HISTORIAS DE FANTASMAS: LA NIÑA JUGUETONA DEL CEMENTERIO DE CALDERA

 

Coordenadas: 27°4'3.18"S 70°48'50.12"W
Una de las cosas que más me atraen de la exploración urbana durante mis viajes, es el descubrimiento casual de leyendas en plena etapa de consolidación y desarrollo, estado de gestación que muchas veces se confunde con procesos de instalación inducida de historias que se pretende pasar por creencias del folclore oral o la tradición de mayor vejez, fenómeno vicioso que se relacionaría con el concepto de fakelore propuesto por el folclorógolo estadounidense Richard Dorson. En realidad, los casos a que me refiero parecen corresponder más bien a estados de desarrollo iniciales de una creencia o de un mito popular.
Ubicado en avenida Diego de Almeyda, el Cementerio Municipal de Caldera, en la Provincia de Copiapó, acumula una interesante batería de buenas historias propias, distribuidas en sólo una manzana de sepulturas y nichos de diferentes épocas, destacando su Mausoleo del Niño Jesús de Praga y la Tumba Milagrosa de Fray Crisógono Sierra y Velázquez, el célebre Padre Negro, ubicados adelante de este camposanto.
La parte más nueva de este cementerio está al fondo, cruzando el casco histórico del mismo y aproximándose a la altura de calles Atacama y Carvallo, etapa a la que se accede sólo por una entrada ubicada al extremo Oeste del recinto. Estos patios menores, de nichos claramente más nuevos que el resto y en diseño más racional, comenzó a ser construido como prolongación del terreno de sepulturas hacia el año 2005, aproximadamente, siendo concluidos sus actuales pabellones pasado ya el período de las fiestas del Bicentenario Nacional.
Es curioso, entonces, que el nunca ausente fantasma de cementerios haya decidido habitar, en el caso de Caldera, este sector más nuevo de la necrópolis, en donde se habría aparecido ya a varios visitantes que juran mirando al cielo haberlo visto y hasta interactuado con él. A diferencia de los demás aparecidos de los cementerios chilenos, sin embargo, este espíritu no tendría nada de terrorífico: por el contrario, es sumamente juguetón y cargado de enorme dulzura infantil... Una encantadora niñita, para ser exacto.
Acceso al patio nuevo, al fondo del cementerio.
Nichos y sepulturas del mismo patio.
Bancas-escaños metálicos y modernistas del patio.
Quien me pone al tanto de los mayores detalles de esta curiosidad local, es una señora y vecina del barrio que pasa gran parte de su día en este cementerio, en el mismo patio de nichos nuevos al fondo del camposanto, hermoseando el de su propia madre sepultada desde hace no muchos años entre esas galerías. Casi todos los visitantes regulares la ubican, por lo mismo; conoce mucho de la historia del lugar y hasta da mantención a las tumbas que parecen más olvidadas y viejas dentro de este recinto. Empero, su modestia y su rechazo al lucimiento (valor de la sencillez de vieja escuela de la sociedad chilena que, sin duda, se ha ido perdiendo) la llevan a pedirme mantener en reserva su nombre y su imagen: "Prefiero ser más conocida entre los muertos que entre los vivos".
A la niña que alborotaría el cementerio, a veces durante las noches, la identificaremos simplemente como Antonella. Su nicho con cubículo y tapa de cristal se encuentra ubicado al fondo del pabellón principal de este patio trasero. Salta a la vista, por la decoración, del nicho, que corresponde al de una infante.
En su cortísima vida, de 2008 a 2014, Antonella debió lidiar con un problema congénito que le producía una gran cantidad de limitaciones físicas e mentales, falleciendo a tan temprana edad tras una dura lucha por la vida. Una fotografía en su mismo nicho, acompañada de corazones, tarjetas, juguetes, flores y objetos que pertenecieron a la propia niña, la retrata con sus gestos marcados por el rasgo de aquella cruel condición, que la afectaba desde su nacimiento y que la mantuvo siempre postrada.
Lo curioso, sin embargo, es que ahora Antonella, supuestamente, se aparecería como un reflejo alegre de lo que la niña merecía ser en su limitada vida: una chiquilla que corre por los pabellones fúnebres, en total normalidad y en apariencia perfecta de una criatura de carne y hueso, riéndose y asombrando a quienes dicen haberla visto a horas totalmente inapropiadas para un infante en un cementerio o totalmente sola, pero sin parecer abandonada, asustada o desamparada.
Mis informantes me cuentan también que aparece caminando o saltando en perfecta normalidad física, hablando fluida y perfectamente como lo haría un niño de su edad, libre ya de todas las tristes limitaciones que, en vida, le impedían realizar estas acciones tan simples y corrientes. Incluso, coinciden en señalar que a veces aparece con un vestido, generalmente rojo, que la niña levanta con sus manos para no pisarlo mientras corre por escalas y salta entre nichos. Este detalle -curiosamente- se repite mucho en testimonios que pude conocer allí.
Ubicación del nicho de Antonella (sepultura con guirnaldas) en el pabellón.
Nicho de la pequeña Antonella, con un retrato de la niña fallecida.
Galería techada, donde está el pabellón. Las historias dicen que la niña se aparece por este corredor, a un lado del lugar donde está su nicho.
La historia del fantasma dice también que, cuando es detenida o llamada por alguien presente que desconoce su identidad, la niña se limita a responder que está jugando feliz y que el lugar no la asusta. También ha declarado a los supuestos testigos, que sale a jugar con su amiga llamada Stefanía... Resulta pues que, revisando los nichos del mismo sector de sepulturas, efectivamente hay una joven con ese nombre, trágicamente fallecida a la edad de 20 años, que algunos creyentes en la aparición identifican con la compañía que señalaría la niña.
Afortunadamente, pude contactar por una feliz casualidad a doña Inés, madre de la fallecida Antonella, durante mi última visita a Caldera en el verano pasado. Aunque sólo pude hablar con ella en forma menos extendida de lo que hubiese querido, su descripción de las pretendidas apariciones de la niña son prácticamente iguales a las que me han dado quienes se identifican como testigos y mi informante en el el cementerio. Me asegura también que, hace no mucho tiempo, un señor que había visto y hablado con la niña en el mismo sitio, la había contactado impactado por su experiencia y con el deseo de contarle algunos detalles de su encuentro.
Sin embargo, como buena vecina calderina, doña Inés tampoco está interesada en mostrarse en fotografías ni aparecer identificada más allá de lo que acá expongo, a pesar de la alegría que confiesa sentir por recibir estas "señales" de que Antonella, de alguna manera, seguiría existiendo.
Por mucho que uno quiera presumir de incredulidad o escepticismo, casos como éste sobre leyendas de los cementerios, suelen ser de enorme interés intrínseco y manantiales inagotables del folclore popular de acervo localista, con infaltables historias de aparecidos, almas en pena, animitas, tumbas malditas, tumbas milagrosas y mausoleos con secretos inenarrables, en algunos casos. Para un investigador desprejuiciado, no deja de tener una extraña seducción propia este tema, por mucho que uno se resista a creerlo como algo factible. Más asombroso aún, cuando se enfrenta a la leyenda en pleno proceso de instalación en el imaginario de una comunidad, como sucede acá.
No todas las leyendas de fantasmas de cementerios, entonces, deben ser necesariamente aterradoras, sombrías o macabras, como es lo más frecuente en esta clase de folclore funerario: en Caldera tenemos este caso de Antonella, cargado de ternuras, inocencias y esperanzas para la comunidad local.

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