LA PERTURBADORA PRESENCIA DE LA VIRGEN DE LOS HIELOS

 

Durante la etapa final de la travesía de Sir Ernest Shackleton buscando el Polo Sur, en 1916, tanto el audaz líder de la expedición inglesa como Worsley y Crean, los otros dos hombres que le acompañaron en las salida del Continente Blanco pidiendo ayuda para los náufragos refugiados precariamente en la isla Elefante, tuvieron la fuerte sensación de estar siendo acompañados por una extraña entidad: un cuarto ente presente entre ellos, tan poderosamente que no pudieron dejar esta experiencia en el baúl de los recuerdos más íntimos de su aventura.
Parece increíble que aún a principios del siglo XX haya seguido existiendo para los exploradores británicos un espacio óptimo para el surgimiento y el acopio de los mitos, casi de los lenguajes arquetípicos del alma, especialmente en pena. Parece increíble, pero sucede perfectamente y hasta nuestros días.
La Virgen de los Hielos pertenece a tal generación de mitos.
Como en esos mapas de cronistas y cartógrafos coloniales, tapizados de monstruos y de criaturas imaginarias jamás vistas otra vez, la Antártica sigue dando cobijo a los temores tribales del peregrino o del excursionista, a las realidades invisibles y a los mitos del infra y del extramundo, como sucedió a esos tres expedicionarios británicos que lo entendieron tal cual durante aquellos duros días en que la presencia del misterioso ser los acompañó en el camino a la salvación de los hombres del “Endurance", así registrándolo en sus memorias y declaraciones posteriores.
Así, desde los tiempos de las primeras odiseas humanas en tierras antárticas, ha ido configurándose una leyenda o un mito nuevo sobre el territorio más cruel de la Tierra. Una presencia etérea, generalmente femenina, que se aparece a los viajeros sin lucirse a la vista, sino a las sensaciones más internas, más fundamentales e incorpóreas... Una Virgen.
Proviene esta entidad extraña, acaso, del eco críptico trayendo el recuerdo de los antiguos habitantes de la Antártica, de una civilización mítica florecida en los tiempos en que ésta era un vergel antediluviano situado más cerca del trópico que del polo frío, como los alienígenas descarnados que acosaban a los colonos de las “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury. O quizás sea ella el grito ahogado de esa cultura extraterrena, que quedó atrapada y desaparecida bajo la costra de hielos eterno, como deduce H. P. Lovecraft en “Las Montañas de la Locura”. Quién sabe, además, si se tratara de una forma de vida propia, de una biología propia de esta Atlántida de hielo, fantasmal, inmaterial, tan acorde a la soledad agobiante que reina en ella.
Oreste Plath ha dicho algo sobre el mito de la Virgen de los Hielos en “Geografía del Mito y la Leyenda Chilenos”, una de sus mejores obras. “En este continente blanco y de la muerte, alguien vive”, escribe.
Tumbas de isla Decepción (fuente imagen: http://www.pbase.com)
Más o menos, cuenta Plath que la fantasmagórica presencia de la Virgen se posa sobre los hombres agobiados por la fatiga y el cansancio, trastornados por la desesperación y la angustia de un naufragio, de una expedición fallida o de un extravío en este infierno de nieve y hielo. Está presente y al acecho de los que ya traían en el cuerpo suficiente locura como para aventurarse en estas comarcas del fin del mundo.
El hombre alcanzado por los brazos de la Virgen delira, convulsiona, cae bajo un frenesí irracional. Sólo recupera el juicio cuando logra derrotar al paisaje adverso y la Virgen se aleja, quitándole el abrazo y liberándolo de su dulce evasión de muerte.
La Virgen de los Hielos es, del mismo modo que la perdición, una esperanza. Las cruces en las tumbas de todos los caídos en el Continente Blanco son custodiadas por su enigmática presencia, que vigila su último sueño congelado en el frío y la soledad de este vasto territorio. “Abren sus brazos” hacia ella, dice el escritor.
Por más que mejoren las técnicas de exploración y por más que el hombre avance eficazmente en la conquista total del planeta, la naturaleza agreste y hostil de la Antártica nunca se apartará del camino de la curiosidad y del emprendimiento humano.
La Virgen de los Hielos continuará allí, esperando en la custodia secreta de sus parajes, por todas las eras.

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