LA MALDICIÓN DE LA LLORONA... EN CHILE
Fuente imagen: guioteca.com
Llamó la atención el enorme despliegue publicitario del filme de terror "La Maldición de La Llorona" ("The Curse of La Llorona"), de Michael Chaves, en abril de 2019. Una vez estrenado formalmente al público, ya se ha insistido por semanas en promocionarlo, incluso en noticiarios y en canales de corte cultural, aprovechando en este último caso que se trate de un personaje que trasunta desde el elemento mitológico y folclórico al argumento y el propio título de esta obra de cine.
El filme da empleo a la Llorona, esa vieja y terrorífica figura asentada en el legendario de prácticamente toda Iberoamérica, muy probablemente con sus orígenes en México. Corresponde a la mujer fantasmal que vaga por las noches buscando a sus hijos perdidos y llorando o gritando de dolor, de manera espeluznante. No parece descabellado pensar que otro filme de terror anterior, "Mama" de Andrés Muschietti, también esté haciendo un eco arquetípico a la misma leyenda que ahora llega dramatizada en "La Maldición de La Llorona".
La primitiva Llorona que encontramos en el rico legendario mexicano, posible matriz de todas las versiones que se conocen, parece guardar relación con ciertas figuras femeninas de la religiosidad mitológica aztecas, zapotecas y mayas, que aparecen como seres provenientes del mundo de los muertos e intermediando ante los hombres vivos. La leyenda se moderniza con el mestizaje y la Colonia, especialmente con la historia de la náhuatle Malinche, la consejera y amante de Hernán Cortés. Así, se vuelve una mujer en perpetuo vagar fantasmal, en pena constante, llorando y lamentándose por sus hijos, los que perdió o bien debió asesinar en un acto de irracionalidad, suicidándose después o muriendo de pena.
De esa manera, el mito se expande en diferentes versiones por el continente y pero siempre refiriéndose a la mujer proveniente del inframundo que vaga por las noches llorando con espeluznantes gemidos causando pavor, en la inútil e interminable búsqueda de sus retoños, al grito sufriente: "¿¡Dónde están mis hijos!?". Es, en esencia, el mismo personaje al que se da trabajo ahora en el filme de Chaves, si nos fiamos por los varios trailers.
Sin embargo, la presencia de la Llorona en Chile parece muy antigua, y sorprende su semejanza con la original mexicana, además. Sin duda hay un elemento de influencia cultural de la leyenda original, pero hay otros antecedentes que ofrecen raíces más nativas, como las míticas Pacullén y la Calchona, que veremos más abajo.
Parte de la popularidad del personaje en generaciones más nuevas, quizá sea reciente y se la debamos a la mass media, como las alusiones que hizo a la terrorífica mujer el comediante mexicano Chespirito, en las series de humor de sus personajes de los años setenta adoptados en la televisión chilena. Empero, la verdad es que se trata de un personaje con mucha presencia en todos los pueblos de habla hispana, con más o menos raíces autóctonas en cada versión y un respaldo ancestral de las tradiciones orales.
La Calchona. Fuente imagen: blogarama.com.
"La Lloradora", estatua en la entrada del Cementerio de Copiapó.
Portada promocional de "La Maldición de La Llorona". Fuente: SensaCine.com.
Curiosamente, en Chile no tenemos una sola versión de la temida Llorona, sino más de diez, fundamentalmente similares o equivalentes en sus aspectos básicos, referidos a mujeres condenadas por la maldición a vagar lamentándose y sufriendo por sus hijos, causando sólo pánico a su paso. Unas versiones son geográficamente más amplias y otras más locales y específicas, pero fundamentalmente es el mismo mito base, de una maldición contra una madre que purga culpas ad eternum en su inútil búsqueda.
Tales versiones de la Llorona del legendario chileno, son las siguientes:
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La Llorona (versión general chilena): Se trata de una adaptación más bien centrina de la misma leyenda de Llorona de México en sus aspectos más básicos, pero con algunos elementos que le fue agregando la tradición campesina de zonas como el Valle de Elqui, Choapa, Aconcagua, Precordillera de la Región Metroplitana, Colchagua y Cauquenes, entre otras localidades. Se reportaba antaño su espeluznante paso asociado, a veces, a ciertas fechas del año o ciertas condiciones nocturnas, como la Luna llena; en ocasiones cojea, es decir, lleva la característica cojera del Diablo (con un pie puesto en este mundo y el otro en sus reinos). Dice esta versión, con algunas variantes, que se trata del alma en pena de una mujer buscando a su hijo o hijos, fallecidos en circunstancias que la hacen muy culpable: los habría asesinado arrojándolos a un río, celosa por el tiempo y la atención que le dedicaba su marido a ellos, en desmedro suyo. Cuando su esposo regresa aquel día desde las faenas en los campos descubriendo que los niños no están en casa y que ella no sabe responder dónde se hallan, sale desesperado a buscarlos, encontrándolos ahogados en el río. Ciego de pena e ira, se devuelve a casa y asesina en venganza a su esposa. Otra versión dice que la abandonó dejándola sola en su casa, y así quedó arrepentida, vagando por los caminos en búsqueda de sus niños y pidiendo alimento a los viajeros a cuyo paso salía. Como sea, el Cielo la castiga duramente y no le permite reencontrarse con ellos en el más allá, al morir. Su fechoría la condenará a ser un alma en constante "pena" por los caminos rurales, llorando sin consuelo por sus hijos muertos, negando sus culpas, causando el espanto de los viajeros en las noches y provocando el llanto a coro triste de los perros, que logran detectar su paso en la distancia y la oscuridad. Busca hijos ajenos para llevárselos con ella, pero nunca lo logra; y si lo consigue, estos mueren al poco tiempo, razón por la que también se ha evocado su presencia como ente castigador de niños desobedientes, como el Cuco o el Viejo del Saco.
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La Calchona: En la Región Metropolitana y sectores adyacentes de las regiones vecinas, destaca también la mítica Calchona, mujer mitad humana y mitad bestia que aterra a viajeros, huasos a caballo y arrieros de lugares apartados en Peñaflor, Curacaví, Melipilla, en la zona cordillerana media, la cuenca del Maipo y, muy especialmente, el Cajón del Maipo y Pirque. En el sector de El Melocotón está un puente con su nombre, de hecho. La versión más popular dice que la Calchona era una madre que, secretamente, practicaba brujería y se valía de ungüentos mágicos para convertirse en oveja, untándoselo en el cuerpo. Mientras su familia dormía, salía a recorrer los campos, montes y bosques hasta la mañana, usando la misma poción para recuperar su forma humana. Sin embargo, una de esas noches sus dos hijos pequeños se despertaron justo cuando se estaba transformando y esperaron que ella se fuera para echarse también la extraña crema mágica, convirtiéndose en cachorros de zorro. Se pusieron a llorar asustados despertando al padre, quien descubrió las pócimas de su esposa y dedujo lo que había sucedido con sus hijos, untándoles toda la crema otra vez para que volvieran a ser humanos. El aterrado padre escapó con los niños, para nunca volver a la cabaña ni al campo de aquella pesadilla. Cuando ella regresó a casa, todavía en su forma de oveja, vio que habían desaparecido su familia y el ungüento mágico. Tras buscar desesperada, sólo descubrió un poco en el fondo de uno de sus frascos ya usados y se lo frotó alcanzándole sólo para la cara, parte de la cabeza y pelo, manos y brazos, quedándole todo el resto del cuerpo con forma animal. Desde entonces, vive escondida en campos y bosques, ocultando su aterrador aspecto de oveja con brazos y rostro humanos, corriendo solitaria por caminos y cerros llorando por sus hijos y lamentándose de este calvario. Por su aspecto repulsivo, provoca pavor y rechazo, y su incapacidad de comunicarse al balar como oveja, hace más triste su existencia. Su presencia provoca el aullido y escape de los perros y, como comenta Oreste Plath en "Geografía del mito y la leyenda chilenos", puede atacar a los hijos desobedientes y a las mujeres infieles, aunque los que se aventuran a andar solos en la noche parecen ser sus presas favoritas. En la eterna búsqueda de sus pequeños, también se aparece a los hombres errantes y vagabundos pidiéndoles comida: si no la complacen, los ataca y derriba, dejándolos heridos y pisoteados.
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La Llorona de Caldera: En la Región de Atacama, especialmente en las Provincias de Huasco y Copiapó, encontramos algunas versiones interesantes de la Llorona, que parecen tener una línea propia de identidad. Algunos de estos casos están descritos en "Mitos de Chile: Enciclopedia de seres, apariciones y encantos", de Sonia Montecino Aguirre. En Caldera, por ejemplo, la Llorona se aparece como una pavorosa mujer cegada por telarañas, que anda por las calles, durante las noches, buscando a sus hijos. A su paso, al sonar los desgarradores lamentos, suceden cosas extrañas en las casas, como movimientos de los cubiertos en las cocinas.
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La Llorona de El Tránsito: En la localidad de El Tránsito, muy al interior de Vallenar en la Región de Atacama, también encontramos a la fantasmal mujer llorando y gritando pero sólo en las noches de los martes y los viernes, aunque jamás pudo ser vista por algún testigo, sólo escuchada. Causó tanto pavor que el pueblo completo se organizó para rezar por el descanso de su alma y para que abandonara el lugar. Los lugareños pasaban con el rosario en la mano en los sectores oscuros de las rutas, en donde dicen que solían escucharse sus lamentos.
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La Llorona de Hijuelas: En la localidad de Hijuelas, en la Provincia de Quillota, una mujer que perdió trágicamente a su hija enloqueció y murió, convirtiéndose en alma errante, que baja de los cerros causando alboroto entre los perros y asustando a los hombres que marchan solitariamente en las noches. La mujer se aparece vestida con ropas largas, con un chal sobre la cabeza y generalmente el colores oscuros, a veces envuelta en una especie de capa o mortaja. Llora amargamente por su amada hija, y como venganza roba los hijos de otros para llevárselos al Diablo, aunque algunos creen que esta mala fama es sólo una calumnia y que esta Llorona en realidad no hace daño, sólo sufre por su pérdida.
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La Encadenada: Una mujer del antiguo Valparaíso se casó con el Diablo y tuvo hijos con él, sin saber que era el mismísimo señor del infierno. Lo había conocido siendo camarera de uno de las cantinas de marineros del puerto, comenzando así una relación que llevó al matrimonio. El Príncipe de las Tinieblas había subido al mundo de los hombres fingiendo ser otro de ellos y adoptando una vida normal que no despertaba sospechas, creyendo que había logrado superar su condición demoníaca, de ángel caído y condenado, al enamorarse y formar familia con ella. Pero su naturaleza malévola iba a regresar para estallar trágicamente, cuando volvió un día a casa más temprano de lo habitual y montó en cólera al ver que su mujer no había preparado comida aún o bien que no se encontraba aún allí. Furioso y ansioso sin poder esperar más por ella, fue hasta la habitación de los niños y los asesinó, cegado por los celos. Cuando la mujer volvió y encontró la dantesca escena, comenzó a llorar hasta enloquecer. Pasaron varios días y el Diablo, comprendiendo que jamás dejaría el llano, la ató a una cama con unas cadenas como castigo. Fue algo inútil. Al confirmar que no paraba su llanto, le clavó una estaca en el corazón y se fue, regresando a los avernos y comprendiendo que jamás dejaría de ser el Diablo. Desde entonces, el espíritu de la desgraciada mujer arrastra aquellas cadenas por las calles del puerto, haciéndolas sonar, sin parar de llorar y llamando a sus hijos, con la ilusa esperanza de recuperarlos. Con el tiempo, la leyenda de la mujer encadenada y gimiente se mezcló con la historia de la Llorona, volviéndose la versión porteña del mismo mito.
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La Norma: Es otra leyenda del Cajón del Maipo, que parece una fusión entre el mito de la Calchona y el de la Llorona. Se supone que una mujer llamada Norma llegó a vivir con su esposo e hijos al entonces villorrio de San José de Maipo, en el siglo XIX. Construyeron su residencia junto al río Maipo, en el sector hoy conocido como Camping del Río; ella se dedicó a trabajar en los huertos y él con los mineros del yacimiento argentífero San Pedro de Nolasco, que daba sustento al pueblo. Sin embargo, el esposo comenzó a verse involucrado en el estilo de vida de los trabajadores de las minas, dándose paulatinamente a los placeres y a las largas ausencias en casa. Norma, intentando combatir el comportamiento irresponsable de su marido, empezó a introducirse en las artes de la hechicería y la manipulación de las conciencias para lograr retenerlo, convirtiéndose en una avezada bruja gracias a sus talentos. Ya en su fase más oscura, se decía que conseguía bebés secuestrados o abandonados y los sacrificaba para el Diablo, arrojándolos al fuego en una capilla oculta río arriba, saliendo de su casa en la medianoche hacia este secreto sitio. Sin embargo, su marido la siguió una noche y descubrió el inmundo ritual; corrió de vuelta a su casa, llevándose a los niños y lo poco que pudo cargar en sus brazos. Cuando ella retornó al amanecer y descubrió que había sido abandonada, desesperó hasta la locura y quedó condenada a llorar a gritos por el valle, buscando en vano a su familia, muriendo de pena o suicidándose de dolor. Desde entonces, su fantasma se aparece flotando por entre los cerros, el cementerio y los senderos como un cadáver descompuesto, vestido con ropas andrajosas y manchadas con la sangre de las víctimas inocentes de sus sacrificios, llorando al tiempo que pregunta por sus hijos. Cuando alguien le contesta desconociendo su paradero, se traga su alma en venganza. A su paso, lloran los perros y la gente corre a cerrar los pestillos de sus casas.
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La Llorona de Buin: Se trata de la misma Llorona que perdió a sus hijos y sale a buscarlos eternamente en las noches, robándose a algunos de ellos para compensar su pérdida. Se aparece como una mujer de blanco, generalmente en el borde del río Maipo, en donde habría tenido lugar su drama. Sin embargo, en Buin tiene también ciertos poderes sobrenaturales para castigar a quienes se burlan de su tragedia o no se muestren temerosos de sus lamentos, además de hipnotizar a los hombres con su llanto, cuando andan solos volviendo del trabajo o de alguna farra en las cantinas. Los hombres que son encantados por la Llorona despiertan al frío de la mañana siguiente, por lo general junto al río y sin sus pantalones, pues han sido abusados sexualmente por ella en su afán de ser madre otra vez, cosa imposible para un espíritu descarnado. Hubo una época en que la llorona se aparecía insistentemente en los llamados Bajos del Diablo, donde se asentará el Club Bajos de Matte, escondiéndose entre los sauces para atacar a algún borrachín que saliera del bar "El Chundo". En otra ocasión, en la Población La Rengifo, se apareció a un grupo de niños que jugaban en una plaza muy tarde aquella noche. Todos ellos escaparon aterrados, menos uno, que se paró desafiante ante el espectro y comenzó a insultarla. Ella, en castigo, lo maldijo y lo transformó en piedra, la que aún está ahí mostrándolo en sus últimas formas y actitud, como si estuviese de brazos cruzados. La Llorona de Buin sigue apareciéndose por el barrio en las medianoches.
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La Llorona de Litueche: La versión general adquiere un matiz especial en la Comuna de Litueche, en la Provincia de Cardenal Caro. Se señala que el río en que la Llorona habría perdido a su pequeño bebé era uno del sector, probablemente el Estero Los Ligues, y habría sucedido accidentalmente una noche de truenos y tormenta de lluvia. Uno hombre que vio la escena, decía que el pequeño niño cayó de sus brazos al fuerte caudal, luego que ella se apoyara en una de las barandas del puente, cansada y friolenta por tanto caminar bajo la lluvia. Desesperada al ver el resultado de su descuido, se lanzó al agua, pero también pereció ahogada. Nunca encontraron los cuerpos. Después, la mujer se aparecía por algunos de los principales puentes del lugar, para provocar miedo en los testigos o sólo aterrarlos con sus lamentos, desde algún invisible sitio en el paisaje.
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La Tacona: Originalmente, la Tacona de Vichuquén, en la Provincia de Curicó, era una hermosa y elegante muchacha que vivía con su abuela y que solía recorrer la ciudad haciendo sonar por las calles y adoquines sus altos zapatos de tacón. Una noche, su abuela enfermó y ella salió corriendo a buscar ayuda médica, pero fue interceptada por un criminal que merodeaba entre las sombras, quien la siguió y la asesinó sin que ella pudiese escapar, al parecer a causa de su incómodo calzado. Desde entonces, se escuchan sus tacos fantasmales y gritos desesperados en las noches profundas. Por estas razones y varias otras analogías, su mito acabó fundiéndose o cruzándose en varias versiones de la localidad con el de la clásica Llorona, la que se asegura ha sido vista por muchos residentes allí también: una mujer de prendas blancas y sueltas, que aparece lamentándose y gimiendo por sus hijos perdidos, por las calles menos iluminadas del poblado con fama de ser "pueblo de brujos" y por el sector del hospital viejo.
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La Calchona de Coihueco: En la Provincia del Ñuble, existe una Calchona que también sale a lamentarse por sus hijos y a asustar a los viajeros, pero con algunas características que le son propias. Julio Vicuña Cifuentes habla de ella en "Mitos y supersticiones recogidos de la tradición oral chilena", pero recogiendo la versión específica del mito en Coihueco, a principios del siglo XX. Se trataría de una oveja que ronda por la noche las habitaciones de los campesinos, quienes le dejan en un lebrillo las sobras de la comida, para que se alimente y no moleste. La Calchona del Ñuble es inofensiva y, por recomendación del párroco de Coihueco, los lugareños evitaban hacerle daño, pues ya sufre suficiente como madre que ha perdido a sus niños.
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La Llorona de Alto Biobío: Las tradiciones de indígenas pehuenches señalan que una mujer había ido al río a lavar ropas en las aguas del mismo, acompañada de su pequeña hijita, aún bebé. Había dejado a la niña sobre la suavidad de un cuero que encontró junto al río, en el suelo húmedo y pedregoso de la orilla, mientras ella trabajaba a pocos metros. Al voltearse, sin embargo, no estaba y entró en pánico: el lugar en donde la había dejado durmiendo, eran en realidad el temido cuero vivo de la mitología sureña, un ser con forma, textura y aspecto de cuero curtido y mojado que habita lagos, ríos y esteros, envolviendo a los hombres para devorarlos. Desde aquel momento, la desconsolada mujer recorrió ríos, bosques y cerros llorando terriblemente por su hija, sin recuperarla. Al morir, ha seguido en la incesante búsqueda su fantasma.
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La Pucullén: Se trata de un interesante antecedente araucano de la misma leyenda y su presencia en Chile, por lo que constituye la raíz nativa de las versiones de la Llorona. Su nombre, Pacullén o Pucullén, se traduce del mapudungún aludiendo al llanto, precisamente: pu es la expresión de define un plural y cullen es lágrima. Según informa Bernardo Quintana Mansilla en "Chiloé mitológico: mitos, pájaros agoreros, ceremonias mágicas de la provincia de Chiloé", en las tradiciones mapuches corresponde a una mujer a la que le fueron arrebatados para siempre de sus brazos uno o más hijos muy pequeños por un error suyo, cayendo en una depresión profunda que la llevó a la locura o al suicidio. Condenada a "penar" eternamente con un pie en el mundo de los vivos y otro en el de los muertos, se aparece a los agónicos que están ya ad portas de morir, para orientarlos en el viaje de su alma; o bien cuando un mago calcu o machi la convoca con ritos específicos, pues es una intermediaria. También intenta robar los hijos de las madres descuidadas, creyéndolos sinceramente los suyos o sólo para castigarlas por dejarlos sin vigilancia. Suele aparecer como una mujer de pelo negro, vestida de blanco y de aspecto aterrador, sumida en un llanto inconsolable que sirve para aliviar la pena por los difuntos y evitar que estos regresen desde el más allá a "penar" por la ingratitud de sus deudos, que no lo despidieron con suficiente tristeza. También marca con un charco de sus lágrimas el lugar en donde debe ser sepultado el fallecido en el cementerio, y su ataúd debe quedar totalmente tapado de tierra o morirá antes de un año alguno de sus seres queridos. Como sucede también con la Calchona, los perros detectan su presencia en las noches y gimen aterrados, con lastimoso llanto, por lo que la misma creencia dice que si alguien se soba los ojos con lágrimas de canes, podrá verla también, aunque no todos pueden soportar el pánico que provoca semejante imagen.
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La Llorona de Chiloé: Chiloé tiene una Llorona propia, básicamente la misma historia de Pucullén pero con algunas adiciones más criollas e interesantes al mito, a pesar de que en algunas localidades del archipiélago recibe este mismo nombre original mapuche. Se aparece como una mujer delgada y alta, siempre vestida de una mortaja o de pulcro negro, como si mantuviese un luto perpetuo, llorando por sus hijos perdidos, ocultando su rostro y amenazando a los extraños con quienes se cruza. A veces, por su aspecto, pasa por una mera mujer loca o una caminante mendiga, lo que es un craso y peligroso error. Se aparece especialmente a los moribundos, anunciándoles su inminente final. Su presencia es anticipada o detectada por perros, por brujos y por los niños. Estos últimos son los que están en mayor riesgo de ser secuestrados por la aterradora mujer. Cuando llora en algún lugar por un período prolongado, pero con sollozo más bien suave, puede ser un anuncio de que alguien morirá en la ruta más cercana a aquel lugar. Algunos lugareños le dejaban comida en el exterior de sus casas, para que la tomara y se marchara pronto si pasaba por allí.
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La Llorona de Tierra del Fuego: Esta leyenda magallánica parece más bien una adaptación de un mito local ya fundido con el de la Llorona del folklore iberoamericano. Dice que una hermosa muchacha que residía con sus padres en una aldea de Timaukel, en Tierra del Fuego, quedó condenada a vagar y llorar por aquellos territorios luego de una dolorosa doble tragedia. La familia vivía aislada y sin sobresaltos allá, hasta que un día llegó un extraño a casa pidiendo ayuda, asegurando haber arribado al sector tras un largo viaje a pie. Los padres se apiadaron del sujeto y le dieron espacio en su hogar, gesto al que él respondió agradecido, ayudándolos en los quehaceres de la casa, en los huertos y con los rebaños. Con el tiempo, la muchacha se fue enamorando y quedó embarazada de él, provocando la desazón de sus padres. Sin embargo, al enterarse de que iba a ser padre, el instinto indómito y viajero del sujeto se impuso: él simplemente se fue, abandonándola una mañana. La mujer quiso tener su hijo, pero la depresión y la soledad le hicieron enfermar, perdiendo su bebé al nacer de forma prematura. La joven enloqueció, quedó a la deriva, sola y murió vagando por el paisaje fueguino en busca de su desleal amado y de su hijo perdido. Su fantasma, posteriormente, se aparecía a los arrieros, jinetes y pilcheros de la isla haciendo lo mismo, en las noches de Luna llena.
Hay otros casos en los que la Llorona de versión nacional se mezcla con otros mitos, como las brujas, los hombres-bestias y las temidas mujeres llamadas la Viuda y la Lola (nereidas fatales que asesinan hombres en las noches), pero perdiendo su elemento básico de una mujer en "pena" buscando a sus hijos, por lo que no quise incluirlas en este recuento. Otras versiones son demasiado semejantes al mito original de la Llorona en su interpretación chilena o de la revisada Calchona, como para tomarlos por variantes con identidad propia como leyenda, más que sólo como adaptaciones locales.
Si conocen más versiones en Chile sobre el mito arquetípico de la mujer espectral que vaga buscando sus hijos, agradeceríamos compartiros acá.
Comentarios recuperados desde el primer lugar en donde fue publicado este artículo, en el sitio URBATORIVM:
ResponderEliminarwilliam golding3 de mayo de 2019, 20:48
Me recuerda el mito irlandés de la "Banshee"que viene de la antigüedad celta y que con su llanto anuncia la muerte del que la ve o uno de sus seres queridos
Quizás haya otras leyendas de otras culturas.
Felicitaciones por el detallado artículo
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Videista7 de mayo de 2019, 11:53
Felicitaciones por el detalle en el relato, me mantuvo pegada hasta el final.
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Pancho choque17 de noviembre de 2019, 17:15
en arica dicen que aparece en el cerro la cruz
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Unknown19 de octubre de 2020, 15:03
nice story !
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