MITOS Y MISTERIOS DE LA CUEVA DEL INCA Y OTRAS CAVERNAS DEL MORRO DE ARICA
La desaparecida entrada a la Cueva del Inca, en el Morro de Arica. Atrás a la izquierda por encima del peñón, se alcanza a ver la bandera chilena flameando en la cima del Morro. Fuente imagen: periódico digital El Morrocotudo.
Coordenadas: 18°28'48.63"S 70°19'31.03"W
Este
7 de junio, como es tradicional, se celebra la épica Toma del Morro de
Arica de 1880, una de las hazañas más notables de la Guerra del Pacífico
y que hizo caer bajo la bandera de Chile la ciudad bastión aliada. Es
uno de los días favoritos del año para la ciudadanía ariqueña, celebrado
incluso en su himno, al aludir a la enorme bandera que "con las glorias
de junio se cubrió" y que ha permanecido flameando en su cúspide desde
entonces.
A
pesar de la enérgica historia militar que define la identidad del Morro
de Arica, sin embargo, sus monumentos a los héroes, sus conmemoraciones
y su museo de sitio conviven también con una parte de profundo valor
cultural y legendario, referido a las cavernas y galerías interiores que
forman parte de la geología natural del gran peñón y en las que se han
hecho hallazgos interesantes, que van desde restos de naturaleza
arqueológica hasta partes de uniformes e indumentaria de la Guerra del
Pacífico.
Se sabe también que una gran grieta o socavón que existía hacia el lado de la actual Plaza Vicuña Mackenna
fue usada como parte del campamento por los soldados chilenos tras caer
la ciudad, sirviendo para sus arsenales y cubriéndolo con una gran lona
mientras estuvo siendo empleada de esta forma. Esta gran apertura entre
las rocas se distingue en las fotografías antiguas el Morro de Arica,
pero su murallón fracturado fue removido en época posteriores, aunque
aún puede ver la falla en la roca donde estaba la grieta.
Una
mirada detenida a las caras del gran peñón, todavía deja al descubierto
la presencia de estas galerías y sus entradas, con sus bocas por
diferentes alturas del mismo. Son grietas de diferentes tamaños, por las
que a veces pueden verse entrar y salir a los jotes. Quienes las han
alcanzado aseguran que están colmadas de excrementos de aves marinas.
Algunas están parcialmente tapadas con arena y material derrumbado, pero
la más importante de ellas, sin embargo, permanece totalmente cubierta
desde hace unas décadas: la Cueva del Inca, enorme túnel que existía más
o menos enfrente de la Isla Alacrán, y que se creía formado por causas
naturales en las que habrían participado terremotos y corrientes
interiores de aguas.
La
más popular de las leyendas al respecto, y que podría ser la más
antigua de la mitología ariqueña, además, dice que la Cueva del Inca era
utilizada por los chasquis para llevar pescado fresco hasta el
Emperador y especialmente para la exigente Emperatriz Mama Ojiu, en el
corazón del Imperio Incásico, en el Cuzco, quien lo exigía a diario en
su mesa. De ahí su nombre y la fantástica leyenda de que la ruta
subterránea llegaría hasta aquella ciudad capital imperial, cubriendo la
enorme distancia en tramos de tiempo extraordinariamente cortos, de
media semana o menos. Los emisarios encargados de estas postas habrían
sido los conocidos como "indios morrenos", moradores que realmente
vivían en este lugar, según constataciones tempranas, aunque su labor
llevando pescado fresco hasta el Cuzco sea sólo un mito.
A
mayor abundamiento, los españoles habrían visto y descrito a los
"indios morrenos" en el siglo XVII, y cierta creencia interpreta que
eran algo así como guardianes de estos secretos subterráneos, de la
misma manera que algunas tribus pieles rojas habrían oficiado como
custodias y guardianas de las entradas a los refugios de los dioses, en
el subsuelo, según el folklore de aquellos territorios. Hay varias
similitudes entre la Cueva del Inca y otras leyendas internacionales
sobre las entradas al mundo interior, además.
El
historiador y costumbrista peruano Rómulo Cúneo Vidal contó algo ya
sobre este curioso relato del folclore ariqueño, en su trabajo póstumo
"Historia de la fundación de la ciudad de San Marcos de Arica", donde
reflexionaba:
No
hay tradición de que Incas reinantes hayan pisado, durante los días
clásicos del Imperio Peruano, el territorio ariqueño, por mucho que al
pie del histórico Morro se vea una ancha gruta, conocida como la cueva "del inca".
¡Las
consejas que, durante los años de nuestra niñez, hemos oído referir a
viejos vecinos, en nuestra natal ciudad de Arica, acerca de la dichosa
cueva!... Y es que en todas las latitudes conocidas de la tierra las
grutas han tenido la virtud de dar pábulo a leyendas, más o menos
pintorescas y más o menos inverosímiles, que los pequeñuelos escuchan,
pasmados, de boca de sus mayores.
¿No fueron, en verdad, las grutas la primera habitación del hombre?
¿No
formuló el hombre, bajo de su comba bóveda vestida de estalactitas, las
primeras preguntas, inquietas, a su propio yo, acerca de sus lejanos y
misteriosos orígenes, a la vez que acerca de su remoto e incierto
destino?...
Luis
Urzúa Urzúa, por su parte, proporciona información importante sobre la
caverna en su obra "Arica, puerta nueva", también meditando sobre las
creencias que la rodean:
Gobernaba
en El Cuzco Yahuar Huaccac (1348-1379) de quien se asegura que visitó
Arica, encontrándolo un lugar propicio para salir al mar, que podía
proveer de alimento su real mesa y de excelentes abonos la mezquina
agricultura de la sierra.
Los
proyectos del monarca encontraron tropiezo en la enorme distancia que
separa la capital incaica del puerto, aumentada con los obstáculos del
terreno y rigores del clima. La fantasía popular ha resuelto el problema
del pescado fresco en el palacio imperial, prolongando la caverna del
Morro hasta las colinas de Sacsayhuamán. Esta imaginaria galería evita
las desigualdades topográficas, protege del ardiente sol y constituye
una admirable cámara frigorífica. Sólo faltaría haber adelantado los
cultivos de la vid en el valle de Codpa, para agregar unos huacos con
Pintatani ajerezado, de modo que el soberano pudiera sentirse el hombre
más satisfecho del Tahuantinsuyo.
¿Quién
inventó esta suposición tan fabulosa que está en los labios de todos
los que hablan del pasado precolombino de Arica? Si tuviera base de
credibilidad sería una obra comparable con la gran muralla china,
considerada la más costosa iniciativa realizada por el hombre sobre la
tierra. Parece un exceso que el gusto por el pescado pueda haber sido un
resorte para movilizar las colosales energías que hubiera demandado el
túnel de más de mil kilómetros. Aunque no se nos oculta que el
descubrimiento de América se debe a la afición de los europeos por la
pimienta.
No
han faltado personas que hayan tratado de descifrar esta incógnita para
salir, si no a El Cuzco, a lo menos al valle de Azapa.
En
efecto, muchos aventureros que se atrevieron a explorar este frío y
húmedo sitio en el pasado, dejaron testimonio de asombrosos hallazgos en
su interior: lagunas subterráneas de agua dulce y de agua salada,
criaturas extrañas, galerías anexas que conectarían con el no menos
enigmático destino de las roqueras de El Infiernillo y de la Isla Alacrán situada casi enfrente de las principales cavernas,
y en casos más fantásticos, hasta las Cuevas de Anzota. Fantasmas,
apariciones macabras, quejidos femeninos y un extraño resplandor
blanquecino formaron parte de ciertas descripciones de una experiencia
en tan intrigante sitio. Otros hablan de una gran cámara o bóveda en el
camino, con una laguna de agua dulce y pozos que daban a corrientes
subterráneas, escondidas entre la falta total de luz. A su vez, varios
trabajadores de la extracción del guano o de las faenas extractoras de
material del Morro para el puerto, tenían en su época sus propias
experiencias para contar sobre la famosa caverna y otras menores, que
quizás recuerden sus familias en la actualidad.
Uno
de los testimonios más antiguos sobre la caverna pertenece al religioso
y naturalista francés Louis Feuillée, quien había conocido Arica en
1710, publicando cuatro años después, en París su obra titulada "Journal
des observations physiques, mathématiques et botaniques, Faites par
l'ordre du Roy sur les Côtes Orientales de l'Amérique Méridionale".
Cuenta allí que intentó una expedición a la cueva con otras personas,
debiendo reemplazar sus antorchas con maderas encendidas cuando aquellas
se apagaron en la entrada, producto de bocanadas viento que emanaban
desde adentro. Llegaron al borde de un inmenso y oscuro precipicio al
interior, arrojando una piedra que sonó de manera tal, que les reveló la
presencia de una masa de agua al fondo de la misma.
El
arqueólogo y viajero británico William Bollaert, por su lado, estuvo en
Arica en dos ocasiones: 1825 y 1854, publicando en Londres, en 1860, su
trabajo titulado "Antiquarian, ethnological and other researches in New
Granada, Equador, Peru and Chile". En su segunda visita, cuando se
estaban construyendo los ferrocarriles y mucho del material empleado era
removido del propio Morro de Arica (especialmente para extender los
terraplenes en la orilla del mar), se dio con un cementerio indígena con
cuerpos sepultados a poca profundidad, sentados y separados entre sí
por muros. Bollaert pudo conocer esta noticia y lo habría motivado a
explorar la Cueva del Inca, donde también creyó estar frente a un
cementerio, dado que pudo encontrar restos humanos en la misma y "porque en su boca hay pintadas pequeñas figuras rojas de hombres, animales" y otros motivos.
Bollaert
revela también a que no se pudo encontrar el fondo de esta cueva, pero
que sería parte de un sistema natural de cuevas, tanto la de El Infierno
que, según parece, sería la misma que la Cueva del Inca o Cueva Grande, y que para él es doble, y El Infiernillo,
a poca distancia de allí, en el borde costero. Comenta también que el
antiguo vecino ariqueño George Taylor, había intentado encontrar el
final de la misma cueva en 1827 junto a un amigo, llegando a recorrer
unas 2.000 varas hasta que la falta de luz, el aire viciado y los
murciélagos (que confundió con gallinazos), lo obligaron a devolverse.
Taylor, para entrar en detalles, había entrado buscado un supuesto tesoro en la caverna del Infierno o Cueva Grande,
del que hablaremos algo más abajo, ya que se suma a las leyendas del
mismo lugar. Bollaert, por su parte, intentó recorrer por su cuenta la
temida cueva "chica" de El Infiernillo,
que se cree hasta hoy conectada con la del Morro y por la que ha
llegado a desaparecer una embarcación completa arrastrada hasta sus
oscuros abismos, según la tradición.
Cabe
señalar que otro sabio francés, Alcides d'Orbigny, había explorado la
caverna poco antes, en 1830. Recordando esta visita, en su "Voyage en
Amérique méridionale", también habla de la cueva mayor como El Infierno:
Las
rocas están más desgastadas al acercarse a la punta, donde penetra muy
adentro una vasta caverna natural. Esa gruta lleva en el país el nombre
de Infierno y sirve de tema a muchos cuentos populares.
D'Orbigny
cuenta, además, de su paso y estudio de la otra caverna terrorífica de
Arica, la mencionada del El Infiernillo, que ha estado tradicionalmente
asociada a la Cueva Grande, como dijimos que se le denominaba entonces a las del Morro, propiamente dicha.
Vista del Morro de Arica y sus jardines.
Vista lateral del Morro de Arica.
Sector
de los mismos derrumbes que taparon la Cueva del Inca, un poco más al sur. Las pircas de
piedra retienen parte del material que ha seguido desplazándose en
tiempos más recientes.
Adicionalmente,
se habla de tesoros enterrados en la cueva por incas, piratas,
españoles o los propios peruanos más acaudalados residentes en Arica,
que escondieron allí sus riquezas al momento de caer la ciudad en 1880
(evitando que los tocara la soldadesca chilena). La tradición más
extendida supone que hay un fastuoso enterramiento incásico de oro y
joyas acá adentro de la caverna principal, y que formaban parte del plan
de rescate del Emperador Atahualpa pactado con Francisco Pizarro,
intentando reunir riquezas desde todo el imperio para pagar con él por
su vida. Empero, cuando el cacique Moquegua se enteró de que Atahualpa
de todos modos iba a ser asesinado o que ya había sido ejecutado,
decidió poner a buen resguardo su parte de aquella riqueza, escondiendo
una mitad en Locumba y otra en el Morro de Arica, en la Cueva del Inca.
Las
risas y gemidos que se oían dentro de la caverna, según algunas
versiones del mito, serían entonces la forma en que el espíritu de la
Emperatriz Mama Ojiu celebra aún que el tesoro haya sido salvado y siga
allí escondido.
Un
detalle perturbador es que muchos intentos por explorar las
profundidades de esta cueva y llegar a sus míticas lagunas interiores o
salidas distantes, fracasan por el aire enrarecido que va extenuando y
desesperando hasta el ataque de angustia a quien ose tomar la prueba.
Según la versión que acoge brevemente Oreste Plath
en su "Geografía del mito y la leyenda chilenos", esto se debe a una
maldición dejada por los propios incas en las cavernas, que volvió al
aire interior envenenado para proteger el tesoro.
Posteriormente
a los terremotos de 1868 y 1877, además, grandes tramos de estas
galerías habrían quedado obstruidos total o parcialmente, por el
desmoronamiento de algunas piedras, haciendo desesperantemente estrecho
el paso en algunos de ellos.
Recopilaciones de testimonios hechas por el importante investigador local Alfredo Raiteri Cortés,
hombre de enorme valor intelectual cuyo nombre se ha dado a la Casa de
la Cultura de Arica, permitieron rescatar otras descripciones asombrosas
de lo que había dentro de la cueva, por parte de quienes alcanzaron a
conocerla y aventurarse en las entrañas ariqueñas todavía hacia el 1900.
Dice este autor:
...existían
en Arica antiguos regionales que aseguraban haber entrado en dicha
cueva, haber visto una gran laguna de agua salada que creían que era
alimentada por un canal subterráneo, cuya bocatoma está entre las rocas
en la costa hacia el norte del Morro, y que en la actualidad se le llama
el Infiernillo. Al referirse a la laguna, manifestaban que era tan
grande que se podía atravesar en pequeñas canoas y que el camino dentro
de la cueva, al otro lado de la laguna, era tan espacioso que dos
personas podían transitar cómodamente sin molestarse, pero, que era
imposible tener la luz de las velas encendidas, porque a veces el
viento, otras la carencia de oxígeno, las apagaba continuamente, lo que
les hacía insostenible internarse en ella.
Como
vemos, estos testigos habían asegurado existía en su interior una gran
laguna de agua salada, conectada de alguna forma al mar. ¿Tendría algo
que ver con la creencia de que se llevaba por ella el pescado fresco a
tan distante destino como el Cuzco, manteniéndolo vivo un rato más allí
dentro en esas aguas?
Por
su lado, dice don Hermann Mondaca Raiteri (nieto de Alfredo Raiteri y
quien me ayudó a identificar el lugar en donde estaba la Cueva del Inca,
hace pocos años) que hubo una gran expedición de gente joven en 1914,
que pretendía llegar al final de la Cueva del Inca de una vez por todas.
Sin embargo, esta experiencia resultó más frustrante todavía que las
anteriores y que se hallaban menos equipadas: encontraron obstrucciones a
200 metros de distancia desde la boca de acceso, por lo que retornaron
temerosos de estar arriesgando demasiado o bien al no poder hallar otra
vía para evadir esos derrumbes.
Alfredo
Wormald Cruz, en su "Frontera norte", informa que, hacia 1930, se
organizó otra excursión, también con la intención de llegar al final de
la misma llevando linternas y otras herramientas. Trataron de vencer los
temores a la oscuridad, los murciélagos y la fetidez del aire
enrarecido, además del peligro de caer en algún hoyo o tropezar con las
propias historias de terror que rondan a este sitio.
Subida a las cuevas de la gruta religiosa en el verano de 1997.
Sector de derrumbes del Morro de Arica, en la actualidad.
La antigua
entrada de las cuevas del Morro de Arica, en donde estaba la gruta. Se
había colocado una ermita dedicada a la Virgen y a Santa Teresita de los
Andes. Está en ruinas desde el último gran
terremoto en Arica, que provocó desmoronamientos que destruyeron el
pequeño
santuario.
Sin
embargo, pasado un rato ya, el grupo de personas comenzó a caer en el
inevitable miedo, intentando mantener la compostura tanto como les fue
posible. Habían avanzado bastante cuando, en un momento, comenzaron a
escuchar en la oscuridad un sonido semejante a una percusión siniestra:
un "bom, bomm, bommm, boommmm", como si algo se acercara
emitiendo también carcajadas fantasmales que erizaron los pelos a todos y
los puso bajo dominio del pánico, escapando horrorizados del lugar. El
regreso hacia el exterior fue un terrible calvario de gritos, tropiezos,
caídas, codazos, empujones, golpes de cabeza contra las salientes del
las rocas, volviendo a la luz del día totalmente heridos, sangrantes,
magullados y jadeando su fatiga.
¿Qué
había sucedido? Pues, según detalla Wormald Cruz, un amigo de los
expedicionarios se había enterado de sus planes para realizar esta
aventura, y jugándoles una broma contrató a la última de las alguna vez
famosas bandas musicales de negros que existían en Arica, encargándoles
ubicarse lo más al interior que fuera posible dentro de la caverna para
que, tocando el bombo y las matracas, les causaran un buen susto a los
exploradores cuando los oyesen aproximándose por la galería.
La
desgracia para los negros fue que con los gritos de la gente y sus
propios bombazos, también les dio miedo, así que zafaron por el túnel,
ya convertido en pista de carreras, con la misma velocidad que los
exploradores. Cuando estos los vieron aparecer en la boca de la cueva,
se dieron cuenta de la burla de que habían sido objeto, y ahí fue Troya.
Como satisfacción al amor propio, bastante mal herido, destrozaron el
instrumental de la banda en las cabezas de los músicos, aparte de las
bofetadas que, sin duelo y por parejo, también repartieron.
El
autor terminaba de describir esta anécdota diciendo que, en su época en
que escribía "Frontera norte", en los años 60, todavía estaban vivos
casi todos los protagonistas de esta historia, razón por la que decidió
omitir nombres, pues, "a más de uno no le va a resultar agradable verse mencionado en esta oportunidad".
Investigadores
posteriores como Braulio Olavarría Olmedo, han continuado difundiendo
el conocimiento sobre la Cueva del Inca del Morro de Arica, a pesar de
que ésta no haya vuelto a ver la luz en tantos años ya. Artículos suyos
han permitido conocer otro testimonios, como el relativo a la aventura
de la profesora de gimnasia María Salinas y un curso del Liceo de Niñas
que, en 1945, emprendieron su propia exploración en las galerías. Una
protagonista del hecho, Wanda Gárate, contó al autor que se valieron de
una larga cuerda para la travesía, pero justo cuando ésta se les iba a
terminar, llegaron a "una lagunita" en una de cuyas paredes había una
calavera dibujada y la inscripción "¡No continuar!", que las convenció
de no seguir más allá.
Tiempo
después, la joven Wanda repitió la experiencia con alumnos del
Instituto Comercial, recorriendo la galería por varias horas hasta que
llegaron a un extraño sector donde una luz se filtraba por un boquerón,
identificando el lugar como un sitio enfrente de los terrenos de la ex
Cancha de la Beneficencia, donde levantó más tarde el Hospital Regional
Dr. Juan Noé, en 1952, abarcando 1.5 a 2 kilómetros, aproximadamente.
Olavarría verifica que había otras cavernas en las laderas del cerro, como una Cueva Entra y Sale, descrita por el viejo residente local Humberto Maturana Torrejón en el llamado Camino del Zorro del Morro, y una tal Cueva de Gálvez ubicada justo enfrente de la Isla Alacrán,
según don Paulino Corrales que entró por ella en 1925 con compañeros de
curso, pero que el autor considera podría ser la misma que Entra y Sale.
Una
que estaba más cerca de la base y que después fuera bloqueada con
tierra y convertida en una gruta de Sor Teresita de los Andes, fue
conocida interiormente por doña Manuela Gandolfo Espinoza en 1945, quien
con dos adultos y otros dos niños se internó por ella luego de excavar
la arena que la bloqueaba. Tras avanzar dificultosamente por su
estrechez, que les obligó a cortar algunas estalactitas para abrirse
paso o avanzar de bruces, llegaron hacia una claridad, venciendo las
inclinaciones y torsiones de la ruta, según le confesaba a Olavarría 50
años después:
Al
terminarse el túnel, la claridad fue total. Llegamos a una gruta
gigantesca, como redonda y de más de cien metros de alto. Ver eso era
impresionante. Al frente, había una pared con tres bocas como puertas de
arco, igual que en esta otra parte donde estábamos nosotros. En el piso
había un hoyo grande y que parecía ser también muy profundo. Yo sentí
ganas de avanzar a esas puertas naturales, orillando por las paredes;
pero desistí porque íbamos con niños chicos, muy llorones. Y, claro,
también porque después no íbamos a saber cómo volver al punto de
partida.
A
mi derecha y a poca distancia divisé un cable de varias pulgadas de
grueso. Me imaginé que debe de haber servido a los piratas o a los
ariqueños de los tiempos de la Colonia para sacar agua del fondo. Así
que estiré la mano para tomarlo, pero me ocurrió lo mismo que si hubiera
metido la mano dentro de una torta fresca, porque quedó la huella y el
cable se deshizo. Eso fue lo último, porque el resto del grupo empezó a
decir que querían devolverse.
Un acceso actual entre las rocas, en la base.
Otro de los accesos, trepando la cara del Morro sobre sector de jardines palmares.
Durante
los grandes trabajos de construcción del puerto, se usó otra vez una
enorme cantidad de material removido de las caras hacia el Sur del Morro
de Arica, para lo que se procedió a dinamitazos que cambiaron mucho la
fisonomía de las laderas de esta formación, tal como había ocurrido con
la construcción de los ferrocarriles en el siglo anterior. Nuevas
leyendas se tejieron durante estos trabajos, como la supuesta aparición
de un dinosaurio y otras propuestas ingeniosas de presuntos hallazgos.
Mondaca Raiteri comenta que, en 1964 y producto de dichas obras, los
derrumbes controlados dejaron al descubierto otro tramo de las galerías
interiores, al parecer conectada con la matriz de la Cueva del Inca o Cueva Grande.
Las
tronaduras de los años de la construcción, ampliación y mejoramiento
del puerto en los 60, fueron ejecutadas por la casa de ingeniería del
irascible y trabajólico español Raúl Pey Casado. Hay opiniones
contradictorias sobre el señor Pey, supuestamente de cuestionado
desempeño por entonces que incluyó accidentes en las faenas
por desoír la experiencia de sus trabajadores, según unos; o, según
otros, sólo injuriado en su memoria por su estilo imperativo y su forma
de trato, que hirió algunas sensibilidades. Como sea, estos mismos
trabajos dejaron tapados y perdidos muchos de estos accesos a las
cavernas naturales del Morro.
La misma compañía, Pey, Belfi Ltda.,
construyó un túnel de 100 metros en la base del mismo peñón, para el
desplazamiento de los trabajadores. Y dice Olavarría que por entonces,
dos de los obreros, de apellidos Veas y Vargas, entraron al Morro por la
parte baja y avanzaron por todo lo que les permitió el largo del cable
que usaron como seguro, llegando hasta donde había un pozo seco y un
respiradero, a una distancia equivalente a caminar desde la avenida de
la costanera hasta la calle Arturo Gallo.
El
mismo autor informa que el topógrafo Joaquín Arce, empleado en la misma
empresa, había precisado en un plano la ubicación de la misteriosa
bóveda; y que contaban por entonces que el operario Marcial Cortez,
habría efectuado un espectacular hallazgo paleontológico, al encontrar
restos de fósiles prehistóricos dentro de una gran cámara interior,
descubrimiento que la compañía habría decidido mantener en secreto, y
que -entre otras especulaciones- se cree pudo pertenecer a un megaterio o
un animal parecido.
En
opinión del fallecido ingeniero Carlos Díaz Dorado, el túnel del Morro
de Arica llegaba hasta la altura de la actual calle Borgoño, en la
Población Magisterio. Otras versiones dicen que sale por Azapa, en el
sector de la vertiente de El Gallito, o hasta por secretos escondrijos
del valle del Lluta.
Al
parecer, la leyenda se ha ido nutriendo de más variaciones con el
correr del tiempo, pero también ha ido siendo olvidada tras desaparecer
su acceso... Todo lo que sabíamos o no sabíamos sobre la Cueva del Inca,
quedó para el perpetuo misterio.
Tomás
Bradanovic, que me ha echado alguna ayuda en más de un artículo de este
blog (como el de la piedra conmemorativa de don Tomás Bonilla
Bradanovic en Iquique y en el caso de la "tumba de Drake" en el
Cementerio de Arica),
recuerda en su "Diccionario de Curiosidades de Arica" que en los años
80, le fue colocada una reja metálica a la boca de la caverna, para
desalentar a los espeleólogos aficionados. Confirmo esto también en
"Arica: tierra de historia: anecdótica caleidoscópica" de J. H. von
Gierke Kittsteiner, donde se lee en 1986, que la cueva ya "se encuentra
sellada para evitar la repetición de funestas comprobaciones que se han
intentado a través del tiempo".
Pero,
muy poco después, con el terremoto del 8 de agosto de 1987, una gran
masa de rocas y tierra se desplazó y derrumbó justo sobre su entrada,
tapándola hasta ahora, sin que existan proyectos ni razones que
justifiquen volver a abrirla. Desde entonces, su lugar está cubierto por
los desmoronamientos del terreno, y me consta que las generaciones más
nuevas de ariqueños han comenzado a olvidar su existencia, muchos de
ellos sin conocer siquiera que alguna vez estuvo allí. Llegará el
momento en que, para el conocimiento popular, quizás nunca hayan
existido.
Tuve
ocasión de conocer también la gruta taponada y después convertida en la
gruta religiosa en los veranos de 1997 y 2001,
cuando ya estaba convertida en este altar religioso. Era la misma que
había penetrado doña Manuela en 1945, cuando tenía incluso una placa con
una reseña en su exterior, quizás su primitivo nombre. Sin embargo, el
terremoto del 13 de junio de 2005, que echó abajo grandes fragmentos del
Morro, destruyó con los derrumbes parte de la gruta, obligando a
retirarla y demolerla para seguridad de los visitantes. Hoy sólo se ven
allí las ruinas de lo que fuera su plataforma de concreto, ya sin las
escaleras de ascenso hasta ella.
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