LOS PRIMITIVOS “GENTILES”: LA LEYENDA DE UNA DIMINUTA RAZA PREHUMANA EXTINTA DE PARINACOTA Y TARAPACÁ

 

Ilustración de una chullpa en ruinas, ubicada por el sector de Sitani, en Isluga (imagen base usada para el dibujo, tomada de MemochiaChilena.cl). Hay quienes creen que esta clase de construcciones precolombinas podrían haber inspirado la leyenda de los “gentiles” y sus "casas".
Aunque en el imaginario folclórico andino son comparativamente frecuentes las historias de personajes equivalentes a los duendes, gnomos y enanos del Viejo Mundo, me ha costado una enormidad encontrar buena información relativa al mito de los “gentiles”, que en la Provincia de Parinacota, El Tamarugal e incluso al interior septentrional de la Región de Antofagasta, tuvo quizás vez gran presencia y vigor, pero ya casi diluido con el desgaste y la muerte de las generaciones que mejor conocieron esta leyenda secular. De hecho, por toda América se pueden rastrear mitos muy parecidos, como el caso de la llamada Gente Ojos de Luna entre pueblos nativos de los montes Apalaches.
Repartidos por toda la Quebrada de Tarapacá, por ejemplo, verifiqué hace un tiempo que aún quedan ciertos ancianos que hablan de estos “gentiles”: una supuesta raza de diminutos seres parecidos a los humanos que vivía en las laderas de los cerros o sus grutas y que ya se extinguieron por completo, al menos en este plano de la existencia física. Sus restos, con pequeñas "casas" e incluso complejos de murallones con alturas de un metro de altura, confirmados por arqueólogos como lugares habitados hace 1.000 años o más, generalmente son identificados como sitios gentilares por los habitantes de provincias como Parinacota y Tarapacá.
Esta leyenda me recuerda un poco al publicitado mito fantástico contemporáneo de la raza dropa del monte Bayan Kara Ula cerca del Tíbet, intensamente explotado por autores devotos del neofolklore ufológico y del realismo fantástico a partir de notas literarias pertenecientes a David Agamon y Erich von Däniken. También roza alcances cósmicos, como veremos, aunque en el caso de los "gentiles" la leyenda tiene un valor antropológico y cultural interesante, a pesar de que los científicos no confirman rasgos de realidad en ella más que la presencia de los misteriosos restos de caseríos enanos dispersos en algunos pocos puntos del interior de las regiones situadas más al Norte del país.
Espero que este artículo sea para esta leyenda tan poco conocida y tan escasamente difundida hoy, un pequeño aporte a su rescate o, cuanto menos, un pequeño rezago en el camino a su extinción en el folclore oral, antes de que las escasas últimas fuentes vivas que conocen de ella, vayan quedando en el silencio del paso inexorable de los tiempos terrenales.
Los seres pequeños y humanoides están presentes en varias leyendas del mundo andino. Una de ellas es también la del Ekeko, personaje-amuleto originado en estatuillas antiquísimas como la de la imagen, correspondiente a un hallazgo de influencia tiawanakota.
UN MITO INTRIGANTE
Algunos lugareños son precisos en señalar que los "gentiles" de Tarapacá vivieron hasta hace "unos 5 mil años" en la zona del Norte Grande de Chile, y que eran muy parecidos a los seres humanos salvo por su pequeño tamaño y su imposibilidad de permanecer demasiado tiempo bajo la luz del Sol. De acuerdo a cierta línea de esta historia, eran una civilización tan antigua que existía desde antes que fuera creado el propio astro solar, y de ahí la incapacidad de sobrevivir a sus rayos. En comunidades al interior de la Pampa de Camarones, señalan también que ni su piel ni sus ojos resistían la luz natural.
Según parece, nadie aún vivo alcanzó a ver a los “gentiles” originales que moraron en ruinas alrededor de los pueblos de valles cordilleranos, generalmente en los bordes de valles, pero la versión más popular del mito asegura que medían cerca de un metro o menos de altura (en otras versiones son definitivamente enanos-duendes, más diminutos), que eran proporcionalmente con un aspecto muy parecido al de los humanos. Tenían comportamiento como de niños, traviesos, alegres, aunque eran tan laboriosos como juguetones. Dependiendo de la versión que se tome, habrían alcanzado a vivir brevemente en el mismo tiempo que los hombres o bien nunca se encontraron, separados por la brecha cronológica.
El porqué desaparecieron, se asocia a un hecho dramático: un día salieron todos de sus casas durante un eclipse solar, creyendo que era de noche; cosa fatal, pues como no podían ver la luz del día, ésta les cayó mortalmente encima al pasar el fenómeno astronómico, dejando todos sus cuerpos esparcidos y quemados por las pampas, los campos de cultivo y los caseríos donde vivían. Todo se habría debido a que la Luna, la deidad Paxsi en el mito andino, se irritó de celos contra su amado Inti, el dios Sol, cuando una mujer, una princesa o una mágica paloma cuculí (varía según la fuente oral) lo sedujo con cantos, aunque otra versión dice que fue por una alegre fiesta ritual que los "gentiles" dedicaron al astro sin acordarse de ella, su compañera reina de las noches. En la discusión, la Luna se tomó revancha tapando al Sol y provocando así la tragedia. Ésta es, más o menos, la versión que recoge Roberto Carrera en sus "Apuntes para la memoria: el cantar de mi dulce tierra", colocando el poblado de Belén como escenario principal de los hechos según este trabajo que, desgraciadamente, sólo he podido encontrar en versiones digitales. También se dice que los "gentiles" no eran creyentes (de ahí el curioso nombre dado a la raza), y que los dioses los castigaron así por su herejía.
Otros habitantes de la zona de Isluga y también de Parinacota especulan que esta fabulosa raza antediluviana alcanzó a convivir con la nuestra, ayudando a los hombres en sus cuestiones agrícolas, o bien que se asimiló con los primeros habitantes humanos que llegaron a aquellas regiones, al menos sus sobrevivientes luego de la masiva extinción, desapareciendo en esta mezcla o bien exterminados por la irrupción de los primeros pueblos humanos que llegaron hasta esas pampas y valles. Y, curiosamente, antes habrían existido en algunos de los caseríos cordilleranos, ciertas familias que se caracterizaban por su muy pequeño tamaño, cercana o incluso inferior a las proporciones de un niño, según la tradición oral. Se habla hasta de la existencia de mini-aldeas completas en los cerros, muchas veces confundidas con los murallones bajos de tambos, pircas o ruinas indígenas, donde suelen aparecer osamentas que son identificadas también como pertenecientes a esta pre-humanidad según supe, en otros sectores del altiplano chileno y boliviano. Hallazgos perfectamente documentados, por ejemplo, en milenarios restos de complejos situados hacia lo alto del río Camarones, donde incluso se descruben supuestos residuos de pequeñas cerámicas y puntos donde se hacían fogatas, parecerían confirmarle a una mirada audaz la posible existencia de una raza de pequeños hombres habitando hace siglos sus pequeñas estructuras, identificadas como sitios gentilares.
No desaparecieron del todo, sin embargo, si no más bien físicamente: cuentan en la pampa que, por las noches, sus llantos y gritos de sufrimiento aún se oyen por algunos valles y sus almas salen en pena cuando vuelve a haber un eclipse o incluso cuando hay Luna llena, preguntándose qué fue lo que los arrebató de este mundo. No falta quien asocia la leyenda a descendientes de entidades cósmicas, de emisarios del espacio o provenientes de otros planos y mundos.
Cada vez que aparecen pequeñas herramientas o artefactos indígenas antiguos por los valles del interior de la pampa, como este diminuto raspador, los habitantes de estas comarcas lo interpretan de inmediato como un vestigio de la época de los misteriosos "gentiles".
Restos de una pequeña y misteriosa construcción rectangular que un sector cercano a al Camino del Inca en Tarapacá, y que también estaría relacionada con el mito de los “gentiles”, según cierta creencia, aunque ya se encuentra en casi completas ruinas.
LOS "RESTOS" DE LA CIVILIZACIÓN
Lo único que habría quedado de los "gentiles", además de sus osamentas disperasas, son los restos de sus rústicas y diminutas casitas, abandonadas por sectores como la Quebrada de Tarapacá, Isluga, Colchane, al interior del Tamarugal y en la cuenca de los ríos Lauca y Camarones, como hemos dicho. Estuve varios días en las márgenes del río Tarapacá, además, tratando de ubicar alguna de estas pretendidas ruinas de sitios gentilares, que podrían ser parte del origen de la leyenda, y por los testimonios que conseguí reunir de vecinos residentes de la quebrada, también se describe un tipo de construcción más complejo que simples murallitas y trazados de residencias en escombros: una con aspecto de casuchas sólidas hasta con techos en aguas, además de ubicaciones hacia los costados e interiores de la parte más alta de la quebrada tarapaqueña y sus cuestas.
Conjeturo que quizás se trate, en muchos casos, de pequeñas apachetas u otras unidades ceremoniales equivalentes a los cenotafios. Empero, también se interpretan a todas las pequeñas cerámicas, herramientas y artículos que aparecen en yacimientos arqueológicos como vestigios de aquellos seres; y cuando salen afuera huesos en algún lugar de las rutas ancestrales que por su tamaño son tomados como de "gentiles", los lugareños vuelven a sepultarlos y mantienen el hallazgo en secreto. Ya comentamos de la existencia de ruinas auténticamente intrigantes hacia el sector Sur de la Provincia de Arica y Parinacota.
Don Damián Relos, el veterano residente de Huarasiña conocido en la zona por haber sido uno  de los cabecillas de la resistencia que retuvo en la aldea una figura de San Lorenzo hecha para su vecino poblado de Tarapacá, en los años cincuenta, tiene también interesante información sobre esta leyenda que escuchó toda su infancia, señalando que las últimas casas “gentiles” que quedaban en pie en los alrededores de Tarapacá, estaban por un sector apartado y casi desconocido, antes llamado Chantillay o Chintillay, muy al interior. No sé si se refiere quizás a Chintuya o a la Quebrada de Chintaguay, pues su memoria octogenaria ya tambalea en ciertos detalles y no toda la toponimia es siempre clara en esta región.
A pocos kilómetros de allí, el querido Cacique Fermín Méndez y su esposa Gladys Albarracín, considerados símbolos vivientes de la aldea de San Lorenzo de Tarapacá y de la fiesta de su Santo Patrono, me comentaron durante un encuentro en los preparativos de la celebración del año 2012, algunos detalles sobre esta pintoresca leyenda y de cómo ya comienza a apagarse en el traspaso generacional del folklore y las creencias. También recuerdan algunos ejemplos de ruinas de supuestas “casas de enanos” en la proximidad de Huarasiña, aunque en otros lados se habla de tales antiguas construcciones más bien al interior de la quebrada. Sé, por mi parte, que algunos tarapaqueños han señalado antes las ruinas y murallones del complejo arqueológico de Caserones (período entre el año 1.000 a. C. y el 1.200 d. C., aproximadamente), al poniente de Huarasiña, como posibles vestigios de la supuesta raza extinta de "gentiles".
Ilustración de una Chullpa ubicada al interior de la cuenca del Río Lauca, en la Región de Arica y Parinacota. Su tamaño, inferior a la altura de un hombre promedio, podría hacer de las chullpas posibles orígenes del mito de los "gentiles".
TINTES DE REALIDAD
Ya vimos que, según una de las versiones, los "gentiles" habrían alcanzado a convivir con los seres humanos antes de terminar de desaparecer. Me han sugerido que las pequeñas y antiquísimas criptas que pueden observarse en varios cementerios de pueblos interiores, fomentaron quizás la creencia de que algunos “gentiles” o sus descendientes llegaron a vivir hasta tiempos humanos. Muchas de estas sepulturas seguramente pertenecen a niños fallecidos especialmente en las epidemias, y otras quizás sean sólo un resultado del escaso espacio disponible en los camposantos, pero estas posibilidades poco le importaron a la imaginación y a la fértil fantasía popular.
El hallazgo de un cuerpo humanoide diminuto en las ruinas de la enigmática salitrera La Noria, cerca de Pozo Almonte, también estimuló la creatividad de algunos que chismearon ese año 2003, según lo que supe, sobre un posible vínculo más con el mito de los "gentiles" que con extraterrestres, como fue la versión tomada por la prensa y la más difundida. Se ha dicho tras estudios serios que la famosa criatura momificada, apodada Ata, mide sólo 15 centímetros y debió vivir unos 8 años, pareciendo corresponder a un humano con mutaciones, aunque otros refutan estás conclusiones.
Creo advertir cierta semejanza de la creencia de los "gentiles", también, con la de los famosos Ekekos o Equecos de Bolivia, esos pequeños personajes de culto popular enraizado con las tradiciones de territorios también bajo vieja influencia tiawanacota, que alegorizan tanto como procuran la abundancia y la fortuna, razón por la que se les representa en el folclore actual como una especie de duende-amuleto vestido a la usanza altiplánica y cargado de toda clase de objetos, alimentos, utensilios, botellas y bolsos, exagerando el aspecto de comerciantes y viajeros que atraviesan el desierto.
El Ekeko no sólo era tomado por los aymarás como una representación, sino que se los creía reales. Originalmente, los representaban en estatuillas sencillas de enanos jorobados y rostros un tanto siniestros. La creencia de que efectivamente era una entidad existente, fue registrada en plena Colonia por el cronista y sacerdote Ludovico Bertonio, en el “Vocabulario de la lengua aymara", publicado en Perú en 1612. El cura veía con inquisitivo temor y recelo tales cultos paganos al “Ecaco” (así lo llama) entre la sociedad indígena, recomendando su extinción de la misma forma que a la veneración del dios local Tunupa, según comenta. Por cierto, Tunupa parece ser la deidad retratada en el majestuoso geoglifo del Cerro Unitas, por el camino a Colchane, conocido como el Gigante de Tarapacá o el Gigante de Atacama.
¿Qué relación podría tener con los "gentiles", además de ser humanoides de pequeño tamaño? Pues sucede que algunos ancianos recuerdan además que, por las laderas y cuestas de la Quebrada de Tarapacá, antes se podían hallar enterradas -con algo de suerte- supuestas estatuillas o figuritas antropomórficas de cerámica o de piedra, que según la descripción que me hace, no deben ser muy distintas a los primitivos Ekekos. Don Damián dice, por ejemplo, que alcanzó a ver alguna en sus años más jóvenes y muchos creían entonces que ellas representaban a la misteriosa raza de “gentiles”, sirviendo también como amuletos, en otra analogía con las tradiciones andinas de donde podría provenir parte de la influencia que gestó esta curiosa fábula de los hombres diminutos de Tarapacá y Parinacota. Sin embargo, se cuenta también que todas estas supuestas piezas dejadas por los antiguos habitantes andinos, habrían ido a parar a manos particulares o acabaron robadas, hasta que se agotaron. Ya no se tiene noticia ni prueba del descubrimiento de estas legendarias piezas en la zona, por lo tanto, viviendo sólo en la memoria legendaria.
A veces, los restos de antiguos conjuntos ancestrales como el de la imagen, correspondiente a Caserones cerca de Huarasiña, en Tarapacá, son interpretados como ruinas de las ciudades "gentiles". Otros, sin embargo, corresponden a auténticas murallas de poco más de un metro y que debieron tener techos ya desaparecidos cuando eran habitadas, como las que se han encontrado cerca de la Reserva Nacional las Vicuñas.
POSIBLE ORIGEN DEL MITO
Nadie tiene claridad sobre cuál es su origen de la leyenda de los "gentiles", pero en opinión de algunos arqueólogos e investigadores de la región, además de otras respetables personas de las que preferiría guardar su identidad (pues tengo la sospecha de que, en general, el mundo de la ciencia y el academicismo se muestra un poco reacio a abordar esta clase de temas), la inspiración principal para el mito de los “gentiles” debe estar en las chullpas: los túmulos o bloques funerarios que forman parte de la zona de influencia cultural Tiawanaco y que pueden encontrarse entre los valles intercordilleranos de aquella zona en el Norte Grande de Chile, como sucede -por ejemplo- en Isluga, unos 20 kilómetros al Noroeste de Colchane.
Por lo corriente, las chullpas lucen como una pequeña garita cilíndrica o rectangular de piedra o de adobe, con un falso acceso, a veces vanos que semejan ventanas y hasta con dinteles, además de un techado, cubierta o “tapa”, por lo que pueden ser fácilmente confundidas y recordadas como miniaturas de utas (casas, en aymará) por quienes las hayan visto. Realmente semejan a una pequeña casita rústica, a escala de una real.
De acuerdo a la opinión de don Luis Briones Morales, destacado arqueólogo de la región con quien tuve la suerte de poder conversar del tema durante una primera visita al conjunto de Caserones, las chullpas podrían haber dado así un origen a la creencia en los "gentiles" en generaciones de habitantes andinos que ya no practicaban esta tradición funeraria. Esto, sin embargo, quizás no alcanza para explicar esas mencionadas ruinas con techos en aguas que algunos ancianos tarapaqueños describen como restos de casas "gentiles", en caso de que tales estructuras realmente existieran.
El que las pretendidas casas de los “gentiles” pudiesen estar relacionadas con sitios ceremoniales o rituales, es algo que creo posible gracias a otro testimonio interesante: el de doña Nina Meneses, activa personaje que participa en grupos de difusión cultural aymara iquiqueños y que tiene vínculos directos con Huarasiña y sus fiestas patronales. Me cuenta que estas aparentes residencias de los misteriosos “gentiles” se ubicaban no en cualquier lugar de la geografía, sino por cerros tomados por puntos místicos de antiguos habitantes, tal vez geománticos, por decirlo de alguna forma. En el pasado, de hecho, los residentes de esos territorios pedían “permiso” para acceder a tales sitios.
El gran problema es que estas “casas de enanos” probablemente ya no existen: sus ruinas fueron desapareciendo con el avance del deterioro, la erosión y muy especialmente con los terremotos. En los mejores casos, sólo observé algunos restos de estructuras parecidas a lo que se me ha descrito, en un sitio que preferiré no revelar por ahora respetando un compromiso tácito, aunque el estado de detrimento no deja ver mucho sobre su época ni aspecto originales.
Y de las casas que alguna vez se decía que hubo en Huarasiña, en la proximidad de Tarapacá y de aldeas más apartadas como Pachica, Huasquiña, Mocha o Chusmiza, chullpas o no, ya no parece quedar ni la sombra. Al menos mis largas caminatas tratando de encontrar cualquier huella de las mismas ruinas, sirvieron para confirmar que esta parte del mito es inverificable.

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