EL ORIGEN "ANTÁRTICO" DEL INCA GARCILASO DE LA VEGA
 
Hace
 un par de años recibí una curiosa e interesante carta del ciudadano 
argentino F. G. Bordese, de Córdoba, quien me hizo notar cómo la 
escritora e investigadora Marta Blanco enfatizó en el cronista indígena 
Inca Garcilaso de la Vega el aspecto de haberse autodefinido como "un indio antártico".
 En su nota también me recuerda que el poeta español Diego Mexía de 
Fernangil publicó en Perú un trabajo titulado "Parnaso Antártico" a 
principios del siglo XVII, muy cerca de la misma época en que el Inca 
Garcilaso de la Vega hacía lo propio.
El trabajo de doña Marta Blanco actualmente está disponible en el internet en esta dirección,
 con el título "EL INCA GARCILASO, UN INDIO ANTÁRTICO (1539-1616)". No 
se trata exactamente de un estudio dedicado a este punto específico de 
los vínculos "antárticos" declarados por el historiador y escritor 
peruano, pero sí de su contexto de tiempo y del reflejo de los mismos en
 su obra, especialmente de sus famosos "Comentarios Reales de los 
Incas", publicado en Lisboa el año 1609.
Por mi parte, ya he dicho algo 
sobre la referencia que hace don Alonso de Ercilla a la "región antártica famosa"
 para referirse a Chile, y que anticipó incluso a Garcilaso y a Mexia, 
al tratarse de un poema épico producido en el siglo XVI. En los mapas de
 Ortelius y Mercator, además, se observa que en el imaginario europeo 
América del Sur se separaba apenas del continente polar por el Estrecho 
de Magallanes, de modo que toda la masa austral del continente era una 
periferia o
 vecindario antártico, según esta idea. Quizás esto haya sido otra razón
 para pensar en la estrechez "antártica" del Sur del Nuevo Mundo.
Empero,
 el Inca Garcilaso de la Vega no se explayó en explicar el origen de 
esta referencia, que sólo anota fugazmente en una de sus obras para 
describirse a sí mismo en sus orígenes. Es en la "Relación de la descendencia del famoso García Pérez de Vargas con algunos pasos de historia dignos de memoria", de 1596, donde escribe refiriéndose a su propios ancestros directos (el destacado el nuestro):
Pero
 Suárez de Figueroa y doña Blanca de Sotomayor, procrearon a Gómez 
Suárez de Figueroa, llamado el Ronco, a diferencia de otros primos suyos
 del mismo nombre, el cual nombre ha sido muy acatado en Extremadura; 
hubieron asimismo a Hernando de Sotomayor, y a Garcilaso. de la Vega, y a
 don Lorenzo Suárez de Figueroa, embajador que fue cerca de la 
potentísima Señoría de Venecia, y en cada uno de estos cuatro hijos 
vincularon un mayorazgo que hoy poseen sus descendientes, que ha sido 
una gran generación como veremos luego, y dejando al primogénito, cuya 
descendencia es la de mi padre y sus hermanos, y subiendo del último al 
primero por cumplir enteramente con la obligación que al servicio de 
todo sellos tengo, puesto que los demás, por ser yo Indio Antártico, no me conozcan,
 aunque tienen noticia de mí y porque me sean testigos de lo que en mi 
favor dijere: digo que don Lorenzo Suárez de Figueroa, que fue el hijo 
cuarto, dejó a doña Beatriz de Figueroa por su hija. La cual casó con 
don Pedro de Fonseca y hubieron a don Juan de Fonseca y a don Lorenzo 
Suárez de Figueroa y otros caballeros que viven en Badajoz.
No
 deja de ser interesante este concepto de lo antártico como gentilicio 
de los países mestizos sudamericanos en las crónicas coloniales, 
entonces. La explicación a su empleo se debería a que el concepto que 
subyace en el nombre de la Antártica es, originalmente, "lo opuesto al Ártico", "Anti-Artico" (Ant-Ártico), nombre dado por la contraposición polar con respecto al Ártico. La expresión antártico usada
 como gentilicio, entonces, podría ser parecida al concepto de 
"nórdico". Nosotros, habitantes del otro lado del globo, equivaldríamos 
al opuesto: a los pueblos del Austrum.
Esta
 idea del Meridión como lo opuesto casi dialéctico al Septentrión (más 
que lo meramente geográfico), además, siempre rondó las impresiones de 
los viajeros europeos llegados a América: el Mar Atlántico era llamado 
impropiamente Mar del Norte y el Pacífico Mar del Sur, por ejemplo; lo mismo aparece en terminologías toponímicas como Terra Australis, Finis Tarrae e incluso La Nueva Extremadura para referirse a Chile en los tiempos de Valdivia.
Se
 puede deducir, entonces, por qué razón nuestra América del Sur, 
nuestras tierras meridionales, podían pasar por ser de 
influencias "antárticas" en la comprensión general de la época, aún 
cuando el Paso Drake y el Cabo de Hornos separaban por mucho más de lo 
supuesto a la América de la Antártica.
Garcilaso de la Vega decía de sí mismo “yo soy un indio antártico” -comenta Marta Blanco-,
 echando una mirada nostálgica sobre su pueblo y su cultura, a la que 
supo condenada a estrangularse con el cordón umbilical que España le 
enroscó al cuello. Y fue en España donde Garcilaso se definió a sí mismo
 con la carga genética de la raza materna (aquello de indio, aquello de 
antártico). Había nacido español por bula y conquista, pero el apodo que
 se da es indicio de la inquietud que lo acometió en España por su 
nacimiento ultramarino y su condición de mestizo, no menos que por la 
paradoja del substantivo que nos define hasta hoy. Indio. Que viene de 
la India. La contradicción que le agrega el adjetivo antártico refleja 
la ironía con que se ha bautizado. Cómo y cuándo descubriría el Inca que
 en España no bastaba ser hijo de una princesa inca, nieta de Túpac 
Yupanqui y de un honorable capitán español. La mezcla siempre le 
restaría iberidad. Fuerza es deducir que no escogió su apodo al azar y 
dio en usarlo sumido en la zozobra de precisión y bautismo que 
acometería a los indianos del siglo XVI y XVII frente al desconcierto 
que su existencia despertaba en el mundo. La misma imprecisión algo 
desdeñosa, por lo demás, reflejada en los términos sudaca, wetback, other, que aún hoy propinan a los americanos hispanoparlantes los habitantes de otros espacios geográficos.
Al
 decir “yo soy un indio antártico” nos revela cuán comprometida estaba 
su esencia, su existencia, en el relato que nos dejó sobre sus 
ancestros, la mitología de fundación de su pueblo y de su casta, la 
historia aún incontada de una América desconocida en Europa.
Curiosamente,
 autores como Rengifo en Chile y De Mahieu en la Argentina siempre 
sostuvieron que la relación Sudamérica-Antártica era mucho más estrecha 
de lo que actualmente creemos: histórico, geográfica, cultural y hasta 
antropológicamente. El propio Garcilaso habló de una prolongación del 
Tawantinsuyo hasta el extremo austral del mundo. Quizás exista, 
entonces, una parte de nuestra 
comprensión del mundo que se fue perdiendo en el dogma de los mapas, y 
hoy los sudamericanos ya no nos sintamos tan próximos a la Antártica 
como alguna vez sí lo estuvimos, por esta misma razón.
Así
 pues, el Inca Garcilaso de la Vega dejó este pequeño testimonio de esa 
antigua y romántica sensación de vínculos directos de la América 
Meridional con el gran mito de Antarktos.
 
Comentarios recuperados desde el lugar anterior de publicación de este artículo:
ResponderEliminarTariq9 de enero de 2017, 13:24
El Inca Garcilaso de la Vega en su obra Los Comentarios Reales de los Incas afirma que los incas llegaron a las tierras más australes de Sudamérica, la tierra de las nieves perpetuas como el decía denominada el Rittisuyo (Región de las nieves).