la que el cronista había pasado con unos viajeros a caballo:
En el fondo, al centro de un nimbo de candiles, aparecía el cadáver del niño ataviado con sus mejores ropas, sentado en una sillita sobre unos cajones de ginebra arreglados encima de la mesa a manera de pedestal, fijos los ojos, caídos los brazos, colgando las piernas, horroroso y enternecedor.
Era ésta la segunda noche que estaba en exhibición. Una ligera sombra verdosa como un toque de esfumino, asomaba en la comisura de los labios y se me hacía, no sé si fue una ilusión de mi imaginación, que las jaspeaduras de las carnes reblandecidas no dejaban de contribuir al husmo que impregnaba los olores flotantes en el aire.
Al lado del cadáver, estaba sentado un gaucho, blanco el pelo y color de quebracho la cara, con la guitarra atravesada sobre las piernas. Al verme entrar, había interrumpido su música como los demás, su baile. Se discernían las parejas en medio del humo; el brazo de los mozos envolvía estrechamente el corpiño de las muchachas, y les hablaban de cerca, demasiado de cerca, algo encendidos por la bebida; ellas reían a mandíbula batiente, echaban sonoros piropos, teniendo también los bronceados pómulos coloreados por una pizca de intemperancia. Algunos viejos en los rincones fumaban y discutían sobre caballos.
La madre estaba al otro lado de la mesa, simétricamente con el guitarrero. Tenía la mirada fija y cruzadas las manos. Unos le decían:
-El angelito está en el cielo. -Sí, en el cielo -y seguía mirando fijamente.
Me presentaron como alsinista. Le di un apretón de mano sin tener el valor de agregar 'el angelito está en el cielo', como hubiera tenido que decirle por cortesía elemental.  Enseguida me fui con los viejos a fumar y discutir sobre caballos... Mientras tanto seguía el baile.
Los viajeros internacionales, en tanto, no dejaban de sorprenderse con aquellas escenas en Chile. Fue el caso de Teodoro Child, quien en 1890 vio una celebración de varias semanas despidiendo a media docena de angelitos muertos en una epidemia de sarampión. Gustave Verniory, en cambio, quedó impresionado por la cantidad de chicha que había en un velorio de estos y cómo fue bebida por los concurrentes, sacándola en vasos desde un enorme tonel. La madre del niño fallecido era una de las que más bebía en aquella velada.
La paulatina modificación de los ritos del angelito, que en algún momento le agregaron detalles como las comentadas alas en la espalda, luego lo redujeron a un velorio con muchas flores y telas blancas para la representación angelical del niño. En algunas zonas de Valparaíso y Aconcagua, además, se hizo costumbre sentarlos en sus coches, al avanzar el siglo XX, en lugar de la sillita del altar. Los cambios de la sociedad más que las proscripciones y condenas, parecen haber ido alejando la práctica del Velorio del Angelito en los campos chilenos después del Primer Centenario, o al menos eso era lo que celebraba el lexicógrafo y por entonces Vicario General del Arzobispado de Santiago, Manuel Antonio Román, en su "Diccionario de chilenismos" de 1916-1918.
En 1939, de acuerdo a los datos que entregaba el entonces Ministro de Salubridad, Dr. Salvador Allende Gossens, había un niño muerto cada 20 partos y 50,5% de muertes de niños nacidos vivos. Era el triste costo de epidémicas y pestes históricas, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando la mortalidad infantil llegaba ya a 300 de cada 1.000 nacidos. El cólera alcanzó su cima entre 1886 y 1887, y luego vino la viruela entre 1890 y 1895. La tuberculosis, el tifus y el sarampión, entre otras, harían su parte hasta los años veinte, desafiando al desarrollo de las ciencias médicas en el país y obligando al avance médico forzado de las políticas sanitarias.
La drástica y feliz caída de las tasas de mortandad infantil en la sociedad chilena, durante el siglo XX y luego que a fines de los años treinta había llegado a ser de las más altas del mundo, tuvo sus efectos sobre la triste tradición: comenzó a volverse algo muy ocasional y los Velorios del Angelito se hacían cada vez menos. Iba desapareciendo, entonces, especialmente en los años setenta.
Para mayor felicidad nacional, es difícil que le quede alguna posibilidad de recuperación al Velorio del Angelito en Chile: de acuerdo a un informe mundial divulgado en 2013 por la Organización de Naciones Unidas, mientras en 1990 morían 19 de cada 1.000 niños menores de cinco años nacidos en el país, para el año 2012 eran sólo nueve de cada 1.000, la mayoría de ellos a causa de accidentes domésticos o complicaciones por neumonía. 52% de reducción de la tasa de muertes en 22 años, entonces.
Antiguas imágenes fotográficas de Velorios de Angelitos en Chile. Fuente imagen: sitio web de Identidad y Futuro.
Velorio del Angelito, fotografía antigua. Fuente imagen: "El Diario", de Antofagasta.
Bebé muerto, siendo despedido en su altar de angelito, hacia el 1900. De la colección fotográfica del Museo Histórico Nacional. Fuente imagen: Memoria Chilena.
Funeral de dos niños fallecidos, hacia el 1900. De la colección fotográfica del Museo Histórico Nacional. Fuente imagen: Memoria Chilena.
Velorio de un angelito en Marchigüe, Colchagua, probablemente hacia 1940. Fuente imagen: Wikipedia (Archivo Fotográfico Marchiguano).
Funeral de un niño en Cerro Playa Ancha, Valparaíso, en 1949. Fotografía histórica donada por Juana Saldaño Millapel al proyecto Memorias del Siglo XX.
Velorio de un angelito, imagen publicada en la "Enciclopedia del folclore de Chile" de Manuel Dannemann, edición de Eduardo Castro Le Fort de 1998. Fuente imagen: Memoria Chilena.

CANTOS Y POEMAS PARA EL ANGELITO
Los cánticos para las despedidas de angelitos son otro tema de gran volumen. La investigadora de la Universidad de Chile, Marcela Orellana, publicó un interesante artículo al respecto, en la revista "Mapocho" N° 51 de 2002, titulado "El canto por angelito en la poesía popular chilena". Dice allí que, en general, estos cantos parten saludando al niño fallecido y a los presentes, mientras que los de despedida propiamente tales, se reservan para el momento en que el niño es colocado en su pequeño ataúd.
En las noches, en cambio, se cantan versos a lo divino relacionados principalmente con el nacimiento y muerte de Cristo, hasta horas del amanecer, al estilo de las esperas del rompimiento del alba en las fiestas religiosas. Ninguna de estas canciones se empeñará en pedir por el perdón o la purga de pecados para el fallecido, porque se supone que no lo necesita. Más bien, se le canta para orientarlo y "ayudarlo" en su viaje al más allá.
Volvemos a Lenz y su trabajo de 1919, como fuente importante al respecto, en donde reproduce los siguientes "versos de ángeles" vocalizados por los cantones de guitarrón y décimas, para el momento de la despedida:
Adiós, padres venerados
a quienes debo mi ser;
Ya voy a resplandecer
con los bienaventurados.
1. Mundo engañador, de ti
me separo con la muerte;
En el cielo está la suerte
reservada para mí.
Mi cuerpo saldrá de aquí
a donde están sepultados
Los ilustres asociados
de Cristo, según la historia,
Y hasta vernos en la gloria,
adiós, padres venerados.
2. Agradezco a mis padrinos
que por ellos fui cristiano
Y el mismo autor soberano
me dio títulos divinos;
Dichosas los que son dinos
de alcanzar a merecer
Que Dios con su gran poder
trueque en dicha sus desgracias.
Yo por esto doy las gracias
a quienes debo mi ser.
3. Gran placer y regocijo
debe tener aquel padre
Y la afortunada madre
que manda a la gloria un hijo;
En esta verdad de fijo
pueden los cristianos creer,
Pues vamos a renacer
exentos de todo mal
Y a la mansión celestial
yo voy a resplandecer.
4. Llevo las insignias reales
que tanto el Señor aprecia.
Desde que puso en su iglesia
auxilios tan esenciales,
Para que así los mortales
y sean más afortunados,
Todos esos alistados
a tan santa sociedad,
Serán en la eternidad
con los bienaventurados.
5. Al fin, ya que mi destino
en esta vida cumplí.
Si con este fin nací
el llorar es desatino;
Más dichoso me imagino
hoy recibiré la herencia,
Que la augusta Providencia
da por premio sin segundo
A los que salen del mundo
en estado de inocencia.
Lenz transcribe también los versos del ciego José Hipólito Cordero, poeta popular de los tiempos de Rosa Araneda (segunda mitad del siglo XIX), aunque los define como "de una monotonía desesperante". Titulado "Adiós a los ángeles", dice esta pieza:
Fuente de la viva fe
Amparo del cristianismo
Pila de nuestro bautismo
Donde yo me acristiané.
1. Adiós mundo, sol y luna!
adiós verdadero eterno
adiós patria y gobierno
adiós delicia y fortuna
adiós mi preciosa cuna
adiós donde me recreé
adiós, me haga la merced
adiós virtud celestial
adiós cordero pascual
fuente de la viva fe.
2. Adiós reina de los cielos
adiós luz de mi partida
adiós estrella florida
adiós mi dicha y anhelo
adiós todo mi consuelo
adiós dueña del abismo
a Dios le pide lo mismo
a Dios me dé resplandor
a Dios porque es el autor,
amparo del cristianismo.
(etc.)
Plath agregaba que nunca deben cantarse estas coplas e himnos a niños vivos, porque la tradición asegura que morirán, si acaso esto sucede. Observa también que muchos de ellos aludían siempre a padres y padrinos, como los cercanos más importantes del niño fallecido:
Que glorioso el angelito
que se va por buen camino
rogando por sus padres
y también por sus padrinos.
Bien haiga mi padre,
por él soy ufano;
bien haiga el padrino
que me hizo cristiano.
Orellana distingue y ordena tres tipos temáticos de cantos, correspondientes a las tres etapas del ritual: saludo, despedida y partida al cementerio. En las primeras dos categorías, el eje de los versos es el niño muerto, su nacimiento, bautizo y muerte, dirigiéndose a los deudos más cercanos en ellos. La "salutación" reproducida por la autora, dice lo siguiente:
Saludo la hermosa mesa
De diferentes colores
Saludo al arco de flores
De los pies a la cabeza.
Saludo primeramente
a tu dulcísimo paire
también saludo a tu maire
que te sostuvo en el vientre.
Saludo a la noble gente
que te da tal reverencia.
A Dios pido con clemencia
que te dé la salvación
y en presencia del Señor
saludo a la hermosa mesa.
También saludo al pairino
por su gran merecimiento
porque fueron tan atentos
estás donde el Unitrino.
Saludo al altar divino
todo cubierto de flores
también saludo señores
a este preciso angelito
saludo al altar bendito
de diferentes colores.
También saludo a tierra
que todos vamos pisando
ella nos irá tragando
por campos, prados y selvas.
Las más fraganciosas yerbas
despiden suaves olores
son de brillantes colores
la rosa con el clavel
de verlo resplandecer
saludo al arco de flores.
Yo saludo en este día
al sol la luna y las estrellas
tan preciosas y tan bellas
que al mundo dan alegría.
También saludo al Mesías
que está en todas las iglesias
cada cristiano que reza
un acto de Contricción
le dará Dios el perdón
de los pies a la cabeza.
Ángel glorioso y bendito
las noches te vengo a dar
yo te vengo a saludar
porque estai tan re bonito.
Te hallas tan adornadito
en esta linda ocasión
yo te doy salutación
al compás del instrumento
y le pediré al Eterno
que te de' la salvación
La investigadora también observa que los cantos ni siquiera olvidan los objetos que quedaron asociados a la corta vida del angelito, impregnados de su recuerdo:
La cuna donde pasó
el ángel su santa infancia
También saludo al cajón
donde lo van a llevar
adiós humilde aposento
de donde hago mi partida.
Y en cuanto al "despedimiento", Orellana transcribe los siguientes versos:
Adiós altar diamantino
ya me voy a retirar
me salgan a encaminar
adiós mairina y pairino
Asómese que' hora son
a ver si viene la aurora
que va llegando la hora
que lo dentren al cajón,
que lo lleven al panteón
donde tiene su destino.
Adiós mairina y pairino,
adiós adorado altar
y sálgame a encaminar
adiós altar diamantino.
Ya vienen resplandecientes
las luces del horizonte
alumbrando por los montes
a las puertas del Oriente.
Adiós a toda la gente
dice el ángel del altar
por todos voy a rogar
adonde la Omnipotencia
y de tu linda presencia
ya me voy a retirar.
Adiós mis padres amados
ya mi alma al cielo sube
adiós familia que tuve
adiós altar adornado.
Adiós al campo sagrado
adonde me van a enterrar
no me vayan a llorar
con lágrimas de un momento
más bien con el instrumento
me salgan a encaminar.
Adiós leche que mamé
desde que yo fui inmortal
adiós vientre maternal
seno donde me crié.
Adiós católica fe
del hacedor Unitrino.
Adiós altar diamantino
digo con gozo y ternura
me voy pa la sepultura
adiós mairina y pairino.
Ángel glorioso y bendito
clavelito colorado,
cuando dentrís a la gloria
verís a Cristo enclavado.
Lo verís crucificado
enclavado en un madero
quiso morir prisionero
por redimir al cristiano
de pies y manos lo ataron
como inocente cordero.
Cabe recordar que Violeta Parra también publicó un artículo sobre el tema en la revista "Pomaire" de Santiago de diciembre de 1958, titulado "Velorios de angelitos", que es comentado y revisado por Orellana en su artículo. La folklorista aseguraba que el inicio y el final del Velorio del Angelito, de hecho, estaba determinado por estos cantores populares, primero con los revisados saludos de bienvenida, y finalmente tomando la palabra del muerto para despedirse y consolar a los padres, como puede verificarse en las letras trascritas. Violeta aclaraba también que la cueca bailada en la ocasión no es la "común", sino una "triste, sin pañuelos y sin zapateos", con la lentitud acorde a las melopeas del momento.
Algo parecido sucede en territorio argentino con respecto a los protocolos de despedida de angelitos, por cierto, en donde los cánticos y poemas se cumplen de la misma manera y secuencia. En sus "Motivos argentinos" de 1951, por ejemplo, el investigador Lárazo Flury recuerda los siguientes versos:
Si el finado es grande,
Llorarlo está bueno.
Pero cuando es guagua,
hay que festejarlo;
Angelito ha'i ser.
En su libro "Raspas de la paila" de 1966, en tanto, el argentino Rafael Cano también describe la tradición del angelito según pudo verla 25 años antes, en la Provincia de Catamarca. El niño, vestido de blanco y con alas de cartón en los hombros, había sido depositado en una pequeña caja de tablas de cardón y sobre un catre de tientos, con cuatro velas y rodeado de flores que dejaban los llegados al velorio. Acompañaban al cuerpo con un vaso de agua en las manos y una jarra de agua cerca, pues se creía que podía "darle sed". También había bebida, músicos y bailarines, intentando dar a la ceremonia rasgos de celebración, mientras una cantora entonaba estas líneas, imitando una voz como la del niño fallecido:
Madrecita de mi vida,
tronco e' chañar.
Ya se va tu hijo querido,
de tus entrañas nacido.
Madrecita de mi vida,
basta de tanto llorar.
Si me mojas las alitas,
no voy a poder volar
En un lado más "lúdico" -si así podemos llamarlo- las escenas más dramáticas del filme "Largo viaje", que por momentos parecen confirmar las acusaciones de excesos e incivilidad en que eran convertidos los duelos, se ven unas cantoras populares en la humilde morada donde se realiza el velorio, que entonan la siguiente pieza de cueca tosca y rústica tomada de las mismas tradiciones del angelito, repitiendo varias veces las estrofas en monótona secuencia (hasta que caía al suelo algún borracho presente, según la creencia) antes de comenzar otra vez la cuenta:
Pobrecita la guagüita,
Que del catre se cayó.
Pobrecita la guagüita,
Que del catre se cayó.
Que se cayó, ay sí,
¡Ayayay, llevamos once!
Pobrecita la guagüita,
Que del catre se cayó.
Pobrecita la guagüita,
Que del catre se cayó.
Que se cayó, ay sí,
¡Ayayay, llevamos doce!
Pobrecita la guagüita,
Que del catre se cayó (etc.)
El argumento de la misma película de Kaulen, realización chileno-argentina en la que pueden conocerse otras canciones de la misma tradición funeraria, precisamente la aventura por la ciudad del niño hermano mayor del fallecido, tratando de conseguirle "alitas" al angelito que se han perdido en el funeral, para que vuele al Cielo. Una de estas canciones, con guitarra traspuesta y en voz masculina (entre los cantores que se suponen contratados para la despedida), es esta otra copla de décima y en rueda de semicírculo:
Las alas del angelito
al cielo lo han de llevar.
Hacia allá volando va
dos alas el angelito.
Su madre queda en un grito
llorándolo aquí en la tierra.
La muerte lo desconsuela
al hijo de sus entrañas.
Que lo alumbra en la mañana
y en la tarde el ángel vuela.
Aunque quedan muy escasos ejemplos e instancias para la tradición en práctica, el mencionado dúo de antropólogos Danilo Petrovich y Daniel González realizó, en nuestra época, un largo periplo con registros en Los Vilos, Petorca, Cabildo, La Ligua, Puchuncaví, Cartagena y Pirque, entrevistando y haciendo grabaciones a 22 cultores con cantos para el angelito, material de incalculable valor para el estudio del tema.
Algunos cantos de los revisados tipos se realizaban aún por maestros cultores como Ermindo Oyaneder (de La Canela, Longotoma) o Casimiro Menay (de Quebrada del Pobre, La Ligua), aunque más bien en los cada vez menos frecuentes funerales y responsos corrientes de niños... Ritos ya no ajustados a las características del prácticamente extinto Velorio del Angelito, que se quedó en los aciagos días de la alta tasa de mortalidad infantil.

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