LA INCREÍBLE Y PINTORESCA HISTORIA DE LA VENERADA IMAGEN DE SAN LORENZO DE TARAPACÁ
Imagen
de la primera figura devocional de San Lorenzo de Tarapacá, en postal
de colección particular de la la familia Torres Barraza, que la ha
compartido generosamente conmigo. Es la imagen del santo traído en
tiempos coloniales y destruida por un incendio. La fotografía podría
haber sido tomada hacia 1950, poco antes de su desaparición.
Coordenadas: 19°55'25.48"S 69°30'40.33"W (iglesia de San Lorenzo de Tarapacá)
Cada
10 de agosto tiene lugar la gran Fiesta Patronal de San Lorenzo de
Tarapacá, popular santo
español de la época paleocristiana, ejecutado en Roma en una parrilla
según la tradición, un día de esa fecha en el año 258, a cuyo culto y
devoción
que he dedicado varias entradas acá en el blog. Las leyendas le dieron
fama de "santo incendiario" y sus celebraciones incluyen la Octava o
"fiesta chica" en Iquique, pues tiene un santuario en la misma ciudad.
En
la imaginería universal de San Lorenzo, se lo retrata como un hombre
joven, pues tenía de 27 a 33 años cuando fue quemado por el Emperador
Valeriano por llevarle como "tesoros de la Iglesia" que se le exigían, a
todos los pobres, despreciados y menesterosos de Roma. Siempre aparece
retratado de semblante sereno, vistiendo una dalmática o túnica roja con
encajes y bordados amarillos, correspondientes a los colores de su
culto. En representaciones que se hacen a cuerpo entero y especialmente
en la que se ha afianzado para el santo en Chile, el diácono mártir
suele cargar verticalmente una pequeña parrilla en su mano derecha, como
símbolo icónico del instrumento de su martirio.
La
versión de San Lorenzo que más se repite en el poblado de Tarapacá es,
por lejos, aquella donde el santo lleva -además de la parrilla- una
Biblia en la mano izquierda (como indicación de su enseñanza de los
Evangelios) y la palma (símbolo del martirio y, a la vez, del haber
alcanzando la gloria de Cristo), en el otro extremo del mango de la
parrilla, acompañado de una abstracción del cáliz sagrado o de una cruz
en el pecho, por lo general finamente bordadas en amarillo, blanco,
plata o dorado.
La
preferencia por las representaciones de San Lorenzo con la parrilla y
la hoja de palma se explica porque ambos iconos, unidos en su imagen,
señalan en el concepto definitivamente martirial la gloria alcanzada
como buen cristiano, en el sacrificio supremo de fe y caridad de quien
llega a ofrendar su propia vida ante el suplicio y el sufrimiento.
La imagen que actualmente se venera en Tarapacá, apodada el Lolo
por sus incondicionales, mantiene estas características, pero no es la
primera: vino a reemplazar una mucho más antigua, y después de una poco
conocida gran cruzada del pueblo por obtener otra figura devocional de
San Lorenzo, como veremos a continuación.
Iglesia y campanario colonial de San Lorenzo de Tarapacá.
Rostro de un San Lorenzo de las cofradías que acuden a la fiesta.
Estatuillas
de San Lorenzo en un provisorio altar funerario levantado por devotos
dentro del campamento de peregrinos del pueblo de Tarapacá, durante la
temporada de las fiestas.
La
actual imagen de San Lorenzo, confeccionada por Patiño, dentro del
templo de Tarapacá. Esta fotografía es anterior a la construcción del
baldaquino que lo alberga dentro del altar desde las fiestas del año
2012.
Las
descritas alegorías y símbolos se hallaban ya en la primera imagen del
santo que se cree fue llevada al pueblo en la quebrada por los españoles
en 1578 o cerca de esa fecha, pues fue ese mismo año cuando se
rebautizó al antiguo poblado indígena de la Quebrada de Tarapacá, al
interior de la Pampa del Tamarugal, como San Lorenzo de Tarapacá.
El
bautizo del pueblo el alusión al santo, habría sido siguiendo la
costumbre hispánica de ir titulando ciertas aldeas y poblaciones con el
nombre de algún patrono cristiano específico o asignándole
posteriormente alguno, como sucedió también con San Pedro de Tacna, San
Marcos de Arica, San Miguel de Azapa, San Andrés de Pica, San Antonio de
Matilla, etc., cada uno con su respectiva fiesta devocional.
Desde
entonces, prácticamente todas las representaciones tarapaqueñas de San
Lorenzo se basaron en el aspecto de aquella imagen original, en mayor o
menor medida.
Hubo
una época en que la fiesta del pueblo de Tarapacá llegó a ser la más
grande y concurrida de todo el actual territorio al Norte de Chile. De
hecho, el propio pueblo de la quebrada tuvo una importancia
político-administrativa regional muy superior a la que podría suponerse
en nuestros días contemplando su ya menguado aspecto.
En
aquellos buenos tiempos de religiosidad y orgullo de los tarapaqueños,
la antigua imagen de San Lorenzo dentro del templo era mantenida en la
cumbre del Altar Mayor, donde permanecía durante casi todo el año
sostenida por roldanas y cuidadosamente decorada con cintas de colores.
Este
San Lorenzo ya había sido salvado de las llamas en un primer incendio
en el templo ocurrido en 1887, dicho sea de paso, junto con la primera
representación de Jesús con los apóstoles de la Última Cena que había
allí, hechos por el escultor español José María Arias y después
perfeccionados por Mariano Carpio y Pacífico Salas, además de un valioso
armonio alemán donado por don Simón Castro. Tres años tardaron en
reparar por cimpleto el edificio y poder volver a realizar misas y
fiestas en él, ejecutándose éstas, mientras tanto, en la sede de la
municipalidad, hasta 1890.
La
figura colgante de San Lorenzo se bajaba el día 9 de agosto, para la
Víspera y, aunque era visitado su altar en ese entonces por los otros
santos patronales de la quebrada, los pobladores locales eran tan
celosos con su santo diácono que nunca permitían sacarlo a otros
pueblos, actitud tan radical que incluso los llevó a secuestrar esta
imagen en 1902, para evitar que fuera de visita hasta la iglesia de la
ex Oficina Salitrera Constancia, donde el Lolo había sido cordialmente invitado por ser el santo patrono de los mineros.
Por
desgracia, estaba escrito en alguna parte del anticipado borrador del
libro de la historia, que ni todas las posesivas precauciones tomadas
por los tarapaqueños con su tesoro, evitarían que la querida y preciada
figura colonial de San Lorenzo se salvara de sucumbir de la peor manera
imaginable: atrapada entre las llamas de ese mismo fuego fatuo e
inmisericorde que antes había dado muerte al santo, cuando era aún de
carne y hueso.
Fue
así que, con un voraz incendio ocurrido el 6 de diciembre de 1955 y de
cuyas causas hay varias suposiciones, se perdió prácticamente todo
dentro de la iglesia de Tarapacá, incluyendo la venerada imagen del
diácono. La fecha sigue siendo recordada como una puñalada entre los más
antiguos habitantes de la quebrada y alimentando creencias sobre la
fama incendiaria que siempre ha rodeado al personaje en el folclore
religioso local.
El
instantáneo golpe al ánimo para los tarapaqueños fue devastador, pues
sólo quedaron de la imagen unos pocos fragmentos que fueron guardados
como reliquias tristes y dolorosas dentro de una urna en la parroquia.
También lograron rescatarse algunas de las valiosas prendas con las que
era vestido el santo, las que se guardaron cuidadosamente en cajas de
cristal, siendo exhibidas en la fiesta de 1990 a los fieles, con motivo
de celebrarse los 300 años de la fundación parroquial y de ahí quedando
en una exposición dentro de un recinto adyacente al templo, que fue
conocido popularmente como el Museo de San Lorenzo.
Junto
con el santo patrono, todas las 83 extraordinarias figuras religiosas
del templo se perdieron en aquella funesta noche, incluyendo también a
los muebles históricos, instrumentos musicales y alhajas. La hermosa
Última Cena inspirada en la famosa pintura de Leonardo, cuyo aspecto era
de un realismo que asombraba a los visitantes, quedó hecha cenizas, y
su actual reemplazo es sólo un muy lejano e ingenuo intento por
recuperar la belleza y la perfección de la anterior.
Con esta desgracia, una nueva y embrollada etapa en la historia del santo patrono iba a comenzar en la Quebrada de Tarapacá.
Otra imagen
de la destruida figura colonial del santo en la iglesia de San Lorenzo
de Tarapacá, tomada de una fotografía probablemente hecha hacia
1930-1940.
El
gran busto de San Lorenzo, que es venerado y paseado en la procesión en
Huesca, España, cada 10 de agosto. Fuente imagen: Cruzblanca.org.
Para
reemplazar la imagen trágicamente siniestrada en 1955, el Obispado de
Iquique hizo traer una nueva efigie de San Lorenzo mártir, al parecer
desde Santiago o por esta intermediación, a la que pretendía hacer
oficial en el templo a partir de las fiestas siguientes dedicadas al
santo patrono.
Ante
la expectación de los habitantes de la quebrada, la nueva imagen llegó
poco después al pueblo de Tarapacá con las certificaciones
correspondientes. Muy probablemente, su confección, adquisición y
traslado no fueron operaciones económicas... Pero...
Sucedió
algo que no estaban preparados para anticipar en la administración
religiosa (¿o quizás sí?): la nueva imagen le resultó a los tarapaqueños
tan distinta a la de ese querido diácono mártir que todos recordaban en
el altar y que fuera carbonizado, que fue instantáneamente rechazada
por los fieles de la quebrada, quienes no la reconocían como su venerado
San Lorenzo. Se cuenta, de hecho, que los pobladores le hallaron un
parecido más bien con la imagen tradicionalmente asociada a San Luis,
festinando con tal semejanza y apodándola de manera irreverente y como
mofa San Luislorenzo.
Al
parecer, esta nueva imagen del santo que no convenció para nada a los
devotos, estaba inspirada en otras representaciones tradicionales de San
Lorenzo que se hacen en España y que guardan ciertas diferencias con
aquellas basadas específicamente en la figura colonial que se había
perdido en el incendio, que era la que ya tenían adoptada y asimilada
los habitantes del pueblo, incapaces de aceptar otra tan distinta. La
nueva carecía también de los elementos icónicos que tenía la anterior y
que eran prácticamente la identidad del santo en la tradición de
Tarapacá. Su posición de los brazos, además, era diferente.
La imagen del San Luislorenzo
permanecerá de todos modos en la parroquia, siendo usada sólo en
ocasiones excepcionales. Hoy sigue en el templo pero casi como un
convidado de piedra, aunque el incendio accidental de la capilla de
velas del pueblo en donde estaba otra imagen del santo más moderna y que
acabó destruida, en 2012, devolvió al uso la figura alguna vez
rechazada por los habitantes de la quebrada.
Por
lo anterior, cuando la imagen menor del santo en el templo, llamada San
Lorenzo "chico" (al parecer, hecha para la visita papal de 1987), era
llevado a esa capilla de ceras para la devoción de los fieles durante la
fiesta luego de perderse aquella figura secundaria, San Luislorenzo lo reemplaza en el baldaquino del altar.
La
imagen del San Lorenzo de Huarasiña, producida originalmente para ir a
parar al vecino pueblo de Tarapacá, pero que se quedó finalmente en esta
iglesia por decisión de los propios habitantes.
El
mismo San Lorenzo de Huarasiña, en procesión de la Octava o "fiesta
chica" del santo en el pueblo, también en la Quebrada de Tarapacá.
Eduardo
Relos, nieto de don Apolinario, junto a la figura de San Lorenzo hecha
por su abuelo y que finalmente se quedó "cautiva" en la iglesia de
Huarasiña, tras una singular disputa entre los dos pueblos de la
quebrada, en la que los pobladores huarasiñanos se opusieron a entregar
la imagen al pueblo de Tarapacá que la había solicitado.
El
"tío" Damián Relos en las puertas de la iglesia de Huarasiña, con el
santo de fondo. Fue uno de los cabecillas de la resistencia a entregar
el santo en los años cincuenta.
Así las cosas con el rechazo de los feligreses a San Luislorenzo,
ocurrió que, no bien terminaron las fiestas del año 1956, un grupo de
vecinos tarapaqueños integrado por Marco Ocampo, Juvencio Butrón,
Guillermo Contreras, Julia Contreras y doña Salomé viuda de Méndez,
entre otros, se organizó casi espontáneamente para solicitar y financiar
la confección de una nueva imagen de San Lorenzo que estuviese
disponible para el año siguiente y con la estricta instrucción de que
debía guardar semejanza con la perdida figura original del santo.
Las rigurosas instrucciones de la tarea, quedaron en las manos del artista Apolinario Relos, un demostrado devoto del Lolo residente en la quebrada y reputado por su oficio en esta clase de desafíos.
El
trabajador era miembro de una familia localmente muy conocida,
residente del vecino caserío de Huarasiña, un poco más al poniente de
Tarapacá y primer poblado con el que el visitante se encuentra al
penetrar hacia la quebrada por el camino de acceso a la misma, saliendo
de la ruta hacia Colchane. Es un lugar ancestral en donde se puede
encontrar el complejo arqueológico de caserones y el gran geoglifo de El Rey
ubicado en sus laderas junto al río Tarapacá. Actualmente, además,
Huarasiña es la sede de la más importante celebración de la llamada
fiesta "chica" de San Lorenzo, posterior a la principal, como veremos.
Se
recuerda por allá, entre los huarasiñanos, que Relos cumplió esmerada y
cuidadosamente con el trabajo encargado, produciendo una nueva figura
tan artística y bella que los ciudadanos de la aldea se encariñaron
rápidamente con ella, incluso desde antes de ser concluida la misma. A
la larga, sin embargo, este sentimiento iba a ser fatal para el éxito
del proyecto de devolver un radiante y precioso San Lorenzo al pueblo de
Tarapacá.
Comparando
esta imagen que aún se conserva en la iglesia de Huarasiña (edificio
totalmente reconstruido tras el terremoto de 2005) con las pocas
fotografías que sobreviven del Lolo original de Tarapacá,
principalmente las postales en posesión de veteranos devotos del santo,
salta a la vista que el artista hurasiñano intentó fabricar una figura
tan parecida como le fue posible a la antigua, me atrevería a decir que
con algunos rasgos y detalles del personaje incluso más fieles a la
efigie perdida que aquella actualmente oficializada en Tarapacá. Quizás
de ahí se explica que haya existido tanto interés de los habitantes de
Huarasiña por apoderarse de ella y retenerla con determinación, más allá
de sólo querer contar con una figura propia de San Lorenzo en su
caserío.
Sucedió
entonces que, a medida que se acercaba la fecha de conclusión del
trabajo confiado a don Apolinario, cundió el interés de los huarasiñanos
por quedarse con la imagen del santo. Al mismo tiempo, los tarapaqueños
insistían por su pronta conclusión y despacho hacia el pueblo. Por este
motivo, ya preparándose para de la fiesta de 1957, se organizó una
verdadera resistencia de los pobladores de Huarasiña, decididos a
conservar al santo entre su comunidad y mantenerlo como fuera dentro de
su humilde y vetusta iglesia.
Este
notable y pintoresco episodio de la historia de la Región de Tarapacá,
prácticamente desconocido en nuestros días y sobre todo en el resto del
país, es recordado en la quebrada casi como una gesta heroica, y diría
que ha dejado sus consecuencias hasta hoy en la poca apreciación mutua
entre huarasiñanos y tarapaqueños.
La
explicación que proporcionan los pobladores de Tarapacá en torno a tan
curioso incidente, es que sus vecinos de Huarasiña simplemente
secuestraron algo que no les pertenecía y lo retuvieron con una misma
proporción de fuerza y de injusticia.
Sin
embargo, huarasiñanos de origen como don Eduardo Relos Ayavires, un
activo y enérgico miembro de la comunidad aymará de Huara y quien es
nieto de don Apolinario, me detalla una versión muy distinta sobre lo
que en realidad sucedió en aquella ocasión: su abuelo habría accedido a
dejar la imagen de San Lorenzo en Huarasiña, entre otras razones, porque
los tarapaqueños nunca le pagaron algunos gastos extras de alimentación
y cuotas que él había solicitado como parte del acuerdo, pues las
características de la obra requerida y los plazos estipulados para el
proyecto le demandaron el tener que trabajar prácticamente a tiempo
completo, postergando otras labores. Ésta fue una de las principales
motivaciones (o acaso una buena excusa, ya no lo sé a estas alturas)
para que la comunidad local optara por la aventura de negarse a entregar
la imagen del santo, decisión que sacó ronchas en el vecino pueblo de
la quebrada y desembocó en conflicto. De hecho, los caldeados ánimos
estuvieron cerca de hacer estallar el peligroso reguero de pólvora bajo
tanta chispa, según se recuerda todavía entre algunos de los devotos más
longevos del santo.
A
mayor abundamiento, cuando se aproximaba la fecha de entrega de la
figura hecha por don Apolinario, la comunidad huarasiñana (por entonces
mucho más abundante que en nuestros días) se levantó espontáneamente y
de forma casi unánime, incluso realizando viajes a Tarapacá para
advertir de su decisión a quienes encargaron el trabajo, y luego
cerrando los accesos al poblado. Al mismo tiempo, guardaron celosamente
al santo, predispuestos a la confrontación si era necesaria con tal de
impedir que se lo sacara del pueblo.
Uno
de los organizadores de estos aguerridos pobladores fue el hoy
octogenario abuelo Damián Relos García, otro miembro de la familia de
don Apolinario y caporal de los bailes Pieles Rojas
residente o concurrentes del sector de la plaza del pueblo. Devotísimo
fiel de San Lorenzo, aún recuerda vívidamente aquella epopeya casi
legendaria en la historia de la Quebrada de Tarapacá. Tuve ocasión de
escuchar directamente los relatos con sus memorias protagonistas sobre
los hechos descritos, de hace tantos años ya. Ya me he referido a él,
además, al comentar algo acá de su testimonio sobre la tradición y leyenda de los gentiles, supuesta humanidad anterior a la nuestra que habitó los desiertos.
Para
los habitantes de Huarasiña, esta victoria sobre sus vecinos de
Tarapacá fue tan importante que la figura y la representación de San
Lorenzo mártir, hasta entonces manifiesto sólo en un culto muy
secundario dentro de la tradición religiosa del poblado, se convirtió en
su principal fiesta, celebrada durante la Octava del santo. Todavía
lucen y pasean con orgullo en la procesión a su figura "trofeo", cada
año, hacia los últimos días de agosto. Y para fortuna de los locales,
además, esta imagen hecha por don Apolinario sobrevivió intacta a la
destrucción de la antigua iglesia con el terremoto de 2005, pudiendo ser
admirada por los visitantes que llegan hasta estos lugares y parajes.
La
presencia de este San Lorenzo y la importancia que se le dio a su
Octava en Huarasiña, de hecho, acabó desplazando en relevancia a la
Fiesta de la Cruz de Mayo, muy celebrada en el Norte Grande y que, hasta
aquella época, era la más importante del pueblito de los Relos. Desde
entonces, la Octava de San Lorenzo en Huarasiña llegaría a ser tan
relevante que después de las fiestas del pueblo de Tarapacá, muchos
devotos y peregrinos se quedaban en la quebrada para esperar la
siguiente celebración de la fiesta "chica" en Huarasiña, que en ciertos
aspectos superaba a la actual fiesta "chica" del Lolo en Iquique, hasta que esta última la superó por completo.
Empero,
la rivalidad desatada en aquella gesta dejó sus huellas, al parecer:
los huarasiñanos apodaron por largo tiempo a los tarapaqueños como los "tranca la puerta", aludiendo a alguna hostilidad o desconfianza con los visitantes, mientras que estos últimos tildaban a los primeros de "lagañosos" o "lagañentos", imputándoles alguna falta de higiene. Ambos, a su vez, motejaban a sus vecinos del interior en Pachica como los "lagartos secos", aunque ignoro el porqué.
La imagen del apodado San Luislorenzo, con la que se trató de reemplazar la figura colonial original siniestrada en 1955.
San
Lorenzo "chico" relevando provisoriamente a la imagen principal. La
imagen reemplaza a la mayor o "grande" del templo tarapaqueño, cuando
ésta sale en andas con la procesión del 10 de agosto.
Fue así como el pueblo tarapaqueño, nuevamente, se quedó sin una imagen de su santo patrono y la urgencia de recuperarlo.
En
vista de lo sucedido en Huarasiña, un modesto pero excéntrico poblador
tarapaqueño, don José Prudencio Patiño Morales, apodado por algunos como
el Pulento Patiño, se arrogó por iniciativa personal la tarea de
tallar y confeccionar la nueva imagen de San Lorenzo, desafío para el
que habría reutilizado algunas pocas partes de la anterior imagen
destruida en el fuego, según se dice, terminándola a tiempo para las
siguientes fiestas.
Con
residencia hacia el fondo del poblado de Tarapacá y cerca de la
iglesia, ya entonces Patiño era muy conocido por su desprendimiento y
generosidad en las fiestas, pero también por una gran cantidad de
historias y extravagancias que hasta ahora se comentan sobre su persona,
particularmente sobre un nada luminoso ni santo pasado. Una confiable
fuente cuya identidad preferiría dejar en reserva, me cuenta por
ejemplo, que el amistoso personaje se jactaba de ser "el único maricón de toda la Quebrada de Tarapacá",
por largo tiempo habiendo representando a un personaje travestido que
lo habría hecho famoso en ciertos círculos de noctámbulos y bohemios de
la región, especialmente en Iquique.
Entonces bebedor y trasnochador, incluso se rumoreaba que el llamado colita
Patiño había regentado oscuros lupanares en su época "dorada" (si es
que acaso se le puede llamar así), fama con la que él parecía convivir
tranquilamente y hasta le provocaba hilaridad, según puede deducirse de
algunas bromas y jocosidades que habría hecho con ocasión de las fiestas
de la Cruz de Mayo, la Cruz de Aroma y en el poblado Huasquiña, también
en los alrededores de la quebrada.
A
mayor abundamiento, sucede que en estos festejos asociados a la Fiesta
de la Cruz de Mayo, donde hay mucho de lúdico y travesura entre los
devotos que participan, los fieles realizaban representaciones graciosas
de sus propios oficios y trabajos: un comerciante ofrece al venta, por
ejemplo, dibujos hechos por algún niño pasándolos por supuestos Picasso o
Monet; y un cocinero pone en oferta platillos en miniatura con
auténtico picante o caldo, de no más de una cucharada de volumen,
aceptando falsos billetes hechos a mano como pago. Pues sucedió que
Patiño, en aquella coyuntura, habría llegado una vez con una caja de
pequeñas muñecas de plástico ofreciéndolas como "niñas felices" y,
también haciendo la actuación de recibir ese falso dinero como pago, se
las pasaba a los interesados con la advertencia de que las tenían
disponibles "por cinco minutos".
Así era el famoso y divertido personaje tarapaqueño.
Mito
o no en su semblanza, lo cierto es que su trabajo de confección del
santo fue del gusto general y le significó una gran reputación a Patiño,
de la que gozó hasta su muerte el 16 de junio de 1988.
Por
algunos de los muchos que lo conocieron por allá, como fue el caso de
un importante arqueólogo de la región, he podido saber que su
fallecimiento fue tan súbito como inesperado: él llegó al pueblo sólo
unos tres días después de su partida y cuando Patiño acababa de ser
sepultado ya, con la intención de cumplir la promesa de una visita para
degustar con otro amigo uno de los célebres picantes que preparaba en su
casa el querido vecino tarapaqueño, ignorantes de su deceso.
Los
restos del célebre Patiño se encuentran sepultados en el cementerio
local, donde las generaciones posteriores de tarapaqueños siguen
expresándole gratitud por su generoso legado. Al menos parece ser que él
estaba preparado para enfrentar su propia muerte sin perder el sentido
del humor que le caracterizó en toda vida, según recuerdan sus amigos,
pues me revela otra buena fuente que siempre decía alegre y fingiéndose
convencido: "En mi tumba nunca faltarán flores… Porque el amor de mi vida fue un capitán de apellido Flores".
Desconozco
si la condición sexual del imperecedero personaje que fue Patiño habrá
influido en la adopción que muchos homosexuales y travestis han hecho de
la figura de San Lorenzo en la región, al sentirse parte de los
"parias" o despreciados que encuentran refugio bajo su manto, al igual
que sucede con alcohólicos e indigentes. Sin embargo, existe una leyenda
un poco tendenciosa que he podido escuchar entre algunos iquiqueños,
respecto de que el rostro de la actual figura de San Lorenzo de Tarapacá
tendría una expresión gay que Patiño le habría procurado, representándose a sí mismo o alguna visión idealizada de sus gustos estéticos.
La
verdad es, sin embargo, que la expresión en la figura del actual santo,
está basada en la misma que había ostentado la imagen anterior del Lolo
traída por los españoles y quemada en 1955, de rasgos juveniles
idealizados como propios de la edad de muerte del diácono, además de
cierta belleza de Adonis intencionalmente procurada a la figura,
parecida al caso de los retratos de San Sebastián. Veremos, además, que
este rostro tiene una característica aún más necesaria para la
interpretación de los fieles sobre su relación íntima con el santo
mártir.
Otra imagen de San Lorenzo antes de contar con su altar techado propio.
El actual San Lorenzo, ya dentro de un baldaquino dentro del templo.
Al
parecer, la imagen de San Lorenzo hecha por Patiño difiere levemente
del tamaño de la antigua. Y si bien no es exactamente igual a la que
acabó calcinada, cuenta con la calidad y el atractivo que permitió
consolidarla -por fin- como la figura definitiva del Lolo, hasta
nuestros días, pudiendo superarse así la nostalgia traumática y la
resistencia casi instintiva de los tarapaqueños a aceptar la pérdida del
primer santo, que los acompañó en los siglos.
Quizás
los residentes esperaban que esta imagen tampoco saliese jamás del
poblado, pero el terremoto del 8 de agosto de 1987 obligó a retirarla
del templo y trasladarla en una gira por varios destinos. Si bien no
sufrió daño en aquella amarga ocasión, debió irse en peregrinación a
Iquique y Arica entre el 16 de abril y el 15 de mayo de 1988, mientras
se realizaban los trabajos de restauración del edificio eclesiástico.
También se aprovechó este período para realizar algunos retoques y
mejoramientos en la figura del santo, tarea que quedó en manos de un
artesano de la zona llamado Manuel Ceballos Lay.
Muchos
aseguran que este viaje de la imagen por el Norte Grande, además, fue
una gran inyección de revitalización para el culto por San Lorenzo en
aquellas regiones, devolviendo el interés masivo por su fiesta patronal.
No todas las versiones y altares del Lolo de
Tarapacá están estrictamente basados en las imágenes que han existido
en la iglesia parroquial, sin embargo: existen muchas versiones sólo
inspiradas en éstas, en algunos casos con bastante libertad, aunque
siempre sobre la normalización general que se ha acordado tácitamente
entre los fieles para el imaginario colectivo sobre aspecto físico que
debió haber tenido San Lorenzo.
Como ejemplo para lo recién descrito, está la figura del Lolo
que presenta y pasea por pueblo la sociedad religiosa Morenos de la
Salitrera Victoria: lo muestra con una impecable túnica blanca pero
atravesado por una banda con sus colores distintivos rojo y amarillo,
además de rodeado por copas a sus pies con apariencia de cálices. Semeja
más a algunas representaciones españolas del diácono, aunque su rostro
está inconfundiblemente basado en el de la imagen tarapaqueña. Parecido
es el caso de la imagen del altar de los bailarines Cullaguas de San
Lorenzo, aunque la decoración de éste se realiza con simulación de
nubes, ángeles y tulipanes en los colores emblemáticos del mártir. En
cambio, la figura de la Diablada Peregrinos de San Lorenzo exhibe al
Santo de blanco pero con su túnica bordada con dibujos dorados y rubíes,
formando un enorme cáliz sobre el cual asoma el rostro de Jesús,
pulcramente rodeado de arcos ornamentales con arreglos florales.
Considero
un acto de justicia advertir aquí, sin embargo, que los feligreses más
ancianos que concurren a la fiesta de San Lorenzo de Tarapacá, parecen
coincidir en el reclamo de que la Iglesia ha ido cambiando mucho el
aspecto original que tenía esta última figura de San Lorenzo en el
santuario, tal como sucede también con la Virgen de la Candelaria, pues
les han ido reduciendo los collares, cambiando los vestidos y hasta el
estilo de cabellera en el caso de la imagen mariana.
Sobre lo anterior, salta a la vista que al Lolo
de Patiño incluso le repintaron el rostro con esmalte grueso o algo
parecido, en alguna ocasión, acto inaudito que alteró parte de la
expresión antigua que tenía, aquella que le había procurado su autor con
tanta prolijidad, esmero y motivación personal.
A
pesar de todo, aunque puedan existir cientos de representaciones más o
menos diferenciadas sobre el santo mártir, todas ellas están unificadas
por ciertas características comunes que se han ido estableciendo y
fijando como definitivas a lo largo de la historia del culto en Tarapacá
y las figuras oficiales del San Lorenzo con que han contado el pueblo
de Tarapacá y sus sociedades de devotos.
Comienzan
a entrar los fieles al templo de Tarapacá, para contemplar la figura
venerada del santo patrono durante su popular fiesta.
La misma imagen, saliendo en procesión del día 10 de agosto.
Ya en horas de la noche, continuando con la procesión.
Una
de las invitaciones más curiosas que me han formulado los asistentes de
la fiesta, es la de intentar advertir cómo es que el descrito rostro de
casi todas las figuras de San Lorenzo -cuyo aspecto provendría de la
figura original destruida en los cincuenta, hemos dicho- se ve distinto
al inicio y al final de los festejos, a pesar de ser exactamente el
mismo. Específicamente, para los feligreses el Lolo se observaría alegre al principio y triste al final de la fiesta.
Dicho
de otro modo, estos fieles creen que su cara cambiaría según el momento
en que se encuentra la celebración religiosa, a pesar de no poder
levantar ni una ceja… Y juran por Cielo que son capaces de observar este
supuesto cambio.
Mi
informante Claudio A. S., devoto seguidor del santo, incluso va más
allá: me confiesa una noche de aquellas, que nunca había creído en la
adoración de imágenes hasta que el Lolo -según él- le sonrió mostrando los dientes, durante una procesión. Me jura por su hija que estaba bueno y sano
cuando vio este insólito fenómeno. Se ha escuchado alguna vez de
imágenes de santos, de Cristo o estatuas corrientes de otros lados del
mundo a las que se les atribuye esta misma cualidad, pero nada bien
documentado o registrado como para compararlo con el caso de San Lorenzo
de Tarapacá, del que tampoco habría registros con el supuesto prodigio
que le describe el folclore, por tratarse de algo mucho más sutil y casi
sensible.
Tradicionalmente,
las figuras de San Lorenzo en Tarapacá siempre lo representan con los
labios cerrados, como parte de su curiosa expresión que parece más bien
un mohín a medio camino de consumarse, casi como en el secreto rictus de
la "Mona Lisa" de Leonardo. Esto es algo invariable, casi dogmático y
necesario en la iconografía local del santo.
La
representación de sus imágenes en Tarapacá tiene ciertos rasgos que son
comunes a las del culto internacional del santo, posiblemente basadas
en versiones pictóricas como las de El Greco, Francisco de Zurbarán o
Luis Fernández. Además de su túnica dalmática normada en tela roja de
encajes dorados, la imagen promedio ofrece al observador el ya descrito
rostro juvenil y sereno de hombre benevolente, inocente, con cierta
elegancia y templanza reflejada también en su palidez y en su mirada de
ojos usualmente claros y con vista de campo profundo, casi siempre al
frente.
Sin
embargo, existe este elemento adicional y que se ha vuelto otra
característica en el culto del que es objeto el santo en la Quebrada de
Tarapacá: incluso donde existen ciertas versiones con rostros de
notorias diferencias entre sí, según la imaginación de cada artista, la
enorme mayoría de ellas (desde la imagen de yeso más humilde a la venta
en los puestos de la feria, hasta la propia representación principal en
el templo del pueblo) le imprimen a Lorenzo mártir la expresión tan
propia y singular, como una propiedad o casi un sello. Se trata de este
gesto ambiguo y algo neutro que procuran respetar todos, pero no por
ello poco sugerente, parecido al efecto que provoca la expresión a
medias de una sonrisa que ha sido congelada en el tiempo.
El
efecto que intento describir queda completado con los ojos grandes y
sosegados que acompañan la composición de la cara del santo.
Así, el Lolo
aparece esbozando una seña tan propia y que puede ser interpretada como
una expresión incompleta en su mirada hacia los fieles y los
visitantes, produciendo un efecto particular que inspira a quien lo
contemple tanto para tomarlo como un gesto de alegría como por uno de
tristeza, según la interpretación que le dé el propio observador. He ahí
el secreto de su dualidad en las emociones que es capaz de sugerir: de
alguna manera, es el propio estado anímico del devoto el que se refleja
en esa mirada serena del santo y sus cejas levantadas, según el momento
de la fiesta en que se encuentra.
De
esta manera, el efecto del misterioso rostro de San Lorenzo ha generado
su propia creencia entre los tarapaqueños: en sus representaciones y
estatuillas, realmente "está feliz" cuando comienzan las fiestas o empiezan a llegar los visitantes; en contraste, "está triste" cuando las celebraciones se acaban y los devotos pasan ante él a despedirse.
Esta
característica es tan fuerte e imperiosa para los feligreses que se ha
vuelto un verdadero requerimiento en la interpretación popular y en el
imaginario forjado alrededor de su pretendido aspecto físico.
Aparentemente, además, la ausencia de este rasgo habría sido otra de las
razones por las que los tarapaqueños rechazaron la imagen que se quiso
instalar en 1956 para sustituir la quemada, en caso de ser cierta la
creencia de que tal talento proviene de la primera figura colonial.
La
misma y exacta expresión de San Lorenzo de Tarapacá, entonces, es
interpretada como dos facetas distintas por los creyentes, muy
convencidos de que el mártir puede mostrarse "feliz" o "triste"
ante sus seguidores. No obstante, ya comenté la denuncia casi general
de los fieles más ancianos, respecto de que el rostro original que
habían labrado las manos de Patiño en la figura del templo y que sirve
de base e inspiración a todas las otras de cofradías y sociedades,
sufrió una notoria modificación después que fuera esmaltado en una de
sus varias restauraciones, lo que sumado a los ya señalados cambios en
sus ropas y su decoración, hacen sospechar que el Lolo que
actualmente vemos no es del todo igual al que tuvo por tantos años el
santuario de Tarapacá para la contemplación y las rogativas de los
feligreses, aun cuando se trate de la misma figura.
Una
decorada estatuilla de San Lorenzo "chico" dentro del mismo templo,
atrás del altar mayor en el presbiterio. Según parece, corresponde a una
donación de agradecidos devotos.
Diferentes
rostros de las imágenes de San Lorenzo que llevan a la fiesta las
varias cofradías de baile y devotos presentes. Aunque no todos son
iguales, tienen rasgos comunes inspirados en la antigua imagen colonial
siniestrada y la actual confeccionada por Patiño.
Reliquia
colgada del cuello de la figura principal del altar (la confeccionada
por Patiño) para iniciar la procesión. Corresponde a un fragmento de
hueso craneano recuperado de la cabeza del mártir, que se resguarda en
un relicario de la Santa Sede, en Roma.
Tan
importante como la imagen de San Lorenzo en Tarapacá es, por supuesto,
la reliquia del mártir que se conserva en el templo: un fragmento de
hueso craneano (ex ossibus capites) que se ha establecido como
perteneciente al diácono y que formó parte de otra pieza ósea más grande
guardada en el Monasterio de El Escorial, en España. Este trozo habría
pertenecido, a su vez, al cráneo del santo que se guarda en la Santa
Sede, tras ser retirados sus restos desde la catacumba ubicada al lado
del actual cementerio de Roma, en donde se levantó la Basílica de San
Lorenzo de Extramuros, precisamente alrededor de su sepultura.
La
valiosa reliquia fue donada a la Parroquia de Tarapacá por la Iglesia
Católica de España, luego de una generosa intermediación vaticana en
1997 respondiendo a vigencia y fuerza del culto por el mártir en nuestro
país. La solicitud había sido formulada por el entonces Obispo de
Iquique, Monseñor Enrique Troncoso Troncoso.
Se
recuerda con justificada vanagloria tarapaqueña que la recepción de la
pieza constituyó un inolvidable momento para la historia del culto a San
Lorenzo en el territorio chileno y quizás en todo el continente, pues
los países que cuentan con las más conocidas de estas piezas de
veneración asociadas al mártir en sus respectivas grandes iglesias se
encuentran en Europa, destacando la ampolla de sangre del Templo de
Amaseno y el recién comentado cráneo en El Vaticano.
Desde
entonces, todos los habitantes de la quebrada consideran esta minúscula
pero trascendente pieza guardada dentro de su propio ostensorio y
cubículo como un verdadero tesoro para toda su comunidad y un símbolo de
fe custodiado con devota pasión. Con la presencia de esta valiosa
reliquia, además, han surgido al menos dos nuevas instancias de
conmemoración y celebración dentro de las manifestaciones locales de fe
por el diácono Lorenzo:
- Primero, Monseñor Troncoso, los Servidores de San Lorenzo y los pobladores de la aldea, acordaron celebrar desde entonces la posesión de este tesoro en lo que se ha llamado la Fiesta de la Reliquia de San Lorenzo: un pequeño encuentro con procesión que se realiza el último domingo de cada mes de abril. Si bien es sólo una modesta sombra de las actividades que tendrán lugar en la fiesta central de agosto, constituyó otro acontecimiento en la identidad y el sentido de pertenencia de los tarapaqueños con su propia comunidad. Esta celebración se suma a los festejos de San Lorenzo y de la Virgen de la Candelaria que tienen lugar en el poblado.
- Como consecuencia previsible, también se incorporó al programa de la fiesta de San Lorenzo en agosto, la pequeña ceremonia llamada de postura de la reliquia, que consiste en colocar formalmente esta pieza en la imagen del santo, generalmente hacia horas de la noche del día 9 o la madrugada del día 10, cuando tienen lugar los Cantos del Alba y antes del llamado Rompimiento de la Mañana. Es el ostensorio radiado o solar de la propia custodia con la reliquia en su interior y visible a través de una burbuja de cristal, el que se retira del relicario y se cuelga en el cuello de la imagen previamente al paseo de andas, de modo que durante toda la Procesión de San Lorenzo de Tarapacá la figura luce su reliquia sobre el pecho, en lo alto.
Alguna
extraña razón llevó a la Iglesia a ordenar la separación física de la
imagen de San Lorenzo y la custodia de su apreciada reliquia en una
controvertida decisión del año 2003, que fue muy resistida por la
comunidad de fieles y que incluso los llevó a recibir con pancartas de
protesta y denuncias a un delegado del Consejo de Monumentos Nacionales,
durante una visita suya al santuario en el verano de ese año. Según la
determinación tomada entonces, la figura de San Lorenzo situada al
costado derecho del altar mayor y frente a su reliquia, debía quedar
ubicada ahora y de acuerdo a lo expresado en la orden del Obispo Barros
Madrid, en un lugar adyacente y más aislado, en una bancada que estaba
reservada a los apóstoles, lo que contradecía el carácter del templo
como lugar consagrado precisamente al diácono mártir. La idea molestó de
forma generalizada a los fieles, que se negaron a acatarla a pesar de
las reiteradas insistencias, prolongando la discusión por meses.
En la actualidad, la reliquia está al fondo de una de las naves, mientras que a la imagen principal del Lolo
se le ha construido un elegante y artístico altar propio con
baldaquino, terminado casi encima de la fiesta del año 2012 y mejorado
en la del año siguiente. El calendario religioso reúne ambos tesoros en
las celebraciones y ceremonias.
Cabe comentar, sin embargo, que el fragmento de hueso de Tarapacá no ha sido la única reliquia del mártir en Chile: escribe Oreste Plath,
por ejemplo, que en los años en que funcionó el campamento minero de
Sewell al interior de Rancagua, la iglesia del singular poblado
cordillerano tenía guardada otra pieza cedida por voluntad vaticana y
correspondiente a un fragmento de la parrilla donde fue asado vivo.
Estado
en que quedó el templo después del fatídico gran terremoto de 2005, que
la destruyó casi por completo (otra vez). Fuente imagen: diario "La
Estrella de Iquique" del 18 de junio de 2005.
Interior del templo tras el mismo terremoto. Fuente imagen: diario "La Estrella de Iquique" del 20 de junio de 2005.
La
imagen de San Lorenzo en el templo tarapaqueño antes de comenzar las
fiestas, provisoriamente colocado en el pasillo que une ambas naves
paralelas del templo.
Los
terremotos y las energías de las entrañas de la tierra, históricamente
han acosado a toda la Región de Tarapacá, debiéndole gran parte de lo
que es la hermosa y majestuosa geografía de la provincia a esta clase de
fuerzas incontenibles en los antojos de la geología.
Los
arqueólogos han encontrado huellas de los antiguos terremotos en parte
del complejo conocido como el Tarapacá Viejo, restos del primer poblado
ubicado al otro lado del río y enfrente del actual, bajo protección de
San Lorenzo. También hubo grandes terremotos en la zona en 1868 y en
1877, que fueron devastadores para lo que era, en esos años, todo el Sur
de Perú.
La
tendencia telúrica se mantiene hasta nuestra época, con un temblor de
considerables proporciones en 1976 y el terremoto del 8 de agosto de
1987 que volvió a arruinar la iglesia. Si bien causó muchos daños en
todo el pueblo, la figura de San Lorenzo hecha por Patiño pudo salvar
ilesa del castigo, aunque debió salir del pueblo para poder ser
restaurada la iglesia durante el transcurso del año siguiente, como
dijimos.
Así
fue cómo estos bríos dramáticos volvieron a cobrarse su momento en los
ciclos de la historia pampina, desatando un enorme y destructor
terremoto, unos quince minutos antes de las 19 horas del funesto día
lunes 13 de junio de 2005. La enorme y angustiante sacudida con
epicentro en la cordillera, echó al suelo varias de las viejas casonas y
edificios históricos de Tarapacá, marcando todas las murallas de la
aldea con grietas y fracturas que todavía permanecen visibles, como
fieros vestigios de esa tarde de pánico.
La
destrucción del santuario fue terrible: los techos cayeron y los viejos
muros quedaron reducidos a túmulos de adobe y rocas en ruinas. La
iglesia, antes con su interior en penumbras, en sólo unos segundos quedó
penetrada de luz exterior por todos sus costados y con su cubierta
desmoronada, sin que un centímetro cuadrado de su piso no estuviese
cubierto o sepultado por los escombros y fragmentos de paredes. Así, la
pobre edificación colonial quedó estropeada, derrumbada prácticamente en
su totalidad pues, al caerse los viejos muros, el techo resultó casi en
el suelo, curvado y doliente como el lomo de una enorme bestia herida
sufriendo al Sol.
También
se dañaron otros monumentos nacionales de incalculable valor cultural
en la feroz sacudida del pueblo: la torre del campanario se partió en su
parte más alta, quedando precariamente suspendida y obligando a los
ingenieros a retirarla; y algunas de las maravillosas casas coloniales
que antes eran visitadas y admiradas por historiadores e investigadores,
quedaron reducida a paredes tambaleantes y una penosa pila de adobes.
Pero,
para sorpresa y asombro de los tarapaqueños, el altar de San Lorenzo
dentro del edificio, con su figura y el relicario con el fragmento de
hueso al fondo de la nave de la iglesia, quedaron milagrosamente
intocados en ese lado del templo, casi sin daño.
La
salvación de la imagen fue interpretada como si ésta acaso hubiese sido
perdonada por las violencias telúricas de la tierra; o bien, derrotadas
las mismas por la fuerza ilimitada del mártir. Sólo las tenidas
suplementarias del santo quedaron atrapadas dentro de los roperos.
Además, el diácono de Tarapacá, don Ibar Escobar, logró ingresar a la
sacristía durante el mediodía del 15 de junio y recuperó las ostias
consagradas y el cáliz, ya que esta habitación fue el único espacio que
no se cayó en todo el templo.
Con
cierta suspicacia y escepticismo, por supuesto, algunos habitantes de
la región han tratado de asegurar desde entonces, que la imagen de San
Lorenzo del templo de Tarapacá se salvó de la calamidad solamente
gracias a que justo estaba colocada en otro sitio o que se hallaba
protegida aquel día, versión que fue duramente respondida y desmentida
por el propio Cacique Fermín Méndez, el tradicional e histórico anfitrión organizador de las fiestas, fallecido a inicios del año pasado.
Figuras
como las de San Pedro y de San Antonio acabaron gravemente dañadas bajo
los pesados escombros, entre varias otras adentro del recinto. Sí se
recuperaron las imágenes de once de los doce apóstoles de la
representación a tamaño natural de la Última Cena en el templo, pero la
reconstrucción y recuperación de las estas figuras involucró cambios
adicionales entre las mismas y en las últimas fiestas han seguido
ausentes en ese diorama de tamaño natural dos de los personajes: Judas
Tadeo y Judas Iscariote. Cabe añadir que esta Última Cena, había sido
montada en reemplazo de la que se perdió en los años cincuenta, y es
obra del piqueño Víctor Manuel Luza Luza, personaje alguna vez muy
popular en la historia de la Pampa del Tamarugal, siendo entregadas a la
parroquia recién en 1977 y bendecidas durante la fiesta de ese año.
Sobre
lo anterior, se cuenta en la parroquia que sería sólo Judas el que
terminó totalmente destruido por los escombros del terremoto, por
curiosidad. Irónicamente, muchos visitantes hoy se sacan fotografías
sentados al final de la mesa de la Última Cena, como si simularan ser
uno de los participantes de ella, sin saber que, involuntariamente,
están poniéndose en el lugar de alguno de los dos Judas… En su fuero
interno sabrán si están o no más cerca del apóstol Judas que suele
portar la alabarda o lanza en sus representaciones, o bien al Judas que
entregó a Cristo y que pasó a encarnar el arquetipo universal de la
traición.
Otro
hecho que también ha querido ser presentado como un suceso milagroso
tuvo lugar el 17 de junio siguiente, al encontrarse entre los escombros y
lleno de polvo el relicario con el fragmento de hueso parietal del
santo, pieza que ya se estaba dando por perdida entre las toneladas de
material derrumbado que la cubrían en algún lugar, entre las ruinas del
templo. El hallazgo dejó a periodistas y pobladores estupefactos, pues
la destrucción era tal en ese lugar que las probabilidades de hallarlo y
recuperarlo parecían prácticamente nulas.
Cabe
añadir que la salvación de la imagen de San Lorenzo en Tarapacá no fue
el único suceso sorprendente que celebraron los habitantes locales tras
ese aciago día: en Matilla, y a pesar de la destrucción casi total del
templo, el patrono San Antonio de Padua también resultó ileso; y en
Chitita, donde el altar mayor se vino abajo, la imagen de la Virgen del
Carmen cayó al suelo casi de pie, por lo que también logró salvarse de
la furia telúrica de aquel nefasto día a fines del otoño. Dijimos ya que
el San Lorenzo de Huarasiña también resistió casi intacto la
destrucción casi total de la antigua iglesia donde se encontraba.
Así
pues, aun si hubiese ocurrido -según la versión de los más incrédulos-
que el santo no se encontraba en la iglesia al momento del derrumbe, el
prodigioso suceso de haber sido salvado con su reliquia, seguirá siendo
interpretado entre los tarapaqueños como un manifiesto fenómeno más de
intervención divina sobre el mundo de los vivos y en favor de los
tesoros de San Lorenzo dentro del templo, y así lo recordarán en sólo
unas horas más, cuando comience formalmente su fiesta y más tarde lo
saquen en andas al rededor del pueblo de su patronato, allá en la
Quebrada de Tarapacá.
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